A fines del Siglo
XIX, el mercado de esposas británico había variado. Ya no era una cuestión de
presentar a las hijas casaderas en la Corte con la esperanza de conseguir un
buen partido entre los cortesanos. La aristocracia inglesa enfrentaba leyes e
impuestos que menguaban sus fortunas , se veían obligados a vender propiedades
y bienes, y sus castillos estaban en ruinas.
En su
desesperación, muchos aristócratas preferían casarse con plebeyas adineradas
que con nobles que estaban tan al borde de la miseria como ellos. Muchas veces,
esas plebeyas venían del otro lado del Atlántico. Ese fue el nacimiento de “Las
Princesas del Dólar”.
Aunque las
estadunidenses que entraban en la nobleza por la vía matrimonial habían
existido desde el comienzo de la república (Wikipedia trae toda una lista), su
pináculo llegó a fines del Siglo XIX. La clase de capitanes de la industria
millonarios (los Robber Barons) tenía un
poder adquisitivo tan grande que hasta les compraban maridos a las hijas, ¿pero
que podía ofrecerle un candidato a una chica que lo tenía todo? Pues un título
nobiliario.
De como Alva y
Bertha Vendieron a su Hijas
La primera
“Dollar Princess” no fue estadounidense sino latina. Consuelo Yznaga era la
heredera de un imperio azucarero en Cuba y coronó su fortuna convirtiéndose en
Duquesa de Manchester. Consuelo era íntima amiga de Alva Vanderbilt, la
inspiración tras Bertha Russell protagonista de The Gilded Age. En honor a esa amistad, Alva le puso Consuelo
a su única hija. La pobre Consuelo Vanderbilt no tendría consuelo luego que su
madre la vendiera al Duque de Marlborough,
convirtiéndola en el objeto de escándalo y chismes por el resto de su
vida.
Conocedor de este
episodio famoso de La Edad Dorada neoyorquina, Lord Fellowes nos ha hecho
conjeturar que para poder vencer a su rival Lina Astor, Bertha ha ofrecido a su
hija Gladys, y a los millones Russell, para mantener y reparar el castillo del
ficticio Duque de Buckingham. Parece un precio muy alto para quitarle un
juguete a su rival.
Alva Vanderbilt
tuvo una razón de mayor peso para especular en el mercado de esposas. Se había
divorciado de su multimillonario esposo y planeaba casarse con un parvenu
(y judío para colmo). Ya veía que la sociedad le cerraba sus puertas, algo
impensable para un animal social como lo era La Vanderbilt.
Aprovechando la
visita de Lord Marlborough, y a
sabiendas que el Castillo de Bernheim necesitaba de una manita de gato, Alva
compró un yerno sin importarle la felicidad de su hija. Lo importante es que
nadie le iba a cerrar las puertas a la suegra de un duque. Aunque Consuelo
Vanderbilt no era la primera Dollar Princess, fue la que obtuvo el título más
alto de esa competencia.
American
Jennie: la Primera Dollar Princess
La primera de
esta tribu urbana de la Gilded Age en obtener el título de “Lady” fue la cuñada
del Duque de Marlborough. Jeanette
“Jennie” Jerome era hija de un corredor de bolsa, un hombre con afluencia
económica, pero al que las grandes familias neoyorquinas consideraban un nuevo
rico. Mrs. Jerome decidió que sus hijas no sufrirían humillaciones de parte del
Old Money y se las llevó a Europa. Fue en plena Season, en la carrera de yates
de Cowes de 1873, cuando Jennie atraería
el interés del joven Lord Randolph Churchill.
Fue amor a
primera vista, pero las mercenarias familias se opusieron al romance. Los
Jerome se quejaban de que el novio podría descender del gran Marlborough, pero
no tenía un peso a su nombre. Los Churchill se oponían al matrimonio de
Randolph con una plebeya, y yanqui más
encima. Se rumora que los tortolos tuvieron que encargar al futuro Sir Winston
para que las familias diesen permiso para la boda.
Los Churchill
fueron felices por un tiempo, pero hubo contratiempos, el mayor fue la sífilis
que Randolph contrajo de una prostituta. La vida conyugal y familiar de la
pareja fue afectada. Por suerte, Jennie se había hecho parte del círculo social
del Príncipe de Gales, de quien se dice fue amante.
Tras la muerte de
su esposo, contrajo matrimonio dos veces más y aun así tuvo tiempo para
fomentar la carrera política de su hijo mayor. Si quieren conocer los detalles
de esta fascinante Dollar Princess, pueden encontrar en Amazon, Tubi y
Acorn Tv, la excelente miniserie Jennie, Lady Randolph Churchill (1977).
Una ventaja del
matrimonio de Jennie fue que sus hermanas , gracias a la cercanía, a Los
Marlborough, hicieron buenos matrimonios, dejando abierta la posibilidad de
otras americanitas de venir a Londres a casarse. Por algo Anne de Courcy ha
titulado su libro sobre las Dollar Princesses: The Husband-Hunters.
De Courcy recoge
una significativa anécdota. Cuando Leonie Jerome la hermana menor de Jennie
Churchill, llegó a Londres, se encontró,
paseando por Hyde Park, a Sir Edward Gordon Cummings quien le espetó un:
“¿Estás aquí de cacería?”. Aunque vulgar, la pregunta demuestra lo común que se
había hecho la costumbre que ya les daba mala fama a las estadounidenses.
Las Bucaneras
Abordan Londres
Edith
Wharton, descendiente del más vetusto
linaje neoyorquino (su padre era primo hermano de Lina Astor), había hecho carrera despellejando a la
sociedad de la Gilded Age. En 1937, cercana a su muerte comenzó a escribir una
novela sobre las Dollar Princess, la Season londinense y el mercado de esposas
trasatlántico.
En el personaje
de Conchita Closson, Wharton combinó a Consuelo Yznaga con Jennie Jerome, pero
Las St. George se parecen también a Los Jerome, una familia con dinero, aunque
sin estirpe ni contactos que le permitan casar bien a sus hijas. Su salvación
es llevarlas a Londres para casarlas con nobles británicos.
Edith Wharton
falleció en 1938. Le faltaban seis capítulos para acabar con su novela. En
1993, Marian Wainwaring intentó terminarla y les puedo asegurar que le quedó
infame. En este caso, la salvación la trajo la BBC que adaptó la novela
inconclusa dándole un final feliz que enfureció a los críticos, pero nos
encantó a los espectadores.
La serie, como el libro gira en torno de Annabel “Nan”
St. George (Carla Gugino) una ingenua adolescente, hija de una familia adinerada de Saratoga. Los
padres de Nan son gente respetable, pero como Bertha Russell, no tienen oportunidad de acercarse a la alta
sociedad. Un verano, Mrs. St. George
lleva a sus hijas Nan y Jinny (Virginia) a Newport, pero nuevamente recibe un
rechazo social. La única que se le acerca es la vulgar Mrs. Ellmsworth cuya
hija Lizzy (aquí no aparece Mabel) es amiga y rival de Jinny. Es Mrs.
Ellmsworth quien declara en voz alta la triste realidad: “Estamos en Newport,
pero es como si estuviésemos en Kalamazoo”.
La gran dama de
Newport es Mrs. Padmore. Como Los St. George no pueden acercársele, contratan a
la antigua institutriz de Mrs Padmore,
la inglesa Laura Testvalley (Cherie Lunghi). Aunque al comienzo Nan se
resiste a tener una institutriz, pronto comienza a admirar a Miss Testvalley y
se establece una relación maternofilial entre ambas.
Nan conoce a la
misteriosa y audaz Conchita (Mira Sorvino), una brasileña que vive la buena
vida gracias a la fortuna de su padrastro. Aunque a Mrs. St. George no le
parecen muy respetables ni Conchita ni su familia, sus hijas y Lizzy Ellmsworth
se hacen amigas de la brasileña.
El Coronel St.
George exige a su esposa frecuentar a los Closson, puesto que tienen un gran
casino en Manhattan que les permite ganar e invertir sus ganancias. Eso los
hace buenos para los negocios. Mr. Closson ha traído a Newport a Lord Richard
Marable, hijo segundo del Marqués de Brightlingsea. La bella y exótica Conchita logra atraparlo.
El personaje más interesante y quien parece tener conexiones en todas partes es Laura Testvalley. Aunque su antigua patrona se rehúsa a saludar a las St. George, interroga a la institutriz sobre Lord Marabel. Parece que Laura también fue institutriz de las hermanas de “Dickie”, pero descubrimos que fueron amantes. En realidad, conociendo el trato entre nobles y criados es posible que Richard haya abusado de ella usando su droit de seigneur.
Laura le exige a
Lord Richard que haga feliz a Conchita. A cambio promete ocultar a Los Closson
que “Dickie” cometió un desfalco en Inglaterra y por eso lo han exiliado de Old
Friars, la mansión de Los Brightlingsea. A Miss Testvalley se le ocurre otra
manera en que puede ayudarla Richard. Convence a Mrs. Padmore de invitar a Lord
Marable y a su prometida a una gran fiesta . Además, vendrán Lady Honoria y
Lady Sophia, hermanas de Dickie. Se trata en realidad de Jinny y Lizzy que
mueren por ir a esa fiesta.
Miss Testvalley engatuza a Mrs. Padmore
Mrs. Padmore
descubre el subterfugio y está furiosa. Mrs. St. George gimotea. Ahora sus
hijas se han cerrado las puertas de su sociedad. La astuta institutriz tiene un
plan. Hacer que Las St. George sigan a Conchita— ahora “Lady Richard”—a
Londres y las presenten allá a la sociedad inglesa. Así comienza una enredosa y
entretenida historia de como las americanitas le entran a La Season.
Primero, Conchita
es presentada con sus suegros. Sucede que Closson, viejo zorro que es, no le ha
dado dote a sus hijastra, solo una mensualidad más una promesa de comprarle una
casa en Londres. El cree que es el deber del marido mantener a la esposa.
Richard suplica a su padre que le suba su mensualidad. Aunque los Brightlingsea
le toman cariño a la nuera y dan alojo a los recién casados, no les pasan ni una libra más.
En Londres, Laura
conecta a sus nuevas pupilas con Jackie Marsh. Esta amiga es americana, pero se
trasplantó en las Islas Británicas desde que el Marqués de Blightingsea la dejó
vestida y alborotada. El Marques ni se acuerda de ella, pero su esposa parece
tener cargos de conciencia y la sigue usando como asesora y consejera dándoles
sus moneditas en pago.
Lady Blightingsea
tiene un grave problema. Su hijo mayor, el aburrido Lord Seadown, se rehúsa a casarse
y formar una familia. Está atrapado en las faldas de la seductora Idina Hatton
(Jenny Agutter de Call the Midwife). Entre Jackie, Laura y Lady Blightingsea
deciden que quien lo puede salvar es Jinny St. George (y los millones del padre).
Conchita invita a sus amigas a conocer a su familia. Todos (incluso Seadown)
quedan deslumbrados con la rubia Jinny.
Jackie le dice a
Laura que quiere crear una empresa para que las americanitas tengan un final más
feliz que el suyo. En el grupo incluye a
Lizzy Ellmsworth que también ha llegado a Londres a hacer la Season. Jacky las
apoda “Las Bucaneras”. Entre ella y Laura instruyen a la jovencitas en todos
los aspectos de la etiqueta nobiliaria para que naveguen sin escollos la Season
y puedan abordar el mercado de esposa y conseguir el mejor botín.
Jinny y Lizzy se
convierten en rivales, compitiendo por el aburrido Lord Seadown. Jinny gana.
Lizzy se consuela casándose con Hector Robinson, un ascendiente político, pero
será Nan quien consiga el mayor premio.
La Triste Vida
de una Duquesa
Conchita la ha
presentado con Guy Thwaite (Greg Wise), guapo, noble, sensible, pero tan pobre
que para mantener sus tierras y posición deberá casarse con una heredera. Eso
no impide que surja una amistad romántica entre estas almas gemelas y algo
parecido ocurra entre Laura Testvalley y Sir Helmsley ( Michael Kitchen de Foyle’s War),
padre de Guy. Aun así, Guy se marcha a Sudamérica a hacer fortuna. La desolada
Nan conoce en un viaje a Cornualles al enigmático, Julius Folyat, Duque de Trevenick
(James Frain) que se interesa en ella. Nan sabe que no puede despreciar al
mejor partido del Reino Unido y se convierte en duquesa.
Nan y Julius
Ahí comienza su
martirio. Es encerrada en un castillo en la costa en compañía de su severa
suegra. Julius la trata con frialdad, dilata la consumación del matrimonio y
cuando lo hace, esta se convierte en
violación. La serie muestra algo solo implicado en el libro, el duque es
homosexual. Nan sufre una caída que acaba con su embarazo.
Es una época
sombría para Las Bucaneras. Nan está atrapada en un mundo de lujos y de
alcurnia, pero sin amor. Jinny ha conquistado a sus suegros dando a luz a un
heredero, pero su esposo sigue manteniendo amores con Idina. Lord Richard ha
contraído sífilis y Conchita se consuela con amantes. Solo Lizzy, madre de
gemelos, es feliz en su matrimonio.
Jinny descubre que ha comprado un marido y un título
Los amantes no son gran consolación
Guy retorna de Sudamérica y todo indica que se casará con una rica heredera. Sir Helmsley satisfecho planea casarse con Miss Testvalley, pero ni su hijo ni Nan pueden ya ocultar su amor. Lanzando todo por la borda, Guy rompe su compromiso y se fuga con su duquesa. Hay rumores de divorcio y escándalo.
Laura Testvalley
apoya a Nan, aunque esto haga que Sir Helmsley la repudie. A pesar de que los
críticos dijeron que Edith Wharton jamás le hubiese dado un final feliz a
Las Bucaneras, hasta hoy soy la más satisfecha con este final. Por
largo tiempo consideré que no habría otra adaptación que le hiciese justicia y
tuve razón.
Una Adaptación
Sin Pies ni Cabeza
El año pasado se
anunció que Appletv le había encargado a Forge una adaptación de la novela
inconclusa de Edith Wharton. Apple no aprendió nada de la extravagante Dickinson
e insistía en el relato anacrónico creyendo emular a Bridgerton. La
serie de Shonda Rhimes sufre de anacronismo musical (una enfermedad del
producto Netflix), pero en lo demás es adecuada. Han declarado que retratan una
historia alternativa donde siendo la Reina Carlota una mujer de color, su corte
debe ser racialmente inclusiva, eso explica la cantidad de nobles negros.
Las Bucaneras
2023 se contenta en creer
que siendo totalmente diversa en el elenco y equipo productor (hasta las
encargadas de la musicalización son hembras) ya tiene los méritos para ser
aceptada. Los actores son de origen somalí, palestino, daguestaní, hindú,
noruego etc.. Tienen a la hija de Kate Winslet encarnando a una lesbiana y un
actor mixto haciendo de Guy. Qué pena que este ramillete multicolor sea tan
ajado, y todos sean casi tan feos como malos actores.
El libreto, según
dijo un comentarista de IMDB, parece escrito por una tiktokera de 17 años y
tiene a las heroínas constantemente borrachas, emitiendo gritos de ave de
rapiña, dando brincos de chimpancés y lanzando pataletas que ni una nena de
pecho. Su presentación en la Corte es
tan descabellada que ya parece el cotillón de Gossip Girl. Ni siquiera este esperpento de serie tiene la
excusa de ser alternativa por lo que resultan muy ofensivos sus intentos de
denuncia social.
Por ejemplo, nos
dicen que Conchita, aquí negra, es repudiada por la racista aristocracia
británica, pero aceptada socialmente en Nueva York. ¿Cómo se atreven a mentir
de esa manera? ¿Que no han visto The Gilded Age? Para mayor incoherencia,
Guy y su padre, que son angloafricanos,
son respetados y aceptados por esa misma elite que discrimina a la brasileña.
La libretista, cuya única experiencia son los radioteatros, cae en errores
argumentales solo superados por la horrorosa adaptación que Emily Mortimer hizo
de The Pursuit of Love.
Al principio estuve
dispuesta a seguirla, a pesar de la
música estrepitosa y del comportamiento aberrante de las “bucaneras”. Acepté
los cambios como que Nan descubra que es ilegitima, algo que añadió patetismo a
su natural timidez. Que el noble Guy sea un cazafortunas dispuesto a abandonar
a Nan al saber que no es una heredera, me pareció interesante. Que Julius
(ahora llamado Theo) sea noble en todos
los sentidos (y hetero) y que venga en socorro de Nan, quien hasta recibe un espaldarazo de parte de
la futura suegra, me pareció super
romántico.
Hasta acepté que
degradasen a la magnífica Laura Testvalley a niñera cambia-pañales puesto que
existía entre los espectadores una teoría de que era la verdadera madre de Nan,
pero a medida que avanzaba la serie me iba defraudando y la veía atropellando todo
sentido del libro. Nan parecía dispuesta a perdonar la traición de Guy, pero
seguía comprometida con su duque al que trataba con desplantes y berridos que Theo
perdonaba con paciencia de santo.
Asumí que Guy
sería el ganador a pesar de que el cliffhanger de esta primera temporada—y es
que habrá segunda-—fue una boda incongruente con el duque, pero lo
que no soporté fue la destrucción de Laura Testvalley, una de las grandes
creaciones de la pluma de Edith Wharton. No solo no es la mentora y figura
materna de Nan, no solo no tiene romance con Sir Helmsley, pero además Richard
la acusa de haber abusado sexualmente de él cuándo era un niño. ¡Pero si en el libro solo hay diez años de
diferencia y los amores ocurren cuando Richard tiene como 19 años! ¿En qué
cabeza cabe?
The Buccaneers retrata un periodo puntual de la historia
estadounidense en que el dinero lo compra todo. Para el siglo XX, las cosas
habían cambiado. Las chicas de clase alta, de ambos lados del Atlántico ya no
creían que su futuro estuviese ligado a un marido con título. Aun así, una
millonaria como Barbara Hutton tuvo en su larga lista de esposos a dos
príncipes rusos, un barón alemán y un conde danés.
Las plebeyas
seguían soñando con casarse con un noble con castillo dilapidado o no. Las
próximas en portar títulos, sin necesidad de comprarlos, fueron las estrellas
de cine. Desde Gloria Swanson hasta Jamie Lee Curtis, existen ciudadanas de los
Estados Unidos que se casaron con aristócratas europeos. Algunas han llegado
más allá entrando a la realeza como Grace Kelly y Meghan Markle.
¿Les gustaría
casarse con un noble y que les dijesen Lady Fulanita?