jueves, 22 de agosto de 2019

Charité: Cuando los Médicos eran Super Estrellas



Hacía rato que me estaban recomendando la serie alemana “Charité”, pero me mostraba reacia a verla. Temía aburrirme con tanta cháchara científica o peor, enfadarme como me pasó con “The Knick”,” The Alienist” y otros dramas médicos situados en La Belle Epoque. Finalmente, me ganó la admiración que he cobrado por la televisión alemana, y me alegro de haberla visto. Aparte de fascinante, es una sorpresa descubrir que antes que existieran estrellas de rock y de cine, las grandes figuras mediáticas eran los médicos.

La Charité es hoy (según Newsweek) el quinto mejor hospital del mundo y es uno de los mejores y más grandes hospitales-facultades de medicina en Europa. Sus orígenes son humildes, el Reino de Prusia lo hizo construir en 1709 anticipando una plaga de peste bubónica.  Para 1713, era un hospital de pobres.  Sería el Rey Federico Guillermo de Prusia quien le impondría el nombre de Charité en 1827. Sin embargo, la creación de un anfiteatro para dar clases de anatomía definiría el destino de la institución. A partir de 1821, el hospital se convertiría en una escuela de medicina y parte de la Universidad de Berlín.

Enfermeras y Diaconisas
La acción de esta miniserie de seis capítulos tiene lugar en 1888 y gira en torno a Ida Lentzen (Alicia von Ritter), que tras quedar huérfana y perder su fortuna, acaba de institutriz de una familia noble. Cuando un ataque de apendicitis hace que Ida aterrice en los pasillos de la Charité, los patrones, no contentos con no pagar su cuenta de hospital la despiden.

Ida es obligada a pagar su deuda trabajando de asistente de enfermera. Hasta el siglo XIX, las enfermeras eran religiosas. En el mundo protestante del Berlín decimonónico son diaconisas y están por encima de las enfermeras comunes, tanto en poder como en espíritu. Un tema de esta serie es el conflicto entre religión, ósea el pasado, representada por la Matrona Martha (Ramona Kuntze-Libnow), jefa de las diaconisas; y el progreso científico representado por los médicos.

A pesar de estos distingos, Ida hará amistad con Thereze (Klara Deutschmann), una devota postulante a diaconisa que oculta un secreto. Ida también atraerá las atenciones románticas de dos hombres: su exnovio, el médico-profesor Emil Behring (todavía no era “von”), interpretado por Mathias Koeberlin, y el estudiante de medicina Georg Tischendorf (Maximilian Meyer Bretschneider).
Ida y Tischendorf

Ambos hombres verán algo diferente en Ida. Mientras Tischendorff, quien solo estudia medicina para complacer a su padre, ve en la enfermera a la esposa perfecta, Behring ve una futura doctora. El alentará los sueños de Ida de estudiar medicina, aunque sea en Suiza puesto que las mujeres tenían prohibido estudiar esa carrera en Alemania.

Idolos con pies de barro
Ida será un personaje ficticio, pero los médicos con quienes interactuará son todos grandes actores de la historia de la medicina, gigantes científicos ergo con pies de barro. Charité en 1888 fue el refugio y campo de experimentación de famosos doctores. Así vemos los esfuerzos por descubrir vacunas y bacilos de Robert Koch (Justus von Dohnanyi), Paul Ehrlich (Christoph Bach) y Emil Berhing, la vez que conocemos las flaquezas del gran cirujano Ernst von Bergmann (Mathias Brenner) y de llamado “padre de la antropología médica”, Rudolph Virchow (Ernst Stotzner).
Behring, Koch y Ehrlich

Es cierto que un gran bochorno fue para Virchow mal diagnosticar al Príncipe Heredero. Von Behring realmente se pasó su vida en instituciones psiquiátricas debido a su depresión clínica. No sabemos si von Behring fue en realidad adicto al opio, pero si se casó con Elsie Spínola (Runa Greiner), tuvieron seis hijos, y si rivalizó profesionalmente con Ehrlich al que le ganó el Nobel en 1903 (Ehrlich lo recibiría eventualmente). 

Y Koch efectivamente abandonó a su esposa para casarse con una actriz adolescente con la que vivió feliz comiendo perdices hasta la muerte del científico.

La serie ilustra la tremenda fama que tenían estos doctores lo que los hacia arrogantes y vulnerables a la vez. Hedwig Freiberg (Emilia Schule), una actriz de solo diecisiete años idolatraba a Robert Koch como una groupie idolatra a una estrella del rock. Este caso tuvo un final feliz ¿pero cuantas historias tristes quedarían en el camino?

Sobre este mundo del progreso científico se ciernen oscuras nubes de intolerancia que separarán a Tsichendorf de Ida y que presagian no solo la Gran Guerra sino también el triunfo del Nazismo. En esa Alemania que ve en el joven Kaiser Guillermo (Lucas Prisor) un representante de una nueva y poderosa nación no hay mucho espacio para lo diferente sea un judío como Ehrlich o una lesbiana como Thereze.

Virchow podrá alentar la idea de un sindicato de enfermeras seglares, pero las reglas las imponen los aristócratas nacionalistas que creen en duelos, en estratos sociales, en la grandeza del pueblo realmente alemán (léase ario), y en la mujer como madre y esposa. El que Ida finalmente comprenda que su destino no la ata a un hombre, más que un mensaje feminista es una conciencia de que los alemanes todavía no estaban preparados para tener esposas profesionales (lo primero que hicieron los Nazis fue mandar a las mujeres de regreso a sus cocinas).
Ida abandona la Charité

Lo que “Charité” nos muestra es una sociedad de contrastes. Berlín es la capital del progreso, pero ofrece como entretenimiento “zoológicos humanos”. Hoy se admira a Carl Hagenbeck (Thomas Sielinski) como etnógrafo y pionero de la idea de que en los zoológicos no se enjaulase animales, pero en 1888 en su menagerie privada exhibía públicamente a humanos (nubios, inuit, y como muestra la serie, bengalíes) enjaulados. Este tipo de empresa cumplía un propósito supuestamente “educacional”. En realidad, fomentaba la opinión de que la raza caucásica era superior.

En la Charité los médicos provocarán pasiones en jóvenes actrices y serán llevados en andas por sus fans, pero las enfermeras viven en condiciones deplorables, una muere de tuberculosis, otra se contagia de difteria.  Vemos como a los judíos alemanes se les está permitiendo ser parte de la vida civil y profesional, pero su visibilidad crea otro tipo de antisemitismo, el racial.

Entre Tolerancia y Antisemitismo
Una grata sorpresa de las series de época alemanas son sus maravillosas heroínas. Ahora Ida Lentze viene a colocarse en la fila entre la Maria de Borgoña de “Maximilian” y la Lotte de “Babylon Berlin”. Lo meritorio de Ida, que después de todo viene de una familia burguesa tradicional, es su tolerancia que abraza a la adultera, al judío, a la lesbiana, al drogadicto porque en cada caso ella ve únicamente lo bueno, lo que trasciende a la diferencia. Ella solo ve amigos a los que quiere, no membretes impuestos por sociedades segregacionistas.

Hoy en día la palabra “tolerancia” es mal vista. Se supone que debemos “aprobar y abrazar” toda diversidad. Pues yo no recibo muchos abrazos ni por ser latina, ni judía, ni gordita, ni viejita. ¡Al contrario! Por eso, y más en un contexto histórico, tolerar la diferencia cuando esta es opacada y superada por el cariño y por los méritos del diferente me parece admirable.

Esto me lleva a un tema importante en “Charité” que es el antisemitismo. Curiosamente, y eso que se acercan al tópico con pies de plomo, los alemanes tratan la judeofobia con mayor seriedad, realismo y compasión que las series y filmes de otros países. Su enfoque es en Paul Ehrlich, Premio Nobel de Medicina; descubridor de las huellas dactilares como método identificador; curador del flagelo de la sífilis; padre de la quimioterapia y…judío.

Tanto la serie como la vida real nos dicen que Ehrlich fue aceptado a pesar de ‘su diversidad” por el establishment médico. El antisemitismo no forma parte del fastidio que siente Behring por su colega, tanto Koch como Virchow consideran a Ehrlich como un igual. Spínola ciertamente no puede opinar, su mujer era judía.

La serie presenta la judeofobia desde dos perspectivas:  la del estudiantado nacionalista y la de una comadrona quien esgrime su desprecio contra quienes no son cristianos. Durante su vida, Ehrlich cabalgó entre dos formas de antisemitismo; la religiosa y la racista, ambas igualmente destructivas ya que se basan en falsas superioridades.

¿Cuán judío fue Ehrlich? Era silesiano, ósea parte del Imperio Austro Húngaro, su abuelo fue el líder de la comunidad judía de su pueblo, su padre era el recolector de la lotería imperial. Ehrlich fue un producto de ambos mundos, el tradicional y el de los judíos progresistas que servían al Imperio.

Ehrlich se movió entre el imperio y Alemania, estudiando medicina en las universidades de puntos tan lejano como Breslau, Estrasburgo y Leipzig. Su gravitar nómada le dio una independencia mental asociada con el progreso. Su traslado a Berlín y a la Charité no se debía solo a que como nos indica la serie, Alemania fuese el centro del avance médico, sino también porque ofrecía más oportunidades para que un judío se integrase a la sociedad gentil.

Eso no quiere decir que fuese un asimilado. Se casó con una judía en boda religiosa, fue enterrado en el viejo cementerio judío de Frankfurt. En la serie menciona celebrar fiestas hebreas y lo vemos rezando de manera tradicional judía (balanceando el cuerpo). Ehrlich siempre se sintió judío.  Uno de los miembros de la academia sueca le negó el Nobel argumentando que el Instituto fundado por Ehrlich y que llevaba su nombre “poseía una atmosfera judía”.

Sin embargo, Ehrlich siempre se sintió alemán, vivió y murió en Alemania, nunca se interesó por el sionismo. Al Dr. Chaim Weizmann le tomó dos horas convencer a Ehrlich de subvencionar económicamente la construcción de la Universidad de Jerusalén.
Retrato de Paul Ehrlich

La ironía es que este genio de la medicina al que Alemania honró en vida (el Kaiser mandó una conmovedora carta de pésame a Hedwig Ehrlich) recibiría su mayor ataque antisemita estando ya enterrado. El Tercer Reich lo borró de los libros de historia y de los textos médicos, le cambió nombre a calles e instituciones que llevaban el nombre de Paul Ehrlich, y Hedwig (en la serie la llaman “Hedda) y sus hijas debieron refugiarse en Suiza para salvar sus vidas.

En 1938, los Estudios Warner decidieron hacer un filme honrando a Ehrlich, Hedwig fue contratada como asesora y Edward G. Robinson interpretó al médico. “Dr. Erlich’s Magic Bullet”, a pesar de ser producida por un judío (Jack Warner) y que su protagonista era un judío rumano, recibió tantas presiones que toda mención del origen étnico de Ehrlich fue borrada el libreto.

En “Charité” Ehrlich es identificado como judío incluso por quien no lo conoce. Lo han expuesto a un antisemitismo fácil de reconocer; estudiantes que lo acusan de no ser alemán, comentarios de que su pelea con Behring es por codicia típicamente judía, etc. Bostezo y bostezo porque hasta yo he pasado por esas incomodidades, pero de pronto nos presentan con algo inesperado.

Una Partera Antisemita
Hedda (Stella Hilb) está embarazada de su tercer hijo. En 1888, los partos seguían siendo terreno de parteras y Ehrlich se trae una de la Charité. Digamos que esta individua tosca e ignorante está a años luz de las comadronas de “Call the Midwife”. Inclusive nos la han presentado temprano donde milagrosamente ha traído al mundo a un bebé en la Charité. Digo milagrosamente, porque se la pasa todo el parto quejándose e insultando a la parturienta.

Pues su comportamiento no es diferente en casa de los Ehrlich donde se las arregla para ser descortés con el médico y con sus hijas y agrede verbal y físicamente a su paciente. Finalmente concuerda en algo con Ehrlich, el niño viene en mala posición, se necesita de un cirujano.

Todos los médicos de la Charité están celebrando en un congreso. Le envían a Ehrlich a Tischendorf, el peor estudiante de medicina de su facultad. Tischendorf, que todavía no es antisemita, ayuda a Ehrlich a cargar la camilla de Hedda hasta la Charité.

Alla se encuentran con … ¡La Partera! Esta expulsa a Ehrlich de la sala cubriéndolo de epítetos antisemitas y acabando con un “agradezca que una institución cristiana haya aceptado a su esposa”. Luego anuncia a su equipo (Ida y Tischendorf) que “entre nosotros vamos a sacar este mocoso judío”



Pasa el rato, Tischendorf en un alarde de irresponsabilidad se va a batirse a duelo y deja en su lugar a un estudiante de primer año. La partera se da cuenta que no se las puede. Solo tiene una solución, abrir en canal a la madre y salvar al niño. Insta al aterrorizado estudiante a hacerlo: “¡Hasta un carnicero sabe cómo hacerlo! No se necesita de un doctor”.

Explico cómo eran las cesáreas de entonces. Normalmente se practicaban a mujeres muertas o moribundas. En muy pocos casos sobrevivían las madres. El 85% de las mujeres a las que se les practicaba la operación morían.

Sin embargo, en esa Alemania donde el progreso medico es cosa de día a día, se había establecido un método experimental que daba muchos resultados. En 1882, se había descubierto el corte transversal y un año más tarde, Max Saanger había desarrollado un efectivo método para suturar el útero. Ida le advierte a Ehrlich lo que quieren hacer. Él no es cirujano, pero parte al congreso en busca de uno.

Entretanto, a la partera se le ocurre otra brillante idea: un bautizo de emergencia. No sabía que los luteranos también lo practicaban, pero este tipo de bautizo, que puede administrarlo cualquier católico bautizado, se sigue haciendo hoy, sobre todo en hospitales con criaturas que están en peligro de muerte, recién nacidos, incluso fetos abortados. Pero me imagino que hoy se hará con niños de familias cristianas nada más, o con huerfanitos.

Ida le recuerda a la partera que los Ehrlich son judíos, esta hace un gesto despectivo: "No es culpa del bebé".

Ida baja a la sala de enfermeras. El pastor se ha retirado por el día, pero envían a Thereze puesto que como diaconisa tiene la facultad de bautizar. Ehrlich ha encontrado que todos los cirujanos están medio borrachos, ninguno sirve. Vuelve cabizbajo a la Charité y se encuentra con Thereze acercándose a su mujer y portando un cuenco con agua bendita.

¿Como se pretendía proceder? ¿Iban a esperar a que arrancaran el niño de la panza de Hedda para rociarlo con agua bendita o iban a hacerla beberse el líquido como hicieron con Camila O ‘Gorman?  ¡Al parecer pensaban inyectarle el agua en la panza a Hedda! No llegamos a saber como reaccionaría la paciente porque en su desesperación, Ehrlich arroja la fuente al suelo. Como suelen hacer las mujeres ante una muestra de violencia masculina, todas se repliegan y la partera huye.


Ida, siempre la única cuerda, va en busca del único médico que permanece en el hospital. Von Behring es el ceniciento de Charité. El único que no ha sido invitado al jolgorio del congreso. Es el quien salva a Hedda. El niño con tanto traqueteo ya se murió. Esa noche, la enfermera Edith (la socialista que quiere crear un sindicato de enfermeras) le pide disculpas a Ehrlich y le recuerda que hay personal médico en la Charité que no cree en bautismos obligatorios.

Los Peligros del Bautizo
La primera vez que vi este episodio me quedé estupefacta, llena de ira y de vergüenza. Mi mente de mujer moderna acostumbrada a respetar la diversidad se escandalizó ante tanta desubicación. Lo que más me impresionó fue la total desconsideración por Ehrlich, por su dolor de padre y esposo. Aun comprendiendo que para los cristianos/católicos no hay salvación fuera de la Iglesia, que a la Iglesia se entra a través del bautismo y que toda criatura sin bautizar está condenada al limbo, me incomodó. Como le dijo Ehrlich a Edith “es solo otro insulto más”.

Sin embargo, mi segunda visión del episodio me dejó incomoda por otra razón. Tal vez mis amigos católicos y cristianos, viéndolo con ojos modernos, considerasen que la actitud del médico era la irrespetuosa y la desmesurada. ¿Después de todo si no se cree en el bautismo qué importa un chorrito de agua?

 No señores, en el contexto de la época no era un mero chorrito de agua. A pesar de que Paul Ehrlich era un niño cuando ocurrió lo del “Caso Mortara” es imposible que no conociese del incidente que sacudió no solo a la comunidad judía sino también a la opinión pública europea y norteamericana.

En 1857, en Boloña, entonces parte de los Estados Papales (Italia todavía no estaba unificada), la policía escoltando a enviados del Papa Pio IX, se presentó en la casa de los Mortara, una familia judía acaudalada. A pesar de las suplicas y protestas de los padres, se llevaron a Edgardo, de seis años, el sexto de los ocho hijos de los Mortara. Aunque siempre se ha hablado de “secuestro” lo terrible del caso es que era perfectamente legal.
El "secuestro"de Edgardo Mortara

Había llegado a oídos de las autoridades eclesiásticas boloñesas (léase, La Inquisición que todavía existía en los Estados Papales) que Anna Morisi, una adolescente analfabeta que fungía como nodriza de Edgardo, lo había bautizado creyéndolo en peligro de muerte. De acuerdo con las leyes canónicas, un niño católico no podía ser criado dentro de otra religión.

Los Mortara fueron a Roma a rogar que le devolviesen al niño. El Papa fue firme, a menos que los padres se bautizasen, Edgardo quedaba bajo protección papal. Entretanto, la noticia se hacía conocida en toda Italia y más allá de los Alpes. El Emperador Francisco José hizo una protesta formal. Lo mismo hizo Napoleón III, aunque sus tropas estuviesen a cargo de la protección del Santo Padre. Se dice que fue este caso el que hizo cambiar de opinión al Emperador quien desde entonces apoyó la unificación de Italia.

El Times de Londres se encargó de apoyar la causa de los padres; en Estados Unidos donde había un fuerte sentir anticatólico, se vio este incidente como ejemplo de que un gobierno liberal y protestante como el norteamericano era el mejor para los judíos. El famoso filántropo inglés de origen italiano, Sir Moses Montefiore viajó a Italia a entrevistarse con el Papa, pero sus esfuerzos fueron vanos.

Para abreviar, Edgardo no volvería a ver a su madre sino ya de mayor, ya muerto el padre, y el niño haber sido ordenado sacerdote. El Padre Pio Mortara (adoptó el nombre del Sumo Pontífice) murió en Bélgica, a los 88 años, unos meses antes de la invasión alemana de 1940. Una suerte para él, porque para los Nazis el bautismo valía hongo y el sacerdote hubiese acabado en una cámara de gas.
El Padre Mortara y su madre

Debido a ese precedente el caso Mortara no fue único en el Siglo XIX, pero si el más sonado es que los judíos como Ehrlich le tenían terror al bautizo. Sabían que podía desencadenarse en una tragedia familiar. No sé si esa cláusula existirá todavía, pero sé que pesaba en la imaginación colectiva judía del siglo XIX e incluso en la del XX.

En su estudio sobre los judíos italianos The Italians and the Holocaust, Susan Zucotti se sorprende al encontrar reiteradamente en los informes de judíos rescatados por el clero la frase “y no intentaron convertirnos”. Cuando San Juan Pablo II, entonces Padre Wojtyla, aconsejó a una feligresa no bautizar al niño judío que había rescatado de los Nazis, actuó con generosidad de santo puesto que otros rescatistas si se afirmaron en el derecho canónico.

En Francia, Antoinette Brun, valerosa resistente, decidió quedarse con los Hermanitos Finaly a quienes había rescatado de los nazis. Cuando la tía de los niños, ya acabada la guerra, reclamó a sus sobrinos, Madeimoselle Brun hizo bautizar a los Finaly. Luego, apoyada por el clero local, los trasladó a España, a un monasterio en el País Vasco. Pero esta vez, la opinión mediática, apoyada por la ley y por la iglesia galas, primó y los niños fueron enviados a Israel con su tía.

“Charité” es una serie sobresaliente, realmente histórica, sobre todo en lo que respecta a la evolución de la medicina moderna. Hay romances de todos tipos, pero no hay sexo. Solo hay un desnudo y es de espaldas. Lo que si hay son muchas vísceras sangrientas, pulmones agujereados, y operaciones gráficas. En el primer capítulo, a Ida le extraen su apéndice en un anfiteatro enfrente de cien estudiantes. ¡Mi pobre hermana se cubrió los ojos durante toda la escena y me hacía que le leyera los subtítulos! Si son amigos de las series medicas no se pierdan esta serie.

miércoles, 14 de agosto de 2019

El Mago Rasputín y La Falsa Anastasia: Como la cultura popular los volvió iconos históricos



En la imaginación colectiva, a menos que sea desde un enfoque marxista furibundo, la tragedia de los Romanov no gira en torno a culpas. La visión de quienes solo la conocen por la cultura popular es siempre compasiva: “pobres, Rasputín los tenía hechizados” o “los niños no tenían la culpa”. De alguna manera los verdaderos actores del hecho histórico son siempre el monje brujo o y los hijos del zar sobre todo la que quizás haya sobrevivido a la masacre. Como es que se llegó a ese cliché y como “The Last Czars” lo refuta es el tema de esta entrada.

¿Saben cuántos falsos pretendientes al trono han existido en Rusia desde todos los Falsos Dimitris en el Siglo XVIII? Y nadie sabe sus nombres. ¿Y saben cuántos místicos se han entrometido en la política manipulando soberanos?  Solo en tiempos modernos tenemos varios desde Sor Patrocinio, La de las Llagas, mentora de Isabel II de España, hasta Greet Hofmans, la “Rasputín” de la Corte de la Reina Juliana de los Países Bajos (y ni menciono a los astrólogos de Nancy Reagan) y nadie hace filmes sobre ellos.
Sor Patrocinio y su reina

Apenas unos meses tras la Revolución de Octubre, en Hollywood, Herbert Brenon dirigía “La Caída de los Romanov”, desde entonces esta trágica familia ha servido de tema para docenas de documentales, películas, telefilmes y miniseries. Alfred Hickman y Nance O’Neill daban vida la Familia Real, pero por supuesto el plato era fuerte era Rasputín (Edward Connelly) quien ya comenzaba su carrera de Gran Violador de la Pantalla. De ahí se creó la leyenda que Rasputín propició la caída de los Romanov.

El próximo filme sobre el tema giró en torno de la Falsa Anastasia. Para 1928, ya se sabía de la masacre de La Casa de Diversos Propósitos, pero también de la aparición de la misteriosa Anna Anderson. Se trata de un romance de Hollywood llamado “Clothes Makes a Woman”. Walter Pidgeon es un soldado ruso que rescata a la Gran Duquesa Anastasia. Luego él abandona Rusia y se va a Hollywood donde se convierte en un exitoso productor. Un día ve, en una fila de extras, a una chica (Eve Southern) que reconoce como Anastasia.

Paralela a esta fantasía los alemanes ese mismo año sacaron un filme “Anastasia” donde Lee Pertry hacia de la verdadera Gran Duquesa y Camilla von Hollay daba vida a Anna Anderson quien en esos días había sido expuesta a la prensa como una estafadora.

La Revolución Según Hollywood
El Hollywood de Los 20 y Los 30 tendría una visión ingenua de la Revolución, enfocándose en los horrores de las purgas y en el sufrimiento de los aristócratas exiliados. Los temas principales eran historias de nobles damas que debían trabajar en labores humildes (Claudette Colbert en “Tovarich”) o eran rescatadas de los pérfidos bolcheviques (Marlene Dietrich en “Knight Without Armour”).

Sera en 1932 que se atrevan a alejarse de personajes ficticios y Hollywood se enfrente a la Corte del Zar y a sus errores. “Rasputín and the Empress” es una obra en conjunto de la famosa dinastía teatral de los Barrymore. Lionel es el monje loco, Ethel su devota soberana y John, el del perfil, encarna al Príncipe Chegodieff, un velado retrato de Félix Yusupov.

En esta película el asesinato de Rasputín es provocado por la violación de Natacha (Diana Wynward), prometida del príncipe. La misma Zarina da la venia. Sucede que el verdadero e indignado Yusupov demandó a los estudios y una orden judicial hizo que rebanaran el episodio de la violación, por lo que el filme quedó medio inconexo.

Un par de detalles interesantes. Rasputín es malo total, chantajista, manipulador hasta proguerra mundial. Se dice en el filme que Rasputín detiene las hemorragias del Zarévich con hipnosis. Efectivamente, hay santones, místicos y chamanes que se cree podían hacerlo. También vemos que Rasputín usa la hipnosis para subyugar mujeres y someterlas a sus deseos o para que cumplan con sus órdenes.


Otro detalle es que la muerte de Rasputín ocurre después que Alejandra se entera que su mano derecha intentó abusar de su hija Maria (Jean Parker en su debut en el cine). ¿Por qué Maria y no sus hermanas mayores? Es interesante que ya entonces existía la idea de convertir a las Grandes Duquesas en objetos sexuales.

El romance de Hollywood y la Rusia en el exilio acabó con el auge del fascismo, la Guerra Civil Española y una creciente admiración por la Unión Soviética. La Segunda Guerra Mundial produjo un catálogo de filmes alabando al pueblo ruso y al Camarada Stalin y ya no se habló de víctimas de la Revolución.

La Anastasia de la Guerra Fría
Es en Europa donde renace el interés durante la Guerra Fría. En 1953, Pierre Brasseur da vida a “Rasputín” un filme menor, aunque rodado en tecnicolor y me dicen que es el mejor retrato del místico que se ha hecho en el cine.

En Francia es donde también se estrena una obra de teatro escrita por Marcelle Maurette, conocida por sus piezas sobre reinas derrocadas. Anastasia es un éxito total. Guy Bolton la traduce al inglés y conquista el mundo angloparlante. Dolores del Rio es la primera Anastasia americana, la seguirá Viveca Lindfords, y en 1963, Vivian Leigh ganará un Tony por ella.

En 1956, Anatole Litvak dirige la versión fílmica con Ingrid Bergman y Yul Brynner en los roles estelares y Helen Hayes como la emperatriz María Feodorovna. Inspirada por el caso de Anna Anderson, Maurette crea una historia de una amnésica que cae en manos de unos inescrupulosos exiliados capitaneados por El General Bounine (Brynner), un ex oficial de los ejércitos zaristas.



El grupo quiere “vendérsela” a la Familia Romanov, pero a medida que “Anastasia” adquiere confianza comienza a evidenciar detalles que hacen sospechar que no es una impostora.  El gran coup es cuando la emperatriz Maria Feodorovna la reconoce como su nieta. Pero cuando la anciana descubre que Anastasia ama a Bounine le da la oportunidad de ser feliz. Así el filme acaba sin que exista una certeza sobre la identidad de la protagonista.

Es Lili Palmer que, tras su divorcio de Sir Rex Harrison, ha regresado a Alemania quien gana premios y buena crítica por su “Historia de Anastasia” (1956) que en realidad es la saga de Anna Anderson, la Falsa Anastasia. Aquí vemos su amistad con Gleb Botkin, hijo del médico del Zar que fuese asesinado junto con su paciente. Botkin siempre creyó en la historia de Anderson, la apoyó, convenció a otros e incluso la apoyó económicamente.

Todo esto se ve en el filme como también las visitas que hicieron a Anna parientes y conocidos de la Gran Duquesa y sus reacciones. Hasta hoy creo que es el retrato más fidedigno de una mujer que realmente se creía Anastasia.
Rasputín, el Gran Villano
Pasarían 30 años antes de que el tema de la impostora volviera a interesar a cineastas y productores, otra cosa era Rasputín quien ya era parte de la iconografía de villanos. Lo hemos visto ser el Némesis del Hellboy, vampiro en “Nick Knight” y demonio en “Buffy, cazadora de vampiros”. En 1963, la Hammer cansada de verle los colmillos a Drácula, decide convertir a Sir Christopher Lee en “Rasputín, el monje loco”. El resultado es totalmente camp, una película muy entretenida pero muy poco histórica.




En 1979, Boney M grabó una version disco super exitosa de la leyenda de Rasputin. Con solo escuchar el estribillo "Ra...Ra...Rasputin, Lover of the Russian Queen" se dejaba claro que en el imaginario oopular el monje loco y la Zarina habian sido amantes.

En Rusia se han hecho filmes y miniseries sobre el staretz (el verdadero titulo religioso del Padre Grigori) pero ninguno lo ha sacado de su encasillamiento de villano cliché. En el 2010 hicieron un filme en Italia titulado “Rasputín, la verdadera historia”. ¿Cuántas veces no hemos escuchado esa promesa? En el 2010 se hizo una coproducción franco-rusa cuya única virtud fue ver a Gerard Depardieu como Rasputín y Fanny Ardant como la Zarina. Por eso solo mencionaré obras que aporten algún cambio a la imagen del controversial místico.

Yo descubrí la existencia de Rasputín y Anna Anderson, el mismo año, 1968.  Mis padres iban al cine todas las semanas (yo también, pero veíamos filmes diferentes). Ellos siempre me contaban a grandes rasgos la trama de lo que habían visto. Luego yo cotejaba con críticas y entrevistas de Ecran.

 Una noche volvieron muy contentos porque Mi Ma había vuelto a ver a Geraldine Chaplin que se había vuelto su actriz favorita después de verla en “Dr. Zhivago” Ahora también se trataba de un filme sobre la Rusia prerrevolucionaria: “Yo maté a Rasputín” es una obra francoitaliana cuyo mayor mérito es que comienza con una breve entrevista con el Príncipe Yusupov en la cual él confiesa sus motivos para haber asesinado al staretz y como nunca se ha arrepentido.

Mi padre me abrevió un poco la historia de Rasputín (en ese filme interpretado por Gert “Goldfinger” Frobe) y como a todos los niños, me fascinó y horrorizó a la vez. Lo más fascinante para mí fue lo difícil que fue matarlo. Pregunté a mi padre si realmente era un mago. “No” me contestó “es que era un moujik grande y gordo, costaba acabar con él”.

Curiosamente, por ese entonces encontré un artículo en la Eva sobre Anna Anderson que acababa de establecerse en los Estados Unidos. Me fue imposible asociar a esa señora gruesa, arropada en un pesado abrigo y tapándose la cara, con una princesa de cuento. Conclusión: Rasputín era más interesante que falsas princesas.

Pasaron los años y no volví a pensar ni en Rasputín ni Anastasia, sino hasta mi segundo año de secundaria donde cubrimos la Revolución Rusa. Ya he contado en otra entrada como tuve que hacer un trabajo sobre la Zarina y que me ayudaron a entenderla las memorias de su dama y confidente Anna Virubova. Hasta su muerte, Madame Virubova estuvo segura de que Rasputín era un santo, un místico, un hombre de D-s, que telepáticamente había interrumpido una hemorragia interna que la dama había sufrido durante un accidente ferroviario.



Cuando el Dr. Who era Rasputín
Por ese entonces pasaron por televisión el aclamado filme “Nicholas y Alexandra”. Basado en el bestseller de Robert K. Massie, es muy fastuoso, pero aparte de “sacarinado” no tiene mucho que ofrecer. Los principales (Janet Suzman y Michael; Jayston) no me impresionaron. 

Si me gustó ver a las niñas y Tom Baker (si, Whovians, El mero Doctor quien un ganó un Globo de Oro por este rol) como Rasputín estuvo soberbio. También fue la primera vez que se recreó el asesinato de La Familia Imperial. De hecho, en “The Last Czars” lo han copiado casi exacto, incluso dejando solo al Dr. Globkin como víctima del pelotón de fusilamiento y prescindiendo de los otros criados-víctimas.


A mediados de los 70, la BBC produjo la incomparable “Fall of Eagles”, hasta hoy el mejor dramatizado sobre los hechos que precipitaron la caída de tres dinastas: Hohenzollerns, Habsburgos y Romanov. Michael Eldrige fue un competente Rasputín, pero mi mayor impresión la provocó Gayle Hunnicutt como Alejandra. Por más de una década fue a mi parecer la mejor intérprete de la Zarina.

Pasaron más de diez años antes que nos acordásemos de la Tragedia de los Romanov. El Hollywood de los 80 adoptó una actitud ambigua hacia los hechos. Por un lado, permitía delirantes elogios de la revolución como en la “Reds” de Warren Beatty, pero seguía con sus thrillers de la Guerra Fría (“Gorki Park”) o descripciones de la opresión política en la moderna Unión Soviética (“White Nights”). por eso le tocó a la televisión recordarnos otra versión los hechos.

Anna Anderson murió en 1984, hasta su último suspiro juró ser la Gran Duquesa Anastasia Romanov. Para sus seguidores existía la indignada certeza de que se la había negado sus derechos. Peter Kurth intentó aclarar el misterio de la impostora en su The Riddle of Anna Anderson (1983). La NBC compró los derechos del libro y en 1986 los convirtió en un telefilme en dos partes.

Amy Irving, entonces Mrs. Steven Spielberg y en la cúspide de la fama, dio vida una Anna Anderson confundida, esperanzada e histérica la vez. Su trabajo le ameritó una nominación al Globo de Oro. El filme ganó Emmies por vestuario y música, ambos fantásticos.

Fue también nominado por el mejor elenco y es que fue una constelación de nombres: Omar Shariff y Dame Claire Bloom como Nicolás y Alejandra, Dame Olivia de Havilland (quien ganó un Globo de Oro como mejor actriz de reparto) como la emperatriz María Feodorovna, Elke Sommer como la Baronesa Buxhoeven, dama de la Emperatriz y Sir Rex Harrison (en su último rol) como el Gran Duque Kiryl, el malo de este cuento. Jennifer Dundas, quien había conseguido reconocimiento de la crítica por su retrato de Gloria Vanderbilt en “Little Gloria, Happy at Last”, era Anastasia adolescente, pero quien impresionó a todos fue un pequeño debutante llamado Christian Bale quien se robaba escenas como el Zarevich Alexei.


El gran mérito fue darnos, a los que creíamos que Anna=Anastasia, el beneficio de la duda, pero para los incrédulos la interpretación de Irving dejó en claro que se trataba de una amnésica que solo quería encontrar su identidad y que realmente creía ser la hija del Zar.

Cuando Snape era Rasputín
Todas las dudas quedaron disipadas ocho más tarde cuando las pruebas de ADN demostraron que Anna no era ni pariente lejana de los Romanov. Los restos de La Familia imperial (con excepción de los de Maria y Alexei) fueron debidamente identificados. En medio de esas noticias, HBO que ya se perfilaba como el gigante televisivo que es hoy, decidió jugar con el personaje de Rasputín.


Al recibir su Globo de Oro, Sir Alan Rickman (si ya sé que rechazó el honor, pero igual sigue siendo un Caballero) dijo que deberían dar premios por mejor actuación haciendo papeles desagradables. Se refería obviamente al místico y a sus deplorables costumbres. Curioso porque nuestro recordado Snape le otorgó al staretz una humanidad que pocas veces consiguieron otros actores en el mismo rol.

El Rasputín de Sir Alan es un borracho, un depredador sexual, un campesino zafio y más encima obsceno (esa danza del vientre con el pene colgando que le hace a Yusupov es un ejemplo de lo que hablo), pero también es un hombre profundamente religioso, lleno de fe y amor por la humanidad y la naturaleza, pacifista, generoso y deseoso de ayudar a Alexei.

Muchos criticaron la elección de Greta Scacchi, conocida como símbolo sexual, para encarnar a la Zarina. Sigue siendo mi Alejandra favorita y también de los críticos que la nominaron a un Globo de Oro y le otorgaron un Emmy. Sir Alan, por supuesto, ganó un Globo, un Emmy, Un Saturno y un trofeo de parte de la Unión de Artistas de la Pantalla. Pero no fueron los únicos sobresalientes en un soberbio ensamble.

Sir Ian McKellen era mayor y no se parece físicamente al Zar, pero su Globo de Oro se lo ganó por mostrarnos un Nicolás terco, firme, que no se dejaba engañar por este seudo monje de las estepas, pero que al final debía doblegarse a las evidencias de los poderes “rasputinicos”.

También estupendos estuvieron Diana Quick en su breve aparición de la Gran Duquesa Ella; James Frain que es exactamente como me imagino a Yusupov y mi siempre aplaudido David Warner como el Dr. Botkin. Las escenas de Botkin y Rasputín son mis favoritas. El medico cree que la mejora de Alexei se debe a su tratamiento y considera a Rasputín un mero hipnotista de circo. El Padre Grigorii, en cambio, realmente cree ser un ejecutor de los deseos de la Virgen quien lo ha elegido y enviado a Tsarskoe Selo. Es solo cuando Rasputín se siente abandonado por la Virgen que comienza su decadencia.

El telefilme estaba enmarcado en la noticia del encuentro e identificación de los restos de la Familia Imperial y la acotación de que los restos de Alexei aún no habían sido encontrados. Un toque eficaz fue entonces narrar la historia desde el punto de vista del Zarevich, una persona que amó sinceramente a Rasputín.

Tras el asesinato del staretz, se lee la carta que escribiera a la Zarina anunciando el fin del Imperio y de los Romanov si el místico moría violentamente a manos de nobles. El filme acaba entonces con escenas de la Revolución, del exilio y de la masacre de la Familia Imperial. Así podemos ver el asesinato de Ella y a los criados del Zar ser ejecutados junto a sus amos.

La Versión Animada
Un año más tarde nos llegó la fusión más insólita: Rasputín y la Falsa Anastasia juntos. Don Bluth adquirió los derechos sobre la pieza de Marcelle Maurette y creó este encantador relato animado donde “Anya” es en realidad la Gran Duquesa, donde la Revolución es causada por una maldición de Rasputín y donde Anastasia debe luchar cuerpo a cuerpo con el monje para recobrar su identidad y ser feliz. 

Obviamente hay romance, canciones, y hasta un murciélago parlante. “Anastasia” tuvo un éxito arrollador, se convirtió en una lucrativa franquicia y hasta hoy Anastasia es amada , gracias a sus muñequitas, por niñas de todo el mundo..

Un año más tarde ocurrió un evento real que superó a la ficción. El presidente de Rusia, Boris Yeltsin presidió una ceremonia fúnebre en la Catedral de San Pedro y San Pablo, tras la cual los restos de Nicolas, su esposa y tres de sus hijas fueron enterrados en la Fortaleza de Pedro y Pablo. En su discurso, Yeltsin combinó llamados a reconciliación, contrición sobre la masacre y profesó un rechazo a cambios políticos nacidos de este tipo de violencia.

En el 2000, la Iglesia Ortodoxa Rusa llevó el homenaje a la familia a su grado máximo declarándolos a todos mártires y santos. Fue ese año que en Rusia se hizo la miniserie “Los Romanov: Una Familia Imperial”.  Es un recuento de los últimos días de Nicolas y su familia a partir de la Revolución de Octubre. No hay critica, Rasputín solo aparece en una pesadilla de la Zarina. Todo es acorde con la idea de mártires inocentes.

Yo no lo he visto completo, aunque está (con subtítulos en inglés) en YouTube. Hay cosas que intentan ser realistas y están un poco exageradas. Las hijas del Zar, debido al sarampión, habían sido rapadas, pero para la época de su asesinato tenían melenas hasta el mentón. Aquí las muestran con el cabello al rape y cargando almohadas hasta a escena de su ejecución. La única que cargó una almohada (llena de joyas) fue la mucama Demidova.

Aquí si aparecen todos los criados del Zar, e incluso conocemos al amiguito del Zarevich. Lo de las joyas en la ropa queda ambiguo, al final Yurovsky (que es retratado como un cerdo sádico) le arrebata a Alexei una bolsita que descubre contiene conchas de mar. En realidad, el Zarévich tenía joyas dentro de su guerrera y de su kepi.

Todo lo que se refiere a la familia imperial es etéreo, dulce y puro, hasta el romance inventado entre Olga y el soldado-musico Denisov que incluso la salva con una transfusión de sangre. El filme acaba con la ceremonia de canonización de los Romanov.

Sexo, Mentiras y Romanov
Curiosamente esta apología apoteósica tendría otro vuelco 17 años más tarde. En el 2017 se hizo un filme en Rusia que sacó ronchas a muchos sectores y que incomodó al Zar Vladimir I.  Alexei Uchiev dirigió un filme “Mathilde” sobre el affaire del joven Nicky y la bailarina polaca Mathilde Kschessinskaya.


A pesar de que este romance, que precedió al matrimonio del Zar, es un hecho histórico, la cantidad de escenas sexuales horrorizó a los devotos de San Nicolas, la Familia Real Rusa lo tildó de blasfemó, y hasta Putin cayó en mutismo lo que indicaba que el filme, aun bajo escrutinio, no le parecía muy simpático.

¿Sera por eso que este circo llamado “The Last Czars” hace tanto hincapié en las escenas sexuales? A Netflix no le pueden prohibir que ponga a los santos encuerados haciendo travesuras. Y ese parece la, mayor contribución de este último acercamiento a la Tragedia Imperial. Nicky y su mujer son monstruos; sus hijos son brutos; Rasputín, otra víctima de las locuras zaristas; Yakov Yurovsky es un ángel vengador y Anna Anderson una timadora. Para eso se podrían haber ahorrado la plata. El revisionismo no tiene sentido sin un propósito y esta serie mal hecha no es el cierre para un mito.

Cada uno de nosotros llevará adentro una imagen predilecta de la Familia Real, o la de las caricaturas o la de la Hammer, u otra. Yo me quedó con la de HBO. ¿Cuál es la tuya?