lunes, 19 de febrero de 2018

Alberto y Felipe: Cuando Nadie en Inglaterra Quería Príncipes Consortes Alemanes



En la primera temporada de “The Crown”, vimos a cortesanos y miembros de la familia real desconfiar del origen alemán del prometido de la princesa Isabel. ¿Coincidencia? Porque en la primera temporada de “Victoria”, pueblo y clase política demostraron su molestia ante un enlace de su soberana con un príncipe alemán. ¿Es lógico ese repudio cuando hace más de tres siglos que los reyes de la Gran Bretaña son de la más pura cepa teutónica?

A dos meses de salir al mercado, la segunda entrega de” The Crown” ha elevado controversia, confusiones y dudas, sobre todo en lo que respecta al personaje del Duque de Edimburgo, núcleo de esta temporada. Pero desde la Primera Temporada que se ha dicho que el origen germano del Príncipe Felipe puede haber jugado en su contra al momento de casarse.  Este es uno de los pocos hechos verídicos en este descuartizamiento de la vida y aventuras de Felipe de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glucksburg.
Felipe en brazos de su madre Alicia de Battemberg

El primero es que, aunque nació   príncipe de Grecia y su bisabuelo era el rey de Dinamarca, su mismo apellido lo delata como de origen germano.  Todos sus ancestros inmediatos son miembros de casas principales de Alemania. Incluso su abuela la Gran Duquesa Olga Feodorovna era hija de Alejandra de Saxe-Altenburgo y nieta de la Princesa Carlota de Prusia.

Sin embargo, si revisamos (y lo vamos a hacer) el árbol genealógico de Isabel II encontraremos también (aparte de su madre) una preponderancia de sangre alemana con algunas gotas de plasma danés. Y la familia real danesa moderna desciende de la casa alemana de Oldemburgo. ¿Entonces de donde deriva ese sentimiento de asco por la sangre germana?  Las razones son político- históricas y van más allá de las guerras mundiales que enfrentaron a soldados británicos con soldados alemanes.

Una particularidad del pueblo inglés es su insularidad que en ocasiones puede derivar en xenofobia. Los motivos son que a lo largo de su existencia (y antes de que les bajara el prurito colonialista y se pusieran a invadir otras tierras) la Gran Bretaña fue muchas veces invadida o amenazada con alguna invasión.

Primero la invadieron los romanos, luego los sajones (tribu germánica) finalmente los vikingos. Pero la peor invasión, la que derrocó y destruyó a los reyes sajones fue una invasión de vikingos francoparlantes. Guillermo, El Conquistador impuso la cultura normanda y a través de su bisnieto Enrique, una dinastía normanda en suelo inglés, la Casa de los Plantagenet que reinaría hasta el siglo XV.
Las tropas de Guillermo, el Conquistador, en el Tapiz de Bayeux

Los Plantagenet tomaron por costumbre casarse con francesas, lo que no impidió que tuviesen con la nación gala una guerra que duró un siglo. Al cabo de la cual, y como todavía les quedaban ganas de pelear, estalló una guerra civil entre el rey Enrique de Lancaster, casado con francesa, y su primo Eduardo de York, de una rama Plantagenet menor, pero más inglesa. Todo ese lio acabó, como sabemos los adictos a reinas y princesas blancas, con el codicioso y paranoico Enrique Tudor haciéndose del trono.

En su momento se pensó que Enrique fundaba una casa real totalmente inglesa, incluso celta, pero tampoco era así. Era hijo de Margaret Beaufort, y Mi Señora, La Madre del Rey era bisnieta de Juan de Gante, lo que la hacia una Plantagenet. La abuela de Enrique era Catalina de Valois, que puede no haber sido hija del rey loco, Carlos VI de Francia (así de casquivana era la madre que dudas sobre la paternidad de su prole siguen hasta hoy), pero que de Isabel de Baviera heredó los desquiciados genes de los Wittelsbach y la sangre de los Visconti, Doria y Della Scala. Cuando uno mira los excesos Tudorianos hay que pensar en ese melange genético.

Saltémonos a los Tudors que eran muy locos y muy estériles y pasemos a los Estuardo. El rey Jacobo a pesar de públicamente repudiar esa cultura franco-católica que heredó de su madre, siempre se mostró proclive a refinamientos continentales e incluso flirteó con la idea de levantar las leyes anticatólicas que más allá de la religión, cerraban las puertas al acceso a conocimiento y artes desarrolladas en los países mediterráneos. Su mujer, Ana de Dinamarca, era católica enclosetada. Su hijo Carlos I se casó con una princesa francesa y católica.
Ana, la primera consorte británica con sangre danesa

Ante estos hechos que afectaban a la Iglesia Anglicana, la clase dominante inglesa cortó por lo sano cortándole la cabeza al rey e impuso una dictadura puritana, pero la muerte de Cromwell trajo de regreso a los Estuardo, más católicos y más francófilos que nunca. Hubo guerras y revoluciones. SE impusieron las nietas de Carlos I, ambas señoras anglicanas, una casada con Guillermo de Holanda, la otra con Jorge de Dinamarca. Como ninguna tuvo hijos que llegasen a edad de gobernar, se buscó urgentemente en las cortes luteranas del continente a algún descendiente de los Estuardo que tuviera pedigrí, pero también fuese un buen protestante.
De Elector de Hanover, Jorge pasó a ser rey del Reino Unido

Fue así como en Hanover encontraron a Jorge I. Casi sin hablar inglés, el rey cincuentón llegó a Albión acompañado de su amante germana, la Condesa von der Schulemburg.  Jorgito dejó a la Reina Sofía-Dorotea, su consorte, bien encerrada en Alemania como castigo por sus malos pasos. El nuevo rey no tendría reina, pero tenía un hijo varón que sería Jorge II. Así la Inglaterra dieciochesca viviría cuatro reyes, todos llamados Jorge, todos alemanes, todos casados con princesas alemanas.

Cuando muere Prinny (Jorge IV) y lo sigue su hija Carlota (hija de Carolina de Brunswick) el trono pasa a Alejandrina Victoria, hija del Duque de Kent y su esposa Victoria de Saxe-Coburgo. La serie nos lo deja claro. La reina Victoria es alemana por los cuatro costados, con su madre habla en alemán, su aspecto físico es germano, hasta su institutriz es alemana. Sin embargo, cuando pide en matrimonio a su primo hermano, Alberto de Saxe Coburgo, se alzan voces en contra de la unión. El mismo Melbourne aconseja a la reina repensar su decisión. Los ingleses no quieren un rey alemán.

Una cosa es tener reinas germanas en una época en que las consortes vivían escondidas en sus palacios, y otra tener un teutón bárbaro que, si algo le pasa a Victoria, reinará en su lugar. La prensa critica y caricaturiza a Alberto, pintándolo como una salchicha de Frankfurt. 

No se entiende este rechazo, si hace cien años, los mismos ingleses se fueron a mendigar a Hanover por un rey. Es que los tiempos han cambiado. Ya no se trata de reyezuelos en principados del porte de un pañuelo. Ahora Europa habla alemán. Prusia se perfila como el gran imperio, el poder que puede agrupar a todos esos condados, ducados y principados en un solo reino.

Las guerras napoleónicas han provocado un desequilibrio de poder. Francia intenta reinventarse bajo un “rey-ciudadano”, España es una sombra de su imperio, Italia una serie de reinos y ducados que todavía no saben cómo unirse ni sacudirse el yugo austriaco que los oprime. Donde no manda Prusia, rige el Imperio Austrohúngaro, también germano parlante. Austria no solo domina la Europa del Este también es dueña de Lombardía, Toscana y El Véneto. Solo Rusia gobierna más territorio y el imperio de los zares se proyecta hacia Asia, no Europa.


Cuando en “Victoria” Luis Felipe se queja de que los príncipes Coburgo se andan ‘robando” a todas las princesas europeas, no miente. Alberto es ahora consorte en la Gran Bretaña. Otro Coburgo se ha casado con la Reina Maria de la Gloria y juntos administran Portugal. Hasta de Brasil mandan venir Coburgos para sus princesas. Lo que Luis Felipe se guarda es que tres de sus hijos están casados con Coburgos, incluyendo a Luisa Maria, la mayor, casada con el Tío Leopoldo, Rey de los Belgas.


Y es que en Europa están apareciendo nuevas naciones y para gobernarlas sobran los príncipes alemanes. Bélgica ha elegido que la reine Leopoldo de Saxe-Coburgo. Su sobrino Fernando será rey de Bulgaria. En el trono de Rumania se instalarán los Hohenzollern y Grecia, luego que se sacuda a los turcos de encima, probará suerte con un rey Wittelsbach para luego reemplazarlo con un príncipe danés. Así la familia real griega se apellidará Schleswig-Holstein.

Pero volviendo a Victoria y Alberto. Ahí no existe problema con el apellido de los hijos. La reina enamorada está feliz de llamar a su prole Saxe-Coburgo, aunque el verdadero apellido (y les tomará cincuenta años recordarlo) es Wettin. El pueblo inglés comienza a ver con buenos ojos al consorte. Se publicitan (como se ve en “Victoria”) las mejores virtudes del príncipe tales como su interés en las ciencias y su afán de implantar medidas higiénicas tanto en el palacio como en su pueblo.

Gracias a Alberto la familia inglesa desarrolla gustos por el ejercicio, la vida sana, la higiene. El príncipe es un buen administrador que recorta los gastos superfluos, sube los sueldos de los sirvientes, pero también es más exigente con ellos. Por otro lado, Alberto crea la idea de la privacidad de la familia Real, de hacer reglas para que el populacho no se inmiscuya en su entorno familiar. La Reina Victoria comienza a tener trato más breve con ministros, a no ser tan cercana a la aristocracia (que nunca aceptó a Alberto) y a ser más moderada en lenguaje, conducta y vestuario. El habilidoso Alberto consigue lo que los Hanover nunca hicieron, imponer su cultura en Inglaterra. Si hasta se trae el árbol de Navidad para integrarlo a las tradiciones decembrinas inglesas.
Las navidades de Victoria y Albertio

La clase media adopta las costumbres palaciegas. Y así tenemos ese perfil de la cultura victoriana: doméstica, pero puritana; reprimida pero amiga del ejercicio y de la naturaleza. Esas imágenes literarias de la familia victoriana con niños bien portados, y padres benévolos, pero dictatoriales, rodeando el árbol navideño,  son en realidad réplicas de familias alemanas.

Victoria está tan encantada con su marido alemán y su estilo de vida que fomenta en sus hijos matrimonios germanos. De sus nueve hijos, seis se casan con alemanes. Su hija mayor, Vicky, será la primera emperatriz de una Alemania unida. El príncipe heredero no tuvo una alianza teutónica, pero se casa con la princesa más bonita de Europa, Alejandra de Dinamarca y ya sabemos que la Familia Real Danesa es Schleswig-Holstein, etc.
Alejandra de Dinamarca

La admiración de los ingleses por Alemania no se queda en árboles navideños y no acaba con el fallecimiento de Alberto, Para fines del reinado de Victoria existe una conciencia en el mundo académico inglés de que Alemania posee la superioridad mundial en la música, filosofía, medicina y ciencias en general. Los médicos iban a especializarse en Alemania, las hijas de familias pudientes inglesas estudiaban en internados alemanes.

De igual manera los alemanes se establecían en Inglaterra, como las ficticias hermanas Schlegel de Howard’s End, o se traían esposas germanas como hace el filólogo Ernest Weekly. En 1899 se trae de Alemania a la baronesa Frieda von Richtofen. Todo para que se la robe su más aventajado alumno, un tal D.H. Lawrence, acto que inspirará las páginas más candentes de la literatura inglesa.

La nobleza germana tampoco es ajena al encanto anglo. El Kaiser Guillermo, nieto predilecto de Victoria, se la pasaba de cacería en las tierras escocesas de su amigo el Duque de Sutherland, y a la corte de Victoria llegaron refugiados nobles de Alemania, los productos de una nueva moda, la nobleza morganática.

Sobre esta nobleza, y especialmente sobre La Casa de Battemberg, hablaré en mi próxima entrada. Es posible que el mal recibimiento de Felipe de Grecia por sus parientes políticos no se debiera tanto a su sangre germana, a pesar de que el fantasma de la Gran Guerra teñiría la visión de muchos allegados que se convertirían en sus enemigos (léase la Reina Madre y Sir Alan Lascelles).

Mi teoría es que pesaba más su parentesco con la Familia Mountbatten y la posible influencia de esa familia en la casa de Windsor. Sabido es que esa fue la razón por la que se privó al Duque de Edimburgo por muchos años de un derecho de todo padre de darle su apellido a sus hijos.





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