Pensaba que, para
una tercera entrega, ya no se me haría tan interesante, que, con el culto a la
mediocridad del momento, su calidad habría bajado, me equivoqué. Sigue tan
atrapante como siempre. Nuevos crímenes, nuevos personajes, un reencuentro con
viejos amigos y un paso cada vez más cerca de la debacle que marcaría a Alemania
en el Siglo XX.
Tuve que verla
dos veces porque el ritmo es tan acelerado que uno se pierde detalles. No es
que haya muchas novedades o personajes sin presentar, es el modo en que se
narra la historia. Comienza con un sueño que Gereon (Volker Bruch) tiene en septiembre
de 1929. Al final descubrimos que es una pesadilla metafórica provocada por la
caída de Wall Street y el colapso económico que llega a Alemania.
De ahí
retrocedemos cinco semanas antes. A pesar de que ya no hay saltos cronológicos,
cada escena se ocupa de personajes diferentes y eso ayuda a mantener el
misterio. Solo al final descubrimos las conexiones de El Armenio (Mikel
Matisevic) con Walter Weintraub (Roland Zehrfel) y el filme de la UFA cuya
protagonista ha sido asesinada. Interesante fue presentar paralelamente el
examen de criminología de Charlotte Ritter (Liv Lisa Friels) y el modo en que
el método sobre el que diserta es aplicado por Gereon y su equipo para la
primera investigación del accidente de Betty Winter que, todo indica, fue
asesinato.
La trama
principal está situada en los estudios de Babelsberg, en Potsdam. Los estudios más
antiguos del mundo (y donde hoy se filman series como “Babylon Berlin”)
entonces eran el centro del cine expresionista alemán. De ahí saldrían famosos directores
como Fritz Lang, Murnau y Josef von Sternberg. A fines de 1929, el cine mundial
estaba viviendo una revolución con la llegada del sonido.
De eso se trata
la escena en que Betty Winter (la cantante polaca Natalia Mateos) entona una
canción rodeada de un coro de andróginos danzantes. Solo que no se acaba de
grabar la escena. Un reflector gigante aterriza en la cabeza de la actriz quien
muere en el acto. Antes de llamar a la policía, el director da aviso al Armenio.
¿Por qué? Pues porque Edgard y su socio Walter
Weintraub, que acaba de salir de la cárcel, han invertido una gran cantidad de
dinero en ese filme.
El Armenio le
explica a Weintraub que desde su inicio la filmación ha sido perseguida por la
mala suerte: accidentes, un incendio y ahora esta muerte. Edgard ha limpiado el
set para que la policía no encuentre pistas de que no fue un accidente, lo que
pararía el filme y los dejaría en la ruina, pero ya Gereon sospecha que hay
algo raro en todo este asunto.
Para mayor
incomodidad de El Armenio, cosas raras están ocurriendo en el Moka Efti. Una
explosión hizo estallar las tuberías y la pista de baile se inundó. Pero esto
no parece preocupar a Weintraub, cuyas prioridades incluyen a Vera (Caro Cult),
su amante, que lo espera a la puerta de la cárcel y Esther (Meret Becker), que
lo espera en casa. Aunque lo más importante para el gánster es un saco que,
apenas salido de prisión, se fue a desenterrar de un bosque cercano.
Gereon sigue
viviendo con Helga (Hannah Herzprung) y el sobrino, aunque lo vemos durmiendo
en el sofá y no comparte el desayuno con ellos. Aun así, Helga va al ginecólogo.
Descubrimos que, en la Alemania de Weimar, las pruebas de embarazo no se hacían
con conejas sino con ratitas.
Vemos a Alfred Nyssen (Lars Eidinger). Su industria va viento en popa. Frau Nyssen decide
solicitar una fuerte suma prestada por inversionistas americanos porque hay un
boom económico. El único que no se traga ese cuento es su hijo. Está en manos
de un psiquiatra que lo ha diagnosticado como maniacodepresivo, pero donde él
ve señales de obsesiones maniáticas es en ese falso auge económico. Lo adjudica
a alguna triquiñuela judía y acaba diciendo ‘Es hora de recobrar nuestro dinero y nuestro país”.
Esa es la
grandeza de esta serie, su capacidad de traducirnos la historia sin uniformes
nazis, sin discursos izquierdosos. El borde del abismo está ahí en esa ilusoria
bonanza económica, en ese país donde los psiquiatras ejercen el poder sobre los
poderosos, donde Lotte y su hermanita hacen karaoke al son de una canción
feminista que solicita que se acabe con los hombres. Esa Alemania donde Gereon
puede referirse a un sospechoso como queer (aun ante policías) sin que
suene a peyorativo o a homofobia, como algo natural en un espacio donde la República
de Weimar buscaba despenalizar la homosexualidad y los gays no ocultaban ya su
orientación sexual.
Por supuesto que
nuestra gran duda es que sucedió luego que Gereon reconoció que el Dr. Schmidt
(Jens Harzer) era su hermano. Pues eso lo sabemos al final del capítulo. En vez
de regresar a su apartamento donde Helga lo espera, el inspector encuentra una
puerta secreta en una columna de la calle y de ahí baja hacia los túneles que
lo conectan con el sanatorio de Schmidt. No sabemos si bajo hipnosis, Gereon se
somete a una terapia que parece la rutina de Jaqen H’rgar en la Casa de lo
Blanco y Negro. Cada vez que responde con lo que el psiquiatra cree es mentira,
el paciente recibe una cachetada.
La terapia es
buena puesto que Rath ya no tirita ni necesita morfina, pero, por otro lado,
hay un lavado de cerebro que impide que Gereon a) revele a Helga que no es
viuda y b) que Gereon y Helga sean una pareja.
“Ella no es tuya” dice Schmidt “no puedes perder lo que nunca te ha
pertenecido”.
Dejé para el
final a Lotte. Es inspectora asistente. No puede ascender porque ha sido
suspendida por tan solo una pregunta que no supo responder en su examen. Todo
por culpa del “minucioso” Ulrich (luc Feit). Lotte le dice a Gereon que se la
ha calificado mal por misoginia. Sin embargo, sus maestros, con la excepción de
Ulrich la tienen en alta estima y este recibe un regaño donde se le acusa de
ser “quisquilloso” con la alumna.
Aun sin ser
“comisaria”, Lotte sigue asistiendo a Rath. Él le tiene plena confianza y
respeta su opinión. Hay mucha química entre los actores y es obvio que los
personajes se gustan. Se nota en una escena en que se encuentran en un ascensor
y él le alisa el flequillo.
La vida de Lotte
ha cambiado, tiene mejor vestuario, aunque en la escasez de vivienda de Berlín
se ve obligada a compartir un estudio con otro inquilino. Lotte no lo conoce. Él
duerme de día y trabaja de noche. Lotte y Toni llegan al apartamento y lo
encuentran desordenado y sucio, ropa tendida, cama sin hacer, comida en la
mesa, etc.. Aun así, ellas lo ordenan cantando felices. Están llenas de
ilusiones. Desespera pensar lo que pueda sucederles.
El gran problema
de Lotte es Greta (Leonie Benesch) quien a pesar de las veces que la policía la
visita se niega a recibirla. Parece que no le ha perdonado su actitud
condescendiente, ni sus mentiras (se refiere en el reporte a ella como
“Comisaria Ritter”) ni su abandono en el momento en que más la necesitó.
Una nota sobre el
entorno donde Rath-Ritter trabajan. Están bajo órdenes inmediatas de Ernst
Gennat (Udo Samel), “El Buda”, un personaje que existió en la realidad. Bajo
Rath todavía está el infaltable e invaluable Herr Graf (Christian Fiedel), el
fotógrafo. También los Keystone Cops que esta temporada son tremendamente
útiles porque se presentan como cinéfilos y fanboys de la difunta Betty Winter.
Son ellos los que le cuentan a Gereon que Betty tuvo una oferta de Hollywood y
la rechazó y como Tristán Rot, a pesar de ser gay, la amaba con locura.
La música es
tremendamente importante en esta temporada. Comenzamos con un tema de 1926 Raus
mit den Mannen (Saquen a los hombres) de Claire Waldoff. Mas allá de la
letra, lo destacable es la voz aguardentosa y áspera que arrastra las ‘erres”
que estaba muy de moda en Berlín entonces. Es un estilo que, con más sutileza,
Marlene Dietrich traerá a Hollywood.
Abiertamente
lesbiana y sospechosa de ser comunista, a Waldoff se le prohibió trabajar
durante el Tercer Reich. Ella y su mujer Olga se ocultaron durante esa época en
Baviera. Todo ese estilo descarado, con lenguaje irónico desaparecer’a, tal
como ese tipo de voz será reemplazado en la Era Nazi por tonalidades más
‘femeninas”.
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