A juzgar por los
comentarios de los admiradores de Wolf
Hall (y de su secuela Bring up the
Bodies), el 70% de los lectores creen que el libro retrata sucesos
verídicos. Se percibe a Thomas Cromwell como un hombre bueno que vengó a sus
amigos, y que mantuvo una lucha constante con su perversa reina y el infame Tomás
Moro. Cuatro de los seis capítulos que componen la adaptación televisiva de Wolf Hall han sido dedicados al match Moro-Cromwell.
La serie termina resumiendo la vida de Cromwell como una rivalidad entre el
Buen Tom y Tom, El Malo. ¿Era necesario distorsionar la historia tan
tendenciosamente para santificar al villano? Esto va más allá de licencias literarias.
Dame Hilary Mantel ha escrito historia alternativa, pero no nos lo confiesa.
Es cierto, Ana
Bolena le había declarado la guerra al Señor Secretario y Moro era una pulga
gigante en el gigantesco trasero de Enrique VIII. Maestre Cromwell tenía que encargarse de
ambos, pero hasta el final, no fue una cuestión personal. Sin embargo, la serie
y los libros describen a Ana y a Moro como gente tan ruin que merecen ser
hervidos como jaibas. Se espera que el lector aplauda cuando les llegue su
merecido. Aunque “los Tudors” no esquivaron ni las fallas ni los oscuros
historiales del Santo y La Bolena, se las arreglaron para mostrar también las
virtudes de ambos. En cambio, “Wolf Hall” afirma que Ana carecía de cualidades,
¡y las de Moro se las encajan a Cromwell!
Una variación del TomKat
En la serie,
cuando la mujer de Cromwell le cuenta que Catalina de Aragón sigue zurciéndole
las camisas al marido, El Buen Tom murmura que si fuera la reina dejaría la
aguja clavada en la tela. En una escena más adelante, Cromwell le dice a
Enrique que él se opone al divorcio del rey. Suena bonito, pero no hay prueba
histórica de que a Cromwell le haya importado alguna vez la suerte de Catalina.
Él fue parte fundamental de la degradación y ruina de la reina española. Hizo
lo imposible por alejarlas, a ella y a su hija, del trono, de la corte y de la
buena voluntad del rey. Admiro y respeto
los intentos de Dame Hilary por presentar este Cromwell compasivo, pero aborrezco que para conseguirlo tenga que quitarle plumas de la cola a Tomás Moro
y trasladarlas al trasero de su protagonista para que sea un pavo real más
grande.
No hay mención en
“Wolf Hall” de la estima que Santo Tomás sentía por Catalina de Aragón. En la
vida real, entre los cargos que se le imputaron estaba mantenerse en contacto
con ella y favorecer una invasión imperial a Inglaterra. Para cuando Tomás Moro
fue encarcelado, la reina estaba incomunicada, no podía ver ni a su única hija.
Pero es posible que Moro haya mantenido correspondencia clandestina con la
entonces conocida como Princesa Viuda de Gales.
Uno de los
motivos de Moro para rehusarse a acatar tanto La Ley de Supremacía como La Ley
de Sucesión, fue para proteger a Catalina y apoyar los derechos de su hija Maria
al trono inglés. Aunque no llego a la altura de los shiperos del “TomKat” y me
imagino todo un cuento romántico entre la reina maltratada y su más leal
vasallo, es verdad histórica que Tomás Moro le tenía mucho cariño a la mujer
que consideró su soberana, hasta el día de su muerte. Moro conoció a una Catalina,
aun adolescente, cuando ella llegó a Inglaterra a casarse con Arturo, Príncipe
de Gales. En sus escritos, el humanista alaba la belleza y encanto de la joven
princesa. Como la mayoría de los ingleses de su época, el futuro santo aprendió
a admirar a una mujer que, no solo era caritativa con su pueblo, sino que también
supo ser una valerosa y sabia regente.
Ambas leyes, la
de Supremacía y la de Sucesión, confirmaban el matrimonio de Enrique y Ana
Bolena a la par que declaraban nula la anterior unión matrimonial del rey. No
debemos ver esto como un divorcio moderno, sino como un acto con graves ramificaciones.
La anulación del matrimonio de Enrique dejaba a Catalina como una embustera que
había afirmado falsamente que su primer matrimonio no había sido consumado. El
casarse con Enrique, fingiendo ser aun doncella, la convertía en una ramera
capaz de tener relaciones carnales con un hombre que no era su esposo
legal, y al ser madre soltera, su Maria pasaba automáticamente a ser una hija
bastarda. Tomás Moro no podía hacerse cómplice de tanta injusticia, así es que
sus razones para no hacer juramentos ni firmar leyes iban más allá de su fanatismo
religioso.
Catalina suplicándole a Enrique |
En la vida real,
los dos Toms compartían muchas virtudes en común, pero Wolf Hall se esmera en demostrarnos que las circunstancias de ambos
caballeros los hacen diferentes. Los dos eran hombres que habían ascendido
socialmente por esfuerzo propio, eran abogados hábiles, poliglotas, padres
devotos, creyentes en la educación de la mujer, amantes de los animales, dueños
de un humor caustico, y preocupados por la corrupción en la iglesia católica.
Mantel abarca todas estas características al fabricar al Buen Tom, pero las
oscurece o adultera en su creación de Tom, El Malo.
Moro y un conejito |
Me cae bien Anton
“Qyburn” Lesser, pero es la antítesis,
hasta en el aspecto físico, de Tomás Moro. La mayoría conocemos a Moro por el
retrato que Hans Holbein hiciera de él, y que he visto de cerca aquí en Nueva York, en La Colección Frick. Existe también otro retrato de la época de
estudiante del santo. Ahí se divisa, que aun para los cánones modernos, era un
hombre atractivo.
Para cuando
Holbein pintó a More, este ya había pasado la barrera de los cincuentas,
adquirido un par de arrugas y había engordado un poco. Pero aún podemos
apreciar su rostro fuerte, de mirada inteligente, mentón partido, nariz larga y
aguileña y grandes ojos oscuros. Una imagen muy alejada del Moro de Lesser, con
esa cara arrugada como pasa, apariencia desaliñada y pelo grasiento. Lesser interpreta
a Moro como si fuera una gallina vieja, un pedante intolerante, un abogaducho
hipócrita que usa las leyes para adquirir poder y honores, y su posición para
hacer daño en nombre de un fanatismo ciego y sádico. Su odiosa personalidad hasta
afecta su vida familiar.
La serie nos
presenta una cena que Cromwell comparte con los Moro que es un caos total. Aun
el cariño de Moro por los animales es utilizado en su contra. Vemos un
espectáculo de mala comida, mala compañía, animales paseándose por la mesa y
molestando a los comensales, un bufón que habla disparates y una anfitriona
borracha que incomoda a Cromwell con un interrogatorio sobre su vida sexual.
Este circo no corresponde a la descripción de la vida familiar de Sir Thomas
More que nos brindan los relatos de sus contemporáneos, las epístolas
familiares, los escritos y la correspondencia del autor de Utopía.
Me duele que
Cromwell sea descrito como un hombre afable, lleno de amigos y cuya casa estaba
abierta para todo el mundo. Me duele más que los televidentes digan/crean que Tomás
Moro era un hombre desagradable que no tenía ningún amigo. Basta leer las palabras
de Erasmo de Rotterdam sobre quien el filósofo apodaba “El Dulce Tomás”. “Parece nacido y formado para la amistad,”
escribe el holandés.” Es un amigo fiel y duradero. Es accesible para todos”.
More no gozaba únicamente de la amistad de europeos influyentes. El mismo
Enrique VIII tenía la fea costumbre de dejarse caer (sin anunciar y con todo su
cortejo) en Beaufort House, morada de los Moros, y marcharse tras vaciar la
alacena.
Tomás Moro desaprobaba
los males de su iglesia, pero creía que la reforma debía ocurrir dentro de la
institución. Su distanciamiento de Wolsey se debió a su incomodidad con la
moral relajada del prelado, no a mero oportunismo como lo cree Cromwell en Wolf Hall. En su momento, Sir Thomas se
interesó en la idea de una Biblia en idioma seglar puesto que podría ser
utilizada en una de sus más caras ambiciones, la educación de las mujeres. Mucho
se ha escrito sobre los esfuerzos de Moro por educar a su ilustrada hija,
Margaret, pero no se detuvo ahí.
Aparte de ser el
profesor de Margaret More Roper, una de las mujeres más eruditas de su época, Tomás
Moro promovió el estudio de idiomas y otras disciplinas entre las mujeres de su
casa: sus otras hijas, Elizabeth y Cecily; su hijastra Alice Middleton; su
ahijada, Anne Cresacre, que más tarde sería su nuera; y Margaret Gigg Clemens, hermana
de leche de Meg Roper. El humanista estuvo muy unido a esas mujeres, sobre todo
con las “Megs”. Margaret Clemens fue la única parienta a la que se le permitió
asistir a la ejecución de su padre adoptivo y a ella se le entregó el cuerpo
decapitado del mártir. Por supuesto que ninguno de estos detalles familiares
forma parte de “Wolf Hall”.
Las "Megs" según Holbein |
La novela, por
otro lado, nos muestra a un Cromwell devastado por las muertes de sus hijitas, pero
su amor paternal no alcanza para Jane, su hija ilegítima. A pesar de conocer su
existencia, Dame Hilary se niega a hacer a Jane parte de su cuento. ¿Será
porque la bastarda de Cromwell siempre fue ferviente católica?
El cazador de herejes
Michael Hirst fue
un valiente al mostrarnos a Tomás Moro mandando herejes a la pira, pero cometió
un error en “Los Tudors” al situar al Lord Canciller al pie de la hoguera de
Simon Fish. No existen documentos que
indiquen que Moro haya asistido jamás a una ejecución y Simon Fish murió en la cárcel,
víctima de la peste bubónica. Sin embargo, hay documentos, algunos de su puño y
letra, donde el futuro santo se regocija ante la muerte de los herejes.
Aunque nos suene chocante
ese regocijo, hay que situarlo en un contexto histórico. La persecución y
exterminio de herejes era política de estado. Moro siempre trabajó dentro de
los perímetros del sistema legal de su país. A partir de 1401, la ley inglesa
consideraba la herejía como la peor de las sediciones y la castigaba con la
hoguera.
Nos horroriza la idea
de asar humanos, pero era una épica de suplicios atroces. A las adulteras y a los
culpables de herejías se les achicharraba en la hoguera: a los envenenadores se
les sumergía en calderos de agua hirviendo y a los traidores a la Corona se les
colgaba sin ahorcarlos, para luego dejarlos caer para finalmente “cuartearlos” (esto
último consistía en castrarlos, destriparlos y arrancarles el corazón mientras aún
estaban vivos).
En la época en la
cual Tomás Moro fue canciller, seis hombres fueron a la hoguera: Thomas Hitton, Thomas Benet, Thomas Bilney, James
Bainham, Richard Baysfield y John Tewksbury. Se ha probado que Moro se involucró
personalmente en los juicios de los últimos tres. Moro aprobó la quema de
Hitton, el primer mártir reformista de Inglaterra, pero de Bilney dijo que era “bueno,
leal y virtuoso” Lo que indica que, a pesar de su odio por los herejes, Moro no
dejaba de reconocer la decencia de los mismos a quienes perseguía.
Veamos los casos
de Baysfield, Tewksbury y especialmente del Maestre Bainham, que figura prominentemente
en “Wolf Hall”. Los tres se habían retractado, habían huido al continente
europeo y regresado a Inglaterra para reasumir su prédica pública. Paras Santo Tomás
eran los más despreciables de los herejes. Los que fingían arrepentimiento para
continuar propagando sus herejías, mofándose de la misericordia que se les había
brindado. Como dijo Moro de Baysfield “¡Es un perro que regresa a donde ha
vomitado!”
Martirio de Richard Baysfield |
¿Por qué Tomás Moro
se oponía tan vehementemente a la herejía? Hasta recientemente (y no solo en el
cristianismo) se consideraba que la herejía ponía en peligro el alma de quien
creía en ella. Además, durante el Renacimiento, se temía que la herejía pudiera
socavar los cimientos de un estado. Como pacifista que era, Tomás Moro temía
que un cisma religioso dividiese a Inglaterra y provocase una guerra civil como
ocurriera en Francia y Alemania.
Moro estaba
convencido de que extirpar las ideas herejes y exterminar a quienes las predicaban,
era lo correcto, pero también creía en el poder de la contrición. En prisión
escribió Dialogo del consuelo en la tribulación
donde elogia el alivio que proporciona el arrepentimiento como una manera de evitar
los peligros del infierno. De los
cuarenta herejes arrestados durante su periodo como canciller, treinta y cuatro
no fueron ejecutados, y tres de los seis que perecieron en las llamas de la hoguera
eran refractarios. ¿Qué pasó con los restantes? Algunos murieron como Simon Fish, otros
permanecieron en prisión, John Frith y Thomas Harding fueron ejecutados cuando
ya Moro no era canciller, y muchos tras retractarse, nunca más reincidieron.
Habla bien del
poder de convencimiento y la elocuencia de Moro, que tantos hayan rectificado (aunque
fuera para salvar la vida). También tenemos el caso de William Roper, yerno de
More, quien sinceramente se arrepintió de su apostasía gracias a la paciente intervención
de su amado suegro. Hay una extraña escena en “Wolf Hall”. El reincidente James Bainham (que Mantel convierte
en abogado y amigo de Thomas Cromwell) ha sido arrestado nuevamente. El Buen
Tom va a solicitar la ayuda de Tom, el Malo y por primera vez le otorga un poco
de respeto. Reconoce los poderes de convencimiento de Moro y le suplica que
convenza a Bainham de arrepentirse nuevamente. No llegamos a saber si Moro
habló no con Bainham. Este último es quemado y Cromwell hace responsable al
autor de Utopía. Lo cual queda en evidencia
en el más irritante monologo de la serie cuando el Buen Tom hace a un lado la
cara de póker y da rienda suelta a su ira sagrada.
Ofuscado por la frase de Tomás Moro “No le hago
daño a nadie”, El Buen Tom lo acusa de ser un hipócrita. “Y qué me dices de
Bilney?” ruge Cromwell “¿Qué pasó con Bainham?” Acusa a Tom, el Malo, de haber torturado
tan brutalmente a Bainham que el abogado debió ser llevado en andas hasta el patíbulo.
Aquí parece haber un problema de secuencia. De acuerdo a la cronología de la serie,
Bainham fue sometido a tormento en casa de Moro, tras lo cual se arrepintió.
Semanas más tarde, gozando de plena salud y en plena misa, Bainham se puso a leer
la Biblia de Tyndale a toda boca por lo cual fue arrestado. Es imposible que se
le haya sometido nuevamente a tortura. El procedimiento era ajusticiar a los
reincidentes inmediatamente. Imposible que
Moro hubiese vuelto a ponerlo en la rueda. En cuanto a Thomas Bilney, aunque se
retractó por temor a la tortura, nunca fue sometido a ella. Su interrogatorio,
juicio y ejecución tuvieron lugar en Norwich, bajo las órdenes del Obispo Dix. Tomás
Moro tuvo muy poco que ver con su caso.
Una de las
máximas de Dame Hilary Mantel es que el autor de ficción histórica siempre debe
apoyarse en, al menos, dos versiones de un mismo evento. Ahora se contradice ya
que toda su evidencia en contra de Santo Tomás Moro está basada en una sola
fuente: El Libro de Los Mártires de
John Foxe. Es sabido que el informe de Foxe está plagado de inexactitudes. El
mismo autor confesó que sus informes estaban basados en rumores que corrían de
boca en boca. En este caso, la boca le pertenece a un cura bandido llamado
George Constantine que se dedicaba a la venta de libros protestantes en lo que
hoy llamaríamos mercado negro. Moro lo aprendió y lo mantuvo prisionero en un
galpón en su jardín.
Constantine, quien a pesar de sus muchas mentiras nunca acusó a su carcelero de torturarlo, delató a todos sus conocidos que propagaban la Nueva Fe. Fue él quien denunció a Tewksbury, Baysfield y Bainham. Después, Constantin se las arregló para huir, provocando la risa de Tomás Moro. El futuro santo dijo que obviamente su prisionero había sido bien tratado y alimentado ya que tenía energías suficientes para librarse del cepo y saltar la barda del jardín.
Constantine, quien a pesar de sus muchas mentiras nunca acusó a su carcelero de torturarlo, delató a todos sus conocidos que propagaban la Nueva Fe. Fue él quien denunció a Tewksbury, Baysfield y Bainham. Después, Constantin se las arregló para huir, provocando la risa de Tomás Moro. El futuro santo dijo que obviamente su prisionero había sido bien tratado y alimentado ya que tenía energías suficientes para librarse del cepo y saltar la barda del jardín.
El fugitivo huyó
al Continente. Tras la ejecución de Moro,
regresó a Inglaterra y entró al servicio del desdichado Sir Henry Norris (uno
de los acusados en el juicio de Ana Bolena). Ya en días de Isabel, Constantine
se había vuelto delator de católicos y luego de tan ilustre carrera, se las
arregló para morir en su cama. En sus días en Europa, Constantine comenzó a
propagar un cuento de que en el jardín del canciller había un árbol al cual se ataban
prisioneros para luego azotarlos.
Constantine juraba
que vio a Tewksbury y a Bainham ser torturados. Curioso, porque para cuando
ellos llegaron a casa de Moro, Constantine había huido. Bainham y Tewksbury
fueron puestos en la rueda, pero eso ocurrió en La Torre de Londres y Moro no
estuvo presente. Sin embargo, Dame Hilary Mantel nos quiere hacer creer que Tom,
el Malo se había construido una cámara de tortura en su sótano, tal como hoy hay
quienes instalan un gimnasio. Démosle crédito a la señora ya que es buena
calumniadora.
En vida de Moro,
sus enemigos hicieron circular el cuento del árbol y los azotes. A pesar de que
se jactaba de cazar herejes, y sabía que la tortura en esos casos formaba parte
de su sistema legal, él refutó esos rumores. En su Apología, confiesa haber apaleado a dos sirvientes por asuntos de
religión, pero asegura que ese es todo el daño físico del que ha sido culpable
en su vida.
Al borrar la
línea entre lo real y lo imaginado, Hilary Mantel nos quiere convencer de que Tomás
Moro era un fundamentalista de pelo sucio que andaba, como una Lady Melisandre cualquiera,
quemando y torturando a los que le caían mal.
¡Y vaya que tiene quien le crea! Me he encontrado con páginas y sitios webs
donde se habla de cómo Moro achicharró a cientos de herejes o como quemó (vivo)
a Mathew Tyndale. No los detiene ni a ellos,
ni a Mantel, el hecho que Tyndale fuera ejecutado (en Bélgica) un año después
de la decapitación de Tomás Moro, que murió estrangulado y que luego su cadáver
fue presa de las llamas.
¡Aun en la serie, Cromwell acusa a Moro de haber colaborado en el arresto y ejecución de Tyndale, que en ese mismo instante gozaba de buena salud! Toda esta pantomima nos ilustra sobre los peligros de la ficción especulativa. Sobre todo, si la autora asegura haber hecho sus deberes en lo que respecta a la investigación de hechos históricos.
¡Aun en la serie, Cromwell acusa a Moro de haber colaborado en el arresto y ejecución de Tyndale, que en ese mismo instante gozaba de buena salud! Toda esta pantomima nos ilustra sobre los peligros de la ficción especulativa. Sobre todo, si la autora asegura haber hecho sus deberes en lo que respecta a la investigación de hechos históricos.
Un santo recalcitrante
Aun así, a muchos
les encantó que Wolf Hall sacara del
closet a Tomás Moro y que se pusiera en duda su santidad. Como judía que soy no
me siento con el derecho a exigir que se le quite la aureola. Los santos no eran todos ejemplares. San
Cirilo azuzó al pueblo a linchar a Hypathia; San Juan Crisóstomo era un
antisemita total y San Olaf de Noruega fue un vikingo bruto. Para todos los efectos,
Santo Tomás Moro fue un mártir que murió por proteger los intereses y el buen
nombre de su iglesia. Por lo tanto, merece su espacio en el calendario.
Más allá de
dogmas religiosos, siempre he admirado a Moro por su integridad, por luchar por
el derecho del individuo a seguir los dictados de su conciencia, por negarse a
permitir que lo atropellara un tirano y por no firmar ridículos edictos que beneficiaban
a una ambiciosa y destruían la reputación de una mujer respetable. Nada de eso
se manifiesta en” Wolf Hall”.
Los crímenes del Buen Tom
La superioridad
moral que emana del sermón de Cromwell es incongruente. El sí empleó la tortura
en múltiples ocasiones y no solo en la persona del músico Mark Smeaton. A
juzgar por su comportamiento con los monjes cartujos y los pobres diablos del
Peregrinaje de Gracia, el Señor Secretario tenía tejado de vidrio. ¿Entonces
como andaba arrojando piedras? Pero la serie insiste en presentarlo como un
ciudadano bonachón. ¿Cromwell el que instauró un estado-policial en Inglaterra?
¡Imposible!
En Wolf Hall, Cromwell consigue que Smeaton
confiese sin necesidad de recurrir a la violencia. Su método es encerrar al
músico en un cuarto oscuro. Aun así, muchos historiadores creen la versión de
que Smeaton fue torturado. Hay dos fuentes que lo confirman, la Crónicas española de Eustace Chapuys y
las declaraciones del poco confiable y siempre parlanchín John Constantin que
como recordaremos, ya era empleado de Henry Norris. Dos motivos me llevan a creer
que la tortura se hizo presente en ese interrogatorio. Mark Smeaton no era
noble por lo tanto era el único del grupo al que se podía torturar y de los
seis acusados fue el único en declararse culpable.
La Santa Monja de Kent |
Este no sería el
único crimen en el currículo de villano de Maestre Cromwell. Ya antes de su sermón,
él había sido responsable de la indigna ejecución de la Santa Monja de Kent y
la de seis monjes cartujos. Previo a su suplicio, los monjes fueron sujetos a condiciones
horribles. Se les privó de comida y movimiento. Se les mantuvo encadenados a pilares,
rodeados de su propio excremento. ¿Cómo se atreve Cromwell a sermonear a Moro
cuando sus propias manos están inmundas?
Y por supuesto,
están los crímenes que cometerá Cromwell más adelante: más monjes cartujos
destripados; la masacre de los líderes
del Peregrinaje de Gracia, que incluye
la quema en la hoguera de lady Margaret Bulmer y el ahorcamiento del amigo
personal del Buen Tom, Sir Francis Bigod; la muerte del Beato John Forrest, ex
confesor de Catalina de Aragón y él único católico en ser quemado en la hoguera
en Inglaterra, y como acto final, la ejecución (bajo una levísima evidencia de
conspiración) de los últimos Plantagenet que acabaría en el martirio de una pobre
anciana , la Beata Margarita Pole.
Últimamente, Dame
Hilary Mantel parece estar sufriendo del Síndrome de George R.R. Martin. Lleva
cinco años trabajando en el último volumen de su trilogía. Aun así, A Mirror of Light no parece estar
siquiera cerca de ser terminado. ¿Será que la escritora no encuentra personajes
para achacarles la culpa de los futuros crímenes de Thomas Cromwell? O quizás
diga que esos crímenes son, como los cometidos contra Ana y sus supuestos amantes,
actos de justicia. En la ambigua moral de estas novelas, “justicia “y “venganza”
son sinónimos.
En “Los Tudors”
Cromwell era implacable y cruel, pero no era un sádico. Tal vez por eso siempre
me cayó simpático. Era un gran “fixer”, un Ray Dónovan renacentista. Lástima no
poder decir lo mismo del Cromwell de Rylance, y no es culpa de actor. Dame
Hilary ha retorcido la historia para poder conseguir que su protagonista emerja
como un hombre tolerante y noble. Pero lo que consigue es un Cromwell rencoroso
que destruye vidas en pos de mezquinas venganzas.
Me resultó
repugnante el alivio del Buen Tom cuando Tom, el Malo, pierde la cabeza. Es tan
inmaduro ese rencor que Cromwell siente por Moro debido a un desprecio que éste
le hiciera cuando eran niños. Según Wolf
Hall, ese incidente, que él santo no recuerda, es lo que lo llevara a la
muerte. Moro debe pagar su esnobismo con su vida. Esta es una fábula donde
todos pagan.
Ana Bolena tomó parte en la caída de Wolsey. A los ojos de Cromwell, ella también debe pagar. En cuanto a los supuestos amantes, los cinco se han burlado de Cromwell, los cinco interpretaron roles en una pantomima anti-Wolsey (una obra que el Cardenal nunca vio). Que el castigo sea mayor que el crimen no parece molestar ni a Cromwell ni a su creadora. Después de todo, Dame Hilary arrastra su carga personal de neurosis y rencores infantiles. (Aconsejo la lectura del artículo “The Devil and Hilary Mantel”. En el, Patricia Snow identifica a los espectros de la infancia de la escritora y señala que rol han jugado en su narrativa).
Ana Bolena tomó parte en la caída de Wolsey. A los ojos de Cromwell, ella también debe pagar. En cuanto a los supuestos amantes, los cinco se han burlado de Cromwell, los cinco interpretaron roles en una pantomima anti-Wolsey (una obra que el Cardenal nunca vio). Que el castigo sea mayor que el crimen no parece molestar ni a Cromwell ni a su creadora. Después de todo, Dame Hilary arrastra su carga personal de neurosis y rencores infantiles. (Aconsejo la lectura del artículo “The Devil and Hilary Mantel”. En el, Patricia Snow identifica a los espectros de la infancia de la escritora y señala que rol han jugado en su narrativa).
No es accidental
que “Wolf Hall” no coloque en la boca de Santo Tomás sus últimas palabras
“Muero siendo un buen servidor del rey, pero primero de D-s” En ese breve discurso
Moro hace saber sus verdaderas razones para no acatar La Ley de
Supremacía. ¿Por qué iba comprometer su
alma inmortal solo para servir a un tirano? Mal que mal, El Papado era la ONU
de su época, un baluarte en contra de la crueldad de monarcas ineptos y
hambrientos de poder como Enrique VIII.
Hay quién creerá que Enrique Octavo independizó a Inglaterra, pero el único emancipado en este asunto fue el rey que de ahí en adelante no tuvo que rendirle cuentas a nadie. Más encima, auto-otorgándose una superioridad moral que no le correspondía, se convirtió en el guía espiritual de sus súbditos decidiendo lo que podían o no podían leer. ¡Eventualmente, y ante el horror del Buen Tom, Enrique se volvió un católico ortodoxo y comenzó a perseguir protestantes!
Hay quién creerá que Enrique Octavo independizó a Inglaterra, pero el único emancipado en este asunto fue el rey que de ahí en adelante no tuvo que rendirle cuentas a nadie. Más encima, auto-otorgándose una superioridad moral que no le correspondía, se convirtió en el guía espiritual de sus súbditos decidiendo lo que podían o no podían leer. ¡Eventualmente, y ante el horror del Buen Tom, Enrique se volvió un católico ortodoxo y comenzó a perseguir protestantes!
Para Tomás Moro
estaba claro que a Enrique lo controlaban las gónadas. No quiso secundar a ese monstruo
y estableció distancia, aunque esa distancia lo llevara al otro mundo. En cambio,
Cromwell, estaba más que dispuesto a servir a un sociópata. El Buen Tom creía que
le podía ponerle correa y collar al rey y usarlo a su antojo. Lamentablemente,
Enrique cortó la correa y devoró al más leal de sus criados.
La serie “Wolf Hall
“está bien actuada, posee atmosfera de época, visualmente es hermosa (a pesar
de que a ratos es tan oscura que es difícil discernir lo que sucede), pero es
tan tendenciosa que debo aconsejar a sus admiradores leer un poco más de
historia antes de llegar a alguna conclusión. ¿Quiere eso decir que deseo más
ficción sobre Los Toms? ¡Para nada! Me
parece que las excelentes interpretaciones de James Frain y Jeremy Northam,
como los cancilleres, en “Los Tudors”, es un buen comienzo para poder conocer y
comprender a estos individuos tan complejos e excepcionales.
Lo que me
gustaría ver en ficción (es un antiguo capricho mío) es algo sobre “Las Megs”, Margaret
More Roper y Margaret Giggs Clemens. Esta última no es tan conocida como su
hermana de leche, pero es igualmente fascinante. Fue una gran matemática,
experta en medicina natural, aparte de acompañar a su padre adoptivo al cadalso
también asistió a los monjes a los que el Buen Tom torturaba. Es bueno recordar
el valor, sabiduría y lealtad de estas mujeres que vivieron en una época en que
los hombres dictaban las leyes y erraban al hacerlo