viernes, 29 de noviembre de 2019

Las Grandes Miniseries Épicas del Siglo XX (I): El triunfo de lo étnico (Televisión del Ayer)



Para mi cumpleaños recibí Epic Television Miniseries de John De Vito y Frank Tropea. Como los historiadores de la televisión se han ocupado poco de este género, esperaba más del libro. Pero su manera de dividir, incluir y excluir material, además de la simplificación de sus tesis, me han desilusionado hasta el punto de intentar humildemente explicar el fenómeno de la miniserie épica y como tuvo su Edad Gloriosa a fines del Siglo XX.

Nacimiento de la Miniserie Epica
La definición de miniserie es simplísima. Es una narrativa que necesita de varios capítulos para llegar a una conclusión.  Es lo que hoy llamamos “serie limitada”, lo opuesto a una serie “continuada” que puede abarcar varias temporadas. GOT era serie continuada, “Catalina, la Grande” es serie limitada. A pesar de compartir el mismo nombre, las dos temporadas de “The Terror” son series limitadas.

Un distingo de las miniseries estadounidenses del siglo pasado es que se ofrecían los capítulos de manera continuada, en tandas de tres a siete noches. Todavía recuerdo los anuncios: “Tonight! The (astounding, exciting, rousing, thrilling… adjetivos no escaseaban) conclusión of…! “

Esa es una de las primeras diferencias con las “series limitadas” del Masterpiece Theater, que como las modernas, eran un episodio semanal. Esa es la primera diferencia con “Brideshead Revisited”,  la extraordinaria adaptación de Granada del clásico de Evelyn Waugh del que ya hablé cuando mencioné la ficción conectada con las casas de campo inglesas.

Es tan notoria la obsesión de los autores de este libro con “Brideshead” que la han puesto en la cubierta y que se esmeran en incluirla en un examen del género. No reparan que esta serie no es parte de la miniserie craze estadounidense. “Brideshead Revisited” pertenece a una tradición británica y es el resultado esperado de la evolución de las series limitadas de la BBC. Es un puente entre las adaptaciones literarias del “Masterpiece Theater” y “Downton Abbey”.

En realidad, “Brideshead” es parte de la tradición televisiva continental. Antes de yo conocer el “Masterpiece Theater”, ya a fines de los 60/comienzos de los 70 haba visto una adaptación de la RAI de David Copperfield, una versión francesa de El Caballero de la Casa Roja de Dumas, y todas las dramatizaciones de obras literarias de la RTV que les mencioné en otro post.

Magnifica, y quizás superior a sus congéneres estadounidenses, “Brideshead Revisited” sigue el esquema del “Masterpiece Theater” (a pesar de que en Inglaterra debutó en ITV y en Estados Unidos la ofreció “Great Performances”).  Es un continuado semanal. No tiene esa proximidad de anticipación de la vieja miniserie épica.

Los otros intentos de De Vito y Portes de vincular un género totalmente estadounidense con la tradición europea son menos excusables.” Imágenes de un matrimonio” de Ingmar Bergman no es ni siquiera épica y “Berlín Alexanderplatz”, con su crudeza y escenas sórdidas de sexo (que a Mi Pa escandalizaron en su día), más se asemeja a la soberbia “Babylon Berlin” que a productos del otro lado del Atlántico.

El libro tiene ciertos aciertos. Reconoce que el núcleo principal de la televisión estadounidense de fines de los 70 hasta comienzos de los 90 fueron las miniseries. Reconoce que las miniseries nacen como competencia con el producto británico y define como la primera miniserie Bona Fide a “QBVII” en 1974. Sin embargo, deja como ambiguo el final del reinado de la miniserie. Por ejemplo, dice que no puede hablar de “Band of Brothers” porque trasciende los parámetros que el libro ha establecido. No sé qué parámetros serán eso. Aparte de que no se ofreció de manera continuada, “BOB” es para mí la última gran miniserie épica. Una que bien pudo hacerse (tal vez sin los efectos especiales) en los 80 y hubiese tenido igual relevancia y buen recibimiento.

Me imaginé que el libro se referiría a parámetros cronológicos, pero luego habla de “Angels in America” hecha dos años después que BOB y que ciertamente no es una miniserie épica solo una fastuosa y profunda serie limitada del siglo XXI. La miniserie épica corresponde a una mentalidad del último tercio del siglo XX, de un mundo menos global, totalmente desprovisto de los adelantos tecnológicos a los que estamos acostumbrados.

Literatura y los Bestsellers
La miniserie épica, como su nombre indica, debe ocurrir en un mundo épico, o sea el pasado. Esa es la primera característica en común del género. La segunda es que casi todas las miniseries épicas fueron adaptaciones de libros. Eso creo es importante recordar en vista de que vivimos una era de guiones pobres que solo se salvan si se apoyan en algún solido modelo original literario.  De hecho, las miniseries épicas más débiles fueron las que no tuvieron conexiones literarias como fueron el caso de “The Manions of America” o “Marco Polo” (1982).

A diferencia del “Masterpiece Theater” británico que solo trabajaba con clásicos de la literatura universal, la miniserie estadounidense era más amplia de criterio. Tuvimos adaptaciones de clásicos universales como Los últimos días de Pompeya de Bulwer Lytton, clásicos del Siglo XX como Al este del Eden y The Sun Also Rises, pero también de bestsellers del momento como el Shogun de James Clavell y, por supuesto, las Raíces de Alex Haley.

Hubo autores como Anton Myrer y John Jakes que adquirirían fama gracias a las teleseries. Harold Robbins encontró más respeto en la televisión que en el cine para su pulp fiction. En sus comienzos las miniseries se basaron en obras de reconocidos creadores de superventas como Leon Uris (QBVII); Irwin Shaw (Hombre Rico, Hombre Pobre; James Michener (Centennial); y en los 80 llegaría Herman Wouk con su épica de la Segunda Guerra Mundial The Winds of War and War and Remembrance.

Aunque también están basadas en superventas, desligo de la categoría de épicas a esas innumerables adaptaciones de las novelas de suspenso de Sídney Sheldon, los dramas sentimentales de Judith Kranz y las sagas hollywoodenses de Jackie Collins. En cambio, sí califica como épica la adaptación de Lace de Shirley Conran. Será su contenido, sus deslumbrantes y tenebrosos espacio geográficos, o sus monumentales personajes, pero épica es esa idea en que una estrella de cine exactriz pornoreúna a tres mujeres en una suite de hotel para espetarles la épica pregunta: “¿Cuál de ustedes, perras, es mi madre?”

Sobre todo, porque los espectadores, al igual que la protagonista, no sabemos quién es la madre de Lily (Phoebe Cates) sino hasta los últimos minutos del episodio final. Son las conjeturas las que le añaden otro elemento épico a una historia que nos remonta al pasado, a un prestigioso internado suizo a fines de los 50 donde tres jovencitas (no cuatro como en la novela) sueñan con el amor, descubren el sexo y una de ellas se enfrenta con un embarazo no deseado.

De ahí viene un vertiginoso viaje hasta el presente a través del cualen Francia, Inglaterra y Estados Unidoslas colegialas madurarán y encontrarán éxito y felicidad. No así Lily quien enfrentará orfandad, miseria, abuso, hasta caer en el degradante mundo de la pornografía del que surgirá como una estrella dee cine “serio”, pero llena de rencores y preguntas.

Roots y el Lado Oscuro de Ser Minoría
Volviendo al libro, De Vito y Aspen hacen unas divisiones increíbles, por ejemplo, dividen las miniseries épicas en personajes. Hablan de la predominación de duplas “esposa-amante” en las miniseries. Aparte de que tal predominio no existió, por excelente que fuese el género, las miniseries épicas del Siglo XX no se caracterizaron por enfocarse en mujeres, ni siquiera en “los protagonistas aventureros”, otra calificación ingenua del libro.

El primer personaje que los autores destacan es “el esclavo” porque obviamente deciden que el auge de la miniserie épica nace del fenómeno “Roots”. Pero no saben cómo aplicar este personaje a otras miniseries y acaban empalmándolo de mala manera con los protagonistas de “Holocausto”. Curioso porque el gran vínculo entre “Roots” y “Holocausto” no es la esclavitud sino el elogio a la etnicidad.

La Campaña de Derechos Civiles iniciada a fines de los 50 había cambiado el modo en que la sociedad estadounidense percibía a los descendientes de esclavos. La televisión a paso de caracol los integraba a sus series y ya no en roles de sirvientes. Al mismo tiempo surgía un “poder negro” fuera de las pantallas que coloreaba la expresión de figuras mediáticas afroamericanas. Puños en altos por parte de deportistas, críticas al whitewashing de “Julia” y un lenguaje más agresivo que el del difunto Dr. Martin Luther King revisaban la historia y experiencia del afroamericano a la par de exigir justicia, reparación y un lugar en la sociedad blanca.

“Roots” es el cierre de ese capítulo.  Fue publicada el año en que Jimmy Carter llegó a la Casa Blanca con promesas de cambios en la sociedad estadounidense los que incluían mayores beneficios para su población africana. El libro, que por un año fue un superventas, en 1977 se convertía en una miniserie de ocho horas. Premios, aplausos, honores se apilaron sobre este fuerte retrato histórico de la violencia cometida contra los africanos.

En el siglo XVIII, Kunta Kinte (LeVar Barton) un joven mandingo es secuestrado por traficantes de esclavos. Tras un viaje espeluznante es vendido como esclavo en Las Carolinas; cuando intenta huir le cortan un pie; su hija Kizzy (Leslie Uggams) es violada y embarazada por su amo; Tom (George Stanford Brown), nieto de Kizzy, enfrenta discriminación y violencia aun después de la Guerra de Secesión.



A pesar de lo innegablemente estupenda que es “Roots” había mucha amargura en este cuento de abusos y brutalidad. Sin llegar a los excesos de la reprensible adaptación del 2016, donde todos los personajes blancos “buenos” o fueron eliminados o convertidos en villanos, “Roots” incomodó a mucha gente que sin ser racista no quería sentirse como verdugo de todo un pueblo.

Debido a eso, todos recibimos con cariño la llegada de “Roots: The New Generation” que debutó el verano de 1979. No es que esta continuación (estaba basada en los 7 capítulos finales del libro) no fuese cruda en mostrar la violencia del blanco. 

Por el contrario, vemos que Tom es humillado por los racistas y se ve impedido de ejercer el voto. Su yerno Will Palmer (Stan Shaw) tiene un amigo que a fines del Siglo XIX es brutalmente linchado. Simon Haley (Dorian Harewood) yerno de Will es testigo de discriminación en contra de las tropas negras durante la Gran Guerra (incluyendo ejecuciones) y su hijo Alex (James Earl Jones) debe en los 60 entrevistar al líder del Ku Klux Klan, George Lincoln Rockwell (Marlon Brando).
James Earl Jones como Alex Haley y Marlon Brando como George Lincoln Rockwell

La diferencia es que a la par de monstruos, hay maravillosos personajes caucásicos. La serie expande el concepto del racismo. Vemos racismo en reversa (Tom impide a su hija casarse con un joven de raza mixta), hasta vemos un humilde almacenero judío, amigo de los Palmer, al que el Klan quema su tienda. A diferencia de “Roots” el mensaje de denuncia va acompañado de un retrato de la evolución del afroamericano en la sociedad estadounidense y su contribución a esta.

Will Palmer, a pesar de vivir en el racista Sur, establece una prospera barraca; su hija Bertha (Irene Cara) va a la universidad y se casa con un agrónomo, Simon Haley. Tanto Simon como su hijo Alex sirven honrosamente en las fuerzas armadas durante las Guerras Mundiales. Alex se convierte en prestigioso periodista y autor exitoso. La serie acaba en un conmovedor y optimista mensaje: Alex va la aldea del rio Gambia de donde era originario Kunta Kinte y se encuentra con sus parientes africanos.

Ese mensaje universal ilustraría la corriente que adoptaría la miniserie épica estadunidense: un honrar al inmigrante (incluso al traído a la fuerza), a su herencia étnica y a su contribución al crisol de razas que era Estados Unidos. Aunque ahora mucho se desprecia el concepto del Melting Pot, en ese entonces era parte de nuestro credo y nos lo era inculcado por las miniseries épicas.

La televisión de ese entonces se pobló de sitcoms que describían la experiencia de afroamericanos de todos los estratos sociales. A cambio no se volverían a hacer miniseries sobre historia africana o esclavitud sino hasta la tristísima “Queen” (1993) que continuaba la saga de Alex Haley, Ahora sobre la familia de su padre, principalmente de su abuela Queen Jackson Haley encarnada formidablemente por Halle Barry.

A pesar de que Queen nace esclava, hija del “señorito” blanco y aunque es liberada por la Guerra de Secesión, sufrirá mucho a manos de blancos prejuiciosos incluyendo su madrastra (Ann Margret) y hasta del Ku Klux Klan que lincha al padre de su hijo. Sin embargo, la historia mantiene ese lenguaje que apela a gente al margen del mundo afroamericano. “Queen” es la historia universal de una mujer de raza mixta que intenta pasar por blanca, pero al final acepta su color y solo busca que sus hijos tengan una vida mejor.

Como mujer abusada, violada, abandonada, como madre soltera y como paciente de una institución mental, Queen es un personaje con el que pueden identificarse mujeres de todas las razas. Además, la serie si tiene personajes blancos buenos: Jane, hermanastra de Queen; el bondadoso Mr. Cherry patrón de la protagonista y el psiquiatra que le da el permiso de salir del manicomio para asistir a la graduación de su hijo.

El gánster: los Italoamericanos en Miniseries Epicas
Sin llegar a la brutalidad que realmente vivieron los afroamericanos en los Estados unidos, otras miniseries buscarían describir la experiencia y la discriminación sufrida por otros grupos de inmigrantes, principalmente los que hoy se aglomeran bajo el rubro de “blancos”. No fue la televisión la primera en esbozar lo que más tarde se conocería como multiculturalismo.

Primero vino el filme sueco “Los Emigrantes”” con Max von Sydow y Liv Ullmann. Ganadora de un Oscar, esta sería la inspiración para “The New Land” una miniserie del 1974, ambas relatarían las vivencias de emigrantes escandinavos al Medio Oeste de los Estados Unidos.

En 1972, el mundo entero gracias a Francis Ford Coppola conocería la experiencia de la inmigración italiana (y subsecuente invención del crimen organizado) en los Estados Unidos. Es triste que la vida italoamericana fuese reducida, incluso en miniseries, a una humanización de los gánsteres. Siguiendo el modelo de “El Padrino”, nacía en 1980 “The Gangster Chronicles” con hampones guapísimos y románticos y toda una glorificación y glamurizacion del bajo mundo y sus muchas raíces étnicas que culminarían en este siglo en soberbias series como “Los Sopranos” y “El imperio del contrabando.”

Las únicas excepciones en lo que respecta a la semblanza de la peregrinación italoamericana fueron “The Fortunate Pilgrim” también basada en una novela de Mario Puzo y que en 1988 marcaria el debut de la diva Sofia Loren en la televisión americana. Otro (y tristemente olvidado) ejemplo fue la adaptación de The Inmigrants (1977) la primera parte de la trilogía de Howard Fast sobre la Familia Lavetta. Stephen Macht es Dan Lavetta un inmigrante italiano que pierde a su familia en el Terremoto de San Francisco. Ayudado por un grupo de personajes étnicos, Lavetta hace fortuna, se casa con una chica de sociedad, pero solo alcanza la felicidad con Mei Ling (Amy Eccles), la hija de su socio chino.


Mas allá del Holocausto
En los relatos gansteriles también pudimos divisar la experiencia de otras etnias tal como los judíos y los irlandeses. Pero los primeros tomarían por asalto la televisión con miniseries épicas sobre el Holocausto, un género que apenas levantaba cabeza en el cine, pero que animado por el éxito de determinadas miniseries daría lo mejor de sí en los 80 para luego caer en tristes clichés.

Ya he hablado en otro sitio sobre “Holocausto” de Gerald Green y su participación en el auge del género, pero no hay que olvidar que la miniserie épica comenzó con una adaptación de una novela de Leon Uris sobre el Holocausto, QBVII.  Aunque solo se hicieron tres miniseries épicas sobre el tema “QBVII”, “Holocaust” y “War and Remembrance”, se hicieron varios filmes (algunos en dos partes) sobre el tema.

En retrospectiva, me sorprende o incomoda que, a diferencia con los afroamericanos, la experiencia judeo-americana quedase relegada a víctimas del nazismo y a gánsteres. Por suerte hubo un par de miniseries que solucionarían el problema.

Steven Keats en 1975 había protagonizado la soberbia “Hester Street”, un retrato de un matrimonio de inmigrantes judío en la Nueva York de principios del siglo XX donde la adaptación del marido a un nuevo mundo se basa en la asimilación, mientras la esposa (Carol Kane) se aferra a sus tradiciones religiosas y culturales. Siempre dentro del tema, Keats protagonizó en 1977 “Seventh Avenue”.

Basada en un superventas de Norman Bogner, la serie describe el acenso del humilde Jay Black (Keats), un judío de Brooklyn, en el mundo de la confección de ropa (lo que se conocía como “La industria de la aguja”) de Nueva York durante la Depresión. A través de seis horas vemos a Jay hacerse millonario, luchar contra el bajo mundo que quiere dominar su negocio, y decidir qué mujer le conviene la esposa con la que se casó obligado (Dori Brenner) o la diseñadora a la que ama (Jane Seymour).

Casi una década tuvo que pasar antes de que se volviese a retratar en pantalla la experiencia de los inmigrantes judíos. Evergreen el superventas de Belva Plain llegó a la televisión en 1985, obtuvo altos ratings y un Emmy gracias a las poderosas actuaciones de Lesley Anne Warren, Amand Assante e Ian McShane.

 En los 1900, Anna, una chica judía, llega a Nueva York sin dinero ni familia. acaba de criada en casa de los adinerados y muy judíos Lerner, y se enamora del “señorito” Paul (McShane). Pero Anna termina casada con Joseph Friedman (Assante), un judío ortodoxo que cree en el “sueño americano”.
 Pasan los años, los Friedman son ricos pero infelices debido a la inflexibilidad de Joseph. Su hijo se casa con una cristiana y se aleja de la familia. Joseph aliviado ve que Iris, su hija menor, se casa con un doctor vienes, sobreviviente del Holocausto. Lo que Joseph ignora es que Iris es, en realidad, hija de Paul.

Como no es muy fácil ver esta miniserie les cuento el final. Eric, el nieto de Joseph, si está interesado en ser judío, tanto que muere en la primera guerra árabe-israelí (o como nosotros la llamamos La Guerra de Independencia de Israel). Joseph tiene un infarto fatal. El mismo día en que Anna recibe la visita de la esposa de Eric que viene a presentarle a su bisnieta, también recibe una visita de Paul Lerner que nunca ha dejado de amarla. La miniserie termina como en Amor en Tiempos de Colera con dos viejitos que deciden darse una nueva oportunidad.


De los Armagh a los Kennedy
El Holocausto y el cine de gánsteres, para bien o para mal, han convertido a judíos e italoamericanos en personajes reconocibles. No ha ocurrido lo mismo con los irlandeses cuya inmensa contribución a la historia y cultura estadounidense, al igual que la discriminación sufrida por parte de la población WASP (White Anglo-Saxon Protestant) han sido opacadas por las vivencias de otros grupos étnicos.

A pesar de que le tocaría a Hollywood retratar los más brutales ejemplos de discriminación en contra de los irlandeses, me refiero al Batallón de San Patricio y a los Molly Maguires, la miniserie épica no olvidaría a los hijos de Erin. En 1977 debutaba en las pantallas de NBC la adaptación del superventas de Taylor Cadwell Capitanes y Reyes.

Richard Jordan ganó un Globo de Oro por su interpretación de Joseph Armagh un huerfanito que llega a Filadelfia en 1848 huyendo de la hambruna en Irlanda. Armagh logra hacer fortuna y a medida que asciende en la escala social, va perdiendo moral y adquiriendo ambición. Traiciona a su verdadero amor para casarse con Bernadette (un merecidísimo Emmy para Patty Duke), la hija de un senador a la que le hace cuatro hijos a la vez que con su desamor empuja al alcoholismo y a la locura.
Patty Duke como Bernadette Armagh

La gran ambición de Armagh es convertir a su hijo Rory (Perry King) en el primer presidente católico de USA. Para eso lo obliga a divorciarse de Marjorie (Jane Seymour en su primera incursión en la miniserie épica de la cual sería reina) considerándola poca cosa. Sin embargo, antes de llegar a la Casa Blanca, Rory muere en un atentado que copia hasta el último detalle del asesinato de Robert Kennedy. Bueno para todo lector y televidente “Capitanes y Reyes” era un roman a clef sobre los Kennedy.

Antes de hablar de esta familia tan importante en la historia estadounidense, debemos saltarnos 13 años después del debut de “Captains and the  Kings” cuando la ABC decidió hacer algo parecido como marco para hacer conocer al público americano a un tal Pierce Brosnan. El galán irlandés interpretaba a Rory O’Manion, huérfano, cargado con dos hermanitos que llega a Estados Unidos huyendo no solo de la mala cosecha de la papa sino también de la justicia británica. En Irlanda además de matar a un hombre Rory tuvo sus revolcones con la aristocrática inglesa Rachel Clement (Kate Mulgrew). Rachel lo sigue a Boston, consigue que su tío le dé un empleo y se casa con él.

Pasan los años, Rory es millonario, pero su vida familiar es un infierno. Rachel no puede tener hijos, un embarazo pondría en riesgo su vida. Rory se hace amante de una jovencita, Rachel lo descubre, y acaban teniendo sexo violento (a ratos parecía viloacion). Rachel queda embarazada y muere al dar a luz.  De solo acordarme de tamaña bazofia, me dan arcadas. Basta decir que (¡oh anatema!) encontré a Pierce feo y no necesité que en una entrevista Kate dijera que nunca hubo química entre ella y el irlandés.

¿Pero quién necesitaba irlandeses ficticios para miniseries épicas cuando Estados Unidos gozaba de una aristocracia celta apellidada Kennedy?  Fueron Los Kennedys los protagonistas de media docena de telefilmes y miniseries totalmente épicos. Comenzamos en 1974 con William Devane y Martin Sheen como Los Hermanos Kennedy en “Los misiles de octubre”, seguido en 1977 por “Johnnie We Hardly Knew Ye”.  Ese mismo año Peter Strauss protagonizaba el telefilme “Young Joe: The Forgotten Kennedy”.

En 1981 tuvimos a Jackie Smith interpretando a otra Jackie en “Jacqueline Bouvier Kennedy” con James Franciscus como su primer marido. En 1983 Martin Sheen protagonizaba la miniserie “Kennedy” con una estupenda Blair Brown como Jackie En 1985, Brad Davis daba vida a “Robert Kennedy y su época” otra miniserie sobre estos fascinantes irlandeses.

La miniserie épica de los 90 tampoco abandonó a los Kennedy. En 1990 tuvimos “Los Kennedy de Masaachusets” que no solo abarcó las aventuras de los famosos hermanos y sus esposas, también exploró la vida de sus padres y abuelos y el modo en que los irlandeses habían sobrevivido la discriminación y el racismo del mundo de la política. Un año mas tarde, Sarah Michelle Gellar y Roma Downey interpretaron a Mrs. John Kennedy en “A Woman Called Jackie”, con Stephen Collins como Jack Kennedy.
Joseph y Rose Kennedy


En 1993, Patrick Dempsey fue un JFK adorable en “JFK: Reckless Youth” que describía los años mozos del primer presidente católico de Estados Unidos. El ciclo de las miniseries épicas sobre los Kennedy acaboó en el 2000 con otra variación de la vida de la infatigable y glamorosa Jackie en “Jacqueline Bouvier Kennedy Onassis”. Esta vez les tocó a Emily van Camp y a Joanne Whalley dar vida la ex primera dama desde su juventud hasta su segundo matrimonio.

Vale decir que por francas que fueran estas miniseries, trataron con más respeto a los Kennedys que los esfuerzos de este siglo donde “The Kennedys”, “Jackie” y hasta “The Crown “han hecho hincapié en chismes de prensa amarillista antes de mostrar lo que esta familia representó para la comunidad irlandesa en la diáspora.

Si alguien se pregunta por qué hoy no hay miniseries, incluso limitadas, sobre el crisol de razas es porque el revisionismo moderno nos dice que nunca existió una interactuación armónica entre gente de diferentes culturas en Estados Unidos. De ahí que haya tantas series que victimizan a gente de color o promueven la segregación étnica. Únicamente “El Imperio del Contrabando” fue un homenaje al melting pot norteamericano, aunque fuese nada más que en el mundo del hampa.

En la próxima entrega veremos la verdadera miniserie épica, la que giró en torno a eventos históricos. veremos como las biopias del fin del siglo XX decantaron de figuras históricas para cifrarse en actores y millonarios y también revisaremos brevemente las carreras de actores que fueron los reyes del género.
¿Viste alguna vez alguna de estas miniseries étnicas de las que he mencionado? ¿Cuál crees que merecería un remake? ¿Por qué razón nunca ha habido una miniserie épica o no, dedicada los latinos en USA?


lunes, 25 de noviembre de 2019

Margarita Besucona y La Reina que No Podía Llorar: The Crown 3x02 y 3x03



Preferí combinar dos episodios en mi reseña de la Tercera Temporada de “the Crown”. Ni “Margaretology” ni “Aberfan” me gustaron y como las quejas sobre ambos capítulos surgen de la misma fuente, voy a hablar de eso primero.

Vale aclarar para quien crea lo contrario que “The Crown” no es un homenaje a la Corona, que Isabel II no es la heroína. Peter Morgan es antimonárquico, una postura legítima, pero detesta a su soberana por razones personales que nada tienen que ver con ella sino con la relación traumática de Morgan con su madre y exesposa que lo han llevado a cierta misoginia.

Si a veces toma el partido de alguna mujer es porque así puede dejar mal a Isabel. Tal como le tuvo cariño a Felipe en su primera temporada, al Duque de Windsor y ahora al Príncipe Carlos. No es que tenga algo en contra de la realeza, su mira está puesta en las mujeres que forman parte de ella. De hecho, ¿qué mujeres en la serie parecen ser queridas por quienes la producen? No he visto a ninguna.

La Reina Isabel ha tenido un glorioso reinado, con muchos momentos a favor de ella. Morgan ha elegido enfocarse en los fracasos, e incluso inventarle situaciones que la dejan como un personaje mezquino y, en “Margaretology”, como una mujer envidiosa. Es verdad que Margarita e Isabel tuvieron un momento difícil de su relación, pero esto se superó tras el matrimonio de la hermana de la reina.

Es cierto también que cuando joven, Margarita fue la favorita del publico mundial con su truncada historia de amor, pero ya para los 60 la princesa estaba cosechando una reputación de alocada y más maleducada que su cuñado lo que es ya decir. No creo que Isabel haya sentido nunca celos de su hermana, aunque es posible que haya deseado llevar esa vida más libre y sin tantas responsabilidades.

En cuanto al cuentito ese que, desde niña, Margarita quiso se reina, creo que desde la coronación de Isabel debe haber lanzado un suspiro de alivio al ver como su hermana debía hacer a un lado sus necesidades de mujer, madre y esposa para dedicarse de lleno a sus tareas. De lo único que sirvió esa falsedad fue que nos permitió ver de nuevo a Sir Alan Lascelles.  ¡Ohhh como se le extrañaba!

“Margaretology” es efectivamente como se apodaba a los fans que la princesa cosechó en su época de romance con Peter Townsend. En 1965, Margarita hizo su primer viaje a Estados Unidos. El viaje era por motivos personales. Tal como nos cuenta el episodio, Margarita iba reunirse con su gran amiga Sharman Douglas y el tour acabaría en Nueva York donde Lord Snowdon iba a publicar su primer libro de fotografías:  Prívate View.

El episodio nos cuenta lo que ya vimos en el primer capítulo, Los Snowdon se llevan mal. Después de que su mujer se convierte en el alma de una fiesta en Los Ángeles, Tony la regaña y ella lo acusa de envidiarla. Pobre Morgan, cree que todos los conflictos humanos surgen a causa de celos o envidias. Bueno, él les tenía celos a sus propios hijos.

Hay un problema internacional entre el gobierno inglés y la administración de Lyndon B.  Johnson. La reina se ve obligada a suplicar, luego ordenarle, a su hermana que asista a una cena en la Casa Blanca para arreglar las cosas. Margaret lo consigue a) insultando la memoria del difunto presidente Kennedy b) haciendo una competencia con Johnson de limericks (poemas cochinos), c) cantando con el mandatario un tema de Annie Get Your Gun y hasta besándolo en los labios. Su triunfo es tal que, al regresar a casa, exige que le den más oportunidades de representar a la Corona y se lo niegan porque como dice Felipe, “Margarita es peligrosa”.

¿Cuánto de esto es verdad?  En 1995, Margarita y su marido, el Conde de Snowdon, partieron a USA en viaje personal, por los motivos que nos cuenta la serie. El matrimonio iba mal, pero debido a que Margarita tenía harto a su marido. Se había vuelto posesiva y él le era abiertamente infiel.

En Los Ángeles, Los Douglas ofrecieron una cena en honor de Los Snowdon para presentarlos con la “realeza” de Hollywood. No todos estaban encantados. Los Taylor-Burton se fueron indignados cuando descubrieron que, en vez de sentarlos con la princesa, los habían puesto cerca de la cocina. Judy Garland se ofendió cuando Margarita exigió que cantara “Over the Rainbow”, y Margarita se ofendió cuando la mujer de Steve McQueen quiso usar el baño estando la princesa adentro.

Al saberla en el país, la Casa Blanca les extendió a Los Snowdon una invitación para cena y baile. Todo fue dentro del protocolo. Por las fotos vemos a Margarita con un discreto vestido rosa, bailando con el presidente, pero no hubo chistes obscenos, ni canciones ni besos. Y ciertamente no hubo ofensas a la memoria de un presidente asesinado. Sobre todo, porque Joan Kennedy estaba en la mesa y esa tarde había tomado té con Margarita. Lo único cierto es que Johnson la pasó bien y le cayó bien la princesa.

La razón por la cual no se le dio más tareas parecidas a Margarita fue porque en el tour se gastaron 350.000 libras esterlinas de las de hoy en día. Esto horrorizó al frugal gobierno de Harold Wilson. La Princesa viajó con un equipaje de 50 maletas y un cortejo de ocho empleados, incluyendo su propio estilista. Algo impensado hoy en día. En USA exigió que la llevasen a todos lados en Rolls Royce. A Margarita le gustaba vivir como reina, pero sin ninguna de las obligaciones de su hermana.

El capítulo me deja una duda. En comparación con Margarita como la más atractiva, sexy, divertida, Isabel II pierde, pero ¿es necesario que una reina sea despampanante y glamorosa?  Las reinas que lo fueron …mmmm, acabaron asesinaditas.

Aberfan The Crown 3x03
Para la tercera entrega de la Tercera Temporada, Morgan eligió encarar la catástrofe ocurrida en el pueblo gales de Aberfan en 1966. Hipócritamente, el creador de “The Crown” ha dicho que era importante recrear esa gran tragedia y ver que rol jugó la monarquía en ella. En realidad, solo ha utilizado lo ocurrido para otro de sus embustes.

En noviembre de 1966, una avalancha en el pueblo minero de Aberfan sepultó a la escuela Pantglas matando a 144 personas, 116 de ellas niños en edad escolar. Tras la tragedia, hubo semanas en que se intentó rescatar a los enterrados y en último caso, sus cadáveres. Tony Armstrong-Jones, de origen gales y portador de un título gales, partió, cargando solo su cámara y una mochila, para fotografiar las tareas de rescate y compartir el dolor de su gente, Eso le acarrearía, aun tras su divorcio de la princesa Margarita, gran popularidad en la región.

La reina envió a su esposo. Tanto Felipe como Tony Armstrong-Jones quedaron petrificados ante la magnitud del suceso y el sufrimiento de la aldea. Nueve días de ocurrida la avalancha, Su Majestad se presentó en Aberfan siendo recibida con muestras de cariño. Es una de las pocas veces en que se ha visto a la soberana llorando en público.



A pesar de eso, Isabel siempre se arrepintió de no a haber acudido antes a compartir el luto de su gente. Su razón fue que no quería llegar a interrumpir con su presencia las labores de rescate, no creía que fuese útil a nadie y temía ser un estorbo. En luz al comportamiento de cierta mandataria chilena durante una tragedia similar en Chiguayante donde su cortejo de camarógrafos si estorbó las labores de rescate (ni hablar del terremoto de Aysén), sin duda que la reina tenía razón.

En el 2015 se hizo un documental sobre la catástrofe y se entrevistó a los habitantes de Aberfan. Cuando se les preguntó si les había molestado la demora de su reina en llegar hasta ellos, unánimemente respondieron que no. Algunos ni se dieron cuenta que había llegado tarde. Tan caótica fue la situación en los primeros días que reafirman la opinión de Isabel de que su aparición temprana hubiese provocado problemas. Otros recordaban conmovidos la llegada de la reina, chapoteando en el lodo y sus lágrimas, diciendo que la habían sentido muy cercana a ellos.

¿Pero que hace Morgan? Nos cuenta que la reina, en un acto de total falta de empatía con sus súbditos, se niega a viajar a Gales. Que se muestra terca aun ante el consejo de ministros. Ni siquiera cuando su marido y su hermana le relatan los horrores vistos se conmueve. Como leo en recaps y en comentarios, Isabel II ha quedado como un monstruo. Finalmente se confiesa con Harold Wilson. Ella sufre de un problemita. No puede llorar. ¡Buahhhh!  Isabel segunda tiene el lagrimal atrofiado. ¿Alguien había oído semejante burrada?

Sucede que hay reclamos en contra del primer ministro, se acusa al gobierno de haber propiciado la tragedia. La asistente de Wilson para evitarle problemas al patrón hace notar la ausencia de la soberana. Los consejeros se reúnen y poco menos que de una patada avientan a Isabel a Aberfan.

Ahí me doy cuenta de que la gran diferencia entre Olivia Coleman y Claire Foy. La primera tiene un rostro duro. Cuando quiere verse triste se ve molesta con esos carrillos inflados y esa mirada desconcertada. Ahora llega a Gales con rostro de fiera. Para evitar que noten su incomodidad finge llorar. Mas tarde dirá que sus ojos estaban “secos como un hueso”. Al final del capítulo derrama un lagrimón que debería ser conservado en frasquito junto a las joyas de la Corona.

Es humillante ver a la monarca relatando como ella se percibe “deficiente”” o como “que le falta algo” como si confesara que es frígida o autista. En una entrevista con The Guardian, Morgan dice condescendientemente que entiende que Isabel sea reprimida emocionalmente (emotionally reticent), pero que  percibe en ella una falla congénita ( was born with something missing), Tanto, él como el pasquín, son culpables de propagar una calumnia cuya falsedad es fácil de comprobar.

Jeff Edwards fue el último niño en ser rescatado con vida de debajo de las ruinas de su escuela. A pesar de solo haber tenido ocho años recuerda la visita de su reina y calificó la descripción de Isabel en la serie como “callous” (cruel). El no se creyó el cuento de las lágrimas fingidas: “Sabemos que lloró porque fue a la casa de Jeff Williams y cuando regresó del cementerio, era visible que lloraba”.

Fueron a preguntarle a Joe Haines, quien fuese secretario de prensa de Harold Wilson en el ’66, y él dijo que todo lo del capítulo eran “tonterías” (absolute nonsense). Si hasta hay fotos de Isabel llorando públicamente en ocasiones que la conmueven como las visitas al Cenotafio durante conmemoraciones por los caídos en la Segunda Guerra Mundial.


Se sabe que la reina es llorona, que ha derramado lagrimitas desde que su caballo perdiera una carrera hasta viendo “Las Crónicas de Narnia”.  Sus ministros contaron en sus memorias que en esos años en que hubo crisis en su matrimonio se la vio llorar a menudo. La princesa Margarita relató que después de una discusión con Lady Thatcher, su hermana rompió en llanto. El colmo es que en la misma “The Crown” la hemos visto llorando. ¿Recuerdan cuando murió su padre?  ¿Cómo explica eso Peter Morgan?

Lo que ocurre es que (y lo ha dicho) Morgan ha querido comparar lo ocurrido con Aberfan con el enclaustramiento de Isabel tras la muerte de la Princesa Diana. En esa ocasión, el pueblo si estaba indignado, porque el que su soberana no compartiera su luto demostraba que no había perdonado a su nuera (lo que es cierto). Si Morgan es incapaz de notar las diferencias entre ambos sucesos, entonces el que sufre de atrofia emocional es él.

Y aquí surge era interrogante. ¿Debe una mujer poderosa, una gobernanta, una líder, llorar en público? No recuerdo fotos de Angela Merkel, Hilary Clinton, la Señora K, o la Doctora Bachelet haciendo pucheros o gimoteando públicamente. Enojadas si, llorando no. Pero si hasta Jackie Kennedy exigió un velo tupido para el funeral de su marido para que no la viesen llorar.  Las lágrimas femeninas irritan. Se las considera muestra de debilidad.

No era necesario que Isabel llorase en público, tampoco es cierto (en la serie) que fuese incapaz de emociones puesto que la hemos visto furiosa, riéndose, triste, incluso expresando ternura. Todas estas exageraciones surgen solo de un capítulo muy controversial precisamente porque no se entiende que se le critica ni de dónde saca Morgan estos parámetros para medir los méritos de una reina o de un ser humano.

La ironía es que la catástrofe de Aberfan no fue natural. Se debió a fallas en la Compañía Nacional de Carbón. Hasta hoy nadie se ha querellado contra la National Coal Board ni se la sancionó en su momento. ¿No hubiese sido esta una buena oportunidad para hacer público este descuido? No, para Morgan más importante es calumniar a la reina.



viernes, 22 de noviembre de 2019

La Corona Roja: The Crown 3x01



"Olding", el primer episodio de la Tercera Temporada de “The Crown” me ha dejado muy satisfecha. Ha sido más que un capítulo para recordarnos de que se trata este cuento o de mostrarnos  al nuevo elenco o donde están los personajes. Nos ha pasado un contundente detalle histórico que sigue vigente hoy en día. La influencia del espionaje ruso en la política internacional.

El momento (incluso antes de que dijesen “Sir Anthony”) que vi a Samuel West acarreando obras de arte dije “¡Blunt!”. Y eso que nunca vi “Cambridge Spies” donde West hizo de Blunt. Los que pasa es que esa pandilla de malandrines me fascina e intriga. ¿Cómo fue que cinco niños buenos de clase alta, educados en esas public schools, en la tradición de servir a D-s, Rey e Imperio, se convirtieron en esbirros de la URRS estalinista?  Ósea, dos eran homosexuales (por eso Anthony Burgess, la pasó mal en su exilio soviético) y uno de ellos era Blunt, un hombre de gustos finos, enamorado de lo bello, un historiador de arte reconocido. Se entiende del mega-cabrón de Kim Philby que nació para ser un aventurero/mercenario, ¿pero Blunt? ¿En qué cabeza cabe?
Su Majestad y Sir Anthony en la vida real

Lo divertido es que la Reina y el Duque de Edimburgo están casi seguro de que el espía es el humilde Harold Wilson (Jason Watkins) que ha tenido el tupé de ganar las elecciones y ahora es el Primer Ministro de Isabel. Hasta donde sé la Reina nunca enfrentó personalmente a Blunt, pero no me importa que se hayan inventado ese intercambio de dobles sentidos en la exhibición. Es divertido ver a West y a Olivia juntos. En “Hyde on the Hudson” fueron el Pey Jorge y la Reina Madre.
Blunt y Su Majestad según la ficción

Es cierto que Blunt siguió en su puesto y no fue hasta 1972 que se pudo “retirarlo “y seria la Baronesa Thatcher, en 1979, quien expondría públicamente su traición. En la serie se dice que se le mantuvo en su puesto para evitarle una vergüenza a MI5. ¡Y vaya bochorno! Esos chambones andaban con los pantalones en los tobillos desde los Años 30. No necesitamos ver “Traitors” para saber que las altas esferas británicas rebosaban de espías soviéticos y simpatizantes. ¿Pero el Palacio del Buckingham? Esa era la guinda del pastel.

Al parecer la Reina Madre habia tenido sospechas del comunismo de Blunt, cuando este vehementemente afirmó ser ateo. Isabel mandó a Sir Alan Lascelles a discutir esas siospechas con Guy Liddell (primo de Tommy) en MI5. Obviamente, Lidell dio las mejores referencias del historiador de arte. Una ironía puesto que Lddell ya estaba bajo sospecha de ser doble agente. Incluso se cree que el fue el "Quinto Hombre"de los "5 de Cambridge". 

Otra razón de peso para dejar a Blunt en su puesto era ocultarle a la KGB que se le había descubierto. Hay una leyenda urbana que implica el chantaje. Como sabemos la KGB es mas chantajista que Blair Waldorf, como lo demuestra el Zar Vlad, el mas digno de sus hijos. Sin embargo, esa escena en que Blunt amenaza al Duque de Edimburgo me sonó a otro de los delirios de Peter Morgan.

Se sabe que Stephen Ward tenía relación con los espías rusos y que el caso Profumo fue muy monitoreado por la KGB.Entre los dibujos de Ward, que se las daba de artista, se cree que había retratos de Felipe y Margarita. Un anónimo comprador se hizo cargo de adquirir esos retratos que eran comprometedores, no por pornográficos, sino por asociar a la Familia Real con un individuo tan escandaloso.

Por supuesto Morgan juega con exageraciones que le consigan puntos y que ensucien al Duque. No creo que Blunt haya extorsionado directamente al Príncipe Consorte. Primero porque era un caballero a pesar de sus indignas actividades. Algo que no nos dijo la serie es que Blunt estaba harto del espionaje, de la doble vida, y que él fue quien confesó su traición.

Bueno, ahora viene la pregunta del millón. ¿Me gustaron los cambios? Confieso que sí. Olivia no se parece a Su Majestad, pero si cierro los ojos oigo la voz de Claire Foy y eso me da una sensación de continuidad. La escena con el moribundo Churchill (que bueno que trajeron a John Lithgow) me hizo llorar. Tobías Menzies se ha vuelto un actor muy querido para mí. No se parece al Duque, pero es un muy buen actor.

No sé si le pusieron pupilentes verdes a Helena Bonham Carter porque no se los noté. No se parece a Margarita, pero que hermosa se ve.  Ben Daniels me encanta desde que lo vi como Lord Kildare en “The Aristocrats”. Esta perfecto como Tony Armstrong-Jones y hasta se parece un poco. Bueno, parece que la pasión de Morgan por Margarita murió, que suerte ahora la vemos como una quejosa insoportable a la que nadie le hace caso, menos su marido. Mientras Margarita maltrata a sus criados y se pone en evidencia en el cumpleaños de su primo el Duque de Gloucester, Tony fotografía a los menesterosos del East End lo que es señal de que tiene mas conciencia social que su mujer.
La nueva Queen Mum y Los Snowdon

No me puedo ir sin hablar de la ropa. Entramos en los mid 60, época en que el vestuario se volvió chabacano y chillón, pero todavía Isabel anda elegante. Ese visón con el que visita a Churchill es idéntico al de mi mamá en esa época. Como me lo presto después del terremoto del 71 (era invierno, no había gas, no nos atrevíamos a prender estufas) y recuerdo lo suave que era, como un gatito recién nacido. También me gustó el vestido de fiesta verde que usó la reina para el cumpleaños del Duque de Gloucester.

Lo único que me incomodó (y a otros amigos de la historia) es la poca importancia que se le dio a la muerte de Churchill. Ese funeral de la serie parecía de mascota. Winston tuvo un funeral de estado con mandatarios de todo el mundo presentes. Lo sé porque mi Pa mandó pedir una copia del filme del entierro y la proyectó (no teníamos tele y era una época pre-VCR. Pre-DVD, etc., prehistoria para que me entiendan) en una sábana blanca en el comedor. Recuerdo a De Gaulle porque era más alto que todos los presentes.




miércoles, 13 de noviembre de 2019

Lo Que He Visto este Otoño: ¿Soy yo o realmente existe un problema?



Ha sido un otoño crítico, problemas domésticos, problemas económicos, problemas de salud y,  más encima,  Chile que duele. Buscar consuelo, como en el pasado, en el mundo de la ficción ha sido un fracaso. ¿Me he vuelto demasiado quisquillosa o es que realmente lo nuevo no alcanza el nivel de calidad al que estaba acostumbrada?

Aparte de cine antiguo, reruns de “Los Waltons” y del excelentísimo “Cosby Show” que ha vuelto a las pantallas de canales retro, y de “The Terror: Infamy”, no he estado muy conectada con lo que televisión y Netflix me ofrecen. No es que no haya intentado encontrar algo que me entretenga, pero cada vez que pruebo algo nuevo me llevo un chasco.

Un ejemplo es Netflix, se ha politizado de tal manera que ha abandonado coherencia y calidad. Si entro es para ver cosas viejas como las primeras temporadas de “Call the Midwife” o “Gossip Girl”. Estaba siguiendo de nuevo “Mad Men” y de pronto me harté. Serie magnifica, pero el personaje de Don me agotó.

 Llegué a un punto que comencé a ver a Jon Hamm como feo y repugnante, con ojos de reptil, labios casi inexistentes y, como decía mi difunta madre que nunca lo encontró atractivo, “no aguanto a los hombres cuadrados”.  Y es que, si te cae mal el/la prota, no hay remedio. No puedes seguir viendo una serie. Y eso me lleva a…

Peaky Blinders
No, no voy a quejarme del desbarajuste histórico, de cómo, al fusionar sucesos que tuvieron lugar entre 1932 y 1936, desvirtuaron totalmente lo peligrosa que fue la carrera de Oswald Mosley al igual que los esfuerzos reales por detener el auge de la Unión de Fascistas Británicos. Mi mayor repugnancia nace de ver como Tommy Shelby sigue destruyendo su familia y nadie lo para.

No es spoiler decir que, aunque la temporada acabe con Tommy tratando de volarse los sesos, seguirá vivo. Steven Knight ha prometido que lo hará redimirse en la séptima temporada, pero no creo tener estamina para esperar tanto.

No es que los otros personajes merezcan mi respeto y cariño. ¿Ósea, a estas alturas,  Ada todavía no tiene un buen método de planificación familiar? Pero me dan lastima, me da lástima Arthur, me dan lástima las mujeres de esta serie que siempre terminan pagando el pato por las fechorías de Tommy. Ahora consiguió que le mataran a dos de sus cuñados. ¡Pobre Tía Pol! No solo se ha quedado viuda, además Tommy tiene ganas de matarle el hijo. Me da lástima Linda que de tan ninguneada ha caído un escalón más abajo que Ruby en la lista de importancia de las mujeres en la Familia Shelby.

Hay críticos que se han quejado del show. Lo acusan de volverse repetitivo, una parodia de otras temporadas. Concuerdo con ellos. ¿Hasta cuándo va a aguantar esa familia que la ambición, el hubris y la demencia de Tommy los domine? Antes de morir, Aberama cuestionó a su cuñado “¿Hasta dónde llega tu ambición?” Más que ambición es una necesidad desmesurada de controlar, de hacer pagar a su familia por la posibilidad que él se ha negado, la de ser feliz.

Nunca creí el cuento de que Tommy quisiera matar a Mosley para evitar otra guerra. Todos los objetivos ‘positivos” de Tommy son falsos. Eso se notó con la furia con la que reaccionó ante la oferta de Michael de hacer negocios que parecieran legítimos. Es lo que Tommy aparentemente quería, pero eran solo palabras. Su realidad es hacer las cosas como él cree, obligar a los demás (sea su mujer, Churchill o su familia) a hacer su voluntad. Una voluntad que muchas veces ni él mismo conoce.

Traer a Alfie de regreso también fue un absurdo. Me imagino que el motivo será hacernos creer que fue quien traicionó a Tommy (y de paso a toda la judería británica, pero esta es la BBC. (¡Los judíos sooon malooos!)

Watchmen
En octubre me tocó ver la primera serie con la que HBO pretende capturar a público tronero. Antes de darle una oportunidad a “Watchmen” me pregunté si era una serie para mí. Sin llegar al desprecio de Coppola-Scorsese, yo no soy fan ni de Marvel ni de DC. El que la serie la hubiese adaptado Damon Lindelof también me preocupaba. Yo encontré muy aburridos “The Leftovers”, pero me interesó saber que Alan Moore estaba indignado con la adaptación de su novela gráfica. ¿Quería eso decir que sería más seria, menos caricaturesca?

Efectivamente el primer episodio es serio, lo único caricaturesco es la inserción de escenas de la vida del villano Ozymandias (Jeremy Irons) ahora oculto en su castillo en la campiña francesa atendido por criados robots.  Eso es lo que queda de la novela, junto con ese un mundo donde los policías deben usar mascaras para que no los reconozcan, las lluvias de calamares que paralizan por minutos el tráfico de una ciudad, y el pasado ucrónico donde Nixon ganó la Guerra de Vietnam e Indochina ahora es el estado número 53 de la Unión Americana.

Lo que se ha cambiado es que la acción ya no tiene lugar en 1986 sino en un 2019 (con un flashback a 1921). Los villanos ya no son los que manipulan la amenaza nuclear sino supremacistas blancos que aterrorizan a la población de Tulsa, Oklahoma, principalmente la afroamericana que ahora es la mayoría.

A pesar de que los puristas han rechazado este ejercicio en corrección política que ha arruinado la esencia de la novela de Moore, los Niños de Verano se han mostrado abiertos a esta nueva interpretación. HBO puede respirar tranquilo, en su segunda semana “Watchmen” continuó manteniendo cautiva a una audiencia de 1.3 millones de televidentes.

En lo que respecta mí, me descaminaron al final del segundo episodio. La encontré ininteligible, llena de mensajes cruzados y confusos, de personajes que no acababan de capturarme. El que me cayó mejor, el jefe de policía interpretado por Don Johnson terminó linchado al final de ese episodio, y para el segundo nos tuvieron la revelación de que en realidad era villano. Yo sin personajes que me capturen, estoy totalmente perdida.

Catalina la Grande
Esta ha sido mi mayor sorpresa. Me aburrió a tal punto que he visto más “Watchmen” que a la saga de Dame Helen Mirren. Dame Helen es incapaz de desilusionar a su público, pero no basta para salvar una serie que no ofrece ni siquiera un buen juego de tronos. La Emperatriz manda matar a un rival y su hijo quiere suplantarla como monarca. Eso lo podemos ver en cualquier teleserie turca de época. ¿Que hace a esta diferente?

Se supone que estamos en Rusia en el Siglo XVIII. Un país muy distinto al resto de Europa y no se siente así. Hay mucha mención de que Cati quiere hacer reformas, pero eso es Tell y no Show. Los ambientes incluso exteriores son estrechos, oscuros y hay mucha sensación de la presencia de imágenes digitales. A ratos pareciera que tuvieran telones de fondo. Lo mismo ocurre con el vestuario que es poco llamativo.

Cuando uno recuerda el temperamental paisaje córnico de “Poldark” o los lujosos e iluminados espacios y deslumbrantes vestuarios de la Maria Antonieta de Sofia Coppola, pensamos que esa es nuestra imagen del Siglo de las Luces. No estas señoras que lucirán pelucas empolvadas, pero hablan como victorianas burguesas del Masterpiece Theater. ¿Que hace a los rusos más interesantes que otros personajes de series de época? ¿Que hace a Catalina sobresalir sobre otras reinas? Eso es lo que nos mostró “Velikaia”, la versión rusa del auge de la famosa emperatriz.
María Antonieta toda luz

Catalina toda oscuridad

Siempre he sentido que Catalina fue una soberana sobrestimada y que en términos de cultura popular más se la recuerda por su voraz apetito sexual. Esperaba que esta serie enfatizara sus logros por sobre su leyenda negra. Pues ahí erraron. Nos han querido dar una historia de amor y poder que no funciona.

Cuando Catalina conoció a Potemkin tenía 33 años y el 23. Incluso se rumoró que habían tenido una hija tal como que se habían casado en secreto. Dame Helen tiene 74 y los luce. Su amiga, la Condesa Bruce tenía la misma edad, casi 20 años menos que Gina McKee que la interpreta en la serie. Verlas espiando a Potemkin y riéndose como colegialas se siente…rarito. En cuanto a Potemkin nos lo describen como “joven y guapo”. …El pobre cincuentón Jasón Clark se ve viejo, gordo y con esa cara de calabaza de Halloween, francamente feo.
33 años...en cada orejita.

¿Joven y guapachoso? I think not.

HACHE
En general le huyo a las narconovelas. Son tan crudas y, a diferencia de “Peaky Blinders”, uno sabe que lo que ve en pantalla ocurre en la vida real. Por eso no me atraía ‘Hache”, la nueva “Reina del Sur” de Netflix, pero me encaminaron a ella dos factores: tiene lugar en la Barcelona de 1960 y su protagonista Adriana Ugarte, es mi actriz favorita de los dramas de época españoles de este siglo. Pero que lejos está de Sira, la modista o de “La Señora”.

Adriana ha crecido mucho como actriz y aquí lo demuestra ya desde el comienzo y eso que el personaje evolucionará en maldad e inmoralidad a través de ocho capítulos. Así vemos a Helena (“con hache”) ser una obrerita metida a prostituta para sobrevivir, mantener una hija, e intentar ayudar al marido preso.

La vemos asustada, desesperada y determinada con esa mirada torva, ese pitillo siempre colgando de los labios y ese modo de hablarle con brusquedad y casi brutalidad a su hija que contrasta con la ternura con la que habla de la niña en sus visitas a la cárcel. La ternura que le brinda al marido, siempre intentando fingir que es la Helena antigua, la fiel, la que se mantiene a punta de coser ajeno.

Lo cierto es que Helena está recorriendo las calles del Reval en busca de clientes a los que atender y desvalijar. Huyendo de uno de ellos, Helena encuentra refugio en El Albatros, un bar de postín, propiedad del hampón Malpica (Javier Rey).

Tras salvarla de una pateadura y deshacerse del cliente, Malpica paga una noche por los servicios de Helena. Lo ha impresionado que ella se defienda a mordiscos de su agresor. Es que Malpica es un ser retorcido que a ratos puede hasta inspirar lástima hasta que lo vemos agarrotar a un empleado con sus propias manos.

Hache es un noir, una historia de crímenes e investigaciones detectivescas. El tercer protagonista es el Inspector Vinuesa (Eduardo Noriega). Todavía de luto por la muerte de su esposa, ha pedido el traslado a un lugar y tranquilo y ha recalado este puerto soñoliento catalán. Solo que Barcelona se va a convertir en un polvorín. Y aquí es donde entra la historia.

En 1960, Lucky Luciano decidió convertir a Barcelona en un punto de paso de la droga que salía de Italia rumbo a Nueva York. Vinuesa ni se imagina, cuando encuentra un cargamento de muñecas que las olas traen a la playa, que está ante lo increíble, un tráfico de lujo.

Dentro de las muñecas hay frasquitos llenos de polvo blanco y la inocencia del cuerpo de policía provinciano conmueve. Nadie sabe de qué se trata. Como es una oficina muy pobre, no tienen peritos. Deben recurrir a un catedrático de la Facultad de Medicina quien les informa que es heroína pura (otra palabra que comienza con hache).

Vinuesa también encuentra (con las muñecas) un cadáver con un balazo en el cuello. Descubre que hay otros dos cadáveres asesinados de manera similar en las cercanías, pero…a nadie le interesa investigar. El superior de Vinuesa se indigna cuando el nuevo comienza a levantar piedras. Le dice que todos en el departamento quedarán sin empleo. “De arriba” no quieren que se investigue.

Es que estamos en 1960, el comienzo de la apertura de España Franquista al mundo exterior. Hay que atraer al turista, hay que dar la impresión de un país idílico, buen clima, gente amable, nada de asesinatos inexplicables ni muñecas que ocultan drogas en su interior.

Sin embargo, en este país idílico no hay libertad para protestar. Las huelgas están prohibidas. Por haber organizado una, el marido de Helena está preso. Porque un guardia murió en la protesta, le han dado cadena perpetua. El abogado defensor (al que Helena le paga con sexo oral) cree que se puede untar la mano de los jueces, pero Helena necesita algo más que hincarse delante de la bragueta de los representantes de la ley.

Por eso volverá donde Malpica y aceptará ser su mujer, por eso irá ascendiendo (o descendiendo) en el ámbito del crimen para conseguir ese dinero con el que pueda sobornar al mundo del poder. Pero es una tarea ingrata porque el narcotráfico siempre ha sido turbio, sucio y peligroso. Tal como lo es Malpica, un enfermo que gusta marcar a sus mujeres con un hierro candente como si fuesen reses.

Malpica vive del dolor ajeno para apagar el propio. Durante la Cruzada (no se sabe para qué bando peleo) recibió un balazo en una pierna que le provoca un malestar constante y le impide vivir. Le dice a Helena que quisiera que le hubieran amputado la pierna, antes que ese dolor insoportable que mitiga con el uso de la morfina. Cuando Malpica dice la mujer del cónsul estadounidense “es una adicta. No se la puede controlar” está hablando de él. ¿Podrá controlarlo Helena? Sin embargo, no esperemos una historia de amor. Ninguna narconovela lo es.

Confieso que me cuesta verla, pero está bien hecha y bien actuada y es lo más decente (nuevo) que haya visto en Netflix este año No sé si la acabaré. Ya esta semana llega la sexta temporada de “Ray Donovan” donde también tenemos historias crudas y criminales sin piedad, pero también hay amor familiar, ternura y humanidad.

¿Han visto estas series? ¿Qué opinan de ellas? ¿Qué otras cosas han llamado su atención esta temporada otoñal?