lunes, 12 de febrero de 2018

Los Romances del Period Piece: Lo Mejor del Drama de Epoca del 2017



Para clausurar mi balance de un año dedicado totalmente a la ficción histórica, y también para que coincidiera con la semana de San Valentín, he escogido hablar de lo romántico y lo pasional en los period pieces. Para mí, estos fueron los romances más románticos del 2017. No son parejas protagónicas (en un caso se trata de un romance periférico de la protagonista) pero a mis ojos evidencian la fortaleza, flexibilidad y profundidad del verdadero amor.

El Menage a Trois Versallesco (Versalles)

Al hablar de héroes y heroínas de este año mencioné, por separado, a los Duques de Orleans, pero más allá de sus virtudes como seres humanos está el fuerte lazo de lealtad, cariño y respeto que se ha creado entre ambos. Un afecto tan intenso como aquel demuestra que la buena voluntad puede a veces superar la sordidez de un matrimonio arreglado. Pero sería injusto y poco realista hablar de esa relación sin mencionar al verdadero amor de Monsieur, el incomparable, pero incorregible, Caballero de Lorena y de la tolerancia y compasión con la que Lieselotte ha añadido a Chevalier a su matrimonio.

Desde ese primer encuentro entre Philippe y la nueva esposa que su hermano le ha conseguido, que sabemos que la Princesa Palatina no se parece en nada a la artificial, vana y traicionera Henriette, su predecesora en la cama del Duque. Sin un asomo de timidez o de vergüenza de que su marido la haya sorprendido orinando, Lieselotte se revela como una mujer sana, franca y cariñosa. ¡Es la única en la serie que recuerda que Philippe tiene dos hijas y se preocupa por ellas!

La relación de Lieselotte y su marido es desarrollada a través de la Segunda Temporada. Vemos como Madame consigue acomodarse a la corte y el modo en que logra consumar su matrimonio, y seguimos a la pareja hasta la anunciación del deseado embarazo. Sin embargo, y a pesar del afecto que Philippe cobra por su segunda mujer basta recordar su ira y desesperación al creerla envenenada, su corazón sigue perteneciéndole a MonChevy.


El Caballero de Lorena tuvo también una temporada borrascosa que comenzó cuando su amante se quejó del modo en que MonChevy despilfarraba la fortuna de Orleans. Esa crítica acabó en una pelea de machos que pudo devenir en un hecho de sangre si no fuese por la interrupción de Liselotte. A pesar de que Madame intentó calmar a Chevalier y le ofreció compartir al marido, los celos de su rival tanto por Liselotte como por el historiador Tomas Beaumont, lo empujaron a la droga y a la autocompasión.

Por suerte, Chevalier se sobrepuso, mató a Beaumont y fue recompensado por su rey por haber acabado con un peligro para Francia. Aun así, al final tanto Lieselotte como MonChevy debieron despedirse del hombre que aman cuando el duque partió a su espacio favorito: el campo de batalla. Tiernísima esa última escena, cuando la desolada Madame coge de la mano a su rival, consciente de que él también sufre.

La Reina y su Ministro (Victoria)

Sabido es que el gran apoyo que tuvo Victoria en los inicios de su reinado fue William Lamb, Conde de Melbourne, y que esa ayuda devino en una escandalosa amistad. Tan grande era esa dependencia que se llegó a rumorar que la reina y su primer ministro eran amantes. En momentos en que la soberana cayó en desgracia con público, aristocracia y partidos políticos enemigos de Melbourne, se la llamó a sus espaldas y se la abucheó en la calle con el epíteto de “Señora Melbourne”. Entonces, tan descaminada no anda Daisy Goodwin con esta historia tan romántica que nos ha presentado en “Victoria”.

A pesar de sus detractores, este ha sido un romance muy intenso y mucho más emotivo que los insulsos amores de Vicky y su controlador primo. Es cierto que en la serie y en la vida real, Victoria acabó casada con Alberto de Saxe Coburgo, y que además de preñarla nueve veces, el príncipe consorte buscó dominarla en todos los aspectos de su vida privada. Muchas veces, Victoria habrá comparado la cargante imposición de voluntad a la que la sometía el marido con la sutil y deferente manipulación que conoció con el romántico Melbourne. El que Rufus Sewell interprete a Lord M.  también ayuda a crear esa distinción entre cortesano y consorte.

La serie nos ha mostrado una reina adolescente marcada por una infancia tan vigilada que solo ansiaba libertad. Es por eso por lo que el primer encuentro entre Vicky y Melbourne fue en realidad un “encontronazo”. Él estaba cansado de gobernar, y tal vez, de vivir. Ella, a pesar de su juventud, había desarrollado una desconfianza por el género humano y rechazó indignada la oferta de Melbourne de convertirse en su secretario.

Poco después, la intuición nata de Victoria la hace reconocer el valor de Melbourne. No solo lo convierte en su secretario, también lo hace su mentor, su confidente, su mejor amigo y el favorito de su corte. En ella, Lord M. (como lo apoda Vicky) encuentra una inspiración para moverse en la arena política y una renovada vitalidad. La serie no miente cuando habla de que ambos pasan la mayor parte de tiempo juntos. Melbourne cenaba casi a diario en el Palacio de Buckingham y cabalgaba todas las mañanas con Victoria.

Sin ser pesado ni didáctico, Melbourne ayuda a Victoria rellenar los vacíos que su deficiente educación ha dejado en el intelecto de la novata reina. ¡Vicky hasta le muestra los croquis que hace de su perrito! La soberana, aunque defiere muchas veces al consejo del ministro, también se atreve a debatir con él. No solo hablan de política, sino también de otros temas vitales como el amor. Victoria llega a interrogar a su consejero sobre su vida matrimonial, como cuando le pregunta sobre su reacción al ser abandonado por su esposa (la célebre Caroline Lamb que huyó con Lord Byron).

Lo que al principio se ve como extravagancia de adolescente se convierte en causa política. Melbourne es reemplazado por el parlamento por Sir Robert Peel. Ya no puede pasarse el día con su joven soberana. Para mayor agravio, Victoria debe prescindir de sus damas, incluyendo sus mejores amigas Lady Emma Portman y la Duquesa de Sutherland, porque ellas representan un espectro político diferente al ahora en el poder.


Ahí tiene lugar un episodio histórico, Victoria simplemente se rehúsa a prescindir de sus damas. Sir Robert, sintiendo que carece de la confianza de su monarca, renuncia. Melbourne regresa, pero el costo es alto. La reputación de Victoria se ve mancillada. En la serie hasta los criados reconocen que la soberana llora cuando su ministro no está cerca. La desubicada Lady Flora le cuenta a Vicky que ya la apodan “Mrs. Melbourne”.  La Duquesa de Kent le suplica a su hija que no le entregue su corazón a un hombre como Melbourne que tiene reputación de libertino.

Victoria no se inmuta. Es posible que la reina haya en algún momento experimentado algún tipo de sentimiento romántico por su primer ministro, a pesar de que la historia nos cuenta que su primer gran amor fue el Gran Duque Alejandro (que también aparece en “Victoria”). Sin embargo, en la serie, el personaje de Jenna Coleman da rienda suelta a su corazón para ir poco a poco enamorándose de Melbourne. ¿Pero es correspondida?

Daisy Goodwin es muy sutil en este aspecto. Cuando Sir John Conroy confronta a Melbourne acusándolo de querer aprovecharse de Victoria, el ministro le responde con gran dignidad. Pero a solas se mira en un espejo con expresión atormentada como escrudiñando su subconsciente. Mas tarde, cuando el Duque de Sutherland le recuerda que pronto perderá a Victoria ya que la soberana debe casarse, vemos la tristeza dibujarse en el rostro de Melbourne.



No hay que pensar solo en romance y cuchi cuchi entre ambos. La belleza de esa relación es que es muy humana y realista y va salpicada de peleas como corresponde al choque entre dos voluntades fuertes. Victoria es porfiada, se ofende fácilmente. A ratos, Melbourne tiene que gritarle, pero cuando ella lo necesita, él siempre vuelve. Tras la muerte de Lady Flora, Vicky toca fondo y el único que la eleva a la superficie es Melbourne, compartiendo con ella su propia noche oscura del alma, la depresión que sufrió tras la muerte de su hijo.



Aunque Victoria comienza a visualizarse como Isabel I, una mujer sin hombre, pero que se apoya en “compañeros”, y en el Baile Tudor, Melbourne se viste de Robert Dudley (gran amor de la Reina Virgen), el tiempo se les acorta. La familia de la reina la presiona para que contraiga matrimonio. De Hanover le traen al primo Alberto, estirado, puritano y con cara de perro, pero joven y de buen cuerpo (algo que la verdadera Victoria se apura en anotar en su diario). Confundida, la reina se decide a jugárselas todas y se va a Brocket Hall, hogar ancestral de Lord M., y se le declara.

Tuve que poner el video porque me es casi imposible describir el momento que para mí ha sido la escena mejor actuada de la Primera Temporada. Aunque vaya de incognito, es una osadía de parte de la reina el visitar a Melbourne em su retiro. Primero, tenemos la presentación de ambos personajes, ella que se supone solo revela su identidad a último minuto, él que aparece como un poco escondido detrás de una estatua. Luego el modo en que Vicky, con toda la sinceridad y torpeza de una adolescente, declara que no quiere a otro hombre en su vida y jura que jamás lo abandonaría como lo hizo Caroline.

Ahí vemos todo el cansancio y la tristeza que aquejan a Melbourne al tener que rechazarla.  Dice que él es como los pájaros que ampara en Brocket Hall, condenado a solo tener un amor. Ni él, ni yo, ni ningún shipero del Vicbourne, le cree. Mas que humillada, Victoria esta desolada, pero Lord M. aparece en el Baile Tudor vestido de Dudley y le pide un vals durante el cual deja en claro que tal como Isabel I y su favorito tuvieron que sacrificar sus sentimientos, ellos deben hacer a un lado su amor.

Victoria descubre una curiosa aliada en su madre. La Duquesa de Kent está destrozada. El interesado Conroy la ha vendido por mil libras anuales y se ha marchado a molestar a los irlandeses. Llorando, Vicky abraza a su madre diciéndole que no cree que pueda alcanzar la felicidad.  Por una vez, la Duquesa de Kent sirve de algo y le dice a Vicky que Melbourne la ha rechazado por caballerosidad, anteponiendo su deber antes que sus sentimientos.

Por falsa que sea esta historia, respeto y admiro a Daisy G. por incluirla, y también a Rufus y a Jenna por actuarla con tanto candor y realismo. La relación Victoria-Melbourne, no acaba ahí, Antes de partir en su luna de miel, Vicky comparte un momento a solas con Lord M.  y le deja claro que él todavía ocupa su corazón.


Amor Pirata (Black Sails)

Un curioso detalle del final de “Black Sails” es que llenaron este cuento de rudos piratas con historias sentimentales. Por amor, Long John Silver sacrificó el sueño de su Madi. El pobre Flint tuvo el consuelo de compartir prisión con su amado Thomas Hamilton. Vimos que Woodes Rogers podía derramar lágrimas por la muerte de su esposa y el público crucificó a Eleanor por haber traicionado a “su verdadero amor”, Charles Vane (¿WTF?). Lo más curioso es que de pronto a Max le bajó el amor (que creíamos pertenencia únicamente a los doblones de oro) por Anne Bonny.

La Gatita Valentina Moreyra me hizo dudar un poco del final de la relación Max y Anne y una investigación en las redes me hizo ver que muchos shjoperos también creían que habían quedado como pareja. Eso no es así. Para cuando TV Insider entrevista a los guionistas está claro que Max y Anne se han reconciliado, pero la pirata eligió seguir con Jack sin desoír a su naturaleza bisexual. Por algo los escritores presentaron al final a Mark (Mary) Read como manera de entroncarla al   verdadero destino romántico de Anne Bonny.

Cuando Anne se acostó con Max en me dio la impresión de que era su primera vez con una mujer. Lo que no quita que no le gustara la experiencia o que no quisiera repetirla, pero, aunque le tenía cariño a la ex esclava, no creo que la amara como amaba a Jack. La historia sentimental de Anne era desastrosa. A los trece años, su marido James Bonny la golpeaba y la vendía al mejor postor. De ese suplicio la salvó Jack Rackham y la agradecida pirata nunca olvidó, pero su relación estaba basada en más que en gratitud.

Parecerá extraño porque Calicó Jack era el menos pirata de los piratas, el menos aguerrido y brutal. Sin embargo, y tal vez Anne se sentía un poco protectora de su compañero, a ella le gustaba como hombre. Fue Anne quien invitó a Jack a compartir cama con ella y Max. Cuando Jack privilegió su relación comercial con Max, y dejó a Anne en tierra, la pirata se sintió dolida y celosa.

La traición de Max, que casi le cuesta la vida a Jack, fue un tiro de gracia para la relación entre las dos mujeres. La pirata quería matar a la dueña del burdel, y le tomó tiempo sacarse esa idea de la cabeza. Se lo comentó a Jack. Como todos los personajes de la serie, Anne estaba un poco harta de tanta violencia:
Anne Bonny: Me dijo que si entregaba el dinero estarías a salvo. No es solo la mentira… intentó alejarte de mí. Cuando dejé esa isla… lo único en lo que podía pensar era en maneras de vengarme de ella, por lo que había hecho. Y ahora que estamos aquí, sería tan fácil… y no quiero hacerlo. No quiero vivir con las consecuencias. Con la visión de verla sufrir de esa manera. Simplemente no quiero. Esta puta isla… te hace hacer cosas que no quieres hacer… ¿cómo no nos hemos dado cuenta hasta ahora? ¿Qué demonios hacemos aquí otra vez Jack?






Para muchos, el breve discurso que Anne le hizo a Jack donde dice que nunca será su esposa (final Temporada 2), pero siempre estarán juntos, sonó a una resistencia a la idea de una relación romántica. Yo lo interpreté de otra manera.  Anne está repudiando la idea de ser una esposa tradicional, como Eleanor bordando en un rincón, pero no excluye más bien afianza el lazo erótico-sentimental que la une a Rackham. La misma Lady Clara Paget, hablando de su personaje,  declaró que Jack representaba todos los matices emocionales en la vida de Anne Bonny.

En la temporada final, Max a pesar de su traición, es recibida en el barco con Jack. Parte a Filadelfia con ellos, pero luego que la malherida Anne la manda al diablo, Rackham exige a la ex esclava que se aleje de su mujer. Max consigue que Marion Guthrie financie una expedición a Nassau, pero le cuenta a Anne que ha rechazado una oferta de matrimonio, por amor a ella.

 Luego, Idelle le recuerda a Anne como Max la salvó de ser acusada de asesinato. Esa combinación de factores lleva a Anne a perdonar a Max, un perdón que no involucra un reinicio de su actividad sexual. Los guionistas han dicho que el capítulo 8 representó un final de la relación de Max y Anne y por eso no les dieron una escena juntas en el episodio 9.

La última escena de Max y Anne interactuando las tiene sentadas bajo la nieve luego de haber arreglado sus asuntos. Las vemos asidas de la mano, símbolo de perdón, pero el regreso de Jack de Nassau es diferente. 

Anne sale de la casa, ya curada, envuelta en una manta y se abalanza a abrazar a su compañero. Es un gesto más apasionado que un simple tomarse de las manos. Es casi tan intenso como esa llegada a Filadelfia con Jack cambiándole los vendajes a Anne y dándole un beso de despedida. En la última escena del trio, la cámara enfoca a Max y la expresión en el rostro de Jessica Parker Kennedy deja claro que sabe que en esto ella es la perdedora.


Para mí la confirmación de que el amor entre Jack y Anne (y reitero no excluye un trio con Mary Read) era respetado por la producción es el que fueron los únicos personajes que tuvieron un final feliz en este cuento de piratas. porque la felicidad de los otros personajes queda en un ‘veremos” ambiguo. Stevenson nos contó la desdichado muerte de Flint, Max es muy capaz de arruinar su fortuna de nuevo.  ¿Podrá Madi realmente perdonar a Long John? ¿No será que el resto de sus vidas ella lo amargará con reproches?  

En cambio, nos queda clarísimo que Anne y Jack siguen juntos y compenetrados. Eso solo acaba con una Anne encinta y lamentándose al pie del cadalso donde cuelga Jack tal como ocurrió en la vida real.

Lo que Magdalena Encontró en el Rif (Tiempos de Guerra)

En blog anteriores puntualicé que el mayor aporte de “Tiempos de Guerra” era situar lugares comunes y estereotipos de los dramas médico-militares en terreno virgen, en este caso La Guerra de Marruecos. Sin embargo, noté que había algo totalmente inexplorado en estos relatos de enfermeras “bélicas”:  el romance interracial de Magdalena y Larbi.

Aunque los amores interraciales han sido parte de la ficción (incluso de la histórica) desde El Quijote, desconocía ejemplos que pudiesen sentarles pautas al romance entre la enfermera rubia y de clase alta y el camillero moro que nos ofrecieron Ana Moliner y Daniel Lundh. Precisamente por ser tan novedoso es que ese romance pudo fracasar, pudo no gustar, pudo parecernos inverosímil. Aplausos a los guionistas no solo por darles un final feliz, sino también por hacernos quererlos y creer que merecían una oportunidad, cuando ni la Reina Victoria Eugenia dio dos duros por ellos.



No tengo que repetir que Magdalena fue mi “Dama Enfermera” favorita. Lo he dicho en notas anteriores, y la razón fue por ser la única del grupo en interesarse su entorno. Aunque lo que empuja a Magdalena a interesarse en Marruecos es Larbi, el camillero cuya apostura física la ha conquistado, es esa capacidad de desligarse de su mundo, de un Madrid de la alta sociedad donde la espera un novio y una casa llena de sirvientes, lo que la diferencia de sus amigas.

Del trio protagónico, Magdalena es la más adinerada, pero también la más generosa. Es la más inocente, pero es también la más práctica (basta ver su equipaje de vestidos bonitos, coñac francés, bombones) y es, al menos ante su espejo, la menos guapa por lo que arriesgar su compromiso con un gran partido la hace heroica.

Larbi tampoco cabe en clichés. No es el revolucionario que desprecia a los representantes del colonialismo, ni tampoco es el morito bobo que mira humildemente a la señorita rubia que llegó de España. Él tiene mucha dignidad y confianza en sí mismo. Se convierte en una especie de guía de estas niñas perdidas en Marruecos. Le enseña a Magdalena a moverse en el Zoco; ayuda a riesgo de perder trabajo y libertad, a escapar a Pedro; y es quien recupera la morfina del hospital. De pronto, Larbi se vuelve el fixer-héroe de esta historia, alguien digno de Magdalena.

A pesar de que es obvio que se simpatizan, es solo cuando Magdalena visita la casa del rifeño, que ambos toman conciencia de que su relación puede tomar otro cariz. La golosa de Magdalena se deleita con los dulces hechos por la madre de Larbi, él le envuelve la cabeza con una bufanda de seda, pero a punto de darse un beso, la formal enfermera le explica que está comprometida. El desolado camillero murmura que Daniel es muy afortunado. De ahí que Magdalena comienza a cuestionar su compromiso. ¿No sería ella más afortunada comiendo mazapanes en Melilla que de gran señora en Madrid?

A pesar de que Magdalena lucha en contra de sus sentimientos, su subconsciente la traiciona, primero en un sueño erótico que tiene con Larbi. Luego, en su delirio provocado por la fiebre, se le declara. A pesar de que Pilar, por separado, intenta hacerles ver a Larbi y Magdalena que ese amor no tiene futuro, el personaje de Ana Moliner comienza a tomar decisiones. Le escribe a Daniel rompiendo el compromiso y luego casi se agarra de las greñas con Susana por el racismo y clasismo de su amiga. En el discurso de Magdalena son evidentes la tolerancia y humanidad que ha adquirido en su profesión, pero también el respeto y consideración que siente por los marroquíes.

Presionada por su madre y por la Reina, Magdalena se rinde. Desde Madrid le escribe a Larbi despidiéndose para siempre. Fue muy conmovedor que Pilar tuviese que leerle la carta al camillero por ser este iletrado. 





Sin embargo, Magdalena se arrepiente de su decisión y se regresa a Melilla, así sin dinero, ni grupo de apoyo, una paria en todos los aspectos, sin siquiera la oportunidad de volver a ser enfermera. La misma Susana, asombrada ante la grandeza del sacrificio de su amiga, apoya la decisión de Magdalena. Hasta le da permiso para que vaya a su boda con Larbi.

Yo sé que el final feliz de este romance interracial puede parecer inverosímil, pero hubo dos cosas que me dieron esperanza: primero que Magdalena recobró su trabajo y su sueldo. Segundo, que dijo estar dispuesta a convertirse al islam. Al menos esos escollos están superados, porque no sé cómo Magdalena va a lidiar con el hecho de vivir sin vestidos bonitos y con un marido que hay que enviar a la escuela de párvulos. ¿Y como Larbi va a poder explicar su familia que su mujer trabaja fuera de casa?  pero casos parecidos han acabado en relaciones estables y duraderas.

¿Hubo algún otro romance tan intenso como estos en el drama de época del 2017?

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