Este ha sido el
peor capítulo de la temporada. Mas allá de las usuales mentiras oportunistas de
Morgan, aquí se llega a una irracionalidad que desafía toda lógica y acaba
ofendiendo a las verdaderas y muchas víctimas de las desastrosas medidas
económicas de Margaret Thatcher. Ni hablar de como la sutil misoginia morganiana
hace que los espectadores babeen de gusto ante una posible atentado contra la privacidad
femenina. Como dijeron la Reina y Felipe, otra sería la historia si Michael
Fagan hubiese entrado al cuarto del Príncipe Consorte.
En el verano de
1982, cuando el Cono Sur tenía los ojos puestos en Las Malvinas, los fans de la
realeza de USA nos asombrábamos por la facilidad con la que un tal Michael
Fagan había podido entrar hasta la recamara real donde dormía Su Soberana. Unos
días después de la noticia, está ya era motivo de chistes y de admiración por
la sangre fría de Isabel quien había manejado todo el asunto de manera
competente y valiente.
Aun así, persistían
la duda y preocupación de todo monarquista por la falta de seguridad que rodeaba
a La Reina. Sobre todo, cuando el asesinato de Lord Mountbatten, había
demostrado que La Familia Real era blanco de terroristas. Otra de las cosas que
“The Crown” ha obviado mostrar es que un año antes— apenas unas semanas previas
a la Boda Real— Isabel fue atacada mientras pasaba revista a sus tropas. Un
mocoso le disparó siete salvas nada más que “para ser famoso y recordado”.
Aunque Fagan hasta hoy asegura que nunca pretendió
agredir a su reina por la que siente adoración su aparición en el cuarto de Isabel
fue mucho más dramática. Cuando la Reina despertó se encontró ante un hombre
descalzo, borracho, que sostenía en la mano un cenicero de cristal roto
chorreando sangre. Desde ese día, Michael Fagan ha dado no sé cuántas versiones
de los hechos.
Como tiene más
vidas que un gato, en el 2020 sobrevivió un infarto y el Covid (y alcanzó a ver
“The Crown”) ha vuelto a ser entrevistado.
Encontró la serie muy simpática, pero recalcó lo que es invariable en
sus declaraciones. Si entró al Palacio de Buckingham fue para conocer a su reina,
no por motivos políticos ni desesperación, y el intercambio con Isabel no duró más
de 10 minutos.
Como explicaría a
los periodistas la madre del intruso, su hijo estaba obsesionado, pero en buena
onda, con Isabel II. En el verano de 1982, la mitad del Reino Unido estaba
obsesionada con la Princesa de Gales, pero a ninguno de ellos (por suerte) se
le ocurrió metérsele en el cuarto. Por otro lado, la otra mitad sufría de
gravísimos problemas económicos y a ninguno se le ocurrió allanar la casa de
ningún político. El que Morgan coloque a
Fagan en este último grupo, ya le resta credibilidad al relato.
La verdad es que Fagan,
un pintor de brocha gorda desempleado, estaba un poco deprimido porque su mujer
lo había abandonado. La esposa de Fagan, que eventualmente regresaría con él,
se había marchado cansada de un esposo que se la pasaba o en la cárcel o en el
manicomio. Es que todo indica que Fagan no era el valeroso justiciero social
que viene a advertirle a su reina que una usurpadora está destruyendo su reino
y pretende quitarle el trono como en el cuento de hadas que confeccionó Morgan.
Lo cierto es que
el audaz y chistoso Fagan tenía problemas mentales agravados por uso de drogas
y alcohol. El mismo declaró que creía que todo el incidente se debía a la influencia de hongos alucinógenos que había ingerido previamente a sus
intrusiones en casa ajena y que probablemente provocaban su desempleo y problemas
maritales. Basta ver la diferencia entre sus declaraciones en su primera
entrevista (The Guardian, 1982) y la última ( The Sun, 2020) para ver el desequilibrio de entonces.
La razón por la
cual el pintor entró al palacio, tal como la declaró en el tribunal, es porque
estaba enamorado de Isabel y porque “no sabía yo quien era y pensé que ella me
lo diría”. Después admitió lo de los
hongos, y según Scotland Yard cuando fue arrestado Fagan (que se les presentó
como “el hijo de Rudolf Hess”), confesó haber entrado al cuarto de su “enamorada”
con la intención de cortarse las venas.
No era la primera vez que Fagan había entrado
en Buckingham. Durante su audiencia, Fagan que alternaba su estado de ánimo
desde el coquetear on chicas en la galería con estallidos de llanto, soltó muchos
datos que agravaron su falta. Uno de ellos es que era su segunda intrusión en
la casa de la Reina. La primera vez ocurrió semanas antes. Entró por una
ventana abierta y se encontró con una camarera que huyó despavorida.
Esperando que
pronto viniesen guardias a desalojarlo, Fagan aprovechó de pasearse por la
residencia. Según su propia confesión admiró la colección de sellos del Rey
Jorge VI, los regalos que la Princesa Diana había recibido por motivito del nacimiento
de Guillermo, se bebió una botella de vino que el Príncipe Carlos tenía en su
reserva en su escritorio. También se comió unos bocadillos de queso que
encontró en un bufete y ¡se sentó en los tronos!.
¡Lo más descarado
es que sintiendo el llamado de la naturaleza, y al no poder encontrar un baño, se orinó en los platitos de comida de los
Corgi! Lo extraordinario
es que nadie notó ni la orina ni la ausencia del vino y los guardias no le creyeron
a la camarera que había avistado al stalker.
En la serie,
Isabel y Felipe son informados del robo del vino. La Reina no le da importancia
y pide que lo mantengan en secreto porque todo lo que va a conseguir es que Scotland
Yard invada su privacidad. Un tema de la serie es que Isabel quiere mantenerse
alejada del pueblo, ocupada en mantener su vida personal a aparte del resto del
mundo. Si nos detenemos a pensar que Diana también quería privacidad y que su
muerte fue provocada por paparazis tan intrusos como Fagan, uno se da cuenta de
la importancia de salvaguardar la intimidad de las personas públicas.
Yo no creo que
Isabel hubiese tomado tan a la ligera un allanamiento de morada. No en vista
del ataque del año anterior y eso que no sabía un secreto recién revelado en
este siglo. En un tour por Nueva Zelandia en 1981, un adolescente le disparó con un rifle a la suficiente distancia para no hacerle
daño. Además, todavía estaba reciente la memoria del asesinato de Lord
Mountbatten. Debido a que “Fagan” es un apellido irlandés, Scotland Yard
inicialmente lo creyó un terrorista de la ERI.
El episodio no
fue ni jocoso, como lo percibimos en su tiempo, ni tuvo las connotaciones
políticas que le impuso Morgan. En su reciente entrevista, Fagan ha cambiado un
poco sus declaraciones iniciales: nunca consumió alucinógenos, ni planeaba
suicidarse en frente de su reina, pero es enfático en el tema Thatcher. La Dama
de Hierro nunca jugó un rol en su aventura.
En la serie Fagan
(interpretado por Tom Brooke) es un patético desempleado, víctima de la
economía tatcheriana. Su esposa lo ha dejado por otro, le impide ver a sus
hijos y cada vez que Fagan intenta surgir, encontrar empleo, llevar una vida normal,
choca con la insensible burocracia. Finalmente, un burócrata burlón le
recomienda ir a quejarse con la mandamás, la única por encima de Thatcher, Su
Majestad Isabel II.
El desolado
Fagan, en su segunda entrada al palacio, rompe una claraboya lo que explica que
llegue sangrando ante la Reina. Totalmente ridículo, una razón por la cual, Fagan
no pudo ser acusado de allanamiento de morada, es porque no rompió nada, ni un
cerrojo, ni un vidrio. Él dice hoy que el cenicero roto era para cortar las
redes anti-palomas que le impedirían su salida por el tejado. También Fagan ha
declarado que entró en el cuarto de su soberana por accidente, creyéndolo vacío.
En cambio, el Fagan de la serie viene determinado a despertar a La Reina y
obligarla a oírlo.
En la vida real y
en la serie, Isabel se despertó y preguntó “¿qué hace aquí?”. Fagan recuerda que,
en un momento, ella le dijo “creo que está en el cuarto equivocado”. Isabel
inmediatamente tocó el timbre y nadie acudió, usó el teléfono, no le respondieron.
Entonces, según Fagan, ella le dijo que ya volvía y salió” sus piececitos corrían”
y regresó con un guardia (en otras versiones es una mucama) que se llevó a Fagan
a una despensa cercana donde le sirvió un wiski y le dio un cigarrillo mientras
esperaban a Scotland Yard.
En la serie,
Isabel hace sonar el timbre y nadie acude. Entonces toma el teléfono y Fagan se
lo quita de las manos. Aunque no es un ademan brusco ya parece amenazador, por
lo que Isabel, muy juiciosa, se sienta a escuchar el Cuento del Desempleado, de
cómo su reino ha caído bajo el influjo de un gran visir cruel y opresor, que pretende
quitarle su trono. El relato de las Mil y una Noche acaba cuando interrumpen la
mucama y el guardia. Antes de irse, Isabel estira su blanca mano para estrechar
la de su fiel súbdito.
¿Por qué otros
fieles súbditos no tuvieron la misma brillante idea de meterse en las recamaras
de todos los miembros de la Familia Real? El capítulo acaba con La Bruja Mala
de Whitehall amenazando con convertir el palacio en una fortaleza. Ja Jajá. En
el 2019, un desamparado se anduvo paseando por los jardines de Buckingham por
cuatro horas antes de ser descubierto y desalojado.
Lo que Fagan
sigue recalcando es lo fácil que era entrar a ese mundo que Morgan goza en
representar como impenetrable. Durante su segunda incursión, Fagan cuenta que
se encontró con una camarera que ni le prestó atención y eso que él andaba
descalzo. Tres sistemas de alarma sonaron y nadie les hizo caso pensando que se
habían echado a perder.
La guinda del pastel
de la poca verdad de la serie es que al final, no solo Isabel no puede
convencer a Thatcher de cambiar sus medidas económicas. Más encima, al pobre
Fagan lo encierran en el manicomio ¡y todo por molestar a la Reina! ¡Que poca!
Vamos por partes.
Nunca se le acusó de allanamiento porque eso era castigado solo si la persona
allanada lo denunciaba. Isabel nunca lo hizo. Se le absolvió del robo de vino,
pero en sus declaraciones Fagan confesó haberse robado un auto hacía unas
semanas. Fue por ese delito que se le consignó a una institución mental en
donde permaneció solo tres meses. Desde entonces ha estado en la cárcel varias
veces, por robo, asalto y venta de drogas.
Otra interrogante
es porque el Fagan de la serie iría a hablar con La Reina. ¿No le sería más
conveniente ir a molestar a la Dama de Hierro? Algo que la serie nos ha contado es que Isabel
no tiene poder político, no puede entrometerse en asuntos de estado. A lo más
puede hacer como lo hace, aconsejar a la Primera Ministro que educadamente le
dice dónde meterse su consejo.
Por eso este
episodio es ilógico y ofensivo. Miles de víctimas de las medidas tatcherianas
pudieron irrumpir en el palacio, beberse todo el vino, dejar sorda a la reina
con sus cuitas y nada hubiese cambiado porque Margaret Thatcher representa al
mundo moderno y demócrata. Ella fue elegida por el pueblo, no impuesta por la
despreciada realeza. Si mañana decapitan a Carlos, exilian a Isabel a Las Hébridas
y el país tiene esa democracia que tanto anhelan Morgan y Netflix, se seguirán
eligiendo Primeros Ministros que tomen malas decisiones. Son las trampas de la democracia.
“
No hay comentarios:
Publicar un comentario