En el pasado, al
comparar Los Tudor con la obra de Hilary Mantel, he afirmado que si
bien la primera se toma licencias históricas, la segunda es mentira total.
Ahora ante la adaptación del último volumen de Dame Hilary, tengo la misma
impresión, pero es tan buena, tan bien actuada, que me olvido del episodio
histórico y la acepto como una interesante obra de ficción.
Cromwell
Enamorado
La serie inicia
con la decapitación de Ana Bolena y el subsecuente matrimonio de Enrique VIII y
Jane Seymour. Es el momento en que Cromwell está en la cima de la montaña. El
rey lo distingue con títulos, honores y posesiones, pero tanta fama acarrea
envidias y enemigos. A pesar de que Cromwell consigue lo imposible, la
abjuración de Lady Mary y su reconciliación con su padre, Enrique está molesto
con lo que ve como debilidad de parte de su mano derecha.
Hay problemas en el reino. Los Pole tienen a su mejor agente, Reginald en el continente, Apoyado por el Papa, le hace la guerra a su gordo primo, amenaza hasta con casarse con María y derrocar al tirano para ocupar el trono . ¡Y eso que es clérigo! Enrique manda a Cromwell que lo libere de Reginald, pero este último es muy ladino y evade trampas y asesinos.
El Gordo tiene
otros problemas. Se está hartando de su nueva reina que no posee ni el
carácter, ni el intelecto, ni la sensualidad de Ana Bolena. Esto afecta a
Cromwell puesto que, si recordamos, Dame
Hilary nos creó en Wolf Hall una ficción muy romántica de que
Tom estaba enamorado de Jane y se hizo a un lado para no hacer de rival de su
soberano.
En entrevistas,
Kate Philips ha dicho que cree que Jane y Cromwell están enamorados y aunque es
un amor inconfesable, se permiten una intensa amistad romántica, pero lo que no
le faltan al ministro son mujeres y problemas del corazón. De eso es lo que se
trata esta temporada y he encontrado curioso como un actor maduro como Sir Mark
Rylance pueda convencernos de que muchas jóvenes guapas lo vean con ojos
codiciosos.
El Gran Fixer
En el primer episodio,
Cromwell es presentado como el gran fixer de Enrique, el que le soluciona los
problemas. Es quien asiste a la ejecución de Ana Bolena y luego es recompensado
por su rey quien le encarga que visite a los Pole para meterlos en cintura y
luego le encarga arreglar otro lio doméstico.
Algo que me
encanta de las variadas formas que toma la Tudormania es que nos presenta con
personajes históricos olvidados. En este caso a la fascinante y traviesa
Margaret Lennox. Enrique se ha traído a la corte a esta sobrina a la que le ha
tomado cariño. Margaret es hija de otra mujer fascinante en este periodo
histórico: Margarita Tudor, Reina de Escocia.
Gracias a The Spanish Princess (quizás lo único bueno de esa
serie)conocimos a Margarita, su turbulenta relación con su esposo el Rey Jacobo,
y como en su viudez, viruelas. Margarita
se enredó y casó no solo con un malandrín ¡sino con dos! Un récord
aun para los desinhibidos Tudor.
En La Princesa Española supimos de las bodas de la reina regente
de Escocia con Archibald Douglas, Conde de Angus de quien tendría una hija,
esta Margaret. Cuando la madre hubo de volver a Escocia, la niña quedó bajo la
protección de su padrino, el Cardenal Wolsey. Algo que no recuerdan en la
serie, como tampoco que siempre fue muy unida a su prima María. Ya de
jovencita, Margaret Douglas pasó a ser dama de la reina Ana Bolena y fue ahí
que comenzó con sus amoríos con Thomas Howard, sobrino del Duque de Norfolk, el
mayor enemigo de Cromwell, y jefe de la facción católica inglesa.
En la serie, el astuto Cromwell interroga a Margaret quien
se ufana de estar casada y encamada por su querido esposo. Casarse sin el
permiso del rey―y lo vemos mucho en estos recuentos de la
Tudormania―era traición que se pagaba con cárcel y muerte.
Cromwell le
insinúa a la loquilla que mejor se guarde parte de su historia y solo hable de
inocente romance. Presente está la Duquesa de Richmond quien le insiste a su
amiga que no mencione más lo del matrimonio. Mary Richmond no es ajena a las intrigas
Tudor, siendo nuera de Enrique, viuda de su hijo, el malhadado Henry Fitzroy.
En la vida real, Enrique
VIII se enfureció al saber del romance con quien era su enemigo, parte de la pérfida
Familia Howard. Encerró al novio en La Torre de Londres donde falleció de
alguna peste. También encarceló a la sobrina. Hay historiadores que creen
que, casada o no, Meg Douglas estaba en estado interesante. Se la internó en un
convento del cual saldría sin hijo para ser restituida a la corte.
Pasados sus
treinta años, Margaret se casaría con un exiliado escoses, el Conde de Lennox,
de quien tendría cuatro hijos. Uno de ellos, Henry Darnley, se convertiría en
el padre de Jacobo , el rey que uniría los reinos de Escocia e Inglaterra
imponiendo a los Estuardo en el trono de gran Bretaña. Ustedes recordarán a Margaret Lennox como la
intrigante suegra de María Estuardo en Reign.
Margaret Lennox y su hijito Henry en Reign
Cuando el actual Príncipe
de Gales sea coronado Guillermo III, volverán los genes Estuardo (que Wills ha
heredado de su madre) al trono inglés y con ellos los genes de Meg Lennox y de
Margaret Tudor y todo si creemos a Dame Hilary, a la habilidad de Cromwell para
rescatar a Margaret Douglas de sus locuras.
Lady Mary en
la Corte
Sin embargo, la
gran protegida del Lord Secretario es María. Al comienzo vemos a Enrique
contemplando, con la aprobación de su adulador consejo, ejecutar a su hija
mayor si se niega a aceptarlo como cabeza de la iglesia anglicana. Únicamente
Tom levanta una voz para defenderla y es quien, con marrullerías, consigue
convencer a la princesa.
Lady Mary es consciente
del modo en que el enemigo de su madre y de su fe, la ha salvado y se lo dice,
que están unidos y ella en deuda. Es un momento conmovedor y llega cuando la
corte está llena de rumores que Cromwell planea casarse con la hija de Catalina
de Aragón y reinar. Pero María es tan inteligente como Cromwell, y sabe que
debe crear sus propias reglas si quiere sobrevivir.
Hace venir a
Cromwell de noche a sus aposentos. Lo recibe en ropas de dormir y con el
cabello suelto, le agradece toda su bondad y su preocupación por ella, pero las
describe como muestras de cariño paternal. Cromwell se da cuenta que los
rumores han llegado hasta ella y que de manera sutil, la princesa lo está disuadiendo de hacerse
ilusiones.
Me encanta Lilith Lesser, es tan talentosa como su padre Anton Lesser (quien diese vida a Santo Tomas Moro en la primera temporada de Wolf Hall). Sin ser bonita, tiene algo que la hace atractiva. Creo que su caracterización de Bloody Mary es casi tan buena como la de Sarah en Los Tudor, donde Michael Hirst ha hecho una idealización de la princesa de cuentos de hadas. La Mary de Wolf Hall es más humana, aunque sigo prefiriendo lo que Romola Garai hizo en Becoming Elizabeth con la María adulta en sus últimos años de incertidumbre antes de convertirse en reina.
Suegro y Padre
La serie juega
con la idea de Cromwell padre y Cromwell amante. Cuando decide arreglar un
matrimonio entre Gregory, su hijo, y Bess Seymour, hermana de la reina, el
entusiasta Edward cree que Cromwell quiere ser su cuñado y lo acepta como tal.
Peor aún, Bess lo cree así y coquetea con el Señor Secretario hasta que el
mismo Tom debe sacarla de su error. Este malentendido deja a suegro y nuera
confundidos y frustrados y llega hasta los oídos de Gregory lo que provoca un intercambio
amargo entre padre e hijo.
Como recordaran
quienes vieron Wolf Hall, Cromwell seductor no es nuevo. Ahí lo vimos ser
amante de su cuñada, coquetear con las Bolena, enamorarse de Jane Seymour y
recordar con añoranza a Anselma, su pasión de juventud, a la que dejara en
Amberes. Es un viejo recurso literario (y telenovelero) el que un hombre
recuerde a un amor de su pasado como preámbulo para la aparición de un hijo
perdido.
A mediados de
esta segunda parte, Cromwell se encuentra con una extraña visitante que le
anuncia que es Jenneke, la hija que Anselma le ocultó. Es una visita breve,
dura apenas un capítulo, y tan fugaz que
hace pensar que es un sueño del
protagonista al que ya lo hemos visto recordar a Ana Bolena y ver el sonriente
espíritu de Jane Seymour. Es solo cuando vemos a Jenneke en conversación con
Gregory que sabemos que es real.
Sin embargo, Jenneke parte tal como vino. Cromwell, demasiado atontado por la muerte de Jane, casi
no le presta atención. Ofrece que venga a vivir con él, le cuenta sus cuitas,
pero Jenneke se da cuenta que nadie cercano a su padre está a salvo, y tras
fracasar en su intento de llevárselo a Amberes, es ella quien se marcha.
Dorothea: Juez
de Cromwell
Si de hijas
hablamos, el encuentro más impactante de la serie ocurre en el tercer episodio
cuando Cromwell visita el Convento de Sion donde la madre abadesa está muy
agotada creyendo que la visita del Señor Secretario es un preámbulo para la expropiación
de su congregación. El motivo de la visita es otro, viene a ver a Dorothea, la
hija ilegitima del Cardenal Wolsey.
La visita es un
desastre, la joven novicia lo recibe con frialdad, tiene la peor opinión de
Cromwell y rechaza su oferta de sacarla del convento sea para adoptarla o para
casarse con ella. Dorothea ha sido criada con desprecio por un hombre―he
aquí el golpe de gracia―que traicionó a su padre. Tom no puede creer
lo que escucha, pero Dorothea le recuerda el abandono del Cardenal una vez este
cayera en desgracia y como no estuvo al lado de Wolsey cuando el prelado
agonizaba.
Thomas Cromwell
se retira destrozado. Lo vemos llorando a solas. Aunque niega haberlo hecho a
propósito, es consciente de que no acompañó a su padrino y mentor en sus últimas
horas. De ahí es que la serie nos muestra un Cromwell desorientado, que vive
ensimismado en recuerdos y hablando con fantasmas de su pasado.
Se ciega al
peligro que representan sus enemigos o los torea con soberbia. Se vuelve un
personaje inútil para el paranoico Enrique que prefiere creerles a al Duque de
Norfolk y al Obispo Gardiner, al que ha
hecho regresar del continente para reemplazar a su hombre de confianza. Así
explica Dame Hilary la caída de Thomas Cromwell.
Reitero, como
documento histórico, la serie vale hongo, Solo el muy ignorante se cree el
cuento de Cromwell-victima, pero en términos de caracterización y actuaciones
es superlativa. No veo malos actores ni en los secundarios, y aunque extraño a Jessica
Raine como Lady Rochford, Lidya Leonard está bien en el papel de la cuñada de
Ana Bolena. Me encanta lo que Timothy Spall ha hecho con el rol del Duque de
Norfolk y Alex Jennings es más siniestro, servil y untuoso que Mark Gatiss a
quien ha reemplazado como Stephen Gardiner.
Contenido
Violento y Gore: La violencia es casi toda verbal, a pesar de
que Cromwell ataca físicamente a Norfolk en un par de ocasiones. Todo parece indicar
que Cromwell vive en un mundo de intrigantes, pero que gracias a su sagacidad
no tienen ni guerras ni conflictos. Da un poco de risa, puesto que en Los Tudor,
y eso que eran parciales a Cromwell, no escatimaron en mostrarnos las torturas,
las ejecuciones y ese gran conflicto interno que fue la Peregrinación de Gracia
y que caracterizaron el gobierno del hijo del herrero. Este último episodio que
jugó tanta importancia en la pantalla y en la vida real, aquí es apenas
mencionado.
Contenido
Sexual y Desnudos:
Ninguno
Factor
Feminista: Es un
espectáculo de contra feminismo exponiéndonos a un mundo donde ni las reinas son
empoderadas, donde las princesas y nobles tienen sus matrimonios arreglados y
donde su opinión no cuenta, o más triste, ven que sus romances, incluso
matrimonios por amor ,son deshechos si no convienen a los intereses de su
familia.
Factor
Diversidad: Peter
Kosminsky, director de la serie, se ha ufanado de haberla hecho colour-blind, pero esa forma de inclusividad ha molestado a los críticos por ser extrema e incluso minimizar la
historia de los angloafricanos. De las mujeres Seymour solo Jane es blanca, su
madre y hermanas son interpretadas por actrices mixtas. Al poeta Thomas Wyatt
lo encarna un actor egipcio y Hannah Khalique-Brown, la actriz que hace de
Dorothea es pakistaní.
Mas encima si se
necesita de un actor para dar vida a un guardia, a un criado o incluso una dama
de la reina, debe ser negro. Como sabemos que en la corte de Enrique solo había
un moro, el trompetista John Blanke,
este cambio resulta irritante y
desconcertante.