A unos días de
comenzar en los Estados Unidos la séptima temporada de “Call the Midwife”, he
tenido la oportunidad de volver a ver este episodio, para mí el más impactante
de la Sexta Temporada. Titulado “Mrs. Farah”, muestra a través de la
experiencia de una madre somalí, la tragedia de las mujeres sometidas a la
mutilación genital Mas allá de la atrocidad, el episodio nos enfrenta al tema
tan de moda este mes, los derechos de la mujer vs. normas culturales, y el rol
que otras mujeres juegan en nuestra liberación u opresión.
Este marzo ha
sido un mes confuso, triste e incómodo para mí. Aparte de la tragedia personal
de haber perdido a mi perro Nene, está la sensación de sentirme traidora a mis congéneres
por no deleitarme ante la revolución causada por las manifestaciones madrileñas
del 8 de marzo, por rechazar el generismo en todas sus formas; y por creer que
las “mituteras” son unas exageradas cuya estridente campaña opaca la miseria de
quienes realmente han sido victimas de acosos y agresión sexual.
Precisamente en
esa onda me irrita ver que las mismas gringas quejosas fueron las primeras en
irse a trabajar el 8 de marzo. Cuando les pregunto porque no emularon a las “Spanish
revolutionaries” que tanto admiran, me salen con que “es que perdíamos un día
de trabajo”, “no queremos que nos despidan”, “allá las cosas son diferentes”. ¿En
serio? ¿Si en Europa las mujeres están
sujetas a mejores condiciones laborales, entonces por qué protestan?
No tengo que
hacerme ninguna de esas preguntas cuando llegamos a lugares como Afganistán e Irán
donde realmente las mujeres son oprimidas. En Irán, la protestas han tenido lugar desde febrero. A pesar de una fuerte presencia
policial, las persas protestaron, faltaron a sus empleos, y amarraron los trapos que, por ley deben llevar sobre el cabello, a palos que agitaron
llamándolos “nuestras banderas. ” En Kabul, Sima Samar, activista veterana de
guerras contra talibanes, lideró la marcha; y en Estambul miles de mujeres
protestaron, en shorts y con el cabello suelto, contra el gobierno de Erdoğan. ¿Por
qué tengo que enterarme de estas noticias por periódicos israelíes o de “deresshia”
como el Washington Post? ¿Por qué no se les da tribuna en las redes
sociales o las fuentes mediáticas más reconocidas?
El ver este
episodio de “Call the Midwife” me recordó que el feminismo generista solo
representa a un grupúsculo de voces, que hay sitios en el mundo donde ser
hembra es realmente una pesadilla y que hoy en día siguen ocurriendo horrores
como los que la serie nos muestra teniendo lugar en el Londres de 1963.
El foco del
episodio es Nadifa, una joven somalí que está en las últimas semanas de
gestación. Nadifa, su marido que es marino mercante, y su hermanita Dekka, son
parte de la creciente población inmigrante del East End londinense. Todo indica
que son una familia feliz, por lo que Nadifa ve con alarma una carta de su
tierra que las conminan, a ella y a Dekka, a regresar a Somalia. El marido de Nadifa
también insiste en que su hijo debe nacer en África.
Entran las Wonder
Women de San Ramon Nonato y convencen al Señor Farah que Nadifa está muy
avanzada en su embarazo y que un viaje puede ser peligroso. Le toca a Valerie,
la nueva partera, hacerse cargo de Mrs. Farah. A pesar de su experiencia como
enfermera militar, nada ha preparado a Valerie para lo que encuentra al
examinar a su nueva paciente. Como le relata espantada al Dr. Turner, Nadifa
tiene los genitales “como los de una muñeca”. No existen. El médico, a su vez,
le explica que la Señora Farah ha sido sometida una “circuncisión faraónica””,
un procedimiento común entre mujeres islámicas africanas y del Medio Oriente.
Las parteras de
Nonato están extrañadas. Nunca han visto esta técnica en las señoras musulmanas
que han atendido. Nuevamente Patrick aclara (y esto es importante). Aunque
precede al islam, la mutilación sigue siendo experimentada por las
descendientes de pueblos que la practicaron en el pasado y que ahora son
musulmanes (aunque solo ocurre entre secta sunníes).
Me detengo un
momento para describir lo que normalmente se conoce como mutilación genital
femenina. Esta consiste en dos procesos:
ablación (extirpación total del clítoris
y los labios de la vagina) e infibulación (sutura total de la vagina). El término “circuncisión” es totalmente erróneo.
No se parecen en nada, la mutilación carece del elemento espiritual de una circuncisión
y difiere además en el modo en que se practica y en el daño emocional y físico
que se infringe a la paciente.
También “faraónico”
está mal porque, aunque se han encontrado papiros donde se describe esta
cirugía (generalmente usada para corregir clítoris desmesurados), no era
practicada por los antiguos egipcios. Se la encuentra en la Antigua Roma donde
se usaba para conservar la castidad de las esclavas. Por suerte, la mutilación genital
desapareció de Occidente por muchos siglos. En el Siglo XIX fue resucitada por
la comunidad médica, tal como lo explica
La Enfermera Crane en la serie, para
curar “males femeninos”(léase ninfomanía, depresión, etc.)
Hoy en día esta “castración
femenina” es legal en 28 países africanos y varios países del Oriente Medio
(sobre todo en Yemen e Irak). Me ha sorprendido saber que prevalece en las
comunidades musulmanas de Indonesia y Malasia. A pesar de que es ilegal en
Occidente, siguen realizándose estas mutilaciones en comunidades de inmigrantes.
La mutilación se
lleva a cabo en niñas, generalmente de cinco años, en condiciones espeluznantes
en la que solo pueden estar presentes otras mujeres, de preferencia parientas de
la mutilada. Mientras algunas sujetan a la niña, la “cirujana” (que no solo carece
de calificaciones médicas, sino que además realiza la operación en las
condiciones menos higiénicas posibles,) extirpa el clítoris sin anestesia y con
instrumentos sucios. Se sabe que estos últimos incluyen navajas, cuchillos de
cocina, hojas de afeitar, la parte afilada de latas de conserva, piedras
filosas y hasta las uñas. Luego, la vagina es suturada dejando solo un pequeño
orificio para que salga la orina y la sangre menstrual.
Acto seguido, las
piernas de la niña son atadas y se la deja así hasta por dos meses, mientras
cicatriza. Como es de esperarse, muchas pacientes mueren de septicemia o
gangrena. Las sobrevivientes siguen en esa condición hasta su boda que es
cuando nuevamente una parienta se encarga de abrirlas un poco mas para poder
tener relaciones sexuales. Como dice
Valerie “no sé cómo ese bebé entró ahí ni cómo va a salir”. El procedimiento normal es que la parienta deshaga
la sutura y vuelva a practicarla tras el parto. De ahí la insistencia de la
familia de Nadifa, y de su marido, de que regrese a Somalia.
No habiendo
ninguna otra mujer cerca que pueda atender a Nadifa como si estuviera en su tierra,
no queda más remedio que llevarla un ginecólogo. Si para nosotras un examen
ginecológico es degradante e incómodo, lo es más para la Señora Farah que nunca
ha estado expuesta ante un hombre que no sea el marido. Mas encima es obligada a
responder preguntas como si es proclive a sufrir infecciones urinarias. La
mutilación genital, además de peligrosa y dolorosa, expone a la paciente a
docenas de riesgos para su salud tales como infecciones y dolor crónico,
micción frecuente, problemas para embarazarse, y hemorragias durante el parto.
Nadifa le explica
a Valerie que a ella “la cortaron” cuando tenía siete años. Por eso recuerda
todos los detalles de su ordalía. Les tiene terror a los cuchillos. Es tal su
trauma que incluso cuando le vienen las contracciones, no se atreve a pedir
auxilio. Por suerte llegan Valerie y Dekka. Valerie convence a la Señora Farah
de ir al hospital. Le jura que no la atenderán hombres, solo estará ella. No
habrá cuchillo, “solo mis manos”.
En la ambulancia,
a Nadifa se le presenta el parto. Deben detenerse y es Valerie quien cortará
las suturas con unas tijeras quirúrgicas. “Mis tijeras especiales”” le dice a Nadifa
como si se trataran de objetos mágicos. Nace una niña sana, y Nadifa sobrevive,
pero no está contenta. En el hospital, los médicos la han suturado nuevamente,
pero son hombres, no saben, lo han hecho mal. Ella ha quedado incompleta, imperfecta,
ya su marido no la querrá. Valerie está ante en un dilema. Quiere ayudar a su paciente,
pero sabe que la reinfibulacion solo pondrá más en peligro la salud de Nadifa.
Unas semanas mas
tarde, Valerie y Bárbara visitan a Nadifa y a la bebé y descubren que Dekka ha
desaparecido. En tono cortante, Nadifa les cuenta que su hermana ha regresado a
Somalia. Valerie se da cuenta que Dekka ha regresado porque es su turno de “ser
cortada”. Horrorizada, le grita a Nadifa
que no puede permitir que los mismos hombres que le hicieron daño arruinen la
vida de su hermana. “¿Cómo pudo, Mrs. Farah?” Es ahí que Daniza se enfurece y
grita “¡mi nombre no es Mrs. Farah!” En su cultura las mujeres son tan respetadas
que conservan su linaje sin tener que adoptar el apellido del marido.
“Mi nombre es Nadifa
Ghedi Jama” afirma orgullosa. ¿Como puede Valerie pensar que ella le entregaría
a su hermana a un hombre para que la profanara? A Dekka la mutilará una mujer
que la ama, su propia madre. Toda madre desea que su hija “sea buena, limpia y
agrade al marido”. Para eso debe ser “cortada”.
Como suele
ocurrirnos a los sensatos cuando alguien nos grita “su verdad” en la cara, Valerie
se queda en silencio mientras repasa mentalmente lo que ha escuchado. Yo puedo
adivinar sus pensamientos
a)
¿Tengo
derecho a atropellar la cultura de esta mujer?
b)
¡Qué
horror! ¿Cómo puede una mujer hacerle esto a otra? ¿Cómo puede una madre
hacerle esto a una hija?
c)
Mm.
Que civilizados son estos somalíes. La verdad es que una no debiera perder sus
apellidos solo por estar casada.
d)
¿En qué
estoy pensando? ¡Esto es monstruoso! ¡Debo
salvar a Dekka!
Barbara y Valerie
corren al puerto, pero llegan demasiado tarde. Desde el muelle divisan a Dekka
que desde cubierta se despide de ellas. Al final escuchamos la voz de Vanessa
Redgrave, quien funge de narradora en la serie, contándonos que cuando le llegó
la hora de ser “cortada” a su hija, Nadifa se opuso. Ojalá ese fuera el caso de
todas las mujeres que pertenecen a culturas donde perdura esta aberrante
costumbre.
Quisiera regresar
ahora a los cuatro puntos que elevé y que son los que suelen presentarse en
nuestro debate con personas que abrazan tradiciones o incluso posturas que nos
parecen negativas. Si una persona siente que las tradiciones que ha heredado le son repulsivas o engorrosas,
simplemente, tiene que tomar una decisión de vivir al margen de su comunidad. Lo
digo yo que vengo de tres culturas que muchas veces son tildadas de
retrogradas. Pero si la tradición afecta la vida y salud de los miembros de esa
cultura, debe ser erradicada. Es por eso
por lo que en la cultura judía ya no hay ordalías que involucren beber agua con
tinta para probar la fidelidad de una esposa, no se devuelve una novia por no
ser virgen, y las circuncisiones se practican de manera más higiénica que antaño.
Punto B. El
feminismo generista, en su afán de probar que todas las hembras somos frágiles débiles
mentales incapaces de aceptar responsabilidades, nos cuenta que ninguna mujer
es culpable de la desdicha de otra, que no hay tal cosa como verdugos
femeninos. Las mujeres no maltratamos a nuestras amigas, hijas, madres ni
empleadas. Se ha resucitado el mito
sesentero de la Sisterhood. Somos una cofradía de victimas sometidas por un
cruel patriarcado. Y guay del que diga que hay “mujeres machistas” o que sirven
intereses patriarcales. Sin embargo, la mutilación genital es un ejemplo de
esto último.
Recientemente, España
se ha visto sacudida por el crimen del pequeño Gabriel Cruz perpetrado por su
madrastra. Por supuesto que las defensoras de las mujeres, aun las criminales,
argumentan que se trató de autodefensa, la típica historia de la mujer agredida
por el macho, aunque el macho solo tuviera ocho años. Es hora de que aceptemos
que el ser humano no es inherentemente bueno, y más allá de su género u
orientación sexual, es capaz de actos descaminados que afectan a los más débiles
(sean mujeres, ancianos, hijastros, incluso niñas) como ocurre entre las que
abogan y fomentan la mutilación genital femenina.
Y pasamos al
punto C, mi favorito, porque evidencia
como nos dejamos engatusar por minucias y la razón por la cual las diferentes
corrientes feministas de los ultimo cien años se han vendido y nos han vendido
por premios de consuelo. Al estallar la Gran Guerra, las sufragistas inglesas
depusieron sus armas y métodos agresivos (incluso su incongruente pacifismo) y
colaboraron con el esfuerzo bélico. Al final del conflicto, obtuvieron el voto,
pero no los otros derechos por los que abogaban, incluyendo mejores sueldos.
Cuando yo era
pequeña (y cuando mi madre era pequeña) ya era tema lo de los salarios
equitativos, pero a cambio de concesiones como aborto y libertad sexual, la ola
feminista de mi época nos vendió al patriarcado haciendo a un lado las
exigencias laborales. El patriarcado estaba feliz de tener más personal para su
masa de esclavos. Mejor aun, sin tener que tomarse la molestia de otorgarle condiciones de trabajo óptimas o tener en cuenta las necesidades fisiológicas de sus
nuevas reclutas.
Sin embargo, por
décadas conocí mujeres que se ufanaban de logros menores. “Ya no soy actriz,
soy actor” o “Las mujeres en Chile ya no somos de nadie. ¡Usamos nuestros
apellidos!” ¿Y? ¿Qué se gana con eso? ¿Hay menos femicidios porque las chilenas
siguen usando sus nombres de solteras? Lo mismo ocurre con Nadifa. No usar el
apellido del marido es un pobre premio
consuelo para su sexualidad vulnerada y su cuerpo mutilado.
Como muchos otros
temas que ‘Call the Midwife” presenta con ecuanimidad y compasión, la historia
de la “no-Señora Farah” impacta hasta los huesos y nos hace reconsiderar muchas
cosas sobre nuestra condición femenina.
"Call the Midwife"regresa a los Estados Unidos, este domingo 25 de marzo, por PBS.
"Call the Midwife"regresa a los Estados Unidos, este domingo 25 de marzo, por PBS.
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