Llegamos a la
segunda (y final) parte de la exploración de la ficción rosa del Holocausto en
su mayor expresión: la idealización romántica de la relación entre judías y
alemanes buenos, nazis arrepentidos, o los que cambian por el amor de una mujer,
sea esta judía o aria de un país ocupado. Anteriormente vimos que existe cierta
repulsión por el tema lo que lleva a dar mal final a esos amores. ¿Ha cambiado
esa perspectiva en este siglo?
Invasores y
Ocupadas en las Islas del Canal
El comienzo del
Tercer Milenio se caracterizó por el revisionismo histórico que buscaba exponer
las diferentes maneras en que individuos y grupos de los países ocupados
colaboraron con el invasor nazi.
Curiosamente, uno de los primeros esfuerzos enjuiciaba a la población
del único territorio británico en ser ocupado, las islas del Canal.
“Island at War”
(2004) tiene lugar en St. Gregory, una ficticia isla del Canal de la Mancha, y
muestra las difíciles relaciones entre residentes de la isla y las fuerzas de
ocupación. El mayor enfrentamiento es entre James Dorr (James Welby), líder
político de la isla y el Barón von Reinhardten (Philip Glenister), comandante
en jefe de las fuerzas de ocupación, que se instala en la casa de los Dorr. El Barón
es cortes, simpático, cosmopolita, cualidades que no pasan desapercibidas por
su anfitriona Felicity Dorr (Clare Holman).
Otra familia que
se rinde al encanto alemán es la de Cassey Mahey (Saskia Reeves) cuyo marido
murió en un bombardero alemán. Las Mahey, cuando no están en brazos germanos,
andan ocultando el hecho de que su empleada Zelda Kay (Louisa Clein) es en
realidad Hannah Landau, la única judía de la isla.
La serie nos
muestra el lado humano de los soldados de la Wehrmacht, pero para equilibrar la
trama, presenta a un sádico nazi, el teniente Walker (Conor Mullen). Walker
descubre la identidad de Zelda y la obliga a tener sexo con él. Una escena
espeluznante es cuando en la hace desnudarse y la observa admirado diciendo,
casi con incredulidad, “¡Ni pareces judía!). En su percepción de los judíos,
Walker no está muy alejado de JoJo Rabbit.
Stephen Mallatratt,
productor de “Island at War”, falleció poco después de acabada la primera
temporada y como la serie tuvo poca audiencia, nadie retomó la producción. Hoy
se la recuerda solo porque actuaron rostros icónicos como Sam Heughan (Jamie
Frazer de “Outlander”) y Joanne Froggart (Anna de “Downton Abbey”). Sin embargo,
creo que la serie puede haber influido en Mary Ann Shaffer y en la creación de
su superventas del 2008, The Guernsey Literary and Potato Peel Society
que se convirtió en filme (hoy en Netflix) en el 2018.
En 1946, la
novelista Juliet (Lily James) viaja a la isla de Guernsey en busca de
inspiración para una próxima novela. Viene invitada por Dawsey (Michel “Daario Naharis”
Huisman) quien la presenta con los miembros de la ‘” Sociedad”. Juliet descubre que esta club literario fue
fundado por la desaparecida Elizabeth Mackenna (Jessica Brown Findlay) y que
Dawsey ha estado criando a Kit, la hija de ella.
En conversaciones
con gente de la Isla, Juliet escucha que Elizabeth tenía mala reputación y que
tuvo amores con soldados alemanes, uno de los cuales es el padre de Kit. Pero
en flashbacks y por boca de Dawsey, nos enteramos de que Elizabeth, que
trabajaba en el hospital local, se enamoró del médico alemán Christian Hellman,
un antinazi. Christian fue enviado al continente y murió cuando su barco fue
bombardeado. Poco después, Elizabeth fue arrestada por haber dado de comer a un
prisionero de la Organización Todt y deportada a un campo de concentración
donde murió.
Esta historia extraordinaria
y muy conmovedora tiene su base en una historia de amor real entre Dolly, una
adolescente de Guernesey, y Willy un soldado de la Wehrmacht. A pesar de todos
los obstáculos, tuvieron un bebé y se casaron después de la guerra. Pueden leer su prodigiosa historia aquí
La
Colaboración Horizontal
En el 2006, Paul
Veerhoven regresó a su Holanda natal y arrasó en la taquilla con su thriller
bélico “El Libro Negro”. En esta película, Carice “Melisandre” van Houten
interpreta a la judía Rachel que trabaja para la Resistencia Holandesa. Con un
nombre falso se consigue un trabajo en las oficinas de la SS. y entra en
contacto con dos oficiales, uno bueno y uno malo. Por supuesto, Rachel se
enamora del bueno, Ludwig Muntze (Sebastian Koch). A él no le importa que Rachel
sea judía y la ayuda en su investigación para descubrir que miembro de la
resistencia está colaborando con los alemanes.
El traidor mata a
Muntze. Al final de la guerra, los colaboradores son atacados y entre ellos Rachel,
acusada de tener amores con alemanes. Aunque nos indigne, comprendemos la
moraleja. Ella, una judía perseguida, se enamoró del representante en un mundo
que quería exterminarla.
El ejemplo más
crudo de la ambigüedad moral que se cierne sobre esos amores aparece en la
soberbia “Un village française”,
la historia de Villeneuve, un pueblito ficticio en el Jura, durante los años de
ocupación alemana. A pesar de su dramatismo, humanidad de sus personajes, y
apego a la realidad histórica de la región en esos años oscuros, hay que
aceptar que la serie es casi un homenaje a la colaboración con el enemigo.
Al comienzo es
sutil con cuestionamientos morales de los personajes sobre si lo que hacen
puede constituir traición a la patria. En mi reseña mencioné como esa sutileza, que desaparece en las temporadas finales donde
los colaboradores parecen ser los buenos y los resistentes los villanos, se debe a la asesoría histórica de Jean Pierre
Azema, cuyo padre fue acusado de colaboración y debió exiliarse en la
Argentina.
El protagonista
de la historia es Daniel Larcher, médico del pueblo. Un hombre lleno de virtudes,
pero que también rige su mundo con valores conservadores que abarcan el
antisemitismo. A través de siete temporadas, Daniel que se autodefine como “un
humanista” es llevado por sus buenas intenciones a cometer actos deleznables. Entremedio,
toma por amante a Sarah, su criada judía, pero a pesar de sus esfuerzos no
puede evitar que la deporten. Lo triste es que Sarah (que muere en Auschwitz),
a pesar de amar a Daniel, tiene conciencia de la mediocridad moral de su
pareja.
Sarah tiene la
excusa de que su romance la ayuda a sobrevivir al menos por un tiempo. Algo que
no tiene Hortense, la esposa legal de Daniel.
Hortense es una mujer frustrada por un matrimonio que no la satisface,
por su esterilidad y por haber quedado marcada por una infancia de malos
tratos. En la primera temporada intenta llenar sus vacíos adoptando un bebé e
iniciando una relación adúltera con Jean Marchetti. Todo cambia con la llegada
de Heinrich Müller, el jefe de las SS de Villeneuve.
Müller es un
personaje fascinante, un torturador implacable, un nazi convencido, pero también
es brutalmente honesto, muy sagaz a pesar de ser un adicto a la morfina. En las
primeras temporadas lo odiamos por torturar inocentes, manosear a Sarah, violar
a “la tonta del pueblo” Lucianne, pero a medida que su humanidad se manifiesta
de varias formas comprendemos la atracción que Hortense siente por él,
atracción que se convierte en mutuo amor.
Hortense se la
pasa seis temporadas viviendo abiertamente su amor por un nazi y entremedio
regresando al hogar con su marido. En la sexta temporada, Hortense y Muller se
preparan para huir a Suiza, pero son capturados, Los Aliados se llevan al SS
para interrogarlo y dejan a Hortense a merced de sus coterráneos que le dan el
tratamiento esperado para las “colabo horizontales”.
Después de la
guerra, Hortense cae en depresión y locura. Es rescatada de un manicomio por
Daniel, pero nunca sobrevivirá a la ausencia de Muller (muy bien instalado en Paraguay
asesorando a los torturadores de Stroessner).
Al final, Hortense (que es pintora) es invitada a presentar sus obras en
una galería de VIlleneuve. Para la ocasión, la artista pinta un retrato de
memoria de su amante. La reacción airada del publico hace comprender a Hortense
que su amor era maldito y acaba suicidándose. Es que amar un nazi es un pecado imperdonable.
Aún más si se trata de una judía como es el caso de Rita de Witte.
Jean Marchetti es
un oportunista policía que consigue convertirse en comisario de Villeneuve
gracias a su activa colaboración en la persecución de judíos y resistentes. En
1942, llega al pueblo un grupo de judíos extranjeros que van camino a Polonia.
Por razones de burocracia se les encierra en un campo local. Entre ellos viene
la belga Rita De Witte. Aunque no es joven ni hermosa y vive a la sombra de su
madre, Rita inspira un amour fou en Marchetti, sentimiento que es
correspondido.
Marchetti hace lo
imposible por ella. Consigue que Rita y su madre salgan del campo, aunque no
tienen permiso de dejar la villa. Por amor a Rita, que queda embarazada, Marchetti
tiene gestos nobles. Deja en libertad a Beriot, aunque sabe que es resistente y
permite al judío Ezequiel que huya con su hijita. Pero la situación de Rita es
insostenible. La SS exige al pueblo que envíen a Polonia una determinada
cantidad de judíos y falta uno para alcanzar la cuota. En Villeneuve solo
quedan tres judías: Sarah, Rita y su madre. Daniel oculta a Sarah por lo que Marchetti
debe sacrificar a la suegra.
La madre de Rita
le manda un mensaje contándole la traición de Marchetti. Horrorizada, Rita
decide huir a Suiza sola. Marchetti (de nuevo tras mil maromas) la acompaña
hasta la frontera y mata a un centinela alemán que intenta detenerla. En las
próximas temporadas, Marchetti sigue colaborando con los alemanes. Hasta tiene
otra amante, pero se conmueve cuando Rita le avisa por carta que han tenido un
hijo.
Aquí entra la
parte interesante. Cuando las autoridades suizas descubren que Rita ha tenido
un hijo con un colaborador fascista la expulsan del país. Por suerte, Rita y su
hijo llegan a una Francia liberada. Marchetti ha sido condenado a muerte. Rita
lo visita en la cárcel y le proporciona medios para que pueda morir con
dignidad. Pero la serie aun insiste en castigarla. Rita emigra a Israel y muere
en una emboscada árabe.
En su afán de
demostrar que la Francia de Vichy y la de Sarkozy eran similares, los
productores de “Una Aldea Francesa” enloquecieron al final de la serie y
enloquecieron a los personajes. Los resistentes no son mejores que los colabo.
Los estadounidenses violan y oprimen igual que los alemanes. Los comunistas no
encuentran espacio en la nueva sociedad francesa y se vuelven criminales. Los
criminales de la derecha siguen gozando de sus privilegios burgueses. El amor
no redime a nadie, y los demasiado nobles deben morir porque el mundo moderno
no es para ellos.
Ese es el caso de
uno de los pocos personajes de la serie que nunca es demonizado: Kurt Wagner, soldado
de la Wehrmacht. Kurt llega a Villeneuve con las fuerzas de ocupación e inicia
un romance con la maestra Lucienne, probablemente uno de los personajes más
brutos del cuento. Hasta nos da lástima Kurt, que se ves un chico bueno y para
nada nazi. Merece algo mejor que Lucienne. Cuando lo trasladan al Frente
Oriental,, deja atrás una embarazada Lucienne. Jules Beriot, director de la
escuela donde trabaja Lucienne y jefe de la resistencia gaullista local, la
salva. Enamorado de ella, se casa sin importarle criar a la hija de un invasor.
Sin embargo, a
pesar de ser un buen hombre, patriota, excelente esposo y padre, Beriot sabe que
no es amado. Cuando Kurt regresa, lo mata sin piedad, temeroso de perder a su
familia. Al enterarse, Lucienne intenta envenenar a su marido. Es como Amalia y
Straw en “un Secreto Bien Guardado” pero Beriot nunca llegó a los extremos de
Straw. Incluso buscó consejo de una prostituta
para poder satisfacer sexualmente a su esposa. Como espectadores culpamos a Kurt
de su propia muerte y aceptamos la tesis de la serie que no puede haber ningún
tipo de fraternización con los alemanes. Toda relación con ellos acarrea
desgracias.
Prejuicios y
Generalizaciones
Esa tesis, tal
como la famosa culpa colectiva, me parece aberrante. El ejército alemán no era monolítico.
Había nazis, gente de izquierda, patriotas que buscaban limpiar el honor alemán
mancillado al final de la Primera Guerra Mundial, había francófilos, había
resistentes a Hitler tal como había oportunistas que querían hacer negocios en
territorio ocupado. No se les puede restar humanidad.
Hubo judíos (y no
judíos) que se horrorizaron al ver que Spielberg glorificaba a un nazi como Oscar
Schindler. Pero si Schindler no hubiese tenido tarjeta del Partido Nazi no
hubiese podido salvar judíos. Sin embargo, existe esa necesidad casi perversa
de demonizar al enemigo en una generalización total.
No es de ahora
esa generalización que también abarca a víctimas. Después de la guerra lo que
hoy conocemos como “culpa del sobreviviente” fue magnificada por un rumor sin
fundamentos que toda mujer que había sobrevivido los campos de concentración lo
había logrado gracias a favores sexuales. Así lo dice Kevin Kline a Meryl
Streep en “Sophie’s Choice” “¿Dime afortunado número…porque sigues habitando la
tierra de los vivos? ¿Qué trucos y estrategias, salidos de esa cabecita, te
permitieron seguir respirando el limpio aire polaco?”
Por eso es por lo
que me sorprende que exista tal fascinación entre jóvenes escritoras y que
Viviana Rivero haya alcanzado la fama con una historia sin pies ni cabeza. Aun así,
recientes ejemplos del trope han recibido muchas críticas. Me refiero a The Excepción” (2016); “Where
Hands Touch” (2018) y JoJo Rabbit”(2019). ¡Hasta nuestro nazi favorito está bajo ataque!
En Hyperallergic,
Don Schindle ha escrito una crítica del filme de Taika Waititi que me ha dado alergia a mí. Compara a JoJo con “El Libro Verde” y tilda a
ambos de racistas porque el primero a) Redime a los nazis (joJo) b) demuestra
que el racismo puede acabar cuando se establece una relación afectiva entre el
racista y un miembro del grupo despreciado y c) El miembro de una etnia debe demostrar
sus méritos para ser aceptado.
Me parece una
simplificación aberrante. Creer que una persona es capaz de cambiar y dejar
atrás sus características más negativas es parte de nuestro espíritu de
tolerancia. Todos crecemos con prejuicios. De niños despreciamos ciertas
comidas, tememos a ciertos animales, miramos con ojos acusadores a los que son
diferentes. Solo la educación y la vida nos enseñan a descartar los prejuicios (algunos
están en nosotros para siempre y se llaman “gustos”). Y es verdad no escrita
que gran parte de nuestros prejuicios desaparecen cuando lo que despreciamos se
nos presente de una manera aceptable.
Yo soy una mujer
de prejuicios, pero muchos los he dejado por el camino. Viviendo con mi madre
(y gracias a la guía de la Reina Estelwen) aprendí a no temer, incluso a sentir
afecto por las ratas; no soporto el pescado a menos que esté frito y rezumando
salsa tártara; y el hombre más bueno que he conocido era ateo y comunista. Vivir,
experimentar, aprender es el único modo de crecer como persona y de integrar a
tu vida lo diferente. Ya hemos visto que la educación /adoctrinación no
funciona incluso opera en reversa. Hay que apoyarse en otros medios para ser
realmente tolerante.
Los méritos del
individuo étnico como obstáculos para los prejuicios nos presentan un espectro más
amplio. Nuestra naturaleza humana nos enseña a reconocer quien es bueno y quien
es malo, quien te hace daño y quien te hace feliz, a quien respetas y a quien
desprecias. Eso va más allá de colores, razas y credos. Obviamente vamos a
incluir en nuestro entorno social a gente que nos simpatiza y nos cae bien. El
antipático, el peligroso, el criminal va a ser expulsado sea rubio, pelirrojo o
de pelo verde. Hasta los animales saben que hay animales comestibles y otros
que pueden devorarlos.
El problema es
que vivimos en una sociedad en guerra, muy polarizada, donde los bandos están
definidos y ni se toman prisioneros ni se parlamenta con el enemigo. Lo vemos
en el auge de movimientos totalitarios disfrazados de grupos con conciencia
social y eso afecta la narrativa de ficción. Don Schindle dice que el final que
a él le gustaría seria ver morir a JoJo a manos de los soviéticos. Eso me
recuerda parte de la campaña de Twitter contra “Where Hands Touch” que decía
que la protagonista, una chica mulata en la Alemania Nazi que se enamora de un Hitlerjugend,
debía haberlo matado en vez de amarlo. El nivel del lenguaje es siempre
agresivo, siempre violento. Al final suenan tan totalitarios como los nazis.
Y, sin embargo,
es en esta década que “Un secreto bien guardado”, que originalmente fue
rechazado por varias editoriales, y hoy ha sido reeditada por Planeta y
convertida en miniserie que ha sido vendida a Netflix. Es un oximoron porque se
trata de un relato que hace una labor perezosa en lo que respecta a la creación
de un trasfondo histórico. Tiene menos consistencia que JoJo Rabbit (que al fin
y al cabo es una sátira) ya que acaba beatificando al héroe y al Tercer Reich al
sumirlos en la bruma de la desinformación.
Excepciones a
la Regla
Si uno la compara
a la hermosa “The Exception”, la novela argentina parece un cuento narrado por
un idiota lleno de sonidos y furia, pero sin significado. Mas allá de citas shakesperianas,
me parece extraordinario que tal nivel de mediocridad literaria y de amoralidad
histórica sea publicado o presentado en Argentina. Aunque nos pese a los que
amamos la Argentina, este país ha tenido el mayor pogromo de America (1919) y
el mayor atentado antisemita del continente con el ataque a la AMIA de 1994.
Debería haber más cuidado y conciencia con lo que se publica.
No voy a hablar
de “The Exception” porque ya lo hice en otro blog. Tampoco de “Where Hands Touch” porque no la he visto,
aunque la mayoría de las criticas (hasta de The Gurdian) fueron lapidarias. Sin embargo, ambos filmes
comparten una tesis en común con “Un secreto bien guardado”, toda ideología
totalitaria desaparece entre las piernas de una chica guapa sea negra, judía,
espía, etc..
En descargo de
“The Exception” debo decir que la adaptación de The Last Kiss of the Kaiser
nos deja claro que el protagonista no es un nazi convencido como lo son JoJo
Rabbit y los protagonistas de ‘Where Hands Touch” y “Secreto”. Inclusive se le
ha enviado a Holanda como castigo por haber protestado contra matanzas de
polacos. Es más fácil entender entonces que Stefan Brandt (Jai Courtney) se
enamoré de una judía, y después de esa horrible cena con Himmler, esté
dispuesto a resistir las medidas hitlerianas.
Como le dice Mieke (Lily James) “Los nazis son
la regla. Tu eres la excepción”. Aun así, Stefan tiene dudas que nacen
precisamente de su sentido del honor. Solo el consejo del ayudante del Kaiser lo
hace entender que El Tercer Reich no es Alemania y por lo tanto no merece su
lealtad.
En resumen, el
trope Romeo y Julieta en el Tercer Reich (o en Francia Ocupada o la Argentina
neutral) es un tópico espinoso lo que me lleva la pregunta inicial. ¿Por qué
Viviana Rivero lo eligió de tema de su novela debut? ¿Porque tal como transgredió las reglas
estilísticas, también descartó la norma no escrita de que tales romances deben
acabar mal? ¿Será posible que esas
chicas hispanoparlantes que escriben en Wattpad estén bajo la influencia de una
novela que si ha tenido éxito es precisamente entre colegialas?
¿Habrá otra
escritora que se atreva con el tema y que exhiba la ambigüedad moral de “Un secreto
bien guardado? La he encontrado en la
aclamada Eilie Midwood. La diferencia es que Midwood escribe mejor, no cae en
los burdos errores de la abogado argentina, que se ha documentado muchísimo más
en la historia del periodo que cubre y que sus personajes son de carne y hueso.
En mi búsqueda de
exponentes del trope Romeo y Julieta me he tropezado a cada rato con libros de
esta joven escritora y que ya he mencionado. Ellie Midwood, judía rusa
trasplantada a La Gran Manzana, creció empapada en el tema de los nazis y la Segunda
Guerra Mundial gracias a la guía de su abuelo, un veterano del Ejército Rojo.
En los últimos
cinco años, Midwood ha convertido ese periodo de la historia en el tema central
de su obra (aun no traducida). Aunque ha escrito sobre estos polémicos romances
en marcos de la vida real en Auschwitz Syndrome y No Woman’s Land,
Midwood se hizo famosa con su galardonada trilogía The Girl From Berlin.
Esta es la
historia de Anneliese, quien desde su infancia ha pasado por aria y
protestante. No necesito decir que no lo es. A los 18 años, convertida en una
famosa bailarina del Tercer Reich, se enamora de Heinrich Müller, un
funcionario de los servicios de inteligencia nazis como veinte años mayor que
ella. se casan y ella confiesa su verdad al marido que no le importa porque es
un doble agente que trabaja para los servicios de espionaje estadounidense.
Anneliese se une a
los esfuerzos de Heinrich dispuesta a destruir el reinado de Hitler y a salvar
judíos, pero en el segundo libro, Midwood se va, como decimos en chileno, al
chancho. Los jefes de Anneliese la urgen a aceptar un empleo como secretaria
del Mayor General Ernst Kaltenbrunner, jefe de las S. S. austriacas y encargado de la seguridad del Reich.
Para Anneliese, su jefe representa todo lo que odia Además ella esta felizmente
casada, pero la autora nos hace sentir que Kaltenbrunner (un personaje real) es
diabólicamente atractivo. Los Aliados quieren que Anneliese seduzca a su patrón,
ella no quiere traicionar a su marido. Kaltenbrunner tiene que apelar a la
fuerza para zanjar el asunto.
Anelisse se
enamora de su jefe, un alcohólico con tendencia la bipolaridad. Solo el talento
de Midwood nos ayuda a aceptar una relación que a pesar de que “äsquea” al a
heroína (la novela es narrada en primera persona) es tremendamente erótica. Para
la tercera novela hasta tienen un bebé, pero no se necesita ir a la Wikipedia
para saber que ese romance no tiene futuro y que Kaltenbrunner fue condenado a
muerte en Nuremberg.
Tengo que admitir
que la trilogía es muy perturbadora. Sin embargo, ganó un premio como libro del
año y tiene admiradores por doquier. En
la sección de comentario— tanto en Amazon como Goodreads— solo
he encontrado una crítica negativa. Aunque comparto la admiración de los libros
publicados entre el 2015 y el 2017, no entiendo cómo han llegado a superar la
negatividad que el trope amerita en críticos literarios.
Esto me da la
impresión de que no están muy firmes en su postura. Por ejemplo, en Inglaterra causaba furor en el 2015 (el año en que nace The Girl From
Berlin) la novela de Kate Breslin For Such a Time, pero no así una puesta en escena de Romeo y Julieta que hacía realidad el trope convirtiendo
a los famosos amantes en una chica judía y un joven nazi que debían luchar
contra ‘”prejuicios y’ e “ideologías” como los describe “Un secreto bien guardado”.
¿Son estos
ejemplos de lo que temen los contrarios al trope~? ¿Se está olvidando la realidad en la que
nacieron y maduraron los crímenes nazis? ¿Se están distorsionando los eventos, que
regularon la existencia de arios y judíos en un universo dominado por algo que
tal vez supera el término “racismo”? Al menos en The Girl From Berlin
vemos como el mismísimo Himmler interroga a Anneliese antes de dar permiso de
su boda para saber si va a ser la esposa perfeta nazi de un SS. Compárenlo con el bobalicón de Martin seguro (antes
de saberla judía) de que puede llevarse a Amalia y casarse con el permiso y bendición
de la plana más alta el nazismo.
Fantasías
Perturbadoras
Antes de terminar,
querría volver a la anécdota con la que inicie esta investigación. No sé porque
Viviana Rivero y las jóvenes que hacen sus pininos literarios en Whattpad escogen
un tema tan penoso y problemático, pero puedo aventurar por que Ellie Midwood,
mis alumnas y otras, incluyéndome, lo hemos hecho. Después de todo, una década
antes de la aparición de The Berlin Girl, yo casi terminé Venefica, una
novela sobre un tema muy similar.
Por un lado,
queremos creer que el amor puede cambiar al villano y volverlo un héroe, o
puede ayudar a superar ideologías nocivas, que el bien siempre triunfa, que la
decencia básica está por encima de tiranías. ¿Pero qué ocurre cuando estos
romances nacen de una inseguridad individual, de un sentimiento de inferioridad
como el que esboza Amalia en “Un secreto bien guardado”?
Puedo asegurar
que no me ocurre. A mí me mueven otras fantasías, la de los basterdos tarentinianos,
la de Elsa cuando dice el que debía ser mi lema “no hay judíos débiles”, pero
no puedo hablar por todas las judías que han empleado el trope en sus escritos.
Hay que admitir la existencia de otra
fantasía más peligrosa y oscura detrás de estos relatos. Un ejemplo nos lo da
nuestra querida Deborah Feldman.
Queriendo seguir
el exitazo de Unorthodox, Feldman escribió otro libro titulado Exodus.
Se esperaba que ahí narrase su vida después del sonado Orthodexit que la había llevado
de esposa jasídica desesperada a escritora de superventas. Fuese porque no quería
relatar lo que fue su vida tras su divorcio o porque esta careciese de interés,
que Debbieleh decidió agregarle otro ingrediente. El libro seguiría una
trayectoria por Europa en busca de sus raíces Judías. Así la vimos galopar a
través de Inglaterra, Hungría, Polonia, Suecia, Alemania y España.
¿Por qué España
si la Feldman no tiene una gota de sangre sefardí? Pues, porque en realidad
estaba buscando un nuevo país para instalar su madriguera. España le pareció
antisemita (¿) así que su decisión recayó en Alemania. Grotesco, hacer aliyah
al paraíso el antisemitismo moderno.. ¿Que hizo que Deborah Feldman se sintiese
cómoda en Alemania? Respuesta simple, tres revolcones con fornidos germanos. En
serio.
El primero, y
crucial, fue Otto descendiente de nazis bona fide. Entre las sabanas, la
conmovida Feldman descubría otra mentira que le inculcaron. los alemanes no
odian a las judías. Los nazis no odian a las judías. Realmente, da vergüenza
ajena leerla. ¿Pero que hace que traiga a colación a esta patética criatura? Pues que Deborah tiene una fantasía que podría
existir tras muchos de estos romances de los que estamos hablando.
Feldman nos
cuenta de los juegos eróticos con el complaciente Otto en los que reactivan la
fantasía del verdugo y la víctima. Es obvio que en ese cosplay degradante ella
se siente empoderada, exorciza sus demonios y fantasmas y remerge libre de
culpas.
¿Podríamos
considerar que la fascinación en la ficción literaria y audiovisual es una
manera en que las judías exorcizamos esa sensación de inferioridad, de perversidad,
de amenaza social y de otros sambenitos que los nazis nos colgaron/cuelgan? No sé la respuesta, aunque por el hecho de que
Viviana Rivero no es judía no se aplica al caso de “Un secreto bien guardado”.