Este otoño fue un
reinado de reinas, valga la redundancia, cual de todas más mediocres y
desacreditadas. Ha llegado el punto que temo ver la nueva versión de la
tragedia de Maria Antonieta. Temo ver fake news históricas, temo ver invenciones
preposteras (¿Toinette, Du Barry y Luis XV en un triángulo erótico?) y temo que
las mismas calumnias que llevaron a la reina francesa al cadalso sean eternizadas
en servicio de una agenda woke.
Republicanismo
vs Monarquismo
En tres palabras,
la fórmula de las reinas consiste en tomar una soberana o princesa y ponerla
como una eterna víctima de una monarquía absolutista y patriarcal. La vemos
rebelarse contra un protocolo que aleja al soberano de sus súbditos y la vemos
acercarse a su pueblo. En el proceso muchas veces la reina-mártir es sacrificada
por un sistema monárquico que al impedir la libertad de sus gobernantes, también impide la de la gente sobre la cual
reinan. En suma, la formula, que hemos viso en una docena de series y filmes en
los últimos cinco años corresponde a una cláusula de la no-escrita agenda woke.
Esta cláusula
nace del republicanismo estadounidense que, desde los días de Thomas Jefferson y Tom Paine,
ve a la monarquía como una aberración arbitraria.
Hoy que hay un fuerte movimiento que busca abolir la monarquía en el Reino
Unido y en España, la agenda woke, cuya bienintencionada norma es libertad y
progreso (muy mal entendidos), la ha
hecho suya.
Como todo en lo
woke, al republicanismo se le han
agregado otras ramas libertarias como el feminismo que ve en monarquías un
ejemplo del patriarcado blanco ( no veo a nadie hablando de derrocar al Sultán
de Brunéi, el Rey de Lesoto o el Emperador de Japón) que oprime a los miembros femeninos
o LGTB de su entorno. Eso que, si
perduran las monarquías, tendremos antes
del medio siglo reinas por derecho propio en España, Suecia, Bélgica y Holanda.
Otra corriente
afiliada al wokismo y que también ve con malos ojos que todavía existan reinos hereditarios
son los que apoyan a la gente de color puesto que consideran que las monarquías
son las causantes de colonialismo opresor. Aunque no andan errados, me hace
gracia que no piensen ni se quejen de colonialismos nacidos en democracia o en
dictaduras. Nadie habla del colonialismo soviético, por ejemplo.
No es mi
intención hacer un panegírico de la monarquía. Con el zeitgeist imperante es
imposible, pero no veo esa forma de gobierno más deficiente que mal llamadas
democracias donde se elige al peor candidato o donde los “presidentes ”sufren
de—parafraseando a Pancho Villa— un mal que los hace “pegar” el trasero al
sillón presidencial.
Tampoco es que la
Fórmula de las Reinas sea aplicable a cualquier obra que denuncie un mal rey o a
uno incapaz de reinar. La Locura del Rey Jorge ilustra un episodio
histórico, pero no es un ataque en contra de un mal gobernante. Alexandre Dumas
criticó los excesos de Los Valois y de los Borbones, pero en El Caballero de
la Casa Roja mostró los esfuerzos del protagonista (un persone real) por
rescatar a Maria Antonieta.
Sin embargo, es
Dumas quien crea este retrato de la reina mártir en su obra dedicada a
Margarita de Valois, La Reina Margot,
en la cual la casquivana princesa es víctima de su madre, de sus hermanos y
hasta de sus amantes.
Del Cine
Silente a La Anglofilia de Los 80
Desde el advenimiento
del cine , incluso en el silente, han existido cintas dedicadas a la tragedia
de ser reinas. Cleopatra, Isabel I, Maria Estuardo, Maria Antonieta, y la Reina
Victoria han sido temas de innumerables guiones de todas partes del mundo. Se
han creado inclusive filmes sobre rivalidades de reinas como todo lo dedicado a
Isabel I y a su díscola prima escocesa. Ana Bolena y Catalina de Aragón han
provocado debates entre lo Tudormaniacos que dividen sus lealtades entre las
esposas de Enrique VIII. Y si creemos que estas nuevas series sobre la
competencia entre Diane de Poitiers y Catalina de Médicis son cosa de hoy, deben ver el filme de Los Cincuenta, Diane donde Marisa Pavan es la Reina de
Francia y Lana Turner es la incómoda Poitiers.
Como todo en el
cine, inclusive fuera de Hollywood, las reinas han tenido su encasillamiento:
Cleopatra es la femme fatale; Isabel I y Victoria son grande estadistas,
Toinette, Catita de Aragón y Maria Estuardo son reinas mártires. En Los 50, en
Austria nació el mito de Sisi en pantalla y con ella esta idea de una
joven rebelde que se niega a seguir al protocolo impuesto por la pesada de su
suegra. Tato éxito tuvo el personaje que su actriz Romy Schneider fue llamada
hacer algo parecido con la Reina Vicky en Victoria in Dover. Entretanto,
en Inglaterra, Jean Simmons encarnaba a Isabel I en su etapa
rebelde en Young Bess donde su casto romance con su padrastro no ameritó
acusaciones de pedofilia o abuso sexual como ocurriera recientemente con Becoming Elizabeth.
Ninguno de estos
filmes atacaba la institución monárquica. Algo que solo ha venido a imponer
esta extraña guerra cultural que vivimos hoy. Se hablaba de malos soberanos y
reyes tiranos como Enrique VIII o Juan sin Tierra, pero el pueblo
estadounidense siempre ha pasado por épocas anglófilas inspiradas por cine y
televisión. Nada más conducente a esa admiración que el Masterpiece Theater
que desde sus inicios nos llevó a conocer a los reyes y reinas que convirtieron
al Reino Unido en la monarquía más característica de nuestro universo.
La primera
temporada del Masterpiece fue ocupada por The First Churchills que
presentaba un retrato cálido, respetuoso y verídico de la Reina Ana que nada tenía
que ver con la calumniadora e indecente obra de Deborah Davis, La Favorita. Dame Glenda Jackson, en su insuperable tour de forcé Elizabeth
R, inició la pasión obsesiva con Los Tudor que yo califico como Tudormania. Y a mi llegada a USA, en 1974, me vi en medio de una fascinación
con la Era Edwardiana con programas clásicos como Lilie, Jennie, y Upstairs
Downstairs, todas incluyendo entre sus personajes al incorregible Eduardo
VII. Hasta le hicieron su propia miniserie en la BBC.
Que este rey
travieso, parrandero y mujeriego gozase de tanta aceptación como el que su
época resultase tan fascinante para los republicanos yanquis, indicaba una
tolerancia por una forma de gobierno que al final era parlamentaria y semi
demócrata. Para 1982, la anglofilia estadounidense estaba en su cúspide con
programas de televisión como la soberbia Retorno a Brideshead, la
segunda invasión del rock inglés y, gracias a una tal Diana Spencer, la anglofilia
se tornó casi en una adoración por la monarquía.
Entre Diana-Víctima
y Maria Antonieta-Parasito
Si las bodas
reales de Los 80 nos fascinaron con el glamur de la monarquía, una década más tarde el divorcio y las
declaraciones públicas de la ex Princesa de Gales hicieron que, aun los poco interesados en política, cuestionasen la existencia de una institución
que podía destruir a una joven inocente que entraba en ella. Por algo, el año
de la muerte de Diana, se puso en pantalla Mrs. Brown, donde Dame Judi
Dench nos muestra a una Victoria enlutada a la que su rol de gobernante y las
reglas del protocolo impiden ser feliz. Pero también este filme nos muestra como
acercarse demasiado a estos entes de sangre azul puede destruir al simple
plebeyo, en este caso John Brown, y como Vicky egoístamente deja que su dolor
personal la aleje de sus deberes de reina.
Aunque Mrs.
Brown y La Locura del Rey George pueden verse como ejemplos
negativos de la monarquía, el fin de siglo nos trajo una apoteosis del reinado
de Isabel I, Ia que abrió la puerta a
una nueva era de Tudormania. Elizabeth y The Golden Age ponían en
alto la labor de un monarca en construir un imperio. No recuerdo haber oído
ningún furor antimonárquico en ese entonces, a pesar de que en filmes como The Affair of the Necklace (2001) se mostrase a Maria Antonieta como una mujer
egoísta e injusta que al despreciar la solicitud de la Condesa de La Motte
labró su propio infortunio.
Por el contrario,
se alababa la importancia de los deberes de una reina/princesa aun en la
literatura juvenil llevada a la pantalla. Mia Thermopolis en Los Diarios de
la Princesa podría encontrar ridículas algunas reglas del protocolo, pero a
último minuto cuando se dispone a huir de su herencia real, decide regresar y
aceptar ser la heredera de un mítico reino con todas las obligaciones que esto
conlleva.
Si tuviese que
escoger un año para definir el comienzo de la guerra en contra de la monarquía
ese fue el 2006, el año de Marie
Antoinette y The Queen. Acabo de ver por enésima vez la producción
de Sophia Coppola. Me encanta, bien actuada, lujosísima, un regalo para la
vista, personajes adorables, ect. ect.. ¿Qué
más se puede pedir? Sin embargo, por
primera vez percibo el descredito del personaje de la archiduquesa austriaca.
En vez de
ofrecernos lo mejor de María Antonieta nos la muestran como una frívola
consumista, glotona, despilfarradora, jugadora, borracha e inconsciente. No se
mencionan sus logros: su mecenazgo de artistas
como Madame Vigee Lebrun, y Gluck; de cómo
ayudó a transformar la escena musical francesa; de cómo inició dos industrias
galas, la moda y la peluquería. No mencionan su buen corazón, su gran lealtad,
y el amor que prodigó a sus hijos (pocos saben que adoptó tres niños, uno de
ellos de color).
La idea fue
mostrarla como una alocada niña rica no muy alejada de los príncipes actuales
que se la pasan gastando el dinero del pueblo en excesos y francachelas. En
suma, Kirnst Dunst nos dio la imagen más atractiva de un parásito de la
realeza. En cambio, en The Queen del mismo año, Peter Morgan puso la primera piedra al
mausoleo de la monarquía con su descarnado retrato de la fría crueldad de Isabel
II ante la muerte de una nuera que era una realidad incómoda para la familia
real o lo que ellos llaman “La Firma”.
La pregunta que
eleva el magnífico personaje de Dame Helen Mirren es si Isabel ha creado un
ambiente tan toxico que empujó a Diana a huir y a cometer locuras. O es la
monarquía y sus reglas insufribles las culpables de la indiferencia de la Reina
y de la histérica desesperación que ha llevado a su nuera a una muerte
prematura.
Conscientes del
daño hecho, los cineastas intentaron borrar esa imagen nefasta con filmes que
exaltaban a buenos gobernantes como Young Victoria; Bertie y
Elizabeth y por supuesto, la magnífica El Discurso del Rey. En
general , incluso en The Crown hay una visión amable de Jorge VI, no así
de su esposa, pero déjenme seguir en orden cronológico.
Amor y Muerte
en Dinamarca
Fue en el 2011
que nos llegó un sutil ataque a la monarquía y a su celo misógino que destruye
a las mujeres que no se someten a sus reglas. Vino de Dinamarca y convirtió a
sus protagonistas, Alicia Vikander y Mads Mikkelsen, en estrellas. Se trata de la triste historia
de amor entre la princesa inglesa Carolina Matilde y el medico Johann
Friederich Streussen consejero de su esposo, el príncipe luego rey Cristián VI.
A mitad del siglo
XVIII. Carolina recién llegada a la corte danesa, descubre que su marido es un
enfermo mental que solo busca degradarla. Atraída por las ideas progresistas
del Dr. Streussen, Carolina inicia amistad con el hombre de confianza del príncipe.
Acaban en la cama, tienen una hija, se descubre todo, escándalo mayúsculo.
Streussen pierde la cabeza, Carolina es separada de su hijos y enviada al
exilio. Una historia para llorar océanos y que sin embargo es totalmente
cierta, solo que el modo de relatarla crea una nueva guía para los anti monarquías. La lección de A Royal
Affaire es que no solo la monarquía destruye a las mujeres inteligentes e
independiente, también permite que asciendan al trono monarcas retrógrados y
dementes.
El que Dinamarca
sea hoy una monarquía parlamentaria, bien lejos del absolutismo oscurantista
dieciochesco , no le importa a una generación de espectadores semi educados que
todavía no entienden que los reyes europeos modernos (y el Emperador del Japón) no gobiernan. Los
que si saben eso esgrimen el argumento que el pueblo no necesita mantener a parásitos
de sangre azul.
Así llegamos al
2016 el año en que Peter Morgan por fin pudo dar de hachazos a una institución
que detesta y a una reina que despreciaba (¡y el desvergonzado dijo, a raíz del
fallecimiento de Su Majestad, que su
serie de mentiras era “una carta de amor” a la reina. ¡Carta de amor enviada en
bomba Molotov!
En sus primeras
dos temporadas, y en las excelentes
manos de Claire Foy, Isabel II fue descrita como una mártir, una mujer que debe
sacrificar su derecho a ser esposa y madre para poder gobernar, aunque también
Morgan nos deja claro que Isabel no estaba preparada, que era ignorante e
ingenua. Como ese tratamiento sería el que recibiría Victoria ese mismo
año, nadie se percató de lo ofensiva que era The Crown.
Las primeras
quejas surgieron en la tercera temporada cuando Olivia Colman fue horriblemente
miscast en un rol que le quedaba grande. Esta Isabel era torpe,
ineficaz, perezosa, e insensible, incapaz de ofrecer consuelo a la desdichada
Diana. ¡Incapaz de derramar una lagrima por niños muertos! ¿Hasta dónde llegaba
la imaginación diabólica de Peter Morgan?
No solo la reina
era blanco del vituperio. Su madre, hasta entonces un icono sagrado de la
cultura británica, era descrita como una vieja ordinaria, borracha y malévola
que interfería en los asuntos familiares como si fuese un padrino de la mafia.
El pobre Carlos quedaba como un manipulador pelele y su padre como el posible
autor intelectual de la muerte de Diana. Esas falsedades eran cobardes puesto
que La Familia Real no podía defenderse de tanta calumnia.
El 2018, a la par
de este ataque frontal contra la monarquía, vino un desdichado retrato de Maria
Estuardo en un filme que de lo único que puede apreciarse es de ser inclusivo.
Al menos no pusieron a Saoirse Ronan como
una tarada arrogante como la interpretase Samantha Morton en Elizabeth,
o como tan puta que hasta le quita lo gay a David Rizzio en la malhadada
Reinas. Al final que Reign, con todo su fantasioso script, es el retrato
que más honra a la Reina de los Escoceses.
Olivia Colman,
Asesina de Reinas
El 2018 no solo
fue el año en que Olivia Coleman se las arregló para hacer picadillo a Su
Soberana, también fue cuando la Academia la honró por una obra en la que queda
claro cuan despótica, vil y privilegiada puede ser una reina.
La última de los
Estuardo hoy es más recordada por muebles que se hicieron en su época. A pesar
de que filmes como Soldier in Love donde fue magníficamente interpretada
por Dame Claire Bloom o The First Churchills donde Margaret Tyzak la
encarnó como una mujer devota de su religión y esposo, The Favorite destruye esa imagen reemplazándola
for embustes salidas de la mente caprichosa de la David.
Ingenua tal vez
demasiado para reinar, ha sido el veredicto de la historia sobre Ana I. The
First Churchills cubría casi toda la vida de esta desdichada reina con
énfasis en la relación entre Ana y su
amiga de la infancia, Sarah Churchill y
de cómo esta relación empañó el reinado de la primera. El argumento se basaba en documentos oficiales, memorias y
correspondencia.
Los Churchill
tuvieron una tremenda influencia sobre la Reina Ana y sus decisiones políticas.
Eventualmente Ana se sacudió a estos amigos y tomó como confidente a Abigail
Masham , prima de Sarah. Como la serie está narrada por la anciana Duquesa de
Marlborough, la tenemos en su vejez preguntándose qué la hizo perder el favor
de Su Majestad.
En la vida real, Los
Churchill (principalmente Sarah) no fueron mansos corderos. En su empeño en
dominar la voluntad real y privilegiar a familia y amigos, Sarah se volvió imprudente
e insolente. La muerte de su único hijo varón la alejó de la corte. En su luto
ni siquiera respondía las cartas de Ana quien también sufriría la muerte de su
único hijo (y único sobreviviente de 17 embarazos). La Duquesa añadió insulto a
la injuria, negándose a llevar luto por el principito. Es normal que Ana haya
buscado otra confidente. La enfurecida Sarah comenzó a hacer circular unos
poemas satíricos que insinuaban una relación lésbica entre Abigail y su reina.
Hasta hoy, ningún
historiador ha encontrado evidencia de lesbianismo entre Ana y sus favoritas.
Ni siquiera las cartas juveniles con las que la Duquesa quería chantajear a su soberana,
donde Ana expresaba su amistad y cariño con mucha pasión son vistas como evidencia
de una relación erótica. Por un lado, ese lenguaje era común entre las
amistades del siglo XVII. Por otro es imposible que una señora que se la pasaba
en la cama haciendo hijos con su marido, y que era también muy religiosa, tuviese
tiempo para escarceos de lo que entonces era considerado Contra Natura.
Solo en la cabeza
de una periodista mediocre como Débora Davis podía nacer la idea de convertir
una intriga palaciega en un triángulo gay. Le tomaría casi dos décadas a Davis
“colocar” su aberrante libreto en manos de algún productor. El rechazo nacía de
que nadie quería meterse con falsedades históricas que además estaban muy mal
escritas. De hecho, durante los veinte años antes que La Favorita fuese
llevada a la pantalla, Davis tomó cursos de redacción de libretos por
correspondencia y sacó un posgrado en el tema. Aun así, se dice que el australiano
Tony McNamara fue quien rescribió todo el pastiche.
En el nuevo
liberto y subsecuente filme, Ana, una
mujer enferma e infeliz, es degradada hasta convertirla en una demente, sucia, despótica, aquejada por enfermedades
repugnantes que abusa, incluso
sexualmente, de sus damas. El que los
ingleses vieran en la pantalla a Olivia Colman haciendo de Ana y luego en la
pantalla pequeña encarnando a la actual Reina de Inglaterra, reforzaba una
imagen negativa de la monarquía.
Poco a poco desaparecía
la imagen de las reinas que por casi una década había sido dictada por Juego
de Tronos donde las malas reinas eran tipo Cersei y las buenas eran como Daenerys,
justicieras, generosas, pero sacando energía para dejar el espacio de víctimas
y convertirse en poderosas monarcas. Así se las retrató en la británica Victoria,
la rusa Ekaterina y la austriaca Maria Teresa, pero esas imágenes
fueron disipadas por víctimas de la monarquía que se rebelan contra ella como
la actual iconografía de Lady Diana y su sucesora Meghan Markle, y estos nuevos retratos de Sissi.
Por otro lado, tenemos sátiras de la institución con reinas
que aunque dotadas de buenas intenciones pronto adquieren gusto por el poder y
son capaces de todo tipo de actos criminales para conseguirlo. Es lo que hemos
visto en sátiras antihistóricas como The Great que hace reír y The Serpent Queen que no saca ni una carcajada y que es tan alejada
de la historia que obligan a criticarla porque ya traspasa los límites de la
suspensión de la credibilidad o de licencias dramáticas.
Quitándole el
Halo a Reinas Santas
Por otro lado, está
la destrucción de reinas consideradas mártires como Catalina de Aragón que
Lionsgate y Emma Frost arrastraron por los suelos en The Spanish Princess. No solo la convirtieron en ambiciosa y perjura,
sino que le inventaron todo tipo de ideas que nunca tuvo la pobre señora. En la
Primera Parte la encuentran abierta al Islam y a las costumbres moras, y en la Segunda la ponen quemando libros de
herejes y rechazando a la hija que Doña Catita tanto amó.
Otra víctima ha
sido la icónica Queen Mum, hasta hace poco un personaje intocable. Hoy no solo
Peter Morgan se encarga de faenar a la vaca sagrada de La Casa Windsor. En la
noruega Atlantic Crossing, se burlan de la Reina Madre en su
momento más glorioso , la Segunda Guerra Mundial y de paso hacen befa de la tartamudez
de su esposo. Todo para lapidar a la valerosa monarquía noruega en un cuento Me
Too de como el Rey Haakon y su heredero Olaf (que calumnian describiéndolo como
un borracho y padre ausente) intentaron opacar a la única que valía en esa
familia: la Princesa Heredera Martha.
Otra manera de denigrar a los reyes, convertirlos en borrachos |
Una ironía es que
los rusos que hicieron una revolución para deshacerse del Zar y de su familia
son los primeros en blanquear a monstruos históricos como Iván el Terrible o
zares usurpadores como Boris Godunov. En sendas miniseries sobre estos señores
le echan la culpa a los boyardos y a ambiciosas mujeres de la nobleza de todas las
maquinaciones y masacres perpetradas en estos reinados de Iván y de su cuñado
Godunov.
En cuanto al
personaje de Catalina la Grande, la ponen un poco como Daenerys, un peón en el
tablero político sometida a su suegra, a una corte intrigante y a su condición
femenina, pero que luego se las arregla para encontrar vías de empoderamiento.
Aunque nos la muestran como una gran gobernante no esconden sus flaquezas e
implacabilidad para lidiar con los que veía como sus enemigos. Sin embargo,
estos relatos no culpan a la monarquía de las fallas de sus emperadores.
E solo en Occidente donde se aferran a una formula agotadora y falsa.
Eso es lo que esperamos de la María Antonieta producción franco-inglesa que ya
por ser creación de Deborah Davis trae tufo.
Otra ironía es
que España, donde existe un fuerte movimiento antimonárquico, no hacen este
tipo de series. Durante el último gobierno de derechas (2011-2018) se hicieron
verdaderas loas a reyes del pasado como Isabel la Católica y su nieto Carlos . Incluso en Tiempos de Guerra, retrataron admirablemente a la reina Victoria Eugenia como una mujer enérgica y decidida que crea un
equipo de enfermeras para que vayan a curar heridos en Marruecos.
En cambio, no se
ha hecho nada sobre reinas casquivanas y escandalosas como la reina consorte
Maria Luisa de Parma, o la reina regente Maria Cristina de las Dos Sicilias o
de su extraordinaria hija Isabel II que tuvo doce hijos, ninguno de su marido que era gay. ¿Será porque
la televisión española, por woke que
sea, no necesita recurrir a escándalos
históricos o imitar una fórmula que ya
huele a añeja? Basta ver los abucheos
que ha recibido Peter Morgan por sus ridículas mentiras en la última temporada
de The Crown.