Es extraordinario
que, en los primeros cinco años de una sola década, en Inglaterra se hayan
hecho dos de las 20 mejores miniseries de la historia de la televisión. Casi
tanto como que los cinco años siguientes haya comenzado una paulatina
decadencia que se acentuaría en Los 90, dejando de ser la BBC (y la ITV y la ITC) la
mejor fábrica de programas televisivos del mundo.
Un motivo de la
decadencia puede haber sido el surgimiento de canales de cable que ofrecían más
distribución y dividendos que la BBC. No sé cómo sería en el resto del mundo.
En USA ya para el final de Los 80, la PBS, que había sido la principal
distribuidora de los programas británicos, tenía fuerte competencia. Las compañías de
cable ahora traían canales como A&E, Discovery y a partir de 1994, History
Channel, que acaparaban documentales y
hasta series. Cuando llegué a Chile descubrí que si quería ver algún programa
ingles tenía que recurrir (tal como hoy) a Film&Arts. Eso me hizo perderme
casi veinte años de series inglesas.
Donde más sufriría
la programación de la PBS seria en documentales, ya que ahora no solo los
ingleses los hacían y aun estos tenían más canales para su distribución. Eso aun
no sucedía en 1980 cuando el gran éxito de la televisión inglesa fue un
documental sobre arte moderno llamado The Shock of the New. El crítico
de arte australiano, Robert Hughes era
el host de este programa tan exitoso que llevó a la publicación de un libro que
The Guardian incluye en su lista de los mejores cien libros que no son
novelas.
Brideshead y
la nueva Anglofilia
Al año siguiente,
debutaba en pantalla la mejor serie de ficción hecha en Inglaterra. En ocho
episodios, esta adaptación de la novela de Evelyn Waugh cambió la fisonomía del
seriado limitado, otorgándole más respetabilidad que la obtenida por exitosas
series como La Saga de los Forsyte y Upstairs Downstairs. Tanto así
que la PBS no la presentó en su Masterpiece Theatre sino en su espacio Great
Performances, dedicado a las artes, y que normalmente ofrecía teatro, opera,
ballet y otros programas musicales de categoría.
Aunque ya he
hablado de Brideshead Revisited en otras entradas, hay que agregar al elenco monumental (Sir
Laurence Olivier, Sir John Gielgud y
Claire Bloom en roles importantes), a un libreto muy apegado a la obra
de Waugh que mantiene el equilibrio entre su espiritualidad y el sutilmente
tratado tema de la homosexualidad. No olvidemos una escenografía esplendorosa
que nos llevaba desde la Oxford de Los 20 a Venecia, desde el Castillo de
Brideshead (Castle Howard) hasta Marruecos (en realidad Malta).
Junto a los personajes, viajábamos en Rolls Royce y tren por la campiña inglés, en buses y burros por Centro América y el Norte de África y cruzábamos el Atlántico en trasatlántico (el Queen Elizabeth 2). De hecho, se filmó la travesía durante una tormenta de verdad. Todo detalle fue cuidadosamente fabricado incluyendo vestuarios que evolucionaban desde 1922 hasta 1939. La serie dejó a público y críticos, en ambos lados del Atlántico, boquiabiertos. Recuerdo haberla visto durante las vacaciones invernales de 1982 y quedar estupefacta, totalmente consciente de que presenciaba algo extraordinario.
La crítica se hizo
presente a la hora de las premiaciones. Nominaciones para el BAFTA, los Emmy y
Los Globos de Oro se apilaron sobre la miniserie que recibió innumerables
premios incluyendo tres para Anthony Andrews en su rol del trágico y romántico Lord
Sebastian Flyte.
Mas interesante
aun, se desató en Estados Unidos una anglofilia que no se había visto desde la Beatlemanía.
Hubo hasta una resurrección de salones de té en Nueva York donde la tienda de
departamento Barney’s (cuyos dueños eran ingleses) vendía copias de Aloysius,
el oso de peluche de Lord Sebastian. Hubo también, a nivel intelectual, un
renacimiento de la obra de Waugh, un interés en su vida y la de sus
contemporáneos que fueron apodados “La Generación Brideshead”.
Hoy Brideshead
puede ser encontrada en Britbox, Tubi y YT. No se siente vieja y la aconsejo
para los ingenuos que habrán visto el filme del 2008 que entendió mal la obra
de Waugh, concentrándose en un anticlericalismo que hubiese repugnado al
autor. Lo importante es que aun los más
esnobs del mundo intelectual, ya no se avergonzaban de ver miniseries, sobre
todo las inglesas. Así el público estuvo preparado para otra “joya” del Masterpiece
Theatre. Me refiero a The Jewel of the Crown.
La ironía es que esta
miniserie, de la que tengo mucho que decir, fue el canto del cisne para ese
programa de la PBS. Hasta Downton Abbey en el 2010, ese espacio
dominical se dedicaría a adaptaciones literarias sin gran importancia. Una razón
es que ya en Los 80, la televisión inglesa se caracterizaba por series
policiales que habían reemplazado a las de espionaje y que en USA eran
presentadas en un espacio diferente al del Masterpiece Theatre.
Los Misterios
de Mystery
Mystery! con su particular introducción de dibujos
animados y presentada por Dame Diana Rigg, había iniciado, en 1981, en las noches sabatinas de la PBS. Sin embargo,
su primer mega éxito no fue un misterio detectivesco sino la biopia de un
impresionante espía. Ya la BBC se había anotado un par de goles al convencer a
Sir Alec Guinness de entrar en el mundo de la televisión, dando vida a Smiley,
el super espía de las novelas de John Le Carre. Tinker, Tailor Soldier Spy
y Smiley’s People le ameritaron BAFTAS al intérprete de Obi Ben-Kenobi,
pero no merecieron entrar en el exclusivo mundo del Masterpiece Theatre
siendo presentadas en otros horarios por la PBS.
Por eso resultó curioso
que fuese Mystery la que ofreciese Reilly, Ace of Spies en 1983,
pero es que esta biopia de uno de los espías más famosos de la historia lo
merecía. Aun antes de Parque Jurásico, Sir Sam Neill se estaba haciendo
de un nombre en el cine australiano y en Hollywood. Era su segunda aparición en
la televisión británica después de crear el mejor Brian de Bois Gilbert que he
visto en Ivanhoe (1981).
Reilly estaba filmada con una escenografía y un
tecnicolor digno de pantalla grande. Tenía lugar en diferentes partes del mundo
para centrarse al final en la recién nacida Unión Soviética y cubría un espacio
cronológico desde 1901 hasta 1925 en que Sídney Reilly es ejecutado por la
OGPU. No sigo porque prefiero que lean la nota que hice sobre la serie.
Sin ser tan épica
como Reilly, pero igualmente vistosa y bien actuada, fue The Casebook of
Sherlock Holmes que inició en Mystery en 1983. Ya sé que para las
generaciones más jóvenes, Sherlock luce como Robert Downey o mi Zarigüeya
Cumberbacht (tal como la generación de mi padre se lo imaginaba con el rostro de
Basil Rathbone o el de Peter Cushing), pero para mí no hay mejor Holmes que
Jeremy Brett que lo interpretaría desde 1983 hasta su muerte una década más
tarde.
Mystery no solo presentaría a la creación de Sir
Arthur Conan Doyle. A partir de 1984, comenzó
a serializar los misterios de Miss Marple y en 1989, llegó a las pantallas Sir
David Suchet a interpretar a Hercule Poirot.
Estas adaptaciones de la obra de Dame Agatha Christie eran más caras, ya
que tenían lugar en espacios exóticos y servían para hacer famosos a muchos
actores. Ni parecidas a las basuras que ha hecho Britbox en los últimos años.
Otra exitosa
adaptación fue la serie del Inspector Morse, basada en los libros de Colin
Dexter, y que inició en Mystery en 1987. Aunque en tiempos modernos,
la belleza de Oxford daba un toque novedoso a esta historia de un gruñón policía
con muy buen ojo para descifrar crímenes. El éxito de Morse trajo un spin
off, Lewis, y en este siglo la maravillosa Endeavour, una de las últimas producciones
decentes de la BBC.
Recordando el
Imperio
Y hemos llegado a
1984, el año de La Joya de la Corona, la última miniserie épica de la televisión
británica y su última producción (antes de Downton Abbey y esta era una
serie) en capturar la imaginación de espectadores en todo el mundo. Sobre su
puesto en la ola de la “ Indomanía” que afectaría la cultura popular británica de
Los 80 , hablaré en otra nota. Aquí me limito a decir que fue un
curso acelerado de la historia del Raj Británico en los años que llevaron a la
independencia de la India.
Esta adaptación
del Raj Quartet de Paul Scott tenía lugar en diferentes locaciones de la
India y narraba la odisea de docenas de personajes de todas las nacionalidades
y colores, destacando el conflicto entre dos hombres: el superintendente de
policía, Ronald Merrick (Tim Pigott Smith) y el joven anglo-indio Hari Kumar
(Art Malik). Ninguno de los dos entendía la cultura india, ambos la detestaban
y, de alguna manera, pasaban a ser víctimas de ella.
Aunque Hari
desaparece en los primeros capítulos, encerrado en una cárcel purgando un crimen
que no cometió, su presencia y recuerdo reaparecen esporádicamente como recordatorio
de las injusticias del Raj y de los peligros de sentirse europeo en una civilización
incomprensible para la mentalidad occidental. The Jewel in the Crown no sería
el único recordatorio del imperialismo colonial en la televisión de ese
entonces.
En 1981, Masterpiece
Theatre nos presentaba una adaptación de The Flame Trees of Thika de
Elspeth Huxley. Estas eran las memorias de Huxley de su infancia y adolescencia
en Kenia antes de la Gran Guerra. The Flame Trees, abrió la puerta para
otra manía impuesta por la ficción inglesa, un renovado interés en esta ex
colonia británica. Aunque la “keniomania” se destacó más en el cine y no volvería a la televisión
hasta Heat of the Sun (1997), había en el zeitgeist un renovado interés,
levemente nostálgico, por un imperio perdido.
Por algo en 1981,
debutaba Tenko, un crudo retrato del cautiverio de europeas a manos de
los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Basada en la compilación de
experiencias reales hecha por Lavinia Warner, Women Behind Barbed Wire, esta
coproducción anglo-australiana iba más allá que hasta donde llegaría Paradise
Road de Bruce Beresford que tocaría el mismo tema. Tenko duró tres
temporadas, más un capítulo de reunión de las sobrevivientes que duró dos
horas. Se convirtió a la trama en una novela y el 2012 se publicó un libro
sobre la creación del programa. Increíble que esta emotiva serie no se
encuentre en ninguna plataforma.
Una novedad era
que en los primeros capítulos de la serie cubrían la vida de europeos en Singapur,
otro gran bastión del Imperio Británico. Algo no visto sino hasta la penosa adaptación
de The Singapore Grip, de J. G. Farrell, tan mala que ninguna plataforma,
ni la PBS, han querido comprarla.
Tenko sería el inicio de una obsesiva creación
de historias sobre la Segunda Guerra Mundial en la televisión angloparlante de
los 80. La contribución británica seria anual. En 1982 tendremos la casi olvidada
We’ll Meet Again, sobre la presencia e influencia de soldados americanos
en una villa inglesa.1984 nos traería La joya de la corona que retrata
la vida cotidiana en la India durante el conflicto, aparte de incluir un
episodio sobre las batallas en la frontera birmana (Arrakan) para impedir la invasión
japonesa .
Menos grandiosa
fue la coproducción anglo-americana Jenny’s War de 1985. Basada en la
novela de Jack Stoneley, tenía a Dyann Cannon como una americana, divorciada de
un alemán y madre de un piloto (un jovencísimo Hugh Grant) de la Real Fuerza Aérea.
Cuando el avión de su hijo es derribado en territorio alemán, Jenny gasta toda
su energía hasta que la OSS la contrata y entrena como agente secreta.
Es enviada a
Alemania donde se infiltra en un stalag donde está el hijo, y permanece ahí disfrazada
de hombre. La situación es tan absurda (tal como su escape) que llega a ser
risible. Solo la vi porque Christopher Cazenove―mi chongo de entonces―
interpretaba a un oficial inglés prisionero.
1987 vio hasta Mystery
involucrarse en la Segunda Guerra Mundial. En la adaptación de The Charmer de
Patrick Hamilton, el psicópata asesino
serial (Nigel Havers) utiliza el Blitz para matar a un oficial de la RAF y
adoptar su personalidad, lo que le permite seguir seduciendo y explotando
mujeres. Sin embargo, la gran serie sobre el conflicto llegó a América vía Masterpiece
Theatre y nos presentó una pareja de actores, entonces desconocidos, llamados
Kenneth Branagh y Emma Thompson.
Basada en La Trilogía
de Los Balcanes de Olivia Manning, Fortunes of War describía las
andanzas de un profesor de idiomas (Sir Kenneth) y de su devota esposa (Dame
Emma), entre 1939 y 1942, por Rumania,
Grecia y el Medio Oriente y Egipto . Aunque novedosa y llena de personajes
curiosos, la serie (que recibió dos BAFTAS) no tuvo la celebridad de las
miniseries de la BBC, me refiero a las de esa magnitud.
La televisión
inglesa no escarmentaba. En 1988 produjo Wish Me Luck, una competente
narración sobre agentes de OSS infiltrados en la Francia Ocupada. También
adaptaron la novela de Derek Robinson, Piece
of Cake sobe un escuadrón de la RAF durante la Batalla de Inglaterra. Masterpiece
Theatre tuvo a Elizabeth Hurley―entonces considerada la mujer más bella de
Inglaterra― en Christabel.
Inspirada en la biografía
de Christabel Bielenberg, sobrina de los magnates mediáticos Lord Northclieff y
Lord Rothmere, cuenta como ella abandona la alta sociedad londinense en Los 30
para hacerse ciudadana del Tercer Reich al casarse con el abogado Peter
Bielenberg (Stephen “Stannis” Dillane). La serie describe el shock cultural de Christabel
y como ella y su marido se desilusionan con los nazis y se incorporan a grupos
de resistentes al régimen.
En 1989 se redujo
la producción de miniseries bélicas contentándose con la adaptación de The
Ginger Tree escrita por Oswald Wynd. Esta triste historia de una esposa
militar inglesa que es seducida por un noble japones durante la guerra
ruso-japonesa y que decide seguirlo hasta el Japón al quedar embarazada, tenía
la novedad de cubrir varias décadas de historia japonesa acabando cuando la
protagonista retorna a Inglaterra en 1942. A pesar de que en las últimas
décadas nos han traído ejemplos de series y miniseries bélicas del Reino Unido,
ninguna ha superado los esfuerzos de otros países sean la trilogía de
Hanks-Spielberg o series europeas.
Los 80 fueron la cúspide
y canto de cisne de la televisión británica. No solo la BBC y la ITV no han
podido recuperar su sitial, además han caído en franca decadencia. A pesar del fenómeno
Downton Abbey y del fandom seguidor de series detectivescas inglesas, las
dichas producciones no se pueden igualar al impacto que esas tres décadas de
programas británicos tuvieron sobre la historia de la televisión mundial.