Ya les he hablado
de lo complicado que es para los alemanes retratar de manera objetiva su rol en
la Segunda Guerra Mundial. Eso es evidente en su último esfuerzo, el telefilme “El
Desertor” que, hecho en pandemia, ha sido comprado este verano en MHz Choice
que lo ha presentado en cuatro episodios en formato de miniserie
En 1951, la
editorial alemana Hoffman und Campe se rehusó a publicar un manuscrito escrito
por un joven periodista, veterano de la Kriegsmarine y del Partido Nazi (habiendo
ingresado a ambos en 1944 a los 18 años), considerando el contenido como
“extremadamente peligroso”. En cambio, publicó otro manuscrito que pondría a
Siegrfried Lenz en camino a ser uno de los mayores exponentes de las letras
alemanas de los ’50.
En el 2014, tras
la muerte del muy famoso y laureado Lenz, se encontraron entre sus papeles las páginas
de esta primera obra. Bajo el título de Der Uberlaufer (el Desertor) fue
publicada en el 2016. En una semana había escalado al primer puesto de las más
vendidas. Es el tipo de novela que atrae a jóvenes generaciones alemanas con un
protagonista entre rebelde e ingenuo que es atrapado por fuerzas políticas que
ni comparte ni entiende. Se ha comparado a Walter Proska con el Holden Caulfied
de J.D. Salinger en su rebeldía. No he
leído el libro, he tenido la poca fortuna de ver la serie. Me dicen que no se parecen,
ojalá.
Walter Proska (Jannis
Niewohner), es un soldado veinteañero de la Wehrmacht. En 1944, en su último
permiso que ha pasado en la granja familiar en Pomerania, se rehúsa a oír los
ruegos de su hermana y cuñado para que deserte. Walter no es ni nazi ni cree en
victorias finales, pero no quiere abandonar a sus camaradas. Así se embarca en
un tren de ganado que cruza Polonia, para reunirse con su batallón.
En una estación, una joven polaca (Malgorzata Mikolajczak)
se les acerca a Walter y al maquinista pidiendo que le permitan viajar. A pesar
de que el maquinista se niega, argumentando que las polacas son todas
peligrosas partisanas, Walter la sube a su vagón vacío. Ahí tienen un
intercambio muy cargado de tensión sexual. De pronto el tren se detiene y suben
militares a la caza de partisanos. Wanda huye. Walter nota que ha dejado una
botella atrás que supuestamente cargaba las cenizas de su hermano.
Walter arroja la botella a un lago provocando una explosión. Toda la charla y el viaje eran una excusa para que la partisana colocase una bomba. No importa porque los rieles están minados y el tren vuela en pedazos. Aunque ileso, Walter ya no tiene medios de transporte. Nunca más verá a sus camaradas. Debe incorporarse a una desastrada escuadrilla de caza partisanos dirigida por el desaliñado y cruel Sargento Rehaulf (Rainer Brock de Das Boot). Aquí comienza un atropellado relato, que los críticos han comparado con el “Äpocalypse Now” de Coppola. Walter ya no sabe quién es su enemigo, si los polacos o Rehaulf que es tan brutal con los partisanos como con sus subalternos.
Walter hace amistad
con Wolfgang, un joven comunista que quiere desertar. Walter no quiere, hay un
leitmotiv en la serie de que lo peor que puede hacer un hombre es desertar. En
su guerra anti partisana, Walter es testigo de la ejecución sumaria de un
sacerdote polaco. Es la única ocasión en que vemos una “atrocidad” germana y el
único atisbo del calvario del pueblo polaco, y ese es el mayor defecto de la
serie, su ausencia de datos históricos.
Un día, Walter se
encuentra cara a cara en campo abierto con la partisana Wanda. A pesar de estar
ambos armados, hacen lo inconcebible. Se quitan la ropa y se dan un buen
revolcón al fresco. Vuelan las mariposas, cantan los pajaritos, brincan los
unicornios. Después ambos se visten y calabazas, calabazas cada uno pa’ su
casa. Pero Walter se promete matar a algún partisano para compensar su interludio
sexual, con tan mala suerte, que acaba matando al hermano de Wanda.
Walter es tomado prisionero
y maltratado por los rusos (ninguna mención de como los alemanes se comportaron
en territorio soviético). Malherido, Walter no sobrevivirá el viaje a Siberia,
pero hay ángeles que lo protegen. Lo encuentra Wolfgang que ahora trabaja para
los soviéticos, y convence a sus superiores de que Walter es buen material para
construir otro comunista.
Walter es
atendido por médicos, se le pone un uniforme y se integra al victorioso Ejército
Rojo. Como es buen soldado, sus superiores le toman estima. En su marcha hacia
el oeste, Walter y sus camaradas llegan a su granja. A Walter no se le ocurre
nada mejor que dispararle al primero que ve salir de ella; es su cuñado. ¡Que
manía de matar cuñados! Tan atontado queda el desertor que es incapaz de detener
la deportación de su hermana.
Continúan
avanzado los soviéticos, y Walter llega a Varsovia. Una noche, en una fiesta,
Walter se reencuentra con Wanda que canta para los rusos. Pasan la noche
juntos, pero la ex partisana le dice a Walter que él ha escogido el bando
equivocado y que deben huir. Es Wolfgang quien impide una nueva deserción de
parte de Walter.
Walter llega a Berlín.
La guerra acaba y él se integra a la vida civil formando parte de un grupo de
alemanes comunistas que pretenden fundar un nuevo tipo de sociedad. En Berlín,
Walter conoce a la secretaria Hilde Roth (Leonie Benesh de Babylon Berlin y The
Crown) que se interesa por él, pero el desertor no olvida a Wanda. Sus amigos
le prometen buscarla.
Ponen a Walter a
cargo de una oficina que da permisos para que la gente que lo desee pueda
viajar al sector británico de Berlín. Este servicio es una trampa. Los
soviéticos quieren hacer justicia y es una buena manera de investigar el pasado
nazi de los solicitantes. Le dicen a Walter que esperan que un diez por ciento de
las solicitudes sean rechazadas debido a faltas cometidas (por el solicitante)
durante el Tercer Reich.
A Walter no le
parece. Dice que no son jueces para condenar a nadie. Que si lo hacen serán
iguales que los nazis, que para que todos “sean felices” nadie debe ser
castigado. Como la ridícula serie no nos muestra “atrocidades nazis”, ni nos
explica por qué los rusos están enojados con ellos, habría que creer en lo que
dice Walter. Solo que un día aparece Rehaulf en la oficina exigiendo un pase. Aquí
tenemos un verdadero criminal de guerra. Alguien que merece castigo. Walter lo deja
libre, así demuestra su superioridad moral.
Su ex sargento no
se muestra ni agradecido ni contrito. Acusa a Walter de ser tan malo como el,
de ser peor, ya que el desertor ha traicionado a su patria. A mí me da risa. ¿Traicionar
a un régimen totalitario es malo? Pero Walter se lo cree. El carga con la culpa
de la muerte de sus cuñados. El equiparar su torpeza con la deliberada bestialidad
de Rehaulf, disminuye los crímenes de los nazis.
Wolfgang descubre
que su ex sargento se les ha ido de las manos. En vez de castigar a Walter lo
convence de entregar a Rehaulf a cambio de Wanda que ha sido encontrada. Por
supuesto, Walter no titubea, pero cuando Hilde le cuenta que todo lo de Wanda
es mentira que ni siquiera la han buscado, el desertor monta en colera.
Tras una pataleta
pública en la que anuncia su propósito de liberar al reo, sale a la prisión a rescatar
al sargento. Wolfgang llega, los rusos matan a Rehaulf y Walter se va a su casa
tan tranquilo. No lo arrestan gracias a Hilde que por ayudarlo también se ha
conseguido pasaje al Gulag. Se le aparece a Walter que va camino a su piso. Le
trae una mochila y lo convence de huir con ella.
Nuevamente Walter
es rescatado por fuerzas exteriores, y sigue siendo un tonto que no aprende de
sus errores. La pareja logra huir al sector británico. Pasan diez años. Hilde y
Walter están casados, tienen dos hijos y viven en Hamburgo. No se sabe en que
se gana la vida el desertor, pero poseen su propia casa y han invitado a los
vecinos a celebrar su prosperidad simbolizada por un televisor.
Se ponen a ver un
programa de variedades. El anunciante recuerda tiempos pasados y como la música
crea puentes entre antiguos enemigos. Este preámbulo es para presentar una
cantante polaca. Tanto Hilde como la vecina se molestan por el discurso
televisivo, ya que ellas no quieren recordar el pasado. Walter está en otra. Ha
reconocido a la cantante: es Wanda.
Entonces, Walter
hace lo increíble, sale corriendo de la casa y a pesar de las suplicas de Hilde,
se sube al carro y parte como loco nadie sabe con qué rumbo. Y de esa manera
desconcertante acaba una miniserie que no tiene pies ni cabeza.
Aparentemente el
tema de la historia es el poder del amor. ¿Qué amor? No sabemos si es
compartido porque vemos muy poco a Wanda y desconocemos su punto de vista. En
el caso de Walter es una cuestión hormonal, y el modo en que huye dejando atrás
familia, visitas y televisor demuestra que no ha madurado ni emocional ni
intelectualmente. Se entiende que quiera ver a Wanda otra vez si tanto le gustó
el par de polvos que compartieron, pero el Walter adolescente, no puede ser el
padre de familia de treinta años. Algo tiene que haber aprendido.
Ese final que
obviamente fie escrito para la serie (tiene lugar en 1955, y el libro fue
escrito el ’50) quiere, en cinco minutos, reflejar lo vacía y materialista que
se ha vuelto la vida de Walter. ¿Vacía respecto a qué? ¿Era mejor cuando andaba de soldado
zaparrastroso matando partisanos y siendo testigo de masacres de inocentes? Debido a que el romance con Wanda es tan
improbable que trasciende la fantasía de Romeo y Julieta en el Tercer Reich, no podemos sentir empatía ni por Walter
ni por sus sueños truncos en los que la polaca no pasa de ser una imagen
idealizada.
Se supone que
cuando Hilde dice que no quiere recordar el pasado es una representación del
síndrome de avestruz de la Alemania de la postguerra, ¿pero acaso Walter no ha
hecho lo mismo? ¿Cuándo dice que nadie deber ser juzgado ni castigado, no está
barriendo el pasado bajo la alfombra? En realidad, lo mejor de Walter fue su
juventud y es eso lo que quiere recuperar. Que existan eternamente días
soleados, un Walter joven y sano, y Wandas desnudas esperándolo en el prado. Walter
es un eterno adolescente. Por eso tanto libro como serie han sido tan
apreciados entre la juventud germana.
Peco de cínica,
pero no me sorprende. No puedo tener peor opinión de los jóvenes alemanes y de
sus fechorías recientes que van desde las Fiestas COVID en plena pandemia,
hasta andar apaleando judíos y lapidando sinagogas con la excusa de apoyar a
los palestinos de Gaza, pero también esta ese desagradable DejaVu. Entre las maravillas que me brinda Tubi hay
unos excelentes documentales de la Segunda Guerra Mundial y del nazismo que se
alejan de la progresía PC de los de la BBC.
El primero se
llama “Berlín 1945” y es un amplio y descriptivo retrato del último año de la
capital del Tercer Reich basado estrictamente en fuentes primarias: diarios y cartas
de berlineses, entre ellos muchos jóvenes desde quinceañeras violadas por los
rusos hasta soldados de la edad del Walter Proska que narran el horror de este último
frente de batalla, la muerte de los camaradas y una latente desilusión con el
régimen al que sirven.
Sin embargo, las
mayores citas vienen del diario de Brigitte, una vendedora de tiendas que
parece ser un ente privilegiado en comparación a lo que les ocurre a sus
vecinos. Siempre tiene comida, su casa no es bombardeada, no es violada, su
novio regresa de la guerra y se casan. Debido a eso conserva un humor caustico,
se refiere con sarcasmo a la ocupación rusa y a la caída de un régimen en el
que no ha dejado de creer.
Muy amiga del
cine, a fines de ese año va a ver un documental hecho por los rusos sobre la
caída de Berlín. Se irrita ante la insensibilidad del invasor que presenta hechos
muy cercanos para poder ser todavía digeridos por el público germano. Eso es
como un eco de Hilde, la esposa de “El Desertor” que una década después de esos
hechos dice petulantemente que no quiere recordar el pasado. En realidad, los
alemanes nunca lo han recordado totalmente.
Volviendo a
Brigitte, un día se le acaba la suerte. Se descubre que es miembro del Partido
Nazi y se la hace comparecer ante una oficina “desnazificadora”. Vuelve a caer
parada. Les cae en gracia los jóvenes comunista que la “desnazifican” en un
periquete y la enrolan en sus clubes comunistas. lo que sorprende a Brigitte es
que tanto los panfleto como las charlas a las que debe asistir pregonan lo
mismo que los nazis. Han cambiado las siglas algunas palabras, ahora son los
fascistas, los burgueses, los capitalistas a los que hay que perseguir, pero es
la misma ideología
Tan parecido es
todo que Brigitte comenta en su diario que muchos chicos que ella conoció que
eran líderes de las juventudes hitlerianas ahora se han vuelto líderes de
asociaciones comunistas. No debería sorprendernos, “Los Hijos del Tercer Reich”
y “Landgrerich” nos mostraron que en la otra Alemania tampoco se podía hacer
justicia porque los nazis seguían al mando.
En” El Desertor”,
Walter hace algo parecido al exigir que no haya juicios ni castigos “porque eso
nos hará iguales a los nazis”. Está usando un argumento debilísimo que al final
es una súplica de que se mantenga el status quo. Walter es singularmente tonto,
pareciera que nunca supo la perversidad que definía al régimen al que servía.
No era único y en otro excelente documental francés sobre los SS tuve la
respuesta.
En una hora, los franceses
se las arreglan para demostrarnos el poder, la dinámica y el propósito del
grupo más elitista más poderoso y letal de la Alemania Nazi. Cuando Himmler
crea a la SS, divide a sus miembros en dos grupos. El primero está compuesto por
adultos profesionales, eruditos, leales al nazismo, pero no cegados por
fanatismos. Ellos serán los ideólogos, los encargados de crear leyes, de
preparar estrategias de propaganda, de conducir los programas de adoctrinamiento.
Por otro lado,
para los guardias de los campos de concentración y otros organismos represores
se reclutaba jovencitos de menos de 21 años, con apenas el diploma de
secundaria, ingenuos, hormonales, ansiosos de pasarla bien como Walter. A ellos
se les enseñaba a matar al “bastardo interior” que llevaban dentro. Este “bastardo”
era un eufemismo para la compasión.
Según los nazis,
el cristianismo con sus ideas de solidaridad y compasión era una treta judía
para infiltrar y destruir a la raza aria, de ahí que todas sus enseñanza deberían
ser erradicadas. En el caso de Walter sabemos, por su edad que ha sido
adoctrinado por las Hitlerjugend y, sin embargo, se escandaliza ante la barbarie
de Rehaulf. La ironía es que la única vez que actúa movido por compasión es
para salvar a Rehaulf.
Aparte de las
trama inconsistente, “El Desertor” no sufre de fallas graves. Se ha creado una
atmosfera de época, a pesar de haber sido filmada en pandemia, gracias a que la
filmación tiene lugar en bosques, interiores y una Berlín creada con CGI. Vestuario
y actuaciones, como siempre, en las series de época alemanas es impecable.
Siempre es un placer ver a Leonie Benesch, Jannis Niewohner es mucho más
agradable que cuando hizo de Maximilien en “Borgoña” y Rainer Bock me ha dado
una sorpresa por lo alejado que esta su Rehaulf del noble y justo Comandante
Gluck de “Das Boot”.
En Estados
Unidos, MHz la está ofreciendo con subtítulos en inglés. Lo que me ha
sorprendido es lo rápido que la ha comprado Europa Europa que la estará pasando
ahora en julio y agosto en America del Sur.
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