Si les ha gustado
el libro, amarán la serie. Aunque por
razones de tiempo y espacio se han reducido los personajes y las subtramas ( no
aparece toda la elaborada red de contrabando de Lale ni el juego de futbol con
la SS, y se abrevia el personaje de Jakub), el espíritu de la novela y el
romance están sumamente presentes. El
Problema del Tattooist of Auschwitz, es que el fanfiction obligatorio en
las adaptaciones literarias de este siglo aporta nuevos errores históricos más
reprochables que los que existen ya en el libro.
El guion ha ido
más allá del libro construyendo un marco que inicia con las entrevistas entre Heather
Morris y Ludwig “Lale” Sokolov en Melbourne. En el capítulo final han intentado
ofrecernos un vistazo de la vida del Matrimonio Sokolov en Australia en Los 60.
El primer cambio es excelente. El segundo no tanto.
Se trata de una
historia en donde luz y oscuridad juegan por partes iguales, y donde la
reconstrucción de Auschwitz es muy parecida a la de otros grandes filmes del
Holocausto (Sophie Choice, La Zona Gris, El Hijo de Saul). El
campo fue reconstruido en Eslovaquia y se filmaron escenas en la natal
Bratislava de Lale Sokolov y en Melbourne donde vivió hasta su muerte. La
música es más que adecuada (por suerte solo al final tocan el tema que Barbra
Streisand compusiera expresamente para la miniserie).
Las actuaciones
son impecables. Por fin desvinculo a Melanie Linskey de la Rose, novia eterna
de Charlie Sheen, en Two and a Half Men. Para los que se han burlado del
acento que creen imita, les cuento que es el suyo. No olvidemos que la intérprete
de Heather Morris es neozelandesa. Harvey Keitel como siempre insuperable. No
conocía a Anna Prochniak, pero la actriz polaca me ha impresionado. Por fin Jonah Hauer-King tiene un rol decente
que interpreta competentemente, pero quien lo opaca totalmente es Jonah Nay,
como el Rottenfuhrer Stefan Baretski muy lejos de sus roles en las Deutschland
y Tannbach.
Stefan Baretski
“El Pasado nos
Siguió Como un Perro Enfermo”
Si algo me ha
incomodado del “Tatuador” no tiene que ver con aspectos técnicos sino con
contenido. Entiendo, y no solo por las
entrevistas dadas por Morris, que Lale sufría del síndrome de culpabilidad de
sobreviniente (¿se dirá así?). Todos los sobrevivientes que he conocido sufrían
de esa sensación de que deberían estar muertos como sus familiares y
compañeros.
La serie va más
allá y determina cómo, cuándo y por qué
el tatuador debe sentir remordimientos. Se lo recuerdan sus fantasmas, las
imágenes congeladas de gente muerta y sus recuerdos. “El Pasado nos siguió como
un perro enfermo” es el magnífico símil que acompaña su narrativa.
Fuera de la
pantalla encuentro ensayos escritos por judíos arrogantes que acusan a Lale de
haber ayudado a los nazis puestos que sus tatuajes deshumanizaban a los que los
portaban. ¿Qué edad tienen estas voces?
¿14 años? Porque es el único momento en nuestras vidas en que nos damos
baños de pureza y nos erigimos en pilares de la moralidad, sintiéndonos mejor
que los demás
¿Qué es lo que
desearían que hubiese hecho Lale? ¿Negarse a la oferta de Pepan y morir
desnutrido o en la cámara de gases? ¿Es por eso qué se admira tanto a Anne
Frank? ¿Por ser mártir? ¿Porque ya no se
la puede acusar? Esta obsesión de
mostrarnos a Lale agobiado por culpas inexistentes es sádica, injusta y
absurda. casi tanto como los medios que la guionista Jacqueline Perske ha
encontrado para borrar los errores de Morris en el libro.
Contenido
Violento y Gory: Es
Auschwitz, la violencia es tan presente que no me sorprende ver que los
guardias practicaban pruebas de tiro con prisioneros que estaban haciendo sus
necesidades. Mi madre me lo contó cuando yo era niña (lo supo por sus tíos),
esa brutalidad era estándar en el Lager,.
Sin embargo, lo más
violento no aparece en el libro, no es parte de las memorias de Lale, no es
invención de Morris, no hay documentación de que haya ocurrido y eso lo hace
muy perjudicial. Para subsanar dos errores, lo de la penicilina y la identidad
del médico que castra a León, esta serie inventa una fábula tan poco ética como
el ajedrez humano de Hunters.
Para conseguir la
medicina de Gita, a Baretski se le ocurre poner a su “protegido” en contacto
con el Dr. Shumann, que tiene una clínica dentro de campo donde experimenta con
métodos de esterilización y que necesita que tatúen a unas pacientes. Incluso
la razón por la que Lale esté ahí es improbable. Solo se tatuaba al entrar al
campo.
Cuando Lale suplica ayuda, Schumann
amablemente le proporciona el medicamento. A cambio, exige que Lale lo ayude convenciendo a unas
pacientes que no desean abandonar el hospital. ¿Por qué no quieren irse? ¿Por qué
Lale, un extraño, podrá convencerlas?
Lale lo hace, lleva a varias mujeres, desnudas y con horribles cicatrices de
sus recientes histerectomías, a un patio enrejado. Ahí permanecerán hasta el
amanecer en la nieve hasta morir de hipotermia.
Schumann explica
que necesita de las camas para otras pacientes. Parece un acto de sadismo
inesperado. Lo normal sería llamar guardias que las arrastrasen a la cámara de
gases más cercana, o darles un tiro, o administrarles veneno. No había
necesidad de involucrar un prisionero ni de tener un espectáculo que para la
metódica organización de los campos de la muerte significaría pérdida de tiempo
y de orden tan preciados por los alemanes. Lo extraordinario es que ninguna
reseña se ha quejado de esta escena. Ninguna ha notado que no está en el libro
(señal de que no lo han leído)
Contenido
Sexual y Desnudos: Es
Auschwitz, desnudos por doquier. me sorprendería que alguien se excitase
sexualmente con ellos. Como en el libro, y en la vida real, Gita y Lale
consumaron su amor en un par de escenas, nada gráfico.
Factor
Feminista: Ante la
incredulidad de insensibles Millenials y Zetas, la serie, el libro y la
realidad describen la unidad entre Gita y sus amigas y como eso les permite
sobrevivir ayudándose mutuamente. Sin embargo, la guionista y productora
Jacqueline Perske al intentar reparar un error, nuevamente lo agranda. En el
libro, Cilka es una adolescente eslovaca
amiga de Gita. Un día es violada de manera clandestina por el Obersturmfuher
Johann Schwarzhuber, comandante de Birkenau.
Desde ahí será
abusada sistemáticamente. Solo Gita conoce el horror que vive su amiga.
Eventualmente, confía el secreto a Lale.
Cuando Lale va a ser ejecutado, Cilka tiene el valor de pedirle a su violador
por la vida del tatuador. Lale dice de ella “es la mujer más valerosa que he
conocido.”
Se ha dicho que
eso era imposible. Que ningún nazi tendría relaciones con una mujer racialmente
“impura”. Sin embargo, a Cilka, en la
posguerra, la acusaron los polacos de
ser “prostituta de los alemanes”. Heather Morris dice que vio los documentos para el arresto y encarcelamiento de Cilka en el
Gulag. Es la misma acusación que recibió la rescatista Irena Gut. Los abusos sexuales en los campos de
concentración y exterminio (a ambos sexos e incluso niños) era algo que se
practicaba clandestinamente, pero que existió, existió.
Hasta Rudolf Hoss, comandante de Auschwitz lo
practicaba. Tenemos los testimonios de Eleonore Hodys, disidente austriaca, a
la que violaba el comandante periódicamente. En un momento Hodys quedó
embarazada y su destino era la cámara de gas. Hoss se apiadó y consiguió que
Mengele le practicase un aborto clandestino a la pobre mujer, salvando así su
vida.
Pero tanta ha
sido la alharaca, que Perske intentó solucionarlo en su adaptación y acabó
empeorándolo todo. Interpretada por Yalit Topol Margalith (nieta del gran Chaim
Topol), Cilka es una especie de bitch
del comandante. La vemos con empleo de
oficinista, cabello largo y abrigo de caracul, dedicada a oprimir a sus compañeras. Ayuda en
las selecciones para las cámaras de gas y acusa a Gita con Baretski de haber
derramado un tintero.
Lo peor es que
mantiene una relación abierta con el comandante. Algo imposible, tanto como el
que Schwarzhuber tenga a su hijo pequeño en BIrkenau alternando con los
prisioneros. El guion se vuelve, como ocurriera con las pacientes de Schumann, más
inverosímil y ofende la memoria de todas las mujeres ultrajadas por los nazis.
Los críticos no dicen nada, porque ninguno parece haber leído libro y el Museo
de Auschwitz permanece en silencio.
Hay otro error de
la serie que afea el final. Se han quejado de que Gita es un personaje plano
puesto que solo sabemos de ella a través de Lale. En la serie nos dan más
detalles (la historia de su rescate de la Rebbetzin Hoffmann y de la chica embarazada);
se implica que fue violada por los rusos y que su vida matrimonial no fue
perfecta.
Ninguno de estos
detalles emerge ni del libro ni de declaraciones de Lale. De hecho, él le cuenta a Heather al comienzo
del capítulo final que Gita se adaptó más dedicándose a la panadería que
pusieron, a sus amigas, a su sinagoga. Esta suena como la Gita del libro y
serie, pero de pronto Lale dice “Gita siempre estaba triste”.
Los Solokov en su vejez
Luego cuando él y
su mujer discuten sobre si hay que testificar a favor de Baretski , Lale dice “siempre
estas enojada.” ¿En qué quedamos? ¿Triste
o enojada? ¿Adaptada o inadaptada? Se
nos dice que el carácter errático de Gita nace de su incapacidad de ser madre.
En un instante
regresa a Bratislava (como si hubiese sido tan fácil para un judío ir a Checoslovaquia
en los 60s) y vuelve encinta. Ya me imagino las bromas de los cínicos. En
realidad, creo que Perske se apoyó en el cliché actual de que en la ficción la
mujer cis—y en una relación hetero— siempre debe estar descontenta (y con cara
de resting bitch) con su pareja.
Factor
Diversidad: Hay judíos,
pero la mayoría son eslovacos. Han retirado a los socios polacos y rusos del
negocio de contrabando de Lale. Como en We Were the Lucky Ones, el ejército y autoridades rusas no son retratados
como muy amables. Tal como en el libro, tenemos una visión cálida de los Roma,
de cómo sufrieron a la par de los judíos y tenebrosa es la exterminación del
campo gitano de Auschwitz.
El caso de León
es otra invención de la serie. Como dijo mi hermano “es para que Lale se vea más
simpático. Amigo de los gitanos, amigos de los gay…” En el libro, Baretski
escoge a León, un joven eslovaco, para que sea el aprendiz de Lale. Poco
después, León desaparece, cuando regresa, muy macilento, le confiesa al
tatuador que un médico lo castró. Lale asume que se trata del Dr. Mengele.
En la serie se
elabora más en la biografía de León. Es Lale quien lo escoge al ver que un Kapo
lo golpea constantemente. León le confiesa que es homosexual, que tuvo amores
con un tenor en Praga, pero que fue arrestado por ser judío, no por su
orientación que ha ocultado. León es testigo de la tortura de las pacientes de Schumann.
Más adelante, el mismo León es escogido de Conejillo de Indias por un sonriente
Schumann.
Tal como en el
libro, este episodio sirve para informar
sobre los pavorosos experimentos conducidos en Auschwitz (y otros campos).
Convertir a León en homosexual sirve para denunciar otro aspecto poco conocido
del Holocausto: el exterminio de la población gay. Es el modo en que lo
presentan lo que parece un poco forzado y hasta risible.
Lale y Heather
pasean por el sector costero de Melbourne y, sobre el marco del Mar de Tasmania, vemos una pareja gay besándose. De regreso a
casa, el tatuador confiesa que León era homosexual. “¿Y no te molestaba eso?”
pregunta Heather. Entre risitas, el
anciano dice que la revolución sexual no es de ahora, que trabajar en negocios
de la moda lo puso en contacto con homosexuales. “Teníamos clubes, ¿me
entiendes?” Eso sonó raro como que Lale iba a esos clubes.
MI madre también
trabajaba en el circuito de la moda. De pequeña, yo sabía que tenía socios, colegas y amistades
que no gustaban de las mujeres, pero tenía clarísimo que de eso no se hablaba
porque la ley estaba en contra de ellos. “Sí mencionas que son ‘mariquitas’” me
advirtió mi madre “los van a poner presos, les van a pegar, es injusto, pero es
así.” Estas tolerancias falsas en tiempos antiguos que presentan series como El
Tatuador solo minimizan y trivializan los peligros y desdichas que han
acompañado al colectivo LGTB a través de su historia.
A pesar de los
errores cometidos en esta versión, es hermosa (algo que no solemos asociar con
filme del Holocausto), conmovedora, excelentemente actuada y entretenida.
Quiero terminar con algo que dice Gita en el filme (no en el libro) cuando Lale
confiesa haber dejado de creer en D-s. “D-s no puede ayudarnos, pero nosotros
podemos ayudarlo”. Esa ayuda consiste en demostrar al Cielo y al mundo que el
amor sigue existiendo a pesar de todo lo horrible que los rodea.
El Tatuador de
Auschwitz puede verse en
USA a través de Peacock, en España en Movistar, todavía no sé cuándo llegue a América Latina.
Desde FB de Rafael Ochoteco
ResponderEliminarMe encantó el asunto de los fantasmas...
Para Rafael Ochoteco A mi también me pareció un recurso artístico muy bueno. Lo único es que aparecen para recordarlle a Lale sus culpas. Y todavía no sé cuales son.
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