Pero no todo ha de
ser tragedia o absurdo en los period pieces. También destacan los momentos
conmovedores que nos dejan un buen sabor de boca y aportan su granito de
optimismo. Estas son las situaciones más tiernas que vi en el drama de época
este año. Reitero que, aunque muchos de estos programas se vieron en Inglaterra
en el 2016, yo me atengo a su debut en televisión abierta(PBS) para el público
estadounidense.
El fecundo final de la Segunda Temporada (The Durrells
in Corfú)
La segunda
entrega de Los Durrells me tenía hasta la corona con esa familia a la que los
adjetivos de “excéntrica” o “disfuncional” ya no bastaban para califirla.
Louisa y su hija Margo competían en ver cual conseguía pretendiente más estrafalario,
Larry y Leslie eran cada vez más inútiles. Ni los animales de Gerry conseguían
evitar que uno coincidiese con Vasilia que era hora que los advenedizos
ingleses abandonasen la isla. Pero los escritores se las arreglaron para crear
un final tan enternecedor y optimista que compensó la mala calidad de los
episodios anteriores.
Leonora |
La fiel Lugatetzia
trajo una hija (“My best daughter”) para que la ayudase en la cocina, pero a Leonora
se le ocurrió la idea de parir en casa de los Durrell, precisamente al lado del
fogón. Larry fue en busca del Dr. Petrides, pero este estaba ocupado atendiendo
el parto de su propio hijo. Si, a Florence también le vinieron los dolores el mismo
día que a Leonora, pero su marido no pudo asistirla porque llegó una llorosa Louisa
a buscarlo. Vasilia acababa de apuñalar a su ex amante, Hugh. Petrides tuvo que
ir a atender al herido dejando a su pobre esposa en las ineptas manos de Louisa,
que por una vez sirvió de algo y ayudó a traer al mundo a un sano bebé.
Vasilia ataca a Hugh |
Pero sin
Petrides, con Theo ocupado vigilando el parto de la nutria de Gerry (parece
maldición, pero todas las hembras escogieron ese día para cumpleaños de sus
hijos) ¿quién iba a atender el parto de Leonora? Ni se imaginan. El pobre
Leslie, armado (no de un rifle como era su costumbre) de un antediluviano
manual de obstetricia tuvo que hacerse cargo.
A pesar de los
alaridos de la parturienta, (bien observó Gerry que las nutrias paren a sus crías
en “digno silencio), Leslie manejó la situación impecablemente demostrando que Lugaretzia
siempre ha tenido la razón al considerarlo el mejor de Los Durrell. Ya para el
final, el comadrón improvisado tuvo un poco de ayuda en Larry que cargó el
manual para que su hermano siguiese las instrucciones. También después que la
nutria diera a luz gemelos, Gerry y Theo se unieron a la función de la cocina y
alcanzaron a alertar al alarmado Leslie que la placenta no era un mellizo de la
pequeña Angeliki.
Aunque uno de los
cachorros de nutria falleció, el final del día encontró a la familia unida y
contenta, con Louisa y Leslie sintiéndose revalidados como personas útiles.
Leonora y su marido escogieron a Leslie como padrino de la niña. En la iglesia,
Leslie hizo un conmovedor discurso en el que se comprometía a velar por su
ahijada. Acto seguido, y siendo Leslie quien es, casi dejó caer a la beba. Eso
no impidió que las chicas de la aldea lo persiguieran. El ser partero dotó a Leslie
de un nuevo atractivo.
No sé si este
episodio ocurrió en la vida real, pero es novedoso y positivo mostrar que un
hombre no solo es heroico al rescatar y proteger a las mujeres, sino que también
puede serlo a la hora de atender un parto.
“Call the
Midwife” se ha hecho famosa por presentar en cada episodio partos conmovedores
que les acaecen a madres dotadas de historias espeluznantes y que traen al mundo
a sus hijos en circunstancias extraordinarias. Aunque el 2017 cerró con un
especial navideño espectacular con un bebé resucitado, la reunión de una madre
y de una hija abusadas por el mismo hombre, y una nevada histórica, he decidido
escoger como uno de los momentos más tiernos del año el alumbramiento de la ex hermana
Bernadette.
Tras años de que
la ex monjita intentara embarazarse sin éxito, de creerse estéril y consolarse
adoptando una niña, pudo Shelag finalmente anunciarle a su esposo el Dr. Turner
que esperaban un hijo. Pero ha sido un embarazoso embarazo, un caminar por la
cuerda floja toda una temporada. Shelag logró sobrevivir una explosión en los
muelles, y superar una serie de alarmas de aborto espontaneo para por fin
llegar al noveno mes.
La Enfermera
Crane se sintió un poco ofendida cuando Shelag no le solicitó que fuese su
ayudante de parto, pero es comprensible que la antes hermana Bernadette pidiera
la ayuda de la Hermana Julienne. Desde que era postulante, Shelag ha visto a la
monja como su figura materna. Trabajaron juntas en San Ramon Nonato hasta que Shelag
decidió colgar sus hábitos, pero eso no ha impedido que sigan siendo amigas.
Para Shelag, La Hermana Julienne es mas parienta que los de su sangre y, tal
como quería que la entregara al altar, quiso tenerla su lado al momento de dar
a luz.
Fue un parto
largo, pero simpático. Shelag, una comadrona veterana, se sorprendió al
experimentar por primera vez los dolores que había presenciado en sus
pacientes. La Hermana Julienne fue una excelente, aunque firme, partera. Consiguió
que Shelag se mantuviese de pie el mayor tiempo posible, abrazándola y sosteniéndola,
y no dejando que se recostase a hasta que las contracciones se hicieron más
frecuentes.
Shelag había
exigido que su marido no estuviera presente, y el pobre Dr. Turner se la pasó
al otro lado de la puerta ofreciendo apoyo moral a base de canciones. Únicamente,
lo admitieron en la última etapa del parto para que viera nacer a su primogénito.
Tete a Tete con Leopoldo (Victoria)
La Primera Temporada
de “Victoria” acabó con la reina dando a luz a su primera hija. Aunque toda esa
escena fue muy simpática (Alberto, por una vez, se portó como gente expulsando
a los mirones que según la tradición debían ser testigos del alumbramiento real)
he preferido elegir una escena anterior.
El embarazo de Victoria
está lleno de sobresaltos. Dos locos asaltaron a la reina en diferentes
ocasiones. Las náuseas matinales,
incomodidad y otros achaques propios del momento aumentan por el simple hecho
de que Victoria no quiere ser madre. Y no solo por la memoria de su prima Charlotte
muerta en el parto.
Sin embargo, el
fantasma de Charlotte ronda el palacio. Desde la estricta Baronesa Lehzen hasta
la brigada de la cocina viven con terror que la patrona se les muera. El
Parlamento exige que Victoria nombre un regente en caso de fallecer, y el tío Cumberland
viene de Hanover, como buitre, y frotándose las manos, a la espera que la
sobrina muera para él hacerse del trono.
Ne es el único
visitante. También llega Tío Leopoldo a dar fortaleza moral a su hermana. La
Duquesa de Kent y sus ponches anti-nausea, y sus consejos de mujer que ha
parido no le sirven a su hija que ya no la soporta. Victoria amenaza montar a su madre “en un
burro y mandarla a Carlisle”.
Leopoldo es un personaje ambiguo. Hay ratos en
que como Victoria también desearía empacarlo a Carlisle. Alex Jenning tiene esa
virtud de proyectar una dualidad moral. Sin embargo, hay un momento de
intimidad con la sobrina que resultó muy tierno.
Victoria está
descansando, como yo lo hubiera hecho si hubiera sido bendecida con la
maternidad, vestida de organza, echada ahí panza y todo en un canapé,
con las patitas en alto, y zampándose una fuente de marrón glasés. Llega el rey
de los belgas, se sienta su lado y recuerda a Charlotte. Ese recuerdo que
persigue a Vicky suena diferente en los labios de un viudo que amó a su mujer.
El Tío Leo se conduele de haber seguido los consejos de los médicos y haberle
prohibido a su esposa los dulces durante el embarazo. ¿De que sirvió si ella
murió igual? Le dice a Victoria que el reza por ella, porque Alberto y la reina
le recuerdan su propia historia de amor.
La reina se da
cuenta que Charlotte no es un fantasma, fue una mujer como ella, joven, amada,
golosa. Ella siente como un permiso de Leopoldo
de ser libre, de calmarse, de tomar las cosas día a día y de hacer lo que le
plazca. En medio de un mar de pesados que le exigen que se comporte así, que
coma esto, que no haga esto, que no beba esto otro, es un alivio saber que alguien
le permite gozar de lo poco que le da placer. En un gesto de paz le extiende la
caja de castañas confitadas al tío, y lo coge de la mano.
Cuando Claire se
queja de que Frank quiere separarla de su hija o que le impidió acercarse a
Brianna cuando esta crecía, ni sabe lo que significa separarse de su hijo.
Jamie si lo sabe y la despedida de Willie es uno de los momentos mas emotivos y
tiernos de la tercera temporada de “Outlander. En los primeros siete capítulos,
Jamie protagoniza muchos momentos conmovedores (su despedida de Rupert, la
perdida de la mano de Fergus, su arresto, sus momentos con Sir John, y el reencuentro
con Claire y su sorpresa al ver las primeras fotos de su hija) que le añaden
nuevas dimensiones al personaje.
La relación de
Willie y su padre ha sido delineada de la manera más enternecedora posible. Después
de rescatar al recién nacido de brazos del padrastro, Jamie se dedica
totalmente a él. Sacrifica su oportunidad de se libre y volver con los suyos
para poder ayudar en la crianza de su hijo. ¡Es tan bonita esa escena en que
Jamie observa sonriente al bebé en su cunita y dice “You are so wee!” (Eres tan
pequeñito).
A pesar de ser
solo un caballerizo, la confianza que se ha ganado por parte de los Dunsany
permite a Jamie fungir como figura paterna de su hijo. Solo cuando el parecido
físico entre padre e hijo puede delatarlo, Jamie elige partir a sabiendas que
Willie quedará en las expertas manos de Isobel, tía del niño, y del prometido
de esta, el indispensable John Gray.
Pero nadie cuenta
con los sentimientos de Willie que al saber que su amado Mackenzie lo
abandonaba monta un berrinche digno de su difunta madre. Le grita a Mackenzie que
es solo un criado y debe obedecerlo. Por supuesto que Jamie no se queda callado.
Esa noche un arrepentido
Willie visita su padre a en el cuarto del caballerizo. Willie nota la estatua
de San Antonio, descubre que ese es el patrón de las cosas perdidas, y que su
amigo es un “Papista” (católico), algo totalmente prohibido en la Inglaterra de
entonces. “Quiero ser como tú, Mac” dice el pequeño y Jaime lo bautiza como
“William James”.
Jamie le pide a
su hijo que no le cuente a nadie que ahora es católico y le da un ultimo
regalo, una culebra que ha tallado en madera. Un poco feíto el regalo, sobre
todo porque en el libro, Jamie le da un rosario, pero los de Starz se asustaron.
Creyendo que los iban a acusar de promover el catolicismo, cambiaron ese
detalle.
La escena final
rompe el corazón. Jamie se aleja de Helwater, Willie corre tras el caballo de
su padre, ambos lloran. Ayyy, el único consuelo es que (si leyeron la saga saben)
volverán a encontrarse.
La Noche de Bodas de Maggie (The White Princess)
” The White
Princess" fue una gran desilusión, una historia de mujeres que ejercían su poder
abusando de otras mujeres. El único personaje decente fue el de Maggie Pole,
mejor conocida por historiadores como Beata Margaret Pole o la Princesa
Margaret Plantagenet.
En su serie de
novelas, Philippa Gregory ha hecho un excelente retrato de esta desdichada
mujer, que nació marcada por la ejecución de su padre condenado por conspirar
contra su rey-hermano a ser ahogado en una barrica de vino. A pesar de esto,
Maggie seguía siendo princesa de sangre real, y su hermanito Teddy, tras la
muerte de los Hijos de Eduardo, era el indicado para heredar el trono.
Los soldsdos de Henry Tudor se llevan a Teddy |
Obvio que eso no
le parecía bien ni al Tudor histórico ni al de Gregory ni al de Starz. Si en
algo “The White Princess” es fidedigna a historia y ficción “gregoriana” es en
el martirio de Maggie. No solo cae prisionera de los Tudor, no solo tiene que
ver que a su hermanito lo encierran en la Torre de Londres, todavía falta un
último sacrificio. Para neutralizar a quienes quieran usar a Maggie como un
medio para retornar a los York al trono, Mi Señora, la Madre del Rey inventa
una estratagema: casar a la princesita de solo catorce años, con un gañan.
La atolondrada Cecily,
hermana de Elizabeth de York, le cuenta a la prima que el futuro marido, Sir Richard Pole, es un bruto zafio, un guerrero feroz y que más encima es manco. Maggie está aterrorizada. Arrepentida, Cecily le pide a su hermana Lizzie que la ayude a poner en el tálamo
nupcial a la primita “porque no tiene madre” que le explique a Maggie sus
deberes conyugales.
Todos vemos esta
escena (que no aparece en el libro) con mucho temor. Sobre todo, porque
recordamos la horrible pre-noche de bodas de Lizzie, y los que vimos “The White
Queen” recordamos lo pavorosa experiencia de la tía de Maggie, Anne Neville.
Efectivamente,
Richard Pole es mocho, le falta un brazo, pero le sobra el corazón. En vez de
saltar sobre la atemorizada Maggie, se para al pie de la cama y la tranquiliza.
Le dice que sabe que es humillante para una princesa como ella casarse con un
hombre como él. La respuesta de Maggie rompe el corazón. “Repudio mi nombre.
Plantagenet me es odioso.” Ese apellido solo le ha traído desgracias. Richard
humildemente le ofrece el suyo y ella acepta. Por eso es por lo que para la
historia (y para el santoral) ella será Margaret Pole.
El resto de la serie nos muestra que Maggie no pudo encontrar mejor marido-apoyo-amigo-cómplice. Una se pregunta si Richard Pole se habrá arrepentido de casarse con ella y verse inmerso en cien líos palaciegos y cien veces tener que rescatar a su mujer incluso de si misma.
Al final, cuando
la soberbia Lizzie con falsa magnamidad perdona la vida de su prima, le dice
que solo lo hace porque “tu marido suplicó por ti. ¡Suplicó por ti, Maggie!” En
esa repetición encierra la sorpresa de Lizzie ante la devoción conyugal de Sir
Richard.
Gracias a todas
estas escenas es que puedo disfrutar de los period drama sin sentir que son
solo tragedia.
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