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jueves, 23 de abril de 2020

¿Quién dijo “Los Judíos Deben Quedarse Callados”? El verdadero antisemitismo en la USA de los 40



Es extraordinaria la contradicción que circula alrededor de “The Plot Against America”, los críticos estadounidenses derraman mieles sobre la serie de HBO mientras el público ronca. La serie es soporífera, artificial y taimada en lo que respecta al verdadero escenario histórico entre 1933-1940, sobre todo respecto a los judíos. ¿Hubo antisemitismo? ¿Era el Presidente Franklin Delano Roosevelt amigo de los judíos? ¿Qué es lo más cercano al ingenuo/oportunista Rabino Bengelsdorf?

The Guardian no ha querido perderse la oportunidad de subirse al vagón de voces que vinculan la serie de HBO con la Administración Trump. En su artículo “It cant happen here” Charles Bramesco cae en contradicciones al intentar desligar al presidente de Estados Unidos de una imagen pro-semita. En un lado dice que, aunque Donald Trump es definitivamente pro-Israel ha despreciado a muchos judíos en su país. ¿A quiénes? Eso cuando más arriba Bramesco dice que hay una importante cantidad de judíos que apoyan a Trump.

En su afán de desprestigiar a los judíos que son partidarios de Trump, Bramesco desenterró a un “posible emulo” de Lionel Bengelsdorff; el pobre Shmuley Boteach. Votado uno de los cincuenta rabinos más influyentes de USA, por la revista Newsweek, Boteach no es ajeno a la controversia.

Figura mediática, autor de libros que ensalzan el buen sexo como parte del judaísmo (Kosher Love) o la importancia de Jesús como figura histórica judía (Kosher Jesus), y amigo y defensor, en su día, de Michael Jackson, el rabino se ha construido un nicho en la cultura popular del siglo XXI.


Es republicano, ha metido la patita en política, y apoya esta administración, pero de ahí a compararlo con alguien como Bengelsdorf que asesora personalmente al presidente, que es amigo personal de Lindbergh, que fomenta programas para asimilar judíos…hay un largo trecho. Tan largo trecho que,  a raíz del artículo, el Rabino Boteach está pensando en demandar al periódico

El Tercer Episodio de “La conjura en contra America” consiguegracias a sus omisiones ponernos en el camino de la verdad. Este episodio me impactó por el terror que aqueja a Philip y que se manifiesta en pesadillas. Ese miedo ante situaciones inexplicables para una mente infantil, pero que están dividiendo a la familia del pequeño, es algo que Simon ha rescatado del libro. Es algo que el autor experimentó o conoció de boca de sus contemporáneos.

Roth nació en marzo de 1933, dos mes después que los nazis se instalaron en el gobierno de Alemania e hizo su Bar MItzvah en 1945, el año en que Hitler se suicidó. ¿Qué fue lo que ocurrió durante ese periodo que creó una inquietud en el alma infantil del autor que sesenta años más tarde recrearía en The Plot Against America?

El Sur y Los Judios
Philip Roth trabajaba con personajes reales desde Charles Lindbergh hasta sus propios padres, por lo que sería fácil deducir que Lionel Bengelsdorf también haya sido inspirado en alguna figura histórica. En realidad, la idea de tener un Quisling judeo-estadounidense puede ser una licencia dramática y hacerlo rabino es una manifestación del odio intenso que Philip Roth sentía por la religión, la suya y la ajena. Explicaría el convertir a Bengelsdorff en un caballero sureño cuyos antepasados apoyaron a la Confederación como una forma de hacerlo más repulsivo.

El problema es que Roth no se molestó en conocer un poco de historia judía en Estados Unidos y así hubiese visto que uno de los pocos espacios donde los judíos pudieron vivir con tranquilidad fue el Sur en el antebellum, el periodo que precedió la Guerra de Secesión.  Ahí fue donde pudieron dedicarse al comercio (pocos judíos pertenecían a la clase de dueños de plantación), a las profesiones liberales y a las artes, enfrentando poca discriminación. Incluso destacaron en la política siendo los primeros senadores judíos de Estados Unidos David Lee Yule de la Florida y Judah Benjamin de Louisiana, ambos Democratas.

 Los judíos en el Sur tenían casi los mismos derechos de los blancos y como tal llevaban estilos de vida similares. Con eso admito que, siendo una sociedad esclavista, los judíos eran dueños de esclavos y veían la esclavitud como algo aceptable. En eso no diferían ni de sus vecinos bancos ni de los libertos negros.

Es un factor históricamente reconocido que existía en el Sur una mini sociedad compuesta por esclavos emancipados o hijos de aquellos, en su mayoría mulatos, que también alcanzaban la prosperidad y se convertían en dueños de esclavos. Y no solo me refiero a Les Gens de Couleur Libre que conformaban la clase media de Nueva Orleans antes de la Guerra de Secesión, sino a gente como el millonario liberto William Ellison que en 1861 era el amo con más esclavos entre los dueños de plantación de color de Carolina del Sur (tenia 63 esclavos a su servicio).

No pretendo hacer lo imposible, reivindicar la institución de la esclavitud, ni tampoco borrar el sufrimiento de las víctimas de la dicha institución. Solo me remito a afirmar que no se puede culpar al Rabino Bengelsdorff solo por provenir del Sur o de haber sido parte de un mundo que se sostenía por el trabajo de esclavos cuando todo el que pudiese comprarlos lo hacía, fuese blanco, judío, liberto, o nativo americano (acabo de leer un artículo que muestra el alto índice de los Cherokees que poseían esclavos).

A pesar de que, durante la Guerra de Secesión, hubo un importante contribución judía al bando del Norte y hubo abolicionistas judíos como la feminista Ernestine Rose, el rabino David Einhorn, y August Bondi, el judío vienes que acompañó a John Brown en su incursión en Kansas, los judíos sureños se adhirieron a la Causa Confederada por las mismas razones que otros sureños.

 El vicepresidente de los Estados Confederados era el judío Judah Benjamín; la ciudad de Florida, Fort Myers es nombrada por el General Myer, judío al servicio de los Estados Confederados; Edwin de León era el embajador de Jefferson Davis en Inglaterra y su hermano David Camden de León fue Cirujano General del Ejercito Confederado. Su retiro se debió a su alcoholismo no por su condición de judío.

Entonces no es de extrañar que Bengeldorf se sienta orgulloso de su pasado, puesto que el presente en el Sur (y ya hemos visto que Roth tenía poco conocimiento del racismo que existía ahí aun sin un presidente como Lindbergh) era muy diferente. El auge del KuKlux Klan en los Años 20 con ideas de supremacía aria copiadas de modelo europeo y la popularidad de los encapuchados con clases sociales de bajo nivel económico llevó a poner en la mira de la violencia de la organización a judíos, latinos y católicos a la par que a la población afroamericana.
El Klan marcha en Washington en los Años 20

La violencia y el acoso reservado a gente considerada inferiormente racial aumentó durante la Depresión por lo que tratar a Begendorff como un personaje de Lo que el viento se llevó, es caricaturizarlo. Casi tanto como cuando los críticos y reseñadores se refieren a Bengelsdorf como “un caballero sureño”. Digamos que el judío común en el Sur de 1940 era más Leo Frank (linchado en Virginia en 1912 por un crimen que no cometió) que Rhett Butler.

Trump vs Roosevelt
Algo irritante en “A Plot Against America” es pretender que a) hasta Lindbergh no había antisemitismo en Estados Unidos y b) Roosevelt fue un gran presidente para los judíos. El capítulo tercero me tenía con la ulcera sangrando cada vez que el pesado de Hermann Levine, en medio de Washington, se ponía a chillar sobre lo maravilloso que era FDR, que ingratos eran los que habían votado por Lindbergh y de cómo los demócratas en el Congreso no impedían sus medidas.

Tal como hoy, el partido demócrata estaba profundamente dividido, pero no por los mismos motivos. En 1940, la división era entre intervencionistas y aislacionistas que estaban en la misma onda que El Águila Solitaria.

Como dije en una nota anterior, el antisemitismo ha existido en los Estados Unidos desde antes de convertirse en país y la primera mitad del siglo XX no fue una excepción. Se ha criticado mucho a Donald Trump de empoderar sectores racistas en su grupo de votantes al no atacarlos frontalmente. Pues FDR tampoco lo hizo con los grupos que fomentaron el antisemitismo durante sus cuatros periodos en la Casa Blanca. Los motivos son los mismos, ambos presidentes se sienten débiles y necesitan evitar fugas de votantes en el caso de Trump, o un auge de animosidad en contra del gobierno y sus medidas en el caso de Roosevelt.

Pocos saben, debido a su condición de hombre-mito, que FDR era tan odiado por sus opositores como Trump lo es hoy día. Eso lo hacía ser sumamente cauteloso de enemistarse con grupos que podían tildarse de antisemitas. Roosevelt y su mujer Eleanor hicieron activas campañas para acabar con la discriminación contra los afroamericanos, pero no salió ni una palabra de su boca ni para reclamar contra el racismo nazi ni el antisemitismo en territorio estadounidense.

Una ironía es que Trump y Roosevelt pueden calificarse como sionistas. Es innegable que la política de administración de The Donald ha sido pro Israel. Durante su mandato que duró casi 20 años, FDR apoyó la causa sionista y presionó (en vano) al Mandato Británico de Palestina para abrir las puertas a la inmigración judía a Tierra Santa. Intentó conseguir que países latinoamericanos aceptasen refugiados, ¡y hasta meditó sobre un plan de hacer una nación judía en Alaska! Todo con tal de que los refugiados no entrasen en la Unión Americana.

Por eso Roosevelt apoyó al tremendamente antisemita Departamento de Estado que se esmeró en disminuir las cuotas de inmigrantes judíos de países bajo el yugo nazi. Con el cuento de que la mejor manera de acabar con la persecución y exterminio del pueblo judío era acabando con la guerra, FDR no apoyó iniciativas de rescate, ni hizo declaraciones públicas sobre las matanzas ni sobre campos de concentración. Ni siquiera en 1942 cuando el antisemita Anthony Eden acababa de hacer un apasionado discurso en el Parlamento Británico rechazando las medidas hitlerianas.

Incluso después de que, cediendo a fuertes presiones de parte de determinados grupos judíos, FDR permitió la creación de organizaciones de rescate en 1944, el presidente se negó a permitir que se bombardearan las cámaras de gas y crematorios de Auschwitz. Pero lo más grave fue que Roosevelt nunca habló el contra de las organizaciones antisemitas estadounidense ni de los escritos de Henry Ford ni de los discursos radiales del Padre Coughlin. Junto a Lindbergh, Ford y Coughlin formaban el triunvirato de “la judeofobia educada” como se la llamaba en los Años 30.

A pesar de que Roosevelt había denunciado el antisemitismo antes de su presidencia, desde el momento en que ascendió al poder mantuvo un mutismo sobre el tema. Nunca se le vio estar en contra del el “vil veneno” del antisemitismo como lo nombró Donald Trump en 2018 en su segundo discurso el  Estado de la Union.

En diciembre del 2019, Trump firmó una orden ejecutiva para acabar con el antisemitismo en los campus universitarios, el sitio donde esa forma de racismo es más común. En cambio, Roosevelt colaboró para que existiesen reglas para impedir el acceso de jóvenes judíos a las mejores universidades.

En los Años 20, las Ivy League comenzaron a imponer el numerus clausus para que, tal como en la Europa Oriental, se limitase el número de estudiantes judíos. Algunas mantendrían estas cláusulas hasta los 60 y Yale hasta 1970. Pero la primera en crear cuotas fue Harvard, medida aprobada por el comité de ex alumnos presidido por Franklin Delano Roosevelt. Tal como Lindbergh y Hitler, FDR le temía a la expansión judía en las profesiones liberales y a su influencia en la sociedad blanca y cristiana de USA.

En el tercer capítulo de ‘Plot’ recién vemos evidencias del antisemitismo provocado por la administración Lindbergh (que tiene a Henry Ford de vicepresidente). Vandalismo en cementerios judíos y discriminación en contra de los Levin que son expulsados de su hotel en Washington. Hasta hoy actos de vandalismo en contra de la propiedad de judíos sigue siendo el crimen de odio más común en Estados Unidos (desde 1991, de acuerdo a reportes del FBI, ha habido un aumento de ataques antisemitas y los judíos son el grupo más agredido de las minorías estadounidense).

Respecto a los hoteles, muchas cadenas en la nación ponían cartelitos que decían “No se admiten ni judíos ni tísicos”. Y no solo la hospedería era racista Hoy Jared Kushner y su mujer Ivanka Trump ocupan una mansión en el elegante barrio washingtoniano de Kalorama Heights. Entonces no los hubieran ni dejado pararse en los jardines. La discriminación social no solo determinaba donde un judío podía estudiar o trabajar también donde no podía vivir ni hospedarse.

En la Encuesta Roper de 1939, más de la mitad de los encuestados consideraba que los judíos eran codiciosos y deshonestos, un tercio consideraba que tenían demasiado poder. El 15% de la nación aprobaría algún tipo de medida o campaña agresiva en contra de los de origen hebreo. Por eso es por lo que es tan ofensiva esa impresión que nos deja la serie de HBO de que, durante el tiempo de Roosevelt en la Casa Blanca, la nación era libre de antisemitismo, que gente como esos nazis de Unión City eran grupúsculos excéntricos sin poder.

Lo que si es cierto es que los judíos estadounidenses veneraban a Roosevelt quien había nombrado al primer ministro de origen hebreo, Henry Morgenthau como Secretario del Tesoro. Roosevelt también cultivaba amistades judías influyentes, ninguna más cercana que la del distinguido Rabino Stephen S. Wise. Y es Wise tristemente quien presenta similitudes con Lionel Bengelsdorf.

El Doppelganger de Bengelsdorf
Weiss era un ejemplo del mundo judío estadounidense de principios del siglo XX. Nacido en Hungría en 1874, había emigrado a Nueva York con su familia. Wise había seguido los pasos de su padre y había sido ordenado rabino, pero a diferencia de sus correligionarios ortodoxos, Wise buscaba la americanización y prefirió adherirse a la forma más moderna del judaísmo, la reformista. Fue el fundador de la Free Synagogue (sinagoga libre) en donde más que rituales y tradiciones, imperaban la libertad de conciencia y el activismo político.

Como Bengelsdorf, Wise era un hombre refinado (había estudiado en Viena); erudito (tenía un doctorado en semántica de la Universidad de Columbia); mundano (su esposa Louise Watermann era una heredera que aporto cuantiosa dote y conexiones al matrimonio) y un magnifico orador, a pesar de que muchos lo consideraban controversial. Un sionista convencido, también luchaba por el sufragio femenino, reformas laborales, en contra del trabajo infantil y de la discriminación hacia otros grupos étnicos.

A la par de crear el Congreso Judío Americano (dedicado a acabar con el antisemitismo en el mundo), Wise era miembro del comité de la NAAAPC (Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color), y la Unión de Libertades Civiles Americanas. El veía a Estados Unidos como un crisol de razas donde todos luchaban juntos por el progreso de la nación. Para eso (y ahí tenemos a Bengelsdorf) Wise creía en la asimilación, en la necesidad de que los judíos fuesen parte de la homogeneidad estadounidense y que no tuvieran lealtades ni a otras naciones ni a culturas o rituales religiosos que los separasen del americano común.

Wise apoyó a FDR para Gobernador de Nueva York, aun cuando el contrincante era un judío Albert Ottinger. En un discurso en el Madison Square Garden, durante la campaña, Wise dijo “yo votaría por hombres de todas las fes, no como judío, sino como un americano, por el mejor candidato”. Wise tenía mucho arrastre entre los ricos y educados que preferían un judaísmo reformista que se alejaba de embarazosas prácticas culturales y religiosas que hacían a los judíos verse “diferentes” y retrógrados.

El Silencio de los Judíos
Se llegó al punto que, en los Años 30, muchos rabinos reformistas trasladaban sus sermones e incluso todas las ceremonias del Sabbath al domingo para parecerse a los servicios religiosos dominicales de sus vecinos cristianos. Ese grupo de judíos progresistas, asimilados, de clase media acomodada serían los que con Wise permanecerían en silencio ante las medidas nazis y ante la destrucción de la judería europea.

El consenso entre ellos era que no podían anteponer sus intereses raciales por sobre los esfuerzos bélicos de su país. Eso incluía presionar al presidente a denunciar a las políticas hitlerianas. Aún peor, como Roosevelt, los judíos tenían plena conciencia de que si se convertían en “agitadores” llamarían la atención de grupos juedeofobo que podrían volverse en contra de ellos de manera agresiva. No querían arriesgar el estatus conseguido en America defendiendo a su hermanos europeos. Algo parecido veo yo en la progresía judía hoy en día, una necesidad de ser tan occidentales que no se atreven a denunciar el antisemitismo fuera y dentro del país.



Por otro lado, Wise como Bengelsdorf, era bastante vanidoso y se sentía halagado por la amistad que le brindaba el presidente a él y a su familia. Le encantaba ser invitado a la Casa Blanca, que Roosevelt solicitara su consejo, y que lo distinguiera. Aun así, le escribía su hijo en 1943: “Ojalá el presidente hiciera algo por nuestro pueblo”. 

Extraordinariamente no fueron ni Wise ni sus colegas judíos en la administración los que forzaron la mamo del presidente. En octubre de 1943, 400 rabinos ortodoxos descendieron sobre Washington y marcharon hacia la Casa Blanca. Fueron recibidos por líderes del Congreso. Por consejo de Wise y otros asesores judíos, Roosevelt no los recibió, pero el impacto era innegable y visible Ahí fue cuando Roosevelt le dijo a Wise esa frase famosa “los judíos deberían quedarse callados”. Poco después comenzaba a hacer concesiones en su política pasiva hacia el problema judío.

Para Wise y los que como él veían la respuesta en una aculturación total, la imagen de estos judíos vestidos de negro y ensombrerados debe haber representado su pesadilla máxima, lo que ellos habían creído erradicar. Eran los representantes del judaísmo tradicional, de lo “extranjero” de todo lo que americanos blancos y protestantes como el presidente odiaban en los judíos, Eran lo opuesto al discurso del Rabino Wise de “somos americanos, primero, ultimo y siempre”.

Es extraordinario que aparte de servidora, la única en ver estos paralelos es la periodista inglesa (judía y conservadora) Melanie Philips. Todos los otros críticos han abrazado la idea de Lindbergh= Trump cuando ya he demostrado que no hay semejanza posible.

Por eso encuentro que “Plot Against America” no ayuda en nada ni a la causa judía ni a la causa de la verdad. Como “Unorthodox” y “Freud” es otra de esas series que esta primavera empañan la imagen de los judíos, representándonos como personas cuyos estilos de vida, ideas religiosas y modos de pensar y actuar son antítesis del humanismo progresista que todos debemos abrazar.

El quinto episodio de “The Plot Against America” me lo dejó claro. Lindbergh, apoyado por Bengelsdorf, crea Homestead un programa que saca a los judíos de las ciudades y los desperdiga por pequeños poblados de la nación. Esa era la esperanza de Roosevelt:  desconcentrar las zonas de poder de los judíos, léase zonas urbanas, y en sus palabras, “spread them thin” en espacios donde no fueran mayoría ni tuvieran influencia alguna.

Cuando Bess visita a su cuñado para suplicar que no envié a su familia a Kentucky dice que desea vivir “en donde viven los judíos”. El rabino le dice que ahí yace la diferencia entre ambos, él vive feliz en cualquier parte del país, no necesita vivir entre judíos, su cultura es la americana. Se me heló la sangre porque Bess pareciera abogar por el ghetto, por barrios judíos donde todos tengan las mismas costumbres, donde la cultura judía sea un eslabón común.

En boca de Bess ese concepto parece legítimo, pero es lo que series, filmes y libros como “Unorthodox” condenan, comunidades cerradas donde no se respira “americanismo”. Ya sé que suena extremo, pero es lo que se ve en “Unorthodox” e incluso en “Shtisel”, un mundo hermético y semi autónomo, dentro de una ciudad y una nación que no son reconocidos por los habitantes de ese enclave.

 Cuando Esty huye a Berlín en “Unorthodox”, esta como Bengelsdorf demostrando que es una ciudadana del mundo que puede vivir lejos de una comunidad que le impide ser libre, conocer otras personas, otras culturas. ¿Al final no es lo que Sandy Levine ha venido pregonando desde hace varios capítulos? ¿Por qué lo condenamos en “Plot Against America” cuando celebramos esa misma premisa en “Unorthodox”?

jueves, 9 de abril de 2020

The Plot Against America: La Serie de HBO no es un Reflejo de Nuestros Tiempos



Aunque vi la adaptación de la novela alternativa de Philip Roth con muchos reparos, la miniserie me aportó dos nuevas sorpresas, ninguna muy grata. Primer problema me lo corroboró el Gatito Memolos primeros capítulos son lentos y aburridos. La otra sorpresa ha sido la campaña del mercadeo. HBO y sus fan-críticos, venden la serie haciendo hincapié en falsos paralelismos entre su trama y la situación política actual en los Estados Unidos.

Érase una vez…en Newark
Para quienes no hayan visto la serie ni leído el libro, esta es una ucronía que especula que hubiese sucedido si Charles Lindbergh, el héroe de la aviación, hubiese vencido a Franklin Delano Roosevelt en las elecciones de 1940. Lindbergh, que en la vida real era antisemita y simpatizaba con los nazis (Hitler le dio una medallita), sigue una política de acercamiento con Alemania, empodera a los nazis locales e inicia una agresiva campaña antisemita.

Estos sucesos son vividos y vistos desde la perspectiva de Philip Levine (Azhy Robinson), un niño de nueve años que es el alter ego del autor. Philip vive en un barrio (predominantemente judío) en Newark, Nueva Jersey. Sus padres Hermann (Morgan Spector) y Bess (Zoe Kazan, nieta de Elia Kazan) son hijos de inmigrantes del Old Country, pero nacidos en USA.

Hermann, un próspero vendedor de seguros, nunca ha experimentado antisemitismo. Bess siuna variedad sutilcuando fue la única alumna judía en su escuela de Elizabeth. Esto la hace más perspicaz que el marido a espacios peligrosos para los judíos. Cuando Hermann quiere comprar una casa más grande en Unión City, Bess se rehúsa puesto que nota que habrá nazis en el nuevo barrio.

Philip es demasiado pequeño para entender los peligros que lo acechan. Sus preguntas no son bien respondidas ni por su padre ni por Sandy (Caleb Malis), su hermano mayor, un talentoso dibujante que admira a Lindbergh. Philip tampoco entiende las rebeldías de su primo Alvin (Anthony Boyle) o la frustración de su tía Evelyn (Winona Ryder, exquisita en su primer rol de judía) que va camino a solterona mientras sostiene amores clandestinos con un italiano casado.

Ese primer episodio nos presenta a cada miembro de la familia, su función en su entorno, sus sueños y desafíos. Bess se preocupa por su hermana y a la vez la preocupa su madre que está entrando en la demencia. Herman quiere ser un americano más, que ama el beisbol y su país, pero no es ciego a las amenazas que se ciernen sobre su familia por el solo hecho de ser judíos. La amenaza la encierra la candidatura de Lindbergh a la presidencia y el auge de una forma de nazismo local que en la costa Noratlántica se conoce como el Bund (había otras organizaciones fascistas en USA como los Camisas Plateadas que operaban en ambos lados de la frontera con México)

David Simon, creador de “The Wire”, ha sabido componer una magnifica atmósfera de los 40, completa con vestuario de entonces (el de Winona es el más llamativo), con música de swing como banda sonora, con una iluminación difusa. Incluso los retratos antiguos que cuelgan en las paredes de la casa de los Levine son de los abuelos de Simón quien también se encargó de enseñarles a los actores como hablar con acento yiddish como hasta hoy hablan muchos abuelos judíos aquí en Nueva York.

Aun así, el primer capítulo se me hizo largo y latigudo. Solo me desperté cuando Alvin y sus amigos se fueron a darle una tunda a unos nazis que habían apaleado a un amigo. Con la excepción de Evelyn, y un poco Bess, los personajes no me atraparon. Es que sentía presenciar algo muy visto, muy reconocible.

Los Levine parecían escapados de alguna nostalgia de Woody Allen, de alguna pieza de Neil Simon, de algún relato de Mordechai Richtler. La Tía Evelyn se parecía la tía Bea (Diane Weist) en “Radio Days” o la tía Blanche (Judith Avey) de “Brighton Beach Memoirs”.  Y todos esos diálogos tan cliché, “eso no va a pasar aquí”, “este es nuestro país” sonaban tan sacados de la fórmula del cine del Holocausto.
Las tías judías


Después de leer las críticas, me di cuenta de que esta serie no va dirigida a los judíos, ni siquiera a mi generación. Por eso es por lo que se pueden reflotar clichés y estereotipos positivos porque hace como veinte años que no lo hacían y los Z de todos los colores tienen que aprender que no todos los judíos son tan nocivos como Harvey Weinstein, el “suicidado” Jeffrey Epstein, y Weiss&Benioff.

Es agradable ver a la Gran Familia Judía compartir cosa típicas como la mesa de Sabbath, y hablar de Joe Di Maggio, tras hacer la bendición sobre las challot (el pan trenzado) y el vino. Se siente nostálgico, a pesar de que tengan la radio prendida, eso sí con swing judío (Benny Goodman y Artie Shaw).

Fuera bromas, es importante mostrar que el mundo judío tradicional (sin ser ultraortodoxo) está unido por su fe, sus tradiciones y sus valores domésticos. Y como la persecución religiosa y las divisiones políticas pueden destabilizar a una familia.

Hubo solo dos cosa que me incomodaron. La primera es la única aparición de un ultraortodoxo en el primer episodio. Cuando Bess enciende las velas del Sabbath, (y todavía no ha oscurecido) aparece en su puerta un jasid (con los bucles trenzados propios de su secta) y solicita una contribución para establecer “un estado judío en Palestina.”

Esto es inclusión de Simon, no aparece en la novela. Si entonces los jasidim iban de puerta en puerta con sus pushkas (alcancías), erar para recolectar fondos para alguna institución (alguna yeshivá, un orfanato) no para crear el estado de Israel. Los judíos ultraortodoxos y los jasídicos creían (y algunos creen hasta hoy) que la patria judía solo puede fundarla el Mesías. Israel nació gracias a los esfuerzos de los judíos sionistas que básicamente eran socialistas y laicos.

Mi segundo reparo es lo poco que se comenta de la situación de los judíos en Alemania (o en Italia donde se llevaba dos años de leyes raciales). Cuando Philip pregunta qué es ese “hogar en Palestina” por el que el jasid pedía tzedaka, su padre se apresura en explicarle que se trata de un país para los refugiados alemanes. No es para los judíos estadounidenses puesto que ellos ya tienen un país. 

Luego, el patrón de Alvin comenta que hace dos años no sabe nada de sus parientes en Alemania. Eso es todo. Es como si el antisemitismo de Lindbergh y del Bund naciera súbitamente y sin motivación.
Para el final dejo lo mejor, la alusión al aniversario del St Louis el barco que anduvo, como los cruceros en tiempos de coronavirus, de puerto en puerto sin que nadie lo dejase anclar. El St Louis portaba un virus diferente: refugiados judíos.

Hablar del St. Louis seria hablar de como la administración Roosevelt negó el permiso al navío de bajar a sus pasajeros en tierra estadounidense. La serie desesperadamente evita hablar de nada que pueda ensuciar esa imagen de la America de Roosevelt como un paraíso para los judíos, porque eso quitaría poder a las noveles medidas antisemitas de la administración Lindbergh.

Lindbergh vs Trump
He dicho que dos cosas me sorprendieron de la adaptación de “The Plot Against America”. La segunda es el modo en que la han vendido. Tanto importantes medios como blogs y sitios webs dedicados a la crítica televisiva han hecho alusión al momento presente sacando semejanzas de donde no las hay. Estos son algunos titulares: “HBO’s Terrific The Plot Against America Hits Close to Home (Vanity Fair); “The Plot Against America has a Powerful Warning” (The New Republic); “Can it Happen Here? (New York Times); “The Plot Against America” Has a Strong Trump Parallel” (France24) etc.

Cuando Philip Roth escribió su libro en el 2004, se le preguntó si era una crítica del gobierno de George W. Bush y el autor lo negó calurosamente. Sería irónico que el libro tratase sobre un presidente que ha sido elegido por prometer que impedirá que los judíos lleven al país a la guerra cuando en la realidad al presidente Bush se le acusaba de ir a la guerra (Irak) empujado por los intereses sionistas de sus asesores.
Philip Roth recibiendo un galardón de Obama

HBO ha tenido en sus manos el manuscrito de Roth por casi una década, pero David Simon se negó a adaptarlo en días de Obama, puesto que le parecía contraproducente hacerlo en tiempos de un presidente tan liberal como Barak Hussein. Como casi todos los judíos seglares y progresistas, Simon creía en el liberalismo obamaniano.
David Simon

 Según relató al Times of Israel ,  su actitud cambió con la llegada al poder de Donald Trump, a pesar de que Roth, quien se pasó los últimos años de su vida ayudándolo a adaptar su obra, le recordó a Simon que había muchas diferencias entre el nuevo presidente y Lindbergh. “Trump es un estafador, Lindbergh era un héroe”. Con lo que quiso decir que si Lindbergh hubiese llegado a la presidencia hubiese tenido más poder sobre las masas que Trump. Ya vemos que los judíos en la obra desde Sandy el hermano del pequeño Philip hasta su tío político el Rabino Bengelsdorf(John Turturro) idolatran a quien apodaban “El Águila Solitaria”.

Donald Trump ha sido una figura mediática, conocida y celebrada por sus hazañas empresariales, por su chutzpah, por su fama de jet setter y mujeriego. Lindbergh era un héroe de la aviación, admirado por su valiente vuelo trasatlántico, un hombre de familia (hasta que se descubrió lo de su casa chica en Alemania) marcado por la tragedia del secuestro y asesinato de su hijito.
Lindbergh y el Espiritu del St. Louis

Lindbergh era un ídolo, un santo para las masas de estadounidenses. Trump ha cometido errores que afectan a toda la nación y si es apoyado es porque sus seguidores les tienen demasiado miedo o desconfianza a los demócratas. Por otro ladoy sería una ingrata al olvidarlo desde Abraham Lincoln, que no había en USA un presidente tan filosemita. Que Trump se rodea de gente extremista y juedeofoba, no borra sus medidas pro-Israel ni el hecho de que su yerno, nietos e hija favorita sean judíos practicantes. Por eso establecer paralelismos entre novela y momento actual es un absurdo.

Es cierto que existe un auge de antisemitismo en Estados Unidos, pero no es culpa de Trump. El antisemitismo gringo existe desde que, en el siglo XVII, Peter Stuyvesant, gobernador de Nueva Ámsterdam (la actual New York), calificó al puñado de judíos portugueses que se habían establecido en su territorio de ser “embusteros, repugnantes y blasfemos”.  En cada siglo, en cada década, el antisemitismo ha aflorado en la Unión Americana, pero por diversas razones.

De acuerdo con Jaques Berlinerbrau en su reseña de la serie en Literary Hub, Roth estaba inspirándose en un tipo de antisemita, blanco y cristiano, que existía en el Estados Unidos de los 30 y 40. Charles Lindbergh era uno de ellos. Lindy creía que los judíos pertenecían a una raza inferior y que representaban un peligro. En el caso de Alemania, aplaudía las medidas nazis que limitaban el control que, según él, ejercían los judíos sobre la sociedad alemana.
Lindbergh recibiendo un regalo de Goering

Los críticos de la serie han comparado el aislacionismo de Lindbergh con el de Trump, pero son incomparables. El aislacionismo del aviador no nacía de un percepción de que USA no necesitaba de otros países u organizaciones, sino de un pacifismo que buscaba evitar que el país se involucrase en ‘guerras extranjeras”. Si miramos la historia del Siglo XXI, es una postura que han adoptado la mayoría de los demócratas estadounidenses.

Nace America First
Durante la Gran Depresión los estudiantes de importantes universidades a través de la nación eran ardientes pacifistas. Por eso esta organización conocida como America First nació en la Facultad de Derecho de la Universidad de Yale. America First originalmente era un grupo que apoyaba la no-intervención y contaba como miembros a gente respetable como la actriz Lilian Gish, el arquitecto Frank Lloyd Wright, el diplomático Andrew Sergeant Shriver y dos jóvenes que acabarían en la Casa Blanca Gerald Ford y John F. Kennedy.

En menos de dos años, America First alcanzó 800.000 miembros, convirtiéndose en la organización aislacionista más grande de USA. Subvencionada por varios millonarios, también miembros, su mayor portavoz era Charles Lindbergh quien viajaba de un al otro extremo de la nación con su mensaje pacifista, mensaje que con el tiempo fue adquiriendo tonalidades fascistoides y antisemitas. Un ejemplo que nos muestra “Plot Against America” es el discurso dado en Des Moines, Iowa, donde acusó de empujar al país a la guerra a tres actores: Gran Bretaña, Los Judíos, y la Administración Roosevelt.

En enero de 1941, Lindbergh se presentó ante el senado para “sugerir” que Estados Unidos negociase un pacto de neutralidad con Alemania. Exasperado, Roosevelt lo atacó frontalmente y Lindbergh renunció a su rango de coronel de la reserva de la USAF (retornó durante la guerra y en 1954, Eisenhower lo nombró brigadier general).

En diciembre de 1941, tres días después de Pearl Harbor, America First fue desbandada, pero regresó en 1944 como un nuevo partido político. Irónicamente fue ese año cuando este novel partido quiso nominar a Charles Lindbergh, entonces sirviendo en la fuerza aérea en el Pacifico, como candidato. A raíz de la serie de HBO, Slate interrogó a cuatro reconocidos historiadores sobre las probabilidades de que Charles Lindbergh se hubiese convertido en presidente de los Estados Unidos. Todos dijeron que hubiese sido imposible.
Caricatura del America First

Se ha comparado The Plot Against America de Philip Roth con The Man in the High Castle de Philip H. Dick. En la novela de Dick, Roosevelt es asesinado en 1934. Su vicepresidente John Nance Garner, un tejano sin la conciencia social y liberal de FDR no consigue sacar al país de la Depresión. Al final, un Estados Unidos debilitado es invadió por japoneses y alemanes.

Este escenario no existía en 1940. Era una elección prácticamente ganada por FDR, su contrincante era débil y a pesar de la pujante militancia del America First, los intervencionistas seguían siendo mayoría, incluso entre los jóvenes. Roth nos describe al joven Alvin primo del pequeño Philip quien se enrola en el ejercito canadiense “para matar Nazis” y pierde una pierna. En la vida real eso es lo que le sucedió a Chuck Bolte, que recién graduado de Darmouth, se alistó en el ejercito canadiense y perdió una pierna en El Alamein.
Una última palabra sobre el antisemitismo de Estados Unidos en vísperas de Pearl Harbor. Fue un fenómeno tan fuerte que necesitaré de otro artículo para describirlo. Pero para que quede claro de porque no se parece al de hoy, debemos volver a ese arquetipo al que temía Roth, el hombre blanco y cristiano. A pesar de que los judíos seguimos, siendo el objetivo de neonazis y otros supremacistas, y de muchas iglesias fundamentalistas (exceptuando a Cristianos Sionistas), el perfil del antisemita estadounidense ha variado.

El Nuevo Antisemitismo
Hoy el antisemitismo es esgrimido por grupos radicales desde islamistas hasta feministas. Por primera vez los demócratas más progresistas ven con malos ojos a los judíos sea por su apoyo a Israel, o porque su religión y estilo de vida chocan con valores “progres”. En “Plot Against America” el Rabino Bengelsdorff se ufana de haber convencido a Lindbergh de la lealtad de los judíos y de “su americanismo”.

Hoy el mundo progresista ve en los judíos sionistas y en los no asimilados (léase los que se adhieren al judaísmo ortodoxo) como “traidores”. Tristemente es una postura que adoptan las figuras públicas judías (léase Bernie Sanders) y son estas figuras totalmente asimiladas los únicos judíos digestibles para la progresía.

He dejado para el final al nuevo antisemita que ya no es blanco. Una ironía es que la campaña por los derechos civiles fue el momento más armónico en la historia americana de negros y judíos.  Durante el auge de ese movimiento hubo ataques del Klan en contra de sinagogas y asesinatos de activistas judíos como Michael Schwerner y Andrew Goodman cuando intentaban ayudar a la población de color en las votaciones de 1965, en Mississippi. El Dr. Martin Luther King tuvo entre sus colaboradores a rabinos como Joshua Herschel quien estaba junto a él en la icónica marcha en Selma en 1965.
Dr. King entre rabinos

Tras el asesinato del Dr. King y el florecimiento del nacionalismo negro (vinculado al islam) esa armonía se quebró. Movimientos supremacistas de color, desde los Black Israelites hasta la Nación del Islam del Reverendo Farrakhan, han fomentado rechazo y rencor antisemitas en segmentos de la población afroamericana. Hoy en día se considera a los judíos como otra rama de la población “blanca” (¿qué diría el Fuhrer?) y por lo tanto enemigos de la gente de color.


Louis Farrahkhan

 Lo vemos tanto en los insultos racistas de la congresista Ilhan Omar como en el slip freudiano de la periodista afroamericana Abby Philips al dirigirse a Bernie Sanders como “Senador SanJew (san judío)”. Y ese racimo de agresiones verbales y físicas que decoró la semana de Janucá 2019 fue practicado por miembros del colectivo afroamericano tal como el hombre de color que irrumpió en una sinagoga de Monsey armado con un hacha con la que agredió a los presentes.

Como esperando que el eslogan de “ayer como hoy” no funcionase en su vinculación al antisemitismo, el mismo Simon ha dicho en The Times of Israel que la relevancia de su serie es que la persecución de los judíos presenta similitudes con las políticas anti-imigrantes de la administración Trump, con la islamofobia y con el racismo imperante en USA. “No hice esta obra como una narrativa en torno de tropos antisemitas. La hice sobre el odio dirigido hacia todos los objetivos.”

Si “The Plot Against America” tratase sobre refugiados judíos de la Europa de Hitler siendo separados de sus familia y sobre niños encerrados en jaulas, podríamos hablar de paralelismos. Pero la serie se enfoca en agresiones contra una primera y una segunda generación de judíos que son ciudadanos de los Estados Unidos y que son parte de la cultura del país.

Tampoco hay similitudes con la islamofobia. En ningún momento Lindbergh acusa a los judíos de cometer actos terroristas contra los americanos ni dentro ni fuera de las fronteras del país. En cuanto a la población afroamericana, que yo sepa nunca se la ha acusado de provocar guerras o de impulsar a la nación a entrar en conflictos bélicos.

La lapida sobre esta incongruente y falaz campaña de mercadeo la han puesto los críticos afroamericanos que han imputado tanto a Roth, como su libro y la serie, de racismo y me temo que tienen razón. Racismo no es solo atacar a un grupo étnico sino también olvidarlo, hacerlo a un lado.

 Como ha dicho Noah Berlatsky en Think en el sitio web de la NBC,  la llegada de un presidente partidario de las medidas de limpieza étnica de los nazis hubiese comenzado con ataques a los negros. Peor aún, se comete un olvido imperdonable en el libro cuando se habla de ataques antisemitas del KuKlux Klan, sin mencionar el primer objetivo de los encapuchados, la población de color.” ¿Debemos creer que no hay un auge paralelo de ataques a negros y otras gentes de color en esta era alternativa de Lindbergh?” pregunta Berlartsky.

La adaptación de La conjura  contra  America (el título del libro en español) es primorosa y ciertamente ha superado al libro en aspectos como el engrandecimiento de los personajes femeninos, pero también se ha encargado de embutir en la trama,  como ha dicho Marcelo Stiletano en La Nación de Buenos Aires, “deliberadas y explicitas alusiones a la situación actual de Estados Unidos” incluso llegando a copiar,  (algo que no existe en el original)  la certeza de muchos de que el país jamás elegiría a alguien tan racista como Lindbergh. Un tema circulante durante la campaña de Trump.

¿Pero si estos paralelos son tan forzados de dónde sacó Roth esta opresiva sensación de que Estados Unidos era un país donde los judíos no eran bienvenidos?  La respuesta está en lo que nadie se atreve a hacer, revisar el periodo entre la ascensión de Hitler al poder y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Hay que ver como repercutieron estos eventos en la sociedad estadounidense y sobre todo en el gobierno de Franklin Delano Roosevelt que, en privado, miraba a los judíos con tanto desprecio como Charles Lindbergh.

También habría que ver de dónde sacó Roth al oportunista pero ingenuo Rabino Bengelsdorf. De eso hablaremos pronto. Entretanto recomiendo “The Plot Against America” por su estética, sus excelentes actuaciones y trama, pero tengan en cuenta que no representa nada del presente, quizás porque el presente es peor.

NOTA: Normalmente no pongo bibliografía, pero este articulo amerita. Además de los artículos mencionados (y enlazados) para el texto he consultado tres libros.

Breitman, Richard.  FDR and the Jews.
Madoff, Rafael.  The Jews Should Keep Quiet: Franklin D. Roosevelt, Rabbi Stephen S. Wise and the Holocaust
Manchester, William.  The Glory and the Dream: a narrative history of United States 1932-1972