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viernes, 29 de noviembre de 2019

Las Grandes Miniseries Épicas del Siglo XX (I): El triunfo de lo étnico (Televisión del Ayer)



Para mi cumpleaños recibí Epic Television Miniseries de John De Vito y Frank Tropea. Como los historiadores de la televisión se han ocupado poco de este género, esperaba más del libro. Pero su manera de dividir, incluir y excluir material, además de la simplificación de sus tesis, me han desilusionado hasta el punto de intentar humildemente explicar el fenómeno de la miniserie épica y como tuvo su Edad Gloriosa a fines del Siglo XX.

Nacimiento de la Miniserie Epica
La definición de miniserie es simplísima. Es una narrativa que necesita de varios capítulos para llegar a una conclusión.  Es lo que hoy llamamos “serie limitada”, lo opuesto a una serie “continuada” que puede abarcar varias temporadas. GOT era serie continuada, “Catalina, la Grande” es serie limitada. A pesar de compartir el mismo nombre, las dos temporadas de “The Terror” son series limitadas.

Un distingo de las miniseries estadounidenses del siglo pasado es que se ofrecían los capítulos de manera continuada, en tandas de tres a siete noches. Todavía recuerdo los anuncios: “Tonight! The (astounding, exciting, rousing, thrilling… adjetivos no escaseaban) conclusión of…! “

Esa es una de las primeras diferencias con las “series limitadas” del Masterpiece Theater, que como las modernas, eran un episodio semanal. Esa es la primera diferencia con “Brideshead Revisited”,  la extraordinaria adaptación de Granada del clásico de Evelyn Waugh del que ya hablé cuando mencioné la ficción conectada con las casas de campo inglesas.

Es tan notoria la obsesión de los autores de este libro con “Brideshead” que la han puesto en la cubierta y que se esmeran en incluirla en un examen del género. No reparan que esta serie no es parte de la miniserie craze estadounidense. “Brideshead Revisited” pertenece a una tradición británica y es el resultado esperado de la evolución de las series limitadas de la BBC. Es un puente entre las adaptaciones literarias del “Masterpiece Theater” y “Downton Abbey”.

En realidad, “Brideshead” es parte de la tradición televisiva continental. Antes de yo conocer el “Masterpiece Theater”, ya a fines de los 60/comienzos de los 70 haba visto una adaptación de la RAI de David Copperfield, una versión francesa de El Caballero de la Casa Roja de Dumas, y todas las dramatizaciones de obras literarias de la RTV que les mencioné en otro post.

Magnifica, y quizás superior a sus congéneres estadounidenses, “Brideshead Revisited” sigue el esquema del “Masterpiece Theater” (a pesar de que en Inglaterra debutó en ITV y en Estados Unidos la ofreció “Great Performances”).  Es un continuado semanal. No tiene esa proximidad de anticipación de la vieja miniserie épica.

Los otros intentos de De Vito y Portes de vincular un género totalmente estadounidense con la tradición europea son menos excusables.” Imágenes de un matrimonio” de Ingmar Bergman no es ni siquiera épica y “Berlín Alexanderplatz”, con su crudeza y escenas sórdidas de sexo (que a Mi Pa escandalizaron en su día), más se asemeja a la soberbia “Babylon Berlin” que a productos del otro lado del Atlántico.

El libro tiene ciertos aciertos. Reconoce que el núcleo principal de la televisión estadounidense de fines de los 70 hasta comienzos de los 90 fueron las miniseries. Reconoce que las miniseries nacen como competencia con el producto británico y define como la primera miniserie Bona Fide a “QBVII” en 1974. Sin embargo, deja como ambiguo el final del reinado de la miniserie. Por ejemplo, dice que no puede hablar de “Band of Brothers” porque trasciende los parámetros que el libro ha establecido. No sé qué parámetros serán eso. Aparte de que no se ofreció de manera continuada, “BOB” es para mí la última gran miniserie épica. Una que bien pudo hacerse (tal vez sin los efectos especiales) en los 80 y hubiese tenido igual relevancia y buen recibimiento.

Me imaginé que el libro se referiría a parámetros cronológicos, pero luego habla de “Angels in America” hecha dos años después que BOB y que ciertamente no es una miniserie épica solo una fastuosa y profunda serie limitada del siglo XXI. La miniserie épica corresponde a una mentalidad del último tercio del siglo XX, de un mundo menos global, totalmente desprovisto de los adelantos tecnológicos a los que estamos acostumbrados.

Literatura y los Bestsellers
La miniserie épica, como su nombre indica, debe ocurrir en un mundo épico, o sea el pasado. Esa es la primera característica en común del género. La segunda es que casi todas las miniseries épicas fueron adaptaciones de libros. Eso creo es importante recordar en vista de que vivimos una era de guiones pobres que solo se salvan si se apoyan en algún solido modelo original literario.  De hecho, las miniseries épicas más débiles fueron las que no tuvieron conexiones literarias como fueron el caso de “The Manions of America” o “Marco Polo” (1982).

A diferencia del “Masterpiece Theater” británico que solo trabajaba con clásicos de la literatura universal, la miniserie estadounidense era más amplia de criterio. Tuvimos adaptaciones de clásicos universales como Los últimos días de Pompeya de Bulwer Lytton, clásicos del Siglo XX como Al este del Eden y The Sun Also Rises, pero también de bestsellers del momento como el Shogun de James Clavell y, por supuesto, las Raíces de Alex Haley.

Hubo autores como Anton Myrer y John Jakes que adquirirían fama gracias a las teleseries. Harold Robbins encontró más respeto en la televisión que en el cine para su pulp fiction. En sus comienzos las miniseries se basaron en obras de reconocidos creadores de superventas como Leon Uris (QBVII); Irwin Shaw (Hombre Rico, Hombre Pobre; James Michener (Centennial); y en los 80 llegaría Herman Wouk con su épica de la Segunda Guerra Mundial The Winds of War and War and Remembrance.

Aunque también están basadas en superventas, desligo de la categoría de épicas a esas innumerables adaptaciones de las novelas de suspenso de Sídney Sheldon, los dramas sentimentales de Judith Kranz y las sagas hollywoodenses de Jackie Collins. En cambio, sí califica como épica la adaptación de Lace de Shirley Conran. Será su contenido, sus deslumbrantes y tenebrosos espacio geográficos, o sus monumentales personajes, pero épica es esa idea en que una estrella de cine exactriz pornoreúna a tres mujeres en una suite de hotel para espetarles la épica pregunta: “¿Cuál de ustedes, perras, es mi madre?”

Sobre todo, porque los espectadores, al igual que la protagonista, no sabemos quién es la madre de Lily (Phoebe Cates) sino hasta los últimos minutos del episodio final. Son las conjeturas las que le añaden otro elemento épico a una historia que nos remonta al pasado, a un prestigioso internado suizo a fines de los 50 donde tres jovencitas (no cuatro como en la novela) sueñan con el amor, descubren el sexo y una de ellas se enfrenta con un embarazo no deseado.

De ahí viene un vertiginoso viaje hasta el presente a través del cualen Francia, Inglaterra y Estados Unidoslas colegialas madurarán y encontrarán éxito y felicidad. No así Lily quien enfrentará orfandad, miseria, abuso, hasta caer en el degradante mundo de la pornografía del que surgirá como una estrella dee cine “serio”, pero llena de rencores y preguntas.

Roots y el Lado Oscuro de Ser Minoría
Volviendo al libro, De Vito y Aspen hacen unas divisiones increíbles, por ejemplo, dividen las miniseries épicas en personajes. Hablan de la predominación de duplas “esposa-amante” en las miniseries. Aparte de que tal predominio no existió, por excelente que fuese el género, las miniseries épicas del Siglo XX no se caracterizaron por enfocarse en mujeres, ni siquiera en “los protagonistas aventureros”, otra calificación ingenua del libro.

El primer personaje que los autores destacan es “el esclavo” porque obviamente deciden que el auge de la miniserie épica nace del fenómeno “Roots”. Pero no saben cómo aplicar este personaje a otras miniseries y acaban empalmándolo de mala manera con los protagonistas de “Holocausto”. Curioso porque el gran vínculo entre “Roots” y “Holocausto” no es la esclavitud sino el elogio a la etnicidad.

La Campaña de Derechos Civiles iniciada a fines de los 50 había cambiado el modo en que la sociedad estadounidense percibía a los descendientes de esclavos. La televisión a paso de caracol los integraba a sus series y ya no en roles de sirvientes. Al mismo tiempo surgía un “poder negro” fuera de las pantallas que coloreaba la expresión de figuras mediáticas afroamericanas. Puños en altos por parte de deportistas, críticas al whitewashing de “Julia” y un lenguaje más agresivo que el del difunto Dr. Martin Luther King revisaban la historia y experiencia del afroamericano a la par de exigir justicia, reparación y un lugar en la sociedad blanca.

“Roots” es el cierre de ese capítulo.  Fue publicada el año en que Jimmy Carter llegó a la Casa Blanca con promesas de cambios en la sociedad estadounidense los que incluían mayores beneficios para su población africana. El libro, que por un año fue un superventas, en 1977 se convertía en una miniserie de ocho horas. Premios, aplausos, honores se apilaron sobre este fuerte retrato histórico de la violencia cometida contra los africanos.

En el siglo XVIII, Kunta Kinte (LeVar Barton) un joven mandingo es secuestrado por traficantes de esclavos. Tras un viaje espeluznante es vendido como esclavo en Las Carolinas; cuando intenta huir le cortan un pie; su hija Kizzy (Leslie Uggams) es violada y embarazada por su amo; Tom (George Stanford Brown), nieto de Kizzy, enfrenta discriminación y violencia aun después de la Guerra de Secesión.



A pesar de lo innegablemente estupenda que es “Roots” había mucha amargura en este cuento de abusos y brutalidad. Sin llegar a los excesos de la reprensible adaptación del 2016, donde todos los personajes blancos “buenos” o fueron eliminados o convertidos en villanos, “Roots” incomodó a mucha gente que sin ser racista no quería sentirse como verdugo de todo un pueblo.

Debido a eso, todos recibimos con cariño la llegada de “Roots: The New Generation” que debutó el verano de 1979. No es que esta continuación (estaba basada en los 7 capítulos finales del libro) no fuese cruda en mostrar la violencia del blanco. 

Por el contrario, vemos que Tom es humillado por los racistas y se ve impedido de ejercer el voto. Su yerno Will Palmer (Stan Shaw) tiene un amigo que a fines del Siglo XIX es brutalmente linchado. Simon Haley (Dorian Harewood) yerno de Will es testigo de discriminación en contra de las tropas negras durante la Gran Guerra (incluyendo ejecuciones) y su hijo Alex (James Earl Jones) debe en los 60 entrevistar al líder del Ku Klux Klan, George Lincoln Rockwell (Marlon Brando).
James Earl Jones como Alex Haley y Marlon Brando como George Lincoln Rockwell

La diferencia es que a la par de monstruos, hay maravillosos personajes caucásicos. La serie expande el concepto del racismo. Vemos racismo en reversa (Tom impide a su hija casarse con un joven de raza mixta), hasta vemos un humilde almacenero judío, amigo de los Palmer, al que el Klan quema su tienda. A diferencia de “Roots” el mensaje de denuncia va acompañado de un retrato de la evolución del afroamericano en la sociedad estadounidense y su contribución a esta.

Will Palmer, a pesar de vivir en el racista Sur, establece una prospera barraca; su hija Bertha (Irene Cara) va a la universidad y se casa con un agrónomo, Simon Haley. Tanto Simon como su hijo Alex sirven honrosamente en las fuerzas armadas durante las Guerras Mundiales. Alex se convierte en prestigioso periodista y autor exitoso. La serie acaba en un conmovedor y optimista mensaje: Alex va la aldea del rio Gambia de donde era originario Kunta Kinte y se encuentra con sus parientes africanos.

Ese mensaje universal ilustraría la corriente que adoptaría la miniserie épica estadunidense: un honrar al inmigrante (incluso al traído a la fuerza), a su herencia étnica y a su contribución al crisol de razas que era Estados Unidos. Aunque ahora mucho se desprecia el concepto del Melting Pot, en ese entonces era parte de nuestro credo y nos lo era inculcado por las miniseries épicas.

La televisión de ese entonces se pobló de sitcoms que describían la experiencia de afroamericanos de todos los estratos sociales. A cambio no se volverían a hacer miniseries sobre historia africana o esclavitud sino hasta la tristísima “Queen” (1993) que continuaba la saga de Alex Haley, Ahora sobre la familia de su padre, principalmente de su abuela Queen Jackson Haley encarnada formidablemente por Halle Barry.

A pesar de que Queen nace esclava, hija del “señorito” blanco y aunque es liberada por la Guerra de Secesión, sufrirá mucho a manos de blancos prejuiciosos incluyendo su madrastra (Ann Margret) y hasta del Ku Klux Klan que lincha al padre de su hijo. Sin embargo, la historia mantiene ese lenguaje que apela a gente al margen del mundo afroamericano. “Queen” es la historia universal de una mujer de raza mixta que intenta pasar por blanca, pero al final acepta su color y solo busca que sus hijos tengan una vida mejor.

Como mujer abusada, violada, abandonada, como madre soltera y como paciente de una institución mental, Queen es un personaje con el que pueden identificarse mujeres de todas las razas. Además, la serie si tiene personajes blancos buenos: Jane, hermanastra de Queen; el bondadoso Mr. Cherry patrón de la protagonista y el psiquiatra que le da el permiso de salir del manicomio para asistir a la graduación de su hijo.

El gánster: los Italoamericanos en Miniseries Epicas
Sin llegar a la brutalidad que realmente vivieron los afroamericanos en los Estados unidos, otras miniseries buscarían describir la experiencia y la discriminación sufrida por otros grupos de inmigrantes, principalmente los que hoy se aglomeran bajo el rubro de “blancos”. No fue la televisión la primera en esbozar lo que más tarde se conocería como multiculturalismo.

Primero vino el filme sueco “Los Emigrantes”” con Max von Sydow y Liv Ullmann. Ganadora de un Oscar, esta sería la inspiración para “The New Land” una miniserie del 1974, ambas relatarían las vivencias de emigrantes escandinavos al Medio Oeste de los Estados Unidos.

En 1972, el mundo entero gracias a Francis Ford Coppola conocería la experiencia de la inmigración italiana (y subsecuente invención del crimen organizado) en los Estados Unidos. Es triste que la vida italoamericana fuese reducida, incluso en miniseries, a una humanización de los gánsteres. Siguiendo el modelo de “El Padrino”, nacía en 1980 “The Gangster Chronicles” con hampones guapísimos y románticos y toda una glorificación y glamurizacion del bajo mundo y sus muchas raíces étnicas que culminarían en este siglo en soberbias series como “Los Sopranos” y “El imperio del contrabando.”

Las únicas excepciones en lo que respecta a la semblanza de la peregrinación italoamericana fueron “The Fortunate Pilgrim” también basada en una novela de Mario Puzo y que en 1988 marcaria el debut de la diva Sofia Loren en la televisión americana. Otro (y tristemente olvidado) ejemplo fue la adaptación de The Inmigrants (1977) la primera parte de la trilogía de Howard Fast sobre la Familia Lavetta. Stephen Macht es Dan Lavetta un inmigrante italiano que pierde a su familia en el Terremoto de San Francisco. Ayudado por un grupo de personajes étnicos, Lavetta hace fortuna, se casa con una chica de sociedad, pero solo alcanza la felicidad con Mei Ling (Amy Eccles), la hija de su socio chino.


Mas allá del Holocausto
En los relatos gansteriles también pudimos divisar la experiencia de otras etnias tal como los judíos y los irlandeses. Pero los primeros tomarían por asalto la televisión con miniseries épicas sobre el Holocausto, un género que apenas levantaba cabeza en el cine, pero que animado por el éxito de determinadas miniseries daría lo mejor de sí en los 80 para luego caer en tristes clichés.

Ya he hablado en otro sitio sobre “Holocausto” de Gerald Green y su participación en el auge del género, pero no hay que olvidar que la miniserie épica comenzó con una adaptación de una novela de Leon Uris sobre el Holocausto, QBVII.  Aunque solo se hicieron tres miniseries épicas sobre el tema “QBVII”, “Holocaust” y “War and Remembrance”, se hicieron varios filmes (algunos en dos partes) sobre el tema.

En retrospectiva, me sorprende o incomoda que, a diferencia con los afroamericanos, la experiencia judeo-americana quedase relegada a víctimas del nazismo y a gánsteres. Por suerte hubo un par de miniseries que solucionarían el problema.

Steven Keats en 1975 había protagonizado la soberbia “Hester Street”, un retrato de un matrimonio de inmigrantes judío en la Nueva York de principios del siglo XX donde la adaptación del marido a un nuevo mundo se basa en la asimilación, mientras la esposa (Carol Kane) se aferra a sus tradiciones religiosas y culturales. Siempre dentro del tema, Keats protagonizó en 1977 “Seventh Avenue”.

Basada en un superventas de Norman Bogner, la serie describe el acenso del humilde Jay Black (Keats), un judío de Brooklyn, en el mundo de la confección de ropa (lo que se conocía como “La industria de la aguja”) de Nueva York durante la Depresión. A través de seis horas vemos a Jay hacerse millonario, luchar contra el bajo mundo que quiere dominar su negocio, y decidir qué mujer le conviene la esposa con la que se casó obligado (Dori Brenner) o la diseñadora a la que ama (Jane Seymour).

Casi una década tuvo que pasar antes de que se volviese a retratar en pantalla la experiencia de los inmigrantes judíos. Evergreen el superventas de Belva Plain llegó a la televisión en 1985, obtuvo altos ratings y un Emmy gracias a las poderosas actuaciones de Lesley Anne Warren, Amand Assante e Ian McShane.

 En los 1900, Anna, una chica judía, llega a Nueva York sin dinero ni familia. acaba de criada en casa de los adinerados y muy judíos Lerner, y se enamora del “señorito” Paul (McShane). Pero Anna termina casada con Joseph Friedman (Assante), un judío ortodoxo que cree en el “sueño americano”.
 Pasan los años, los Friedman son ricos pero infelices debido a la inflexibilidad de Joseph. Su hijo se casa con una cristiana y se aleja de la familia. Joseph aliviado ve que Iris, su hija menor, se casa con un doctor vienes, sobreviviente del Holocausto. Lo que Joseph ignora es que Iris es, en realidad, hija de Paul.

Como no es muy fácil ver esta miniserie les cuento el final. Eric, el nieto de Joseph, si está interesado en ser judío, tanto que muere en la primera guerra árabe-israelí (o como nosotros la llamamos La Guerra de Independencia de Israel). Joseph tiene un infarto fatal. El mismo día en que Anna recibe la visita de la esposa de Eric que viene a presentarle a su bisnieta, también recibe una visita de Paul Lerner que nunca ha dejado de amarla. La miniserie termina como en Amor en Tiempos de Colera con dos viejitos que deciden darse una nueva oportunidad.


De los Armagh a los Kennedy
El Holocausto y el cine de gánsteres, para bien o para mal, han convertido a judíos e italoamericanos en personajes reconocibles. No ha ocurrido lo mismo con los irlandeses cuya inmensa contribución a la historia y cultura estadounidense, al igual que la discriminación sufrida por parte de la población WASP (White Anglo-Saxon Protestant) han sido opacadas por las vivencias de otros grupos étnicos.

A pesar de que le tocaría a Hollywood retratar los más brutales ejemplos de discriminación en contra de los irlandeses, me refiero al Batallón de San Patricio y a los Molly Maguires, la miniserie épica no olvidaría a los hijos de Erin. En 1977 debutaba en las pantallas de NBC la adaptación del superventas de Taylor Cadwell Capitanes y Reyes.

Richard Jordan ganó un Globo de Oro por su interpretación de Joseph Armagh un huerfanito que llega a Filadelfia en 1848 huyendo de la hambruna en Irlanda. Armagh logra hacer fortuna y a medida que asciende en la escala social, va perdiendo moral y adquiriendo ambición. Traiciona a su verdadero amor para casarse con Bernadette (un merecidísimo Emmy para Patty Duke), la hija de un senador a la que le hace cuatro hijos a la vez que con su desamor empuja al alcoholismo y a la locura.
Patty Duke como Bernadette Armagh

La gran ambición de Armagh es convertir a su hijo Rory (Perry King) en el primer presidente católico de USA. Para eso lo obliga a divorciarse de Marjorie (Jane Seymour en su primera incursión en la miniserie épica de la cual sería reina) considerándola poca cosa. Sin embargo, antes de llegar a la Casa Blanca, Rory muere en un atentado que copia hasta el último detalle del asesinato de Robert Kennedy. Bueno para todo lector y televidente “Capitanes y Reyes” era un roman a clef sobre los Kennedy.

Antes de hablar de esta familia tan importante en la historia estadounidense, debemos saltarnos 13 años después del debut de “Captains and the  Kings” cuando la ABC decidió hacer algo parecido como marco para hacer conocer al público americano a un tal Pierce Brosnan. El galán irlandés interpretaba a Rory O’Manion, huérfano, cargado con dos hermanitos que llega a Estados Unidos huyendo no solo de la mala cosecha de la papa sino también de la justicia británica. En Irlanda además de matar a un hombre Rory tuvo sus revolcones con la aristocrática inglesa Rachel Clement (Kate Mulgrew). Rachel lo sigue a Boston, consigue que su tío le dé un empleo y se casa con él.

Pasan los años, Rory es millonario, pero su vida familiar es un infierno. Rachel no puede tener hijos, un embarazo pondría en riesgo su vida. Rory se hace amante de una jovencita, Rachel lo descubre, y acaban teniendo sexo violento (a ratos parecía viloacion). Rachel queda embarazada y muere al dar a luz.  De solo acordarme de tamaña bazofia, me dan arcadas. Basta decir que (¡oh anatema!) encontré a Pierce feo y no necesité que en una entrevista Kate dijera que nunca hubo química entre ella y el irlandés.

¿Pero quién necesitaba irlandeses ficticios para miniseries épicas cuando Estados Unidos gozaba de una aristocracia celta apellidada Kennedy?  Fueron Los Kennedys los protagonistas de media docena de telefilmes y miniseries totalmente épicos. Comenzamos en 1974 con William Devane y Martin Sheen como Los Hermanos Kennedy en “Los misiles de octubre”, seguido en 1977 por “Johnnie We Hardly Knew Ye”.  Ese mismo año Peter Strauss protagonizaba el telefilme “Young Joe: The Forgotten Kennedy”.

En 1981 tuvimos a Jackie Smith interpretando a otra Jackie en “Jacqueline Bouvier Kennedy” con James Franciscus como su primer marido. En 1983 Martin Sheen protagonizaba la miniserie “Kennedy” con una estupenda Blair Brown como Jackie En 1985, Brad Davis daba vida a “Robert Kennedy y su época” otra miniserie sobre estos fascinantes irlandeses.

La miniserie épica de los 90 tampoco abandonó a los Kennedy. En 1990 tuvimos “Los Kennedy de Masaachusets” que no solo abarcó las aventuras de los famosos hermanos y sus esposas, también exploró la vida de sus padres y abuelos y el modo en que los irlandeses habían sobrevivido la discriminación y el racismo del mundo de la política. Un año mas tarde, Sarah Michelle Gellar y Roma Downey interpretaron a Mrs. John Kennedy en “A Woman Called Jackie”, con Stephen Collins como Jack Kennedy.
Joseph y Rose Kennedy


En 1993, Patrick Dempsey fue un JFK adorable en “JFK: Reckless Youth” que describía los años mozos del primer presidente católico de Estados Unidos. El ciclo de las miniseries épicas sobre los Kennedy acaboó en el 2000 con otra variación de la vida de la infatigable y glamorosa Jackie en “Jacqueline Bouvier Kennedy Onassis”. Esta vez les tocó a Emily van Camp y a Joanne Whalley dar vida la ex primera dama desde su juventud hasta su segundo matrimonio.

Vale decir que por francas que fueran estas miniseries, trataron con más respeto a los Kennedys que los esfuerzos de este siglo donde “The Kennedys”, “Jackie” y hasta “The Crown “han hecho hincapié en chismes de prensa amarillista antes de mostrar lo que esta familia representó para la comunidad irlandesa en la diáspora.

Si alguien se pregunta por qué hoy no hay miniseries, incluso limitadas, sobre el crisol de razas es porque el revisionismo moderno nos dice que nunca existió una interactuación armónica entre gente de diferentes culturas en Estados Unidos. De ahí que haya tantas series que victimizan a gente de color o promueven la segregación étnica. Únicamente “El Imperio del Contrabando” fue un homenaje al melting pot norteamericano, aunque fuese nada más que en el mundo del hampa.

En la próxima entrega veremos la verdadera miniserie épica, la que giró en torno a eventos históricos. veremos como las biopias del fin del siglo XX decantaron de figuras históricas para cifrarse en actores y millonarios y también revisaremos brevemente las carreras de actores que fueron los reyes del género.
¿Viste alguna vez alguna de estas miniseries étnicas de las que he mencionado? ¿Cuál crees que merecería un remake? ¿Por qué razón nunca ha habido una miniserie épica o no, dedicada los latinos en USA?


lunes, 15 de octubre de 2018

A Cuarenta Años de Holocausto (Televisión del Ayer)



La semana pasada recordábamos el aniversario de “Julia “y la campaña de criticas que sufriera el show y su protagonista, Diahann Carroll. En este 2018, también se celebran cuarenta años de otro hito de la televisión de los 70s,  la miniserie “Holocausto”. A pesar de que  está considerada pasada de moda y se la culpa de iniciar una serie de clichés que hoy se asocian al tema, me sorprendió saber que las criticas la acompañaron desde la noche de su nacimiento, y que  su máximo detractor fuera un judío, Sir Elie Wiesel.

Cada vez que disputo  sobre la representación del Holocausto en ficción, sea con negacionistas, neo nazis, pro-causa palestina o simplemente gente aburrida con tanto filme parecido,  sacan a relucir a “La Industria del Holocausto” y la obra que mayor critica recibe es la miniserie “Holocausto”. Los reproches se resumen en “¡qué mala es y tan llena de clichés!” Eso me causa risa porque los clichés nacieron después. “Holocausto” (versión en inglés), que debutará en la televisión en abril de 1978,  los inventó.

Es difícil para los nacidos después de 1980 imaginarse que a fines de los Setentas no había tal cosa como “Industria del Holocausto”. Los sobrevivientes cargaban sus recuerdos en silencio y con vergüenza, no existía un punto de referencia para hablar del exterminio nazi o de los campos de concentración. Les recomiendo un excelente documental “Imaginary Witness: Hollywood and the Holocaust”(Testigo imaginario: Hollywood y el Holocausto) que describe,  en orden cronológico,  la evolución del tema en cine y televisión.

Aunque  había filmes ( “The Juggler”, ”The Pawnbroker”y hasta un episodio de “La galería nocturna”) que giraban en torno a sobrevivientes de campos de concentración, la realidad de los lagers era algo que solo se podía leer en textos de historia o memorias como la trilogía de Primo Levi o la Noche de Elie Wiesel. Fue precisamente Sir Elie quien usaría el lenguaje más fuerte en contra de “Holocausto” acusándola de ser “untrue, offensive, and cheap” (falsa, ofensiva y de poco valor). Tengo que hacer un esfuerzo para  acercarme a su postura, y la de otros sobrevivientes, y  darme cuenta del shock de ver su tragedia  enmarcada en  la pantalla de su televisor. Era impensable porque se trataba de algo no visto hasta entonces.

Yo creo que todo actor histórico que ve su experiencia en pantalla (por ejemplo los mineros ante “Los 100”) se siente mal representado y desprestigiado. La experiencia de Auschwitz había sido parte del cine europeo  desde que Wanda Jakuwoska, recién liberada, dirigiera “La última etapa” (Polonia, 1945). Para 1978, existían algunas joyas del género como la tristísima “Kapo” (1960),  una coproducción ítalo-yugoeslava que narraba la necesidad de una sobreviviente (Susan Strasberg) de ocultar su pasado como guardia de sus compañeros de cautiverio. Aunque la academia galardonaba esas cintas, muy pocos estadounidense (aun los judíos)  las veían  puesto que solo circulaban  en cines especializados y por poco tiempo en cartelera.

Aun cuando yo había visto filmes sobre criminales de guerra (“El Juicio de Nuremberg”, la miniserie “QB VII “, The Man in the Glass Booth”) y sobre la persecución de los judíos (El Viaje de los Malditos y El Diario de Ana Frank), la vida en los lagers era algo que conocía solo de libros o de testimonios personales de los sobrevivientes. Aparté de documentales, los únicos ejemplos de dramatización de los campos de concentración en mi memoria eran de un filme de Spencer Tracy “La Séptima Cruz” (1944) y las “7 Bellezas””  de Lina Wermuller (Italia, 1976).

Curiosamente, ninguna de  estas películas se enfocaban en la experiencia judía. “Holocausto” (versión en español) por primera vez me puso cara cara con  lo que me podría haber pasado de haber vivido en ese tiempo, con lo que les había pasado a las tías  de mi madre (tres míticas benefactoras que velaron sobre mi cuna y que como Las Parcas, respondían solo a nombres de pila: Elvira, Sasha, y Flora).

Lo que Elie Wiesel no notaba es que para 1978,   la ausencia de datos históricos , de rostros humanos, de aspectos tangibles que respetar o sacralizar,  estaban generando un  cine  peligroso. Teníamos parodias de la vida en campos de concentración (“7 Bellezas”):  filmes de horror (“Los niños de Brasil”): erótica (“El portero de la noche”) y un tipo de pornografía que usaba los crímenes del Nazismo para excitar sexualmente. Conocida como Nazixplotation nos brindó títulos como “Ilsa, La Loba de la SS”(1974) y “La Ultima Orgia de la Gestapo” (1977).

Lo primero que hay que agradecer a “Holocausto”,  es que al  examinar ese periodo desde una perspectiva de cultura popular, nos permitió a muchos judíos salir del closet otorgándonos un vínculo en común. Hasta 1976,  yo no había practicado la religión judía, hasta 1970 yo ni sabía que era judía. Mi interés por el Holocausto fue una manera de crearme una identidad cultural.

Cuando llegue a mi escuela, Ezra Academy of  Queens, en 1976, no sabía leer en hebreo, no conocía ninguna oración judaica, pero podía debatir el tema del Holocausto con compañeros y maestros cuyos padres habían huido de la persecución nazi, o eran sobrevivientes de Auschwitz.

Lo que hoy llamaríamos “iniciar una conversación sobre el tema” estaba flotando en el zeitgeist de los 70. “Holocausto” llegó en el momento indicado. En esa década  se había despertado un interés por sagas “étnicas”. Las minorías estaban buscando sus raíces culturales dentro del cine y la televisión: Los Italianos con “El Padrino”; los irlandeses con “Capitanes y Reyes” y luego “Los Manions de América”:  y por supuesto, ya existía la épica de la tragedia afro-americana “Raíces”.  Sin “Roots” no hubiese existido “Holocausto”.

Los productores quisieron establecer un lazo  entre ambas. Tal como “Roots” lleva como subtitulo “La historia de una familia americana”,  “Holocausto” fue subtitulada “La historia de La Familia Weiss”.  Eso también provocó la ira de Sir Elie Weisel. “Holocausto” era la tercera serie en la historia de la televisión en retratar el exterminio nazi. La primera fue una versión de El Diario de Ana Frank (1963),siendo  la segunda la adaptación de  QB VII de Leon Uris (1974). Solo que Los Frank eran seres de carne y hueso, Otto Frank todavía estaba vivo,  tal como mucha gente que había conocido a su familia.

“QB VII” estaba basada en la demanda legal que había impuesto el Dr. Wirth en contra de Uris. Había una base real para esa visión fílmica de los experimentos médicos nazis. Amen que ninguna de las mencionadas  describía visualmente el martirio de los judíos fuera o dentro de un lager. En cambio,  ahora,  tanto Sir Elie como otros sobrevivientes,  tenían que sufrir la ignominia de ver su horror, desplegado como un retablo de marionetas,  en la pantalla chica.

La narrativa imaginaria era el mayor punto de disputa. Se podía revivir el pasado doloroso dentro de un marco de documental, pero esta telenovela, con romances, escenas de cama y peleas domésticas,  ofendía la sensibilidad de las víctimas. Como diría el escritor inglés Dennis Potter , en The Sunday Times, ” el pecado de “Holocausto” fue “ser una telenovela demasiado buena”. Un temor de Sir Elie era que los negacionistas se aferrasen a esta nueva forma de ficción como prueba de la irrealidad del Holocausto. O que futuras generaciones (y no estaba muy descaminado) se desensibilizaran del tema viéndolo como otro relato artificioso basado en un granito de verdad.



Molly Haskell iría mas lejos “¿Como pueden, como se atreven, los actores a imaginar que pueden hacernos sentir como era..? ” y sigue en la misma vena de Sir Elie Wiesel, hablando de sacrilegio y acusando al reparto de ”Holocausto  “de transgredir la prohibición judaica de reproducir imágenes(citado en While América Watches: Televizing the Holocaust de Jeffrey Shandler Dorot). Si fuera por eso, debió haberse protestado en contra de las épicas bíblicas de Cecil B De Mille.

No quiero ser burlesca. Me doy cuenta del shock que debe haber experimentado una generación para la cual el Holocausto fue una realidad diaria. Aun así, el formato de Soap Opera nos permitía darle un rostro humano  y acercarnos más a un pasado trágico. Algo más tangible en la recepción del publico gentil, puesto que para muchos lo que veían constituía una total novedad. Por eso se ha hablado que Gerald Greene, el libretista,  escribió un minicurso sobre el tema. Mas adelante, Green publicaría su libreto en formato de novela  donde agregaría más contenido a la trama.

Hora de dar una breve sinopsis a quienes nunca vieron las ocho horas (cuatro noches) que componen la miniserie. El primer capítulo abre en Berlín 1935, dos años después de la ascensión de Hitler al poder , pero todavía antes de las promulgación de las Leyes de Nuremberg. Eso permite la boda del pintor judío Karl Weiss (James Woods) con la alemana aria Inga Helms (una entonces desconocida Meryl Streep). Presentes están los parientes,  los Helms nada contentos con ese matrimonio,  y los Weiss.

 Karl es el hijo mayor del Dr. Joseph Weiss (Fritz Weaver), un inmigrante polaco que ha hecho fortuna en Berlín,  y de su esposa Berta Palitz Weiss (Rosemary Harris) una dama de sociedad, pianista, descendiente de varias generaciones de judíos alemanes. Sus otros hijos son Rudi (Joseph Bottoms),  un estudiante más interesado en el futbol que en los libros,  y su hermanita Anna (Blanche Baker),  la consentida de la familia.

La serie va desarrollando los eventos que llevan a la exterminación de los judíos. Los Weiss sobreviven el Ghetto de Varsovia, pero ambos perecerán en Auschwitz. Joseph saltará de campo en campo, de Buchenwald a Theresienstad; de Theresienstad a Auschwitz donde muere horas antes de la liberación, Inga,  que lo ha acompañado hasta Theresienstad , sobrevive junto con su bebé. Anna, tras ser violada por Nazis borrachos, pierde la razón y es víctima de la campaña de exterminio de los enfermos mentales del Tercer Reich.

Rudi, el único de la familia que cree en resistir, huye a Praga, se casa con una judía checa (Tovah Feldshuh), y se unen a los partisanos. Pero en el bosque,  los alemanes matan a su esposa y Rudi es llevado a Sobibor de donde escapa durante la revuelta. Es el único de los hijos del Doctor Weiss que sobrevive el Holocausto,  y acaba la miniserie con  él a punto de viajar a Palestina.

Esta es la soap opera que muchos críticos definieron  como una trivialización de la tragedia, pero  parafraseando al gran Paddy Chayesvky:  “televisión” y “trivialización” se escriben con las mismas letras. Del momento que el exterminio Nazi pasaba a la cultura televisiva se convertía en algo trivial. Sin embargo, eso no implicaba que no fuera efectivo o necesario.

Como explicó Tom Shales en el Washington Post: “La televisión tiene la capacidad, pocas veces usada, de convertir lo abstracto,  aun lo inimaginable, en algo personal y particular”.  Sin embargo para el critico de cine John O’Connor, escribiendo en el New York Times, resultaba repugnante ver tanta masacre en la televisión abierta y más encima ser interrumpido por spots comerciales. ¡Sobre todo porque uno de los patrocinadores era el mata gérmenes Lysol! (mata gérmenes =mata judíos).



Aun así, el intervalo comercial era bienvenido por muchas familias que usaban ese momento para calmarse e iniciar una conversación sobre lo visto. Yo recuerdo que en casa, durante comerciales,  hubo carreras al baño, mi mamá pidió un vaso de agua para calmar los nervios, y yo me fui a la cocina a llorar a oscuras en un rincón.

En Alemania  Democrática donde la miniserie se pasó en mayo del ‘78, no había comerciales en ese entonces, pero la cadena que presentaba “Holocausto” se vio colapsada con llamadas telefónicas. Como previsión habían invitado a tres historiadores para responder las consultas de la audiencia y no se daban abasto. Para jóvenes alemanes que hasta hoy casi no reciben información sobre el nazismo y el Tercer Reich en la escuela, esto era una novedad pavorosa. Sus preguntas iniciaban siempre con un “¿es esto real?”,  “¿pasó en Alemania?”



La conmoción provocada por “Holocausto” fue tal que en Coblenza,   los neonazis cortaron los cables eléctricos dejando a miles casas sin televisión por una hora. Aun así,  la maniobra no impidió el interés en el show ni el debate que se inició en Alemania a raíz de  la miniserie. Una de las reacciones fue que no se aprobara la ley que pedía que el estatuto sobre crímenes nazis en Alemania expirara a partir de diciembre de 1979.

Parte de ese impacto nacía del hecho de que los Weiss eran alemanes, y que la mayoría de los hechos ocurría en suelo alemán. Otro motivo de critica que recibió la miniserie fue crear el drama en torno a judíos alemanes totalmente asimilados y patrióticos. Tanta molestia provocó a una comunidad judía de Connecticut,  compuesta por sobrevivientes de la Europa Oriental , que escribieron cada uno su propia experiencia durante la Shoah (así se llama al Holocausto en hebreo) y lo llevaron a la Universidad de Yale que creó una sección en su biblioteca para conservar esas memorias. Me parece muy legítimo. Si lo puedes hacer mejor, hazlo, pero esos testigos no hubiesen rendido testimonio si no hubiesen sido fustigados por “Holocausto”.

La razón para situar la acción en Alemania se debe a que en ese país se originó la persecución. Si se quería mostrar como afectaban a los Weiss eventos tales como las Leyes de Nuremberg en 1935;  Kristalnachnt en 1938 (creo que es el único ejemplo de una dramatización de ese evento); Buchenwald,  uno de los primeros campos alemanes donde va a parar Karl; la expulsión de los judíos polacos que separa  al Dr. Weiss de su familia; y la eutanasia en el Tercer Reich,  la acción debía trasladarse a suelo germano.

Existía otra razón para hacer a los Weiss una familia alemana. Su grado de asimilación los hacia identificables a cualquier espectador occidental. Por último, era necesario que los Weiss fueran berlineses para crearles algún vínculo con Erik Dorf (Michael Moriarty( y su familia. Dorf, que según mi padre y muchos era el personaje mas interesante de la historia,  también es un punto de controversia.

Gerald Green crea a este abogado ario, totalmente apolítico,  para mostrar el rostro humano del nazismo. Empujado por la necesidad, y en busca de un empleo, Dorf se une a la SS. Reinhard Heidrich (David Warner), jefe de la organización, reconoce los méritos administrativos y legales de Dorf y lo convierte en su mano derecha. Dorf emplea sus conocimientos de abogado para trazar La Solución Final, el exterminio de los judíos, la creación de los campos de la muerte y los subterfugios que pueden legalizar toda esa maquinaria.

Para muchos,  era escandaloso ver a un hombre urbano, gentil y atractivo,  hablar y dictar medida sobre un asesinato en masa. Fue un modo muy efectivo de mostrar que no todos los Nazis eran monstruos psicópatas sino gente común y corriente. La queja de Sir Elie Weisel es que Dorf parecía representar a todos los involucrados en la guerra contra los judíos,  y que se le daba demasiada importancia a un personaje ficticio.

En realidad no tan ficticio. Green basó a Dorf en Otto Ohlendorf, abogado, economista y alto jerarca de la SS,  que fue juzgado en Nuremberg por crímenes en contra de la humanidad. El personaje de Dorf aunque importante, no es el único nazi presente. Otros jerarcas como Heydrich, Himmler y Eichmann también hacen acto de presencia.



Uno de los grandes méritos de Holocausto como novela, es que en ella Greene usa como fuentes de autoridad los recuerdos de los sobrevivientes de la Familia Weiss, Rudi e Inga;  cartas dejadas por los Weiss; y el diario secreto de Dorf que ha caído en manos de Rudi, en sus esfuerzos por recabar datos sobre su familia. En el diario hay mucha más información sobre el trabajo de Dorf, su filosofía que explica su participación en el exterminio, y su descripción de la Conferencia de Wansee a la que asiste. Esta conferencia, donde se le dio luz verde a la Solución Final, también aparece en la serie.

Viendo ahora “Holocausto” es difícil imaginarse el nivel de importancia que tuvo en su momento como inicio de una discusión que todavía no tiene punto final. La miniserie llegó en el momento exacto para romper silencios y tabúes, para informar  y para cambiar percepciones.

 Los Setenta habían iniciado con el boicot árabe del petróleo en 1972, lo que suscitó alzas y escases de combustible en Occidente. El ciudadano medio culpaba a Israel y de ahí a un surgimiento del antisemitismo había solo un paso.Ese mismo año tenía lugar la masacre de los atletas israelies en las Olimpiadas de Munich.  En 1975, la ONU declaraba al sionismo como una forma de racismo. En el mismo Israel había un sentimiento de temor hacía nuevas formas de antisemitismo. En 1973, La Guerra de Yom Kippur en la que nueve países árabes( + Cuba)  atacaron intempestivamente a Israel en el día más sagrado del calendario judío, demostró cuan vulnerable era la nación judía.

 En 1976, después de la incursión al aeropuerto de Entebbe, en Uganda, para rescatar a 103 viajeros israelíes y judíos no-israelíes  (más la tripulación del avión de Air France que no quiso abandonar a los secuestrados)  se descubrió que entre los secuestradores había dos terroristas alemanes, Wilfried Bose y Brigitte Kuhlmann. Como le dijera a Bose, Yitzhak David , uno de los rehenes y sobreviviente de Auschwitz,  “Alemania no ha cambiado”.
Daniel Bruhl como Bose y Rosemond Pike como Kuhlmann en "7 Días en Entebbe"

Ni  Alemania, ni los nazis, ni la tolerancia del mundo con el antisemitismo. En 1977,  el Partido Nazi Americano (National Socialist Party of America) decidió usar el pueblito de Skokie, en Illinois, como espacio para una marcha y un rally. No era coincidencia que el 40% de los habitantes de Skokie fueran judíos, la mayoría sobrevivientes del Holocausto. Las autoridades prohibieron la marcha, los nazis llevaron el caso a tribunales. Con el apoyo de la Unión de Libertades Civiles de America, ganaron el caso puesto que se demostró que aunque la suástica podía ser considerada ofensiva, ni el uniforme nazi, ni los panfletos, ni el propósito del rally o del partido lo eran. Finalmente, el evento tuvo lugar , no en Skokie, pero en el gran Chicago.
Rally Nazi en Chicago (1972)

Nazis amparandose en el derecho a la libertad de expresión

Todo estos sucesos nos  tenían a los judíos, y no solo la generación del Holocausto, nerviosos. La miniserie con todos sus bemoles fue catártica e instrumental para establecer un dialogo necesario entre judíos y gentiles, y entre los mismos judíos. Ahora no solo lo textos de historia y documentos podían ser usados como instrumentos didácticos.

Los filmes del Holocausto que seguirían a la miniserie no se basarían en ficción (a menos que fueran adaptaciones de novelas premiadas como Sophie’s Choice de William Styron;  o The Winds of War y War and Remembrace de Herman Wouk).
Jane Seymour en "War and Remembrance" y Meryl Streep en "Sophie's Choice"

Revisando las listas de dramatizaciones del Holocausto de los 80s tanto cine como televisión se abocan a memorias como “”Playing for Time” (1980)basada en los recuerdos de Fania Fenelon de sus días de miembro de la orquesta de Auschwitz;

Escape From Sobibor” (1987) basada en los testimonios de los sobrevientes del escape masivo más grande de un campo de exterminio;

Triumph of the Spirit” (¡989)la historia real de las experiencias en Auschwitz del campeón de boxeo griego Salamo Arouch (Willem Dafoe), uno de los pocos ejemplos de narrar la experiencia sefardita en la Shoah,  y por supuesto,  “ Schindler List” (1994).



Puedo casi apostar que es cuando se inventan situaciones y personajes y se decae en “La Fórmula” (Léase  victimismo, personajes estereotipados y dramatismo sentimentaloide y exagerado) cuando el nivel del relato pierde fuerza y mérito.  Pero incluso en este siglo, “La Fórmula” ha atrapado historias basadas en hechos  reales. Por eso tanto “El Pianista”(2002)  como “The Zookeper’s Wife”(2016)me han dejado fría. También porque no muestran nada novedoso.

Siento más respeto por los Bastardos de Tarantino. Primero,  porque el bandido de Tarantino siempre está parodiando géneros ya existentes de pulp fiction. Segundo porque la novedad de su Fabula/ Fantasía judía (baleamos a Hitler, matamos a palos a los Nazis, mutilamos a los que quieren exterminarnos) me parece más legitima que otras entelequias lacrimógenas, melindrosas y sin sustancia  como “ El niño del piyama a rayas”,  “El tren de la alegría “y la repulsiva “La Vita e Bella” Al menos nadie puede acusar a Tarentino de perpetuar un lugar común que Sir Elie encontró en “Holocausto”:  la pasividad judía ante la agresión Nazi.



“Holocausto” originó muchas preguntas. La primera  es cómo llegaron Hitler y sus Nazis al poder. Para eso es bueno  ver una serie como “Babylon Berlin” que muestra el estado de la  Alemania pre-hitleriana, sumida en crisis económica y violencia política. La segunda es cómo Occidente permitió que llegaran las cosas hasta tal punto. Uff, para eso hay literatura a grane y una larga lista de motivos. 

La ultima pregunta y la más exasperante es “¿por qué los judíos no se defendieron?.  Es como cuestionar por qué una mujer abusada (o un niño o un viejo) deja que lo golpeen. Aparte de simplona,  la mera pregunta  implica responsabilidad de la víctima en el abuso.

Pero volviendo al tema puntual de “Holocausto”, otra novedad que impuso la miniserie fue mostrar la resistencia judía: el alzamiento del Ghetto de Varsovia, los partisanos, la revuelta y escape masivo de Sobibor.  De hecho la serie está dedicada a “those who fought back”. Eso también motivó la crítica de Sir Elie puesto que presuponía que los únicos sobrevivientes dignos de admiración eran los resistentes.

Ni tanto. Rudy Weiss sobrevive porque desde que se lía a  golpes con Hitlerjugends en las calles berlinesas, es el “peleador” de la familia. Pero su esposa Elena, tan partisana como él, muere en un enfrentamiento con soldados.  Rudi escapa de Sobibor, pero de los 300 judíos que huyeron de ese campo solo sobrevivieron 58 (y a uno de ellos, Leon Feldheimer, lo mataron los polacos en el pogromo de Lublin después de la guerra). Rebelarse no es sinónimo de sobrevivir.

Sin embargo para Sir Elie Wiesel ese fue un punto de crítica,  lo que él llamaba “”el tema obsesivo de la resignación judía”.  “¿Seremos de nuevo sujetos al debate del pasividad judía versus heroísmo judío? fue su pregunta. Lamentablemente es un tema que siempre se pondrá en la mesa y que se origina en la ignorancia de las circunstancias en que se dieron esos ejemplos de “pasividad” y de “heroísmo” . Por otro lado hay quienes ven en la resistencia judía una excusa para que los alemanes se “defendieran” de la agresión de esos untermenchen.

Deberíamos ver que otras formas de resistir encontraron las víctimas. Holocausto nos lo muestra en el personaje de Karl Weiss (James Wood), el más maltratado de su familia. Karl es arrestado después de la Noche de los Cristales Rotos. No hay cargos contra el (todo es una faramalla de un Nazi que quiere acostarse con la mujer del pintor).

Karl es llevado a Buchenwald. Allá se le piden los datos. Hay un preso antes que el pintor en la fila . “Nombre de la puta que te parió” es la primera pregunta.  “Mi mamá no era puta”es la respuesta. Enseguida al preso se le golpea hasta hacerle perder el conocimiento. Llega el turno de Karl. Comienza rechazando la soez pregunta . “Mi madre no es puta” "¡Todas las judías son putas!" "Pero mi madre..." Un palo Aprendida la lección, da el nombre de su madre, pero cuando la sigue “nombre del cafiche que la violó”Karl rápidamente se da cuenta que no se puede resistir en este espacio y responde “Joseph Weiss”  sin pestañear.


 Resistir significa a veces seguir las reglas del juego. Más adelante, Karl es castigado (no recuerdo el motivo) y es colgado de los brazos de un poste por varios días. A punto de sucumbir,  es revivido por un compañero de martirio que le recuerda que la vida es todo lo que tiene, lo mas valioso. De nuevo, otra manera de resistir.

Inga (M. Streep) la esposa de Karl se acuesta con el nazi para conseguir que al marido lo trasladen al supuesto campo “modelo “de Terezin (Theresienstad)  en Checoeslovaquia, y decide acompañarlo. En la fortaleza de Terezin, está prohibido guardar récords de la vida cuotidiana, no pueden los presos ni sacar fotografía, ni mantener diarios,  ni hacer dibujos. Karl se une a un grupo de artistas (esto también es real) que clandestinamente mantienen un registro de los sufrimientos y privaciones de los internados en la fortaleza. Karl es descubierto y horriblemente torturado. Le quiebran las manos y lo envían a Auschwitz.

Milagrosamente, Karl sobrevive, pero ya no puede dibujar. Un día consigue un trozo de carbón y comienza a trazar figuras. Aunque su arte no es lo que fue, se reconocen en sus dibujos las imágenes de pesadilla del lager. Karl muere, pero un compañero salva esos últimos bosquejos y se los hace llegar a Inga.

Antes de terminar, quiero hacer un resumen de los logros de una serie que tuvo muchos errores (geográficos, las descripciones de la vida religiosa judía, etc.), pero que fue  una puerta que se abrió para permitir que el Holocausto se convirtiese en parte de la imaginación popular norteamericana (y tal vez Occidental). 120 millones de personas vieron “Holocausto” en Estados Unidos. Uno de ellos fue el Presidente Jimmy Carter. Un mes después de la trasmisión de la miniserie, Carter firmó un permiso para la creación de La Comisión del Holocausto que devendría en la construcción del Museo del Holocausto en Washington.

Las sustanciales críticas de Sir Elie Wiesel no cayeron en saco roto. En base a ellas, los “guardianes de la memoria “, ósea universidades y bibliotecas crearon proyectos de cultura oral que permitieron a miles de sobrevivientes narrar su historia para  luego estas ser guardadas en colecciones especiales. En 1979,  Fortunoff creaba un archivo de video dedicado totalmente a recaudar testimonios de sobrevivientes. Joanne Rudoff , una de las entrevistadoras, explicó el motivo del archivo:  “Se les ha quitado todo (a los sobrevivientes).  Ahora la televisión también pretende quitarles sus historias”.

Hoy en día me da un poco de pudor pedir a quien nunca haya visto “Holocausto “que la vea. Hay escenas cuya calidad estética llega al borde del kitsch. Otras son obras de arte. Todavía nadie ha encontrado fallas en la soberbia actuación de M. Streep y para mí la escena en que corre tras el camión que se lleva a su marido a Auschwitz es equivalente a la de Ana Magnani en “Roma Citta Aperta”.

Sin embargo, encuentro ese mismo exagerado melodrama o ese mal gusto en casi todo filme del Holocausto de este siglo. Es como si realmente llegáramos al punto de lo trivial, de la caricatura que temía Sir Elie. Lo peor es que todo es tan conocido, tan cliché. Se han creado veinte imágenes de la Shoah que se repiten hasta la náusea, y gente que todavía no entiende el significado o magnitud  se ríe a mandíbula batiente o  se aleja bostezando.

Lo extraordinario es que hay mucho sobre el Holocausto y el periodo nazi que mostrar. Aunque a muchos judíos les moleste, en los lagers murió gente que no era judía y eso es importante en esta era de neo-antisemitismo, recordar que en un universo totalitario, donde la lógica y la sensibilidad humanas pierden relevancia, todos estamos en peligro